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miércoles, 21 de septiembre de 2011

EL SOLITARI REI HOMOSEXUAL

LLUÍS II DE BAVIERA. ELS SEUS CASTELLS I PALAUS

CASTELL DE NEUSCHWANSTEIN















PALAU DE HERRENCHIEMSEE

















PALAU DE LINDERHOF















EL SOLITARI REI HOMOSEXUAL

Lluís II de Baviera, també conegut amb els sobrenoms del rei boig o el rei de conte de fades va ser un rei força peculiar. Home molt introvertit, va fer tots els possibles per viure gairebé com un eremita. No tan sols restringia les cerimònies cortesanes a la mínima expressió, sinó també en les seves activitats més domèstiques evitava tot tracte amb els seus congèneres. Així, construïa els seus castells el més lluny possible de les zones habitades, ja sigui en llocs molts enlairats, envoltat de muntanyes gairebé inaccessibles, al fons de valls o en illes, situades al centre d’immensos llacs. Tampoc no li abellia gens la presència humana, mentre realitzava les accions més rutinàries: com menjar, vestir-se, etc. Normalment solia menjar tot sol, per garantir la soledat absoluta durant els seus àpats havia fet dissenyar una taula elevadora, que era servida en un nivell inferior pels criats, i un cop enllestida, mitjançant uns mecanismes, era elevada al nivell superior, talment que el rei pogués dinar sense ningú entorn seu.
El cost gegantesc dels seus palaus va arruïnar la nació. No solament va fer bastir molts castells, sinó que els va fer decorar amb una fastuositat sense precedents. El palau de Herrenchiemsee es una reproducció a escala menor del palau de Versailles. Tot i que en grandària és força inferior que el seu model, pel que fa al luxe el supera de llarg. Li agradava gastar, al rei boig, els diners dels seus súbdits, però per contra no li agradava gens regnar. De les qüestions d’estat, se n’encarregaven els seus consellers. Ell, per la seva banda, es limitava a signar els documents oficials i prou.
No li agradava la política, però li fascinava la cultura, especialment la música. Va ser el mecenes de Richard Wagner, per al qual va fer construir el teatre de Bayreuth, on van estrenar-se la tetralogia, un dels grans monuments de la cultura universal. Era un enamorat de la Edat Mitjana, i per reviure-la va fer-se construir el Castell de Neuschweinstein, al cim d’un muntanya, decorat exuberantment. Allí s’hi pot contemplar la sala dels Trobadors, decorada pel mateix rei. Li encantava llegir poesia i tota mena de literatura clàssica.
En relació a la seva vida més íntima, val a dir que mai no es va casar. La seva solteria empedreïda és lògica si ho té en compte les seves tendències sexuals. Des de sempre va mostrar una preferència pels homes bells. Alguns cops, se’l podia veure acompanyat dels seus amants, muntat en un trineu gegantesc, camí d’una cabana on es lliurava a orgies molt sonades.
Quan volia recollir.se en la més gran quietud, davallava a la gruta artificial del seu palau de Linderhof, on hi havia un llac subterrani. Adorava navegar per aquelles aigües, muntat en la seva barca amb forma de cigne, al so de la música del seu venerat Richard Wagner.
Va morir, en estranyes circumstàncies, ofegat en un llac. Molts creuen que va ser un crim d’estat.

