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lunes, 5 de marzo de 2012

LA SIRENITA










LES RUÏNES D'EMPÚRIES










UN ORACULO PARA EL ARGENTINO ( 2º CAPÍTULO DE DESMONTANDO INFUNDIOS)

MI ORÁCULO PARA EL ARGENTINO

En el anterior capítