DAVID Y LAS GRANDES DECISIONES
Creo sinceramente que a David le tiemblan las piernas a la hora de tomar
grandes decisiones. Lo cual, bien mirado, tampoco es el fin del mundo. Es sencillamente
una forma de ser. Ahora bien, lo que resulta más bien incomprensible es que sabiendo
David lo que le cuesta asumir decisiones, en lugar de aceptar esa incapacidad,
pretenda hacer creer a los demás que no experimenta ninguna clase de bloqueo cuando
hay que tomarlas, al revés, pretenda dar la imagen de que él es una persona que sabe coger el toro por
los cuernos y que si no lo acaba cogiendo es siempre por la indeterminación de
los otros. Nada más incierto.
Si uno propone una determinada cosa a otra persona, y la propone porque la
desea, lo que no puede ser es que cuando la otra persona accede a complacerlo,
salga él con aquello de: ya, pero ahora no, si hubiera sido antes, si hubiera
salido de ti, si no sé qué si no sé cuantos…
Si uno está interesado en una cosa, lo estará ahora y lo estará de aquí un
mes. Si uno desea una cosa, da igual que sea el primero a desearla o el
segundo. Siempre y cuando esa cosa sea importante. Siempre y cuando los motivos
que muevan a uno a desear hacer esa cosa sean sinceros y verdaderos, de lo
contrario todo se convierte en una farsa.
Lo que no me parece justo es decir que los motivos de los demás no son
sinceros, una vez que éstos se han plegado a lo que él quería.
Que no, que le tiemblan las piernas ante las grandes decisiones. Y aunque él
crea que con excusas tan endebles como las que él da, quede libre de toda
responsabilidad, lo cierto es que todo el mundo se da cuenta de cuáles son sus
miedos y sus inquietudes, incluso sus limitaciones. Cada uno tenemos nuestros
miedos y limitaciones, y cada uno tenemos nuestra forma de ser, por eso mismo
se nota mucho cuando queremos dar gato por liebre, creyendo que los demás no se
darán cuenta del engaño.