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lunes, 15 de agosto de 2011

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NORBERTO Y LOS PECADOS DE DIOS

NORBERTO  Y LOS PECADOS DE DIOS.

Ayer, por curiosidad, tecleé en el buscador del Google tres palabras que mi cerebro asocia, con tozuda insistencia, desde hace más de un año. Son las siguientes: Norberto apellido Orgullo. Y para mi sorpresa, me encontré el siguiente escrito del argentino:

“Hermosas palabras que se repiten antes de comulgar!!! RECORDEMOSLA! Solo Cristo y su misericordia tiene la ultima palabra y los pecados del espíritu son mas graves que los de la carne! Si el amor que nos enseña la carne nos lleva a vencer el orgullo, la soberbia y la vanidad, la tarea esta cumplida! un abrazo, Leo!”

Lo más increíble de todo fue que Norberto se refiriera al episodio en que Jesús NO NIEGA LA PALABRA a quien, aún considerándose indigno de ella, se la pide. Por supuesto que no se la niega. Cómo diablos el fundador del cristianismo iba a negar la palabra a su prójimo, cuando éste se la solicita. Si hubiere cometido tal indignidad, bien se le podría llamar, sin que nos temblara la voz, fariseo rastrero y estafador de la peor calaña. Pero el hijo de Dios, fiel a sus propios principios, no deniega su palabra sanadora al centurión. Eso, lo de negar la PALABRA, lo hace Norberto, porque es como es, y porque, tal como reconoce en sus propias palabras más arriba citadas, pone el amor que enseña la carne ( el amor a uno mismo) por encima del amor al prójimo que enseña Jesús( el espíritu)

Aunque quien conoce bien a Norberto sabe que esas ideas reflejan su filosofía de vida, me sentí decepcionado por ellas. En mi opinión demuestran la estrechez de miras de quien no sabe abrirse a las enseñanzas de los demás (de otra forma no me explico los terribles errores teológicos que anidan en ellas). Frecuenta demasiado el trato de los que comparten sus mismos ideales o de los que elogian, para atraerlo hacia ellos, su forma de obrar; o de los que lo divierten. Tal sectarismo( el que se trasluce en sus palabras) es la causa por la cual no aprende y se estanca; no avanza y lo avanzan: no progresa y lo superan.
Y aunque en esas palabras se puede rastrear un impulso digno que las eleva hacia algo noble, también se detecta, con mayor evidencia, un lastre que impide su culminación en algo bello y bueno. Son palabras demasiado incoherentes, demasiado aferradas a las miserias del yo, como para que puedan servir de ejemplo a los demás. Y mucho menos dar testimonio del Reino de Dios.
Empecemos por la primera afirmación que nos hiere y nos irrita a la vez.

1.- Los pecados del espíritu son más graves que los de la carne.

No hay duda de que quien así opina obra movido por gratitud hacia la carne y no hacia la verdad. Las razones biográficas de esa gratitud no vienen ahora al caso.
Es evidente que Norberto ha extraído la dicotomía “carne/espíritu” de la Biblia, donde ambos términos aparecen en infinidad de ocasiones, sobretodo en las epístolas de San Pablo. Desgraciadamente, y como es costumbre en él, no ha entendido (o no ha querido entender) el significado profundo de ambos conceptos.

Vamos a aclarárselos:


CARNE: procede del vocablo hebreo “basar”. Designa a la persona en su totalidad y nunca debe tomarse como un componente de ella. No equivale, pues, a cuerpo. Expresa la fragilidad humana en relación a la muerte y es a través de ella que la persona se relaciona con el mundo y es por ella que el pecado puede arraigar en el hombre. Por lo tanto, la carne bíblica comprende tanto el alma como el cuerpo de la persona.

El Espíritu en mayúsculas designa, evidentemente, a Dios en sí mismo. Y por el dogma de la Santísima Trinidad, conocemos que Dios y su Espíritu son la misma cosa.

El espíritu en minúscula designa a Dios en nosotros. De lo cual se deduce que Dios insufla su Espíritu en nuestra alma, o, para decirlo en términos bíblicos, en nuestra carne, y eso que insufla es nuestro espíritu. El alma que de sí es mortal, se convierte en inmortal en la medida en que Dios le otorga su espíritu y ella se aferra al espíritu y vive según él. Solamente el espíritu tiene la capacidad de arrancar el pecado de la carne. Es, pues, nuestro espíritu lo que nos libera del pecado. Por lo tanto, y usando la terminología bíblica, Dios vive en nosotros y a esa presencia la llamamos espíritu, y ese espíritu es su Espíritu.

De lo anterior se colige que la expresión “los pecados del espíritu” usada por Norberto es, además de una falsedad irreverente e ignominiosa, una contradicción absoluta, pues da a entender que el mismo Dios comete pecados, lo cual es una absoluta abominación, pues Dios, por ser el Bien absoluto no puede cometer pecado alguno. Y su Espíritu, por ser la misma cosa que Él, tampoco.
El mismo San Pablo reconoce explícitamente que el Espíritu vive en nosotros y nos libera del pecado en las siguientes citas:

Ro 8,2

porque la ley del Espíritu que da vida en Cristo Jesús te ha liberado de la ley del pecado y de la muerte.

Ro 8,6

Ahora bien, preocuparse solo de lo que es humano lleva a la muerte; en cambio, preocuparse de las cosas del Espíritu lleva a la vida y la paz.h

Ro 8,9

Pero vosotros ya no vivís conforme a tales deseos, sino conforme al Espíritu, si es que realmente el Espíritu de Dios vive en vosotros.i El que no tiene el Espíritu de Cristo, no es de Cristo.


Ro 8,11

Y si el Espíritu de aquel que resucitó a Jesús vive en vosotros, el mismo que resucitó a Cristo dará nueva vida a vuestros cuerpos mortales por medio del Espíritu de Dios que vive en vosotros.


El mismo San Pablo nos comunica que nuestro espíritu es el Espíritu de Dios en las siguientes citas del Nuevo Testamento:
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Ro 8,16

Este Espíritu es el mismo que se une a nuestro espíritu para dar testimoniop de que somos hijos de Dios.

Stg 4,5

Por algo dice la Escritura: “Dios ama celosamente el espíritu que ha puesto dentro de nosotros.” c



1 Co 2,12

Y nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo sino el Espíritu que procede de Dios, para que entendamos las cosas que Dios en su bondad nos ha dado.j


2 Co 11,4
Con gusto soportáis a cualquiera que os llega hablando de un Jesús diferente del que os hemos predicado, y aceptáis de buen grado un espíritu diferente del Espíritu que ya habéis recibido y un evangelio diferente del que ya habéis aceptado.e



El mismo San Juan establece que el espíritu y el Espíritu son equivalentes:


1 Jn 4,1

Queridos hermanos, no creáis a todos los que dicen estar inspirados por Dios, sino ponedlos a prueba para ver si el espíritu que hay en ellos es de Dios. Porque el mundo está lleno de falsos profetas.


San Pablo también afirma, con la mayor elocuencia, que la carne es la única fuente de todo pecado:

Romanos 7:18
Y yo sé que en mí (es á saber, en mi carne) no mora el bien: porque tengo el querer, mas efectuar el bien no lo alcanzo.
Romanos 8:3
Porque lo que era imposible á la ley, por cuanto era débil por la carne, Dios enviando á su Hijo en semejanza de carne de pecado, y á causa del pecado, condenó al pecado en la carne;
Romanos 8:13
Porque si viviereis conforme á la carne, moriréis; mas si por el espíritu mortificáis las obras de la carne, viviréis.
Romanos 13:14
Mas vestíos del Señor Jesucristo, y no hagáis caso de la carne en sus deseos.
1 Corintios 15:50
Esto empero digo, hermanos: que la carne y la sangre no pueden heredar el reino de Dios; ni la corrupción hereda la incorrupción.
Gálatas 5:16
Digo pues: Andad en el Espíritu, y no satisfagáis la concupiscencia de la carne.
Gálatas 5:17
Porque la carne codicia contra el Espíritu, y el Espíritu contra la carne: y estas cosas se oponen la una á la otra, para que no hagáis lo que quisieres.
Gálatas 5:19
Y manifiestas son las obras de la carne, que son: adulterio, fornicación, inmundicia, disolución,
Gálatas 5:24
Porque los que son de Cristo, han crucificado la carne con los afectos y concupiscencias




De todo lo cual se deduce que el pecado y el espíritu son incompatibles. El pecado pertenece sólo a la carne, la cual solo se puede liberar de aquél por la acción del Espíritu que Dios le ha otorgado.

1.2 Los pecados del alma tanpoco son más graves que los del cuerpo.

Pero aún en el caso de que Norberto usara la terminología actual de cuerpo y mente, o la menos actual de cuerpo y alma, también se equivocaría gravemente. Pues si una carne pecase, todas las carnes también pecarían, y por lo tanto los cerdos y cualquier otro animal pecarían, y como ello es absurdo y ridículo a la vez, se concluye que quien peca no es la carne sino el alma, o, si así lo quieren los psicólogos, la mente, pues es en ella donde reside el libre albedrío, en virtud del cual tiene sentido concebir el pecado. Si no hay libre albedrío, no hay pecado, y como la carne no dispone de esa facultad, que es exclusiva del alma, es obvio que el cuerpo nunca peca, y, por la misma razón, es absurdo hablar de los pecados del cuerpo, si por ello se entiende que éste es el responsable de aquellos.

2.- La carne no enseña ningún amor.

El mismo San Pablo lo afirma en la siguiente cita:


manifiestas son las obras de la carne, que son: adulterio, fornicación, inmundicia, lascivia, 20 idolatría, hechicerías, enemistades, pleitos, celos, iras, contiendas, disensiones, herejías, 21 envidias, homicidios, borracheras, orgías, y cosas semejantes a estas; acerca de las cuales os amonesto, como ya os lo he dicho antes, que los que practican tales cosas no heredarán el reino de Dios. 22 GAL, 5, 19-22

y el mismo San Pedro también:

2 Pedro 2:10
Y principalmente á aquellos que, siguiendo la carne, andan en concupiscencia é inmundicia, y desprecian la Soberanía de Dios; atrevidos, contumaces, que no temen decir mal de las potestades superiores:

2.1. El cuerpo tanpoco enseña ningún amor.

Si por la carne entendiera Norberto el cuerpo, tampoco éste, por lógica elemental, enseña ningún amor, pues si así fuera también los gatos sabrían lo que es el amor, incluso las moscas y los gusanos, pero como estos animales solo se mueven por instinto no conocen algo que no obedece al instinto como es el amor, por lo tanto, el cuerpo no enseña ningún amor.
Del cuerpo provienen los estímulos que excitan nuestros deseos y solamente esos estímulos. El deseo y el placer son comunes a todos los animales y por ello no pueden ser identificados con el amor, que solo es propio del género humano.
El cuerpo, a través de sus estímulos, enseña cual es el objeto que complacerá los deseos sexuales. El cuerpo, pues, enseña (en lo referente a lo sexual) cómo obtener placer y nada más.

3.- El espíritu enseña el amor.

Lo asevera San Pablo en la siguiente cita:

22 Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, 23 mansedumbre, templanza; contra tales cosas no hay ley. 24 Pero los que son de Cristo han crucificado la carne con sus pasiones y deseos. GAL 5, 22-25

El amor nace, por su propia naturaleza, del alma. No se reduce al deseo, aunque a veces lo use, no sólo busca el placer, aunque a veces lo requiera. El amor es infinito, y cuánto menos necesite del deseo y del placer más infinito es.

.4- el amor que enseña la carne no vence el orgullo, la vanidad y la soberbia.

Es muy fácil demostrar la anterior aseveración. Nos basta recurrir a las palabras de San Pablo. Según éste, la carne no enseña ningún amor, sino que nos lleva hacia el pecado, por lo tanto, la carne nos enloda en él, es decir, nos arrastra hacia el orgullo, la vanidad y la soberbia.
La carne busca el placer sexual y por él lo sacrifica todo. La carne se complace en el deseo y busca afanosamente los medios que la conduzcan hacia él, y juzga a los demás en función de la capacidad de éstos para satisfacerle las pasiones. Los que se las aplaquen, serán declarados por ella como deseables, los que no, serán despreciados sin misericordia. La carne sólo busca su propia satisfacción y por ello es incapaz de amar.

