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jueves, 1 de septiembre de 2011

LA SESGADA TRADUCCIÓN DE LEO ESTAPÉ

LA SESGADA TRADUCCIÓN DEL EPISODIO DEL CENTURIÓN Y DEL ESCLAVO

Al entrar Jesús en Cafarnaúm, se le acercó un centurión, que le rogaba diciendo: «Señor, mi amante está postrado en casa, paralítico, gravemente afligido». Jesús le dijo: «Yo iré y le curaré». Pero el centurión le dijo: «Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo; solamente di la palabra y mi amado siervo sanará, pues también yo soy hombre bajo autoridad y tengo soldados bajo mis órdenes, y digo a este "ve" y va y al otro "ven" y viene; y a mi siervo "haz esto", y lo hace». Al oírlo Jesús, se maravilló y dijo a los que lo seguían: «En verdad os digo, que ni aun en Israel he hallado tanta fe. Os digo que vendrán muchos del oriente y del occidente, y se sentarán con Abraham, Isaac y Jacob en el reino de los cielos; pero los hijos del reino serán echados a las tinieblas de afuera; allí será el llanto y el crujir de dientes». Entonces Jesús dijo al centurión: «Vete, y que se haga según tu fe». Y su amante quedó sano en aquella misma hora (Mt 8, 5-1) "

Tal traducción la pueden hallar en la siguiente dirección:

http://leopoldest.blogspot.com/2011/04/la-homosexualidad-en-los-evangelios.html

El señor Estapé, amparándose en confusas razones lingüísticas, traduce la palabra griega pais por amante. No es posible concebir mayor despropósito que éste. Quizás su propia traducción le sirva para excitarse en las noches solitarias de invierno. Pero la propia excitación del traductor no debería ser, bajo ningún aspecto, el fin de una traducción, en buena lógica, éste debería ser el respeto escrupuloso al espíritu de las palabras que se pretenden traducir.
La palabra griega “pais” se puede traducir bien como muchacho joven bien como criado, o bien por conceptos similares a los anteriores (basta consultar cualquier diccionario para corroborarlo). Ninguna de esos términos traicionaría el sentido del texto original. De la misma manera que la palabra castellana mozo se puede traducir como joven soltero o como servidor. Ahora bien, traducir pais por amante implica una violencia tan grande contra el texto original que éste queda desfigurado en su misma raíz.
Si aún en el original apareciesen, referidas al criado del centurión, los adjetivos bello, esbelto, atractivo, seductor, complaciente, aún podríamos conceder al señor Estapé el beneficio de la duda. Pero como nada de eso se afirma, su traducción aún nos parece más torpe. ¿En qué se basa para sugerir que ese criado no era gordo, cojo, feo, jorobado o linfático? Si nada de eso se nos dice, es por la sencilla razón de que Mateo no quería resaltar ningún vínculo erótico entre el centurión y el criado, por joven que éste fuera. Es verdad que algunos amos romanos mantenían relaciones sexuales con sus esclavos, pero de ahí no se puede deducir que todos mantuvieran esa clase de relaciones. En todo caso, Mateo no lo dice, y si no lo dice, es porque no lo piensa y por lo tanto, tanpoco quiere que sus lectores lo piensen.
Del gesto misericordioso del centurión hacia su esclavo deduce, ilegítimamente, el señor Leopoldo que aquél está enamorado de éste. Vaya memez ¿Quiere con ello hacernos creer que las personas en el mundo solo se mueven por motivos sexuales? ¿Por qué excluye que el centurión obrara por caridad, por afecto, por lástima, por gratitud, por responsabilidad, por sentido común, etc.? ¿Incluso por qué excluye que obrara por motivos económicos? El esclavo representaba una inversión para él, y perderlo antes de que éste hubiera rendido el máximo provecho, significaría, bien a las claras, un perjuicio económico para su amo.
Si Mateo hubiese querido destacar los vínculos eróticos, seguramente hubiera elegido una esclava y no un esclavo, porque para la comunidad judía a la cual iba dirigido su Evangelio, la presencia femenina hubiera sido entendida, unívocamente por todos sus miembros, en el mismo sentido. En ese contexto y en esa época, resaltar los vínculos eróticos entre dos hombres hubiera sido interpretado como una prueba incontestable de la degeneración del centurión. Sin embargo, Mateo pretende lo contrario, mostrar a ese centurión como un hombre más digno que el resto de sus compatriotas. Por eso lo representa solicitando la intercesión de Jesús no para él mismo, sino para su esclavo, lo cual debía ser entendido por todos como un gesto de alta calidad humana ( por eso este centurión tiene fe en la palabra de Cristo, y los otros no, porque es más persona, más íntegro que el resto de sus colegas). Mateo elige cuidadosamente los episodios que quiere incorporar en su relato. No obra al tuntún. Pues no le interesa mostrar la realidad tal cual, sino utilizarla para que sus oyentes extraigan las enseñanzas oportunas de ella. Al fin y al cabo, Mateo es un contador de parábolas no un periodista ni mucho menos un notario.
El señor Estapé sugiere, con su habitual tendenciosidad, que el centurión no era digno ante Jesús especialmente por sus tendencias sexuales, como si no hubiera otros motivos para ser indigno. Vamos a ver, los judíos de aquel tiempo podían considerarlo indigno sobretodo porque los oprimía en nombre de Roma. Cada semana morían muchos de sus compatriotas por rebelarse contra las leyes del Imperio, Unos eran torturados; otros, sancionados económicamente, y muchos, crucificados ¿No es todo lo anterior suficiente para que el centurión aparezca indigno ante Jesús? Por si no lo fuera, déjeseme añadir que ese centurión no veneraba a Dios si no a unos dioses paganos ¿Tanpoco lo anterior es suficiente? Por supuesto no seguía las leyes de Dios. Y si aun lo anterior no contentara al señor Estapé, agregaré que ese hombre podía ser orgulloso, glotón, cruel, avaricioso, etc. Seguramente todo ello no bastará al señor Estapé. Para él solo merece ser destacadas sus tendencias sexuales, todo lo demás es superfluo o invisible ante los ojos de Jesús.
Pero no contento con todas las anteriores torpezas, afirma, contundentemente, cubriéndose de gloria, que el episodio del centurión demuestra que Cristo aprobaba las relaciones homosexuales. No cabe imaginar estupidez mayor que esta. El episodio del centurión solo demuestra que Jesús curó por misericordia al esclavo. Nada más. Demostrando así que no lo excluye de entrada del Reino de Dios. Pero que no lo excluya de entrada no quiere decir que al final lo acoja en dicho Reino. Para aclarar las cosas recordemos el caso de María Magdalena. Ejerció de prostituta, lo cual no fue un impedimento para que Cristo la acogiera entre los suyos. Pero no la acogió en tanto que prostituta, sino en calidad de mujer que se había confesado pecadora con voluntad de reparar sus pecados. Es decir, porque María Magdalena se arrepentía de ser prostituta, por eso fue amada por Cristo. Lo mismo se podría aplicar al caso del esclavo y del centurión (en el caso de que ambos fueran amantes). En fin, recordemos las palabras del mismo Jesús:

Coge la cruz, olvídate de ti mismo y sígueme.

Jesús se dirige a todos, pero es decisión de cada uno seguirle o no. No excluye a nadie de entrada, pero a cambio de que cada uno se transforme espiritualmente para ser digno del Reino de Dios.

P.D.: por cierto, el episodio del centurión también se narra en el Evangelio de San Juan (4, 43-54). Los hechos también ocurren en Cafarnaum, sin embargo hay unas ligeras variaciones. En el relato de San Juan, el centurión se transforma en un funcionario real, y el esclavo, en su propio hijo. A pesar de los cambios, se mantiene la fe del funcionario en el poder sanador de la palabra de Jesús. Lo esencial, pues, se conserva. Lo anecdótico, como es natural, desaparece.

SINDROME DEL HOMBRE SIN AFECTO

SINDROME DEL HOMBRE SIN AFECTO.

Imagínense un muchacho criado en una familia de la cual no recibe ningún afecto. Ese individuo, a pesar de estar rodeado de hermanos y de padres, no se siente querido por nadie. Tal incomunicación afectiva le induce a encerrarse en sí mismo, a aislarse de los demás y del mundo. No se comunica. No se relaciona. No conoce en carne propia lo que es el afecto ni el amor del prójimo. Sin embargo, y por lo que ha leído o le han contado, sabe que existe y lo anhela con todo su corazón.
Ese muchacho abandona el domicilio familiar, pues ningún afecto le ata a él. Al contrario, se siente expulsado. Se va (o quizás lo echan) con toda la ilusión del mundo en busca del afecto.
El muchacho crece y se convierte en un hombre corpulento y atractivo. Entonces, movido por los instintos sexuales, busca otros cuerpos y los encuentra. Cada noche se acuesta con un cuerpo distinto, y se siente querido por él. Siente el afecto de las caricias y de los besos. Siente, cómo no, el placer salvaje de la penetración. Por vez primera siente el “afecto” del prójimo, y como éste se manifiesta a través de los cuerpos desnudos, siente el “afecto” de la carne. Se muestra infinitamente agradecido a esa carne que le da todo el cariño que no le habían dado los suyos.
Cada noche sale a la caza de cuerpos, los busca y los encuentra. Los seduce y los posee. Los domina y los monta. Se siente, conquistándolos, el hombre más feliz del mundo. Y, cuando esos cuerpos, saciados, se inclinan y lo adoran, alcanza la “bienaventuranza”. Les habla y le hablan. Los mima y le miman. Su ego, durante tanto tiempo despreciado, se siente entonces un pequeño dios idolatrado por esos cuerpos. Su ego, pues, se crece, y como quiere crecer más le incita a buscar más cuerpos. Los busca y los encuentra. Los quiere y le quieren. Los toma y le toman. Se siente, pues, querido y correspondido. Se siente “amado”. Y, movido por su envanecida autoestima, no se avergüenza de confesar que ese “amor” lo hace inmensamente feliz, hasta el punto de declararlo su única felicidad y por ello le otorga el primer escalafón de su escala de valores. Por él todo lo sacrifica y en él ve su único criterio de verdad y de bondad.
El tiempo lo convierte en un experto cazador de cuerpos. Los huele en la lejanía. Los acecha y, en el momento propicio, se lanza sobre ellos, los agarra, los acorrala. Pocos se le escapan. A los débiles los somete sin piedad. A los fuertes los seduce con simpatía. Los busca y los encuentra, los caza y los toma, los estira y los doblega, se deja querer por ellos, les incita para que se entreguen sin condiciones, para que se rindan a él, para que lo acaricien con dulzura infinita, entonces, él, sumido en un delirio fabuloso, se siente el ser más adorado del mundo y se cree que nadie goza de un “amor” más inmenso que el suyo. El “amor” que enseña la carne.

Y a pesar de las durísimas palabras que San Pablo dedicaría a una persona como la descrita y que más abajo cito, sentimos una compasión sincera por la debilidad humana de ese hombre sin afecto y le bendecimos para que al final se libere del lastre de la carne.

Gálatas 5:16
Digo pues: Andad en el Espíritu, y no satisfagáis la concupiscencia de la carne.


18 Huid de la fornicación. Cualquier otro pecado que el hombre cometa, está fuera del cuerpo; mas el que fornica, contra su propio cuerpo peca. I COR 6, 18

que os apartéis de la fornicación; 4 que cada uno de vosotros sepa tener su propia esposa en santidad y honor; 5 no en pasión de concupiscencia, como los gentiles que no conocen a Dios; 6 que ninguno agravie ni engañe en nada a su hermano; porque el Señor es vengador de todo esto, como ya os hemos dicho y testificado. 7 Pues no nos ha llamado Dios a inmundicia, sino a santificación. 8 Así que, el que desecha esto, no desecha a hombre, sino a Dios, que también nos dio su Espíritu Santo. I TES 4, 4-7