NORBERTO, IGNACIO Y LA LÓGICA

NORBERTO, IGNACIO Y LA LÓGICA

Dentro de muy poco, iniciaré la redacción de un escrito titulado “ SODOMA Y GOMORRA Y EL REDUCCIONISMO HOMOSEXUAL” en que intentaré demostrar, dialécticamente, que no es verdad que el pecado de Sodoma fuera la falta de hospitalidad como proclaman algunos activistas gays y otros partidarios de lo “ políticamente correcto”. La Biblia dice lo que dice, y cada texto debe ser juzgado por él mismo y en función de su contexto más directo. Bien es cierto que tampoco dice que su pecado fuera la homosexualidad. El capítulo de la Biblia dedicado a la destrucción de Sodoma y Gomorra dice lo que dice, y no puede ser que porque Ezequiel sugiriera que el texto en cuestión dice otra cosa de lo que en realidad dice, algunos activistas gays, amparándose en el argumento de autoridad, que es una forma de falacia muy conocida, afirmen a su vez que ese texto no dice lo que dice. Sintiéndolo mucho, las palabras son las que son, y designan lo que designan, por más que ellas irriten a determinados sectores mimados por los “profetas de la modernidad”.
La verdad sea dicha, nunca había sido ningún devoto de la lógica. Siempre la había considerado como algo sobreañadido a la naturaleza, que en lugar de desvelarla, la hacía más confusa. Pero en los últimos años, he sentido un interés sincero hacia esa rama de la ciencia que estudia las leyes del pensamiento. Ese inesperado amor por la lógica lo atribuyo a dos razones, a saber, mi reciente descubrimiento de los escritos de San Tomás de Aquino y los de Etienne Gilson, en los cuales brilla su magistral dominio del razonamiento, y también, y quizás en mayor medida, el desconcierto en que me sumieron determinados comportamientos de Norberto, carentes, en mi opinión, de lógica, e, incluso, de sentido común.

A continuación narraré un episodio al que, por más que me estrujé las meninges, no fui capaz de sonsacarle ningún sentido. De hecho, hasta tiempos recientes, toda mi convivencia con Norberto me parecía de una absurdidad incontestable. Prometo, por lo más sagrado de mi corazón, que no entendí nada de nada de lo que viví junto a él.

LA HISTORIA QUE NORBERTO ME CONTÓ SOBRE IGNACIO

Aunque no recuerdo las palabras exactas que empleó, en cambio, me acuerdo perfectamente de lo que concibió mi imaginación al escucharlo.
A continuación paso a contar, a mi manera, el episodio de Ignacio y el joven travesti.

Ignacio, sudamericano de unos treinta años, sin especial formación académica, trabaja en un hostal de Barcelona. Es alto, de cabellos castaños no muy largos, con barba bien rasurada y de constitución corpulenta. Aún no siendo agraciado, tampoco es lo que se dice un tipo mal parecido: tiene su sex-appeal y más de una chica debe estar coladita por sus huesos.
Una noche de primavera, Ignacio, hombre sensual donde los haya, se sentía más cachondo de lo normal. Tal sobrexcitación erótica se debía a los encantos de un travesti jovencísimo, quien, a pesar de superar los veinte años, aparentaba, debido a los rasgos infantiles de su rostro, poco más de quince. Inmigrante brasileño, de bellísimos ojos verdes y cabellos lacios, cada día, al atardecer, merodeaba por los alrededores del hostal, en busca de clientes. Desde el primer día que Ignacio se percató de su presencia, se empalmó como un perro en celo. Una vez le sobrevino tal calentón que al llegar a su casa, con la pija erecta, corrió al lavabo para hacerse una paja en honor a su “muñequita linda”. Fue una paja gloriosa. Al día siguiente, de camino al hostal, aún turbado por el placer onanista de la jornada anterior, no pudo reprimir lanzar un guiño a su adorado travesti, el cual, le correspondió con otro guiño y con una sonrisa de lo más picarona. Fue entonces cuando Ignacio, enloquecido de deseo, decidió que esa misma noche se lo tiraría. En menos que canta un gallo, su cerebro ideó un plan para saciar sus deseos más libidinosos.
A las doce en punto de esa misma noche, bajó la escalera para ir al encuentro de su “bomboncito”. Salió al portal, barrió con una mirada lujuriosa los aledaños del hostal y al cabo de unos segundos, sus ojos se iluminaron triunfalmente al contemplar, recostado en un árbol, a unos cien metros, a su travesti. Sin la menor vacilación, seguro de salir airoso del empeño, se dirigió hacia el aniñado brasileño. Tras un breve tira y afloja comercial (que si una felación son 30 euros, que si son 25, etc.), Ignacio lo agarró de la cintura para llevárselo al hostal. Mientras subían las escaleras, le pellizcaba las nalgas a la vez que lo apretujaba contra su fornido cuerpo, como si quisiera demostrarle que lo tenía bien cazado y que no se le escaparía. El travesti, por su parte, reía alocadamente, mostrándose muy complaciente con los magreos del sudamericano. Al entrar al hostal, ambos pasaron por delante del mostrador, donde el argentino hacía el turno de noche. Ignacio, con la voz quebrada por la voluptuosidad, solicitó al argentino que le indicara una habitación libre para “follarse” a su “putita”. Éste, tras una rápida consulta, le comentó que la 23 estaba libre, y, tras repasar de arriba abajo al travesti, agregó, mientras le entregaba la llave: venga, tío, a disfrutar de la jodienda, que la trolita que te traes está para curtirla y recurtirla”.
Una vez en la habitación, Ignacio se bajó la cremallera, sacó su dura polla y la metió en la boca del travesti para que se la mamara. Quería metérsela hasta lo más hondo de su garganta, pero éste, todavía poco experimentado en las artes del sexo de pago, sintió un repentino ahogo, como si un bolo de comida le obstruyera la traquea e hizo amago de vomitar. Ignacio, agarrándole por los cabellos, empujó brutalmente la cabeza de su “muñequita” hacia adelante con el fin de hacerle comer todo su nabo. Pero el brasileño, temeroso de que el rabo tan grueso de su cliente no le dejara respirar, lo mordió ligeramente. Mordisco que obligó a Ignacio a retirar su polla en previsión de posibles desperfectos. Cabreado por la desastrosa mamada del travesti, sintió la necesidad de vejarlo. Sin disimular su impaciencia, sacó del bolsillo de sus vaqueros una caja de condones, extrajo un preservativo, se lo puso sobre el rabo, se hizo unas friegas sobre él para ponérselo más duro y cuando ya lo tuvo a punto embistió, salvajemente, el culo blandísimo del brasileño, quien se contorsionó de placer, como una oruga feliz. La montó bien montada, a su putita. Tras derramar la leche y gemir como dos mamíferos en celo, ambos se ducharon en el cuarto de baño adyacente al dormitorio. El travesti, una vez vestido, exigió a Ignacio que le pagara 50 euros por los servicios prestados. Treinta por el polvo y veinte más por la mamada. El sudamericano, tras mirar al travesti con descarado desprecio, le dijo que no le pagaría ni un puto euro por esa mierda de mamada. Entonces, el brasileño, hecho un basilisco, empezó a chillar como un endemoniado, y le espetó que no se iría de allí hasta que no cobrara lo convenido. Ignacio, que no se inmutó lo más mínimo por los gritos del infeliz, le vociferó que si no se largaba por las buenas lo echaría a hostia limpia del hostal. Como a pesar de las amenazas, el travesti siguió gritando, Ignacio se abalanzó sobre él para taparle la boca. Tan pronto lo tuvo dominado, lo sacó por la fuerza de la habitación. Una vez en el pasillo, y para que el travesti comprendiera quien era el más fuerte de los dos, Ignacio lo levantó en volandas, estrujándolo contra su pecho, como si quisiera exprimirlo. El frágil brasileño, asustado por el dolor que le causaban los apretones del sudamericano, llegó a imaginar que éste le quebraría todos sus tiernos huesos, y, dejando de gritar, imploró, en un tono lastimero, que lo soltara. Pero éste, que aún estaba resentido por la fallida mamada, no se apiadó de las súplicas de aquél, todo lo contrario, pues abusando de su fuerza, lo chafó aún más, mientras se reía y lo insultaba soezmente. Así, con el acojonado brasileño a cuestas, como si transportara un saco de cebollas, se dirigió hacia la puerta de salida. Una vez allí, soltó al travesti, quien se dio de bruces contra el suelo. Ignacio, orgulloso de cómo había resuelto la situación, dio unos ligeros puntapiés al trasero del brasileño para dar a entender que, como ya no le servía de nada, lo echaba a la puta calle. El travesti, con los ojos ligeramente húmedos, bajó las escaleras, sin rechistar, sintiéndose la criatura más humillada del mundo, consciente de que si no obedecía a Ignacio, éste le haría morder el polvo tantas veces como quisiera. Mientras bajaba, cabizbajo, con el orto a dos manos, oía como Ignacio le increpaba desde el rellano de la escalera: a chuparla por ahí, gilipollas de mierda, y no vuelva más por aquí. Porque si te vuelvo a ver te reviento los huevos, soplapollas de mierda, mamón, vamos, lárgate, a buscar pollas por ahí, vamos, a tomar pol culo, que es para lo único que sirves, marica comemierdas¡¡¡

LA HISTORIA QUE NORBERTO ME CONTÓ SOBRE EL OTRO SUDAMERICANO DEL HOSTAL

Igual que en el caso anterior no recuerdo las palabras de Norberto, pero sí que he retenido lo que concibió mi imaginación.

A continuación, contaré, a mi manera, el episodio de la borrachera.

Eran las 5 de la madrugada. El argentino estaba delante de su ordenador, leyendo los mails de quienes habían respondido a su anuncio para encontrar “carne”. Más o menos, ese anuncio decía:

“Soy un depredador argentino, de 36 años, recién llegado a estos parajes. Busco “carne” con derecho a roce.”

Había recibido casi unos 20 mails de mamíferos interesados en ofrecer su “carne” para que saciara su voraz apetito. Dos o tres de ellos, le pusieron especialmente cachondo, sobretodo uno que decía:

“Soy de estatura algo baja, 1, 68 m, dispongo, sin ser obeso, de carnes generosas para que tus manos tengan donde agarrarse, me gusta ser montado tanto en cubículos como en plena calle, a la vista de ojos indiscretos. Soy una “carne” leal, muy dulce y cariñosa, si me montas bien, te adoraré hasta hacerte sentir el depredador más feliz de toda la creación. “

La libido del argentino se puso al rojo vivo y su mente se llenó de imágenes pornográficas, mientras su pensamiento hilvanaba el siguiente discurso: “ este petiso trolo me la pone dura, y me quiero pajear, pensando como lo cojo por el orto, mi petiso trolo, quiero que me adores, que me beses los pezones, quiero oler tu carne, quiero tocar tu carne, quiero saborear tu carne, quiero lamerla, quiero comerla, incluso quiero sorberla, primero me vas a comer toda la pinga, y luego te voy a comer todo enterito, quiero que me adores, quiero que tu carne sea dulce como la miel, quiero que me mimes, que me adores, quiero montarte, mi petiso trolo…”
De repente, un estruendo en la entrada del hostal sacó al argentino de su embeleso carnal. Visiblemente enojado, se levantó de su silla y se dirigió hacia el hall con el fin de averiguar quien causaba semejante alboroto. Menuda sorpresa se llevó al comprobar que el culpable de todo el jaleo no era otro que el sudamericano que trabajaba con él, el primo de Ignacio. Estaba borracho como una cuba, tambaleándose, mientras tarareaba alguna canción de amores reñidos. El argentino, al percatarse del estado de embriaguez en que se encontraba, lo agarró del costado para acompañarlo a alguna habitación libre. De camino al cuarto, el sudamericano se puso a relatar su noche de alcohol y sexo: que noche, socio, que noche más chancha… más chancha… que cabras conocí, con unas lolas ricas, muy ricas… que noche más chancha… tira pa arriba¡¡ tira pa arriba¡¡ me he chupado tres vodkas… me he chupao mojitos… lo he paso chancho… que tias más ricas, que poto más rico, el suyo, que poto, estaba cagado de sed y me he chupado la barra entera, la barra entera… que cabras, me las quería pinchar, y me he chupao la litrona, socio, me la he chupao… y le he dado calugazo y la he corrido mano, que cabra más rica, le corrí mano a sus lolas … tira pa arriba¡¡ que noche… me lo he pasado chancho, socio...
El argentino, sosteniéndolo con sus brazos, lo conducía hacia la habitación, mientras lo jaleaba con las siguientes palabras: hoy sí que la has alborotado, chonguito, te habrás mamado media barra, estás pedo y repedo, vaya pedo más macanudo tienes¡¡ así me gusta, que la alborotes¡¡ joder, con el chonguito, menudo pedo llevas encima¡¡ tranquilo, pibe, que ahora te echo en la cama…
Tras tenderlo en la cama, el argentino volvió a ponerse delante de su ordenador, para seguir recreándose en la carne que, sin el menor recato, todos esos mails ponían a su disposición. Se excitó tanto al saber, con certeza absoluta, que podría hacer con ella lo que le diera la gana. Finalmente, el argentino, mientras se imaginó ser el Señor de toda esa carne tan dócil a sus antojos, se corrió como un dios griego.


Una vez concluidas las dos historias, Norberto me soltó, en un tono agrio, el siguiente reproche:

Ellos me lo cuentan todo y no me ocultan nada, tú, Carles, te lo callas todo¡¡

No le respondí nada, porque no pensé en nada. Me quedé atónito, con el pensamiento en blanco, completamente en blanco. Hoy, pasados ya tantos meses desde entonces, me formulo las siguientes preguntas:

¿Por qué ilustró su reproche con esas dos historias poco ejemplares (cuando podía haberlo ilustrado con miles de ejemplos más razonables)?

¿Por qué aquél que repetía a menudo las palabras de San Pablo: “todo me es lícito, pero todo no me conviene”, se mostraba tan comprensivo con el comportamiento de Ignacio y del otro?

¿Por qué sólo yo me callaba las cosas o las ocultaba? ¿Acaso él no se callaba cosas o no me las ocultaba?

¿Por qué pensaba que ellos habían tenido un gesto de consideración hacia él, cuando resulta obvio que no lo tuvieron?

¿Por qué quería demostrar que entre ellos había una gran camarería cuando tampoco la hubo?

Ellos no ocultaron sus miserias por la misma razón que uno de ellos no se privó de follar al travesti y el otro no reprimió sus ganas de emborracharse, sencillamente por comodidad, porque eso resultaba, en cada caso, lo más obvio, lógico y cómodo. ¿Para que se iban a complicar su vida, si lo que el cuerpo les pedía era eso mismo que acabaron haciendo? ¿Por qué Ignacio se tenía que llevar a su travesti a un hostal desconocido, si se lo podía llevar al suyo, sin pagar nada? ¿Por qué el otro se tenía que ir a casa de un amigo a pasarse la borrachera si podía irse a su hostal, donde ( si no le apetecía) no tendría que dar explicaciones de nada?

Hoy no me cabe la menor duda de que Norberto aprobaba los comportamientos relatados en las dos historias. De hecho, la primera de ellas sería un ejemplo del “amor” que enseña la carne, mientras que la otra, lo sería del adagio que dice “a quien vacila, la vida se le escapa”. O dicho de otra manera, no me estaba diciendo que le contara cosas, sino que, de alguna forma, así lo entiendo yo, me animaba a que me emborrachara o a que follara al primer bicho viviente que se me cruzara por el camino, porque eso era bueno, porque eso era aprovechar la vida, porque eso me haría muy feliz. En fin, toda una lección de ética muy edificante.

Y sin embargo, San Pablo lo dice muy claro: todo me es lícito, pero no me dejaré dominar por nada.

Pero si modificamos la afirmación de San Pablo, obtenemos la siguiente: porque todo me es lícito, me dejaré dominar por todo. Entonces, como por arte de magia, el reproche de Norberto recobra toda la lógica. En efecto, si todo me es lícito, es porque el prójimo no supone ninguna limitación a mis deseos, luego soy libre, totalmente libre y esa libertad es la fuente de mi felicidad, por lo tanto soy feliz. Y de la misma manera que el prójimo no supone limitación para mis deseos, tampoco lo supondrá para mis pensamientos, luego puedo pensar lo que quiera y como lo quiera, sin tener en cuenta para nada a mi prójimo, precisamente porque yo lo pienso así, así está bien. Es, pues, de una lógica irrebatible. De hecho, una vez el argentino me espetó: “si no te gusta, te aguantas”.
Pero lamentablemente, San Pablo dijo lo que dijo. La ética que se desprende de las historias de Norberto y la que se desprende de las epístolas son del todo incompatibles. ¿Por qué entonces se empecinó en reconciliarlas? ¿Para ser quizás “profeta de la diversidad en la unidad”? ¿Pero no dice también que “la obediencia te libera”? Entonces, ¿En qué quedamos?

Recordemos, por si cupiere alguna duda sobre lo anterior, las inmortales palabras del Apóstol en Corintios: No os engañéis: que ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los que yacen con hombres, 10 ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los calumniadores, ni los estafadores, heredarán el reino de Dios. 11 Y esto erais algunos de vosotros, pero ya habéis sido lavados, pero ya sois santificados, pero ya habéis sido justificados en el nombre del Señor Jesucristo y en el Espíritu de nuestro Dios.