Norberto sigue aquí a Viktor Frankl, psicólogo vienés que afirma " El Yo se determina a sí mismo". Norberto, pues, fiel al anterior principio considera que su carne es suficiente para liberar al hombre del pecado. Dios no sirve para nada. Sólo la carne, es decir, uno mismo basta. No es posible mayor acto de soberbia, vanidad y orgullo que afirmar que la carne de uno mismo vencerá el pecado, sin la ayuda de Dios, que solo es un ridículo convidado de piedra. Todo lo contrario de lo que afirman los Evangelios. Repitámoslo una vez más: la carne necesita de la Gracia de Dios para vencer el pecado

.5- el amor que nace del espíritu vence el orgullo, la vanidad y la soberbia.

El amor que nace del espíritu es el mismo que Dios, a través de su Espíritu, insufla en nosotros. Ese amor es el amor con que Dios nos ama y con el que quiere, en justa correspondencia, que se lo ame. Ese amor que busca entregarse al prójimo, y no beneficiarse de él, es el verdadero amor, porque el amor nunca puede ser egoísta.

6,. Si se vence el orgullo, la vanidad y la soberbia, la tarea no está cumplida.

El orgullo, la vanidad y la soberbia son pecados que apartan al hombre de Dios. Pero no son los únicos. Existen muchos más. Por citar algunos, la ira, el egoísmo, la gula, el odio, etc. Uno puede no ser orgulloso y estar, sin embargo, dominado por el sentimiento de la ira, y al revés. Mientras el hombre se deje seducir por su carne la tarea no estará cumplida. Solamente cuando, observando las directrices de su espíritu, ignore todos los requerimientos de la carne, la tarea, es decir, la justificación, estará concluida. Porque si el hombre obra según su espíritu, obra según el Espíritu de Dios, y por lo tanto merece ser llamado hijo de Dios y, en justo premio por ello, heredar el Reino de Dios.

7.- Solo la misericordia de Cristo tiene la última palabra.

Eso es verdad. Cristo juzgará a todos los hombres en el día del Juicio Final, pero no los juzgará en calidad de hombre encarnado, sino como Dios. Pues ese día, Cristo se presentará ante los hombres en toda su gloria. Todo hombre será juzgado justamente, pues Dios es la justicia infinita. Y en virtud de esa justicia, los que no siguieron, como establece San Pablo, los Evangelios serán condenados, y los otros, salvados.

8.- ¿Tuvo misericordia Norberto con su prójimo?

Eso le corresponde a Jesús juzgarlo, pero se puede citar un episodio en que supuestamente no la tuvo:

Una vez Ferran le llamó por teléfono, y Norberto no le respondió. Para justificar su rechazo, dijo : ¿Para qué?.

Pues para qué va a ser, infeliz, para responder al prójimo que te solicita. ¿No te basta eso?
No le bastó porque su dilema nunca fue, como correspondería, si debía o no debía contestar, sino si tenía ganas o no de contestar. Y como no las tenía, no contestó. Así de sencillo. Norberto sabía muy bien que si contestaba a Ferran, se entristecería, por ello prefirió no contestar. Puso la comodidad egoísta, que nace de la carne, antes que el deber moral, enseñado por los Evangelios, de consolar al prójimo. Su falta de misericordia con el prójimo le indujo a negar la palabra a Ferran.

EPÍGRAFE

Quien se mueve solo para acontentar a su carne, y hablo en general, no sabe lo que es el amor. Se complace en el egoísmo y en la falsa felicidad que semejante egoísmo aporta. He aquí la principal regla de oro de todo egoísta:

Pase lo que pase, sé feliz, aunque el mundo vaya a derrumbarse, se feliz. No causes más daño al mundo, haciéndotelo a ti mismo.

Da igual que tu prójimo sufra, tú sé feliz, da igual que a tu alrededor prospere la miseria, tú sé feliz, da igual que alguien necesite tu consuelo, tú sé feliz, da igual que alguien sufra por tu culpa, tú sé feliz. Solo se feliz. Vaya estafa de filosofía. Quien así obra solo se preocupa de su felicidad, es un egoísta que no muestra ninguna misericordia para con los demás. ¿Es justo que Cristo tenga misericordia de él?


Cristo no niega la PALABRA, incluso al que se considera indigno de él, le da su palabra. Porque la PALABRA CURA, por eso no se la niega a nadie, porque negarla es abandonar al prójimo al sufrimiento y a la infelicidad. !!!!!!!Dios mío, cuánto tiene que aprender aún NORBERTO, y todos NOSOTROS, de la Misericordia de Dios¡¡¡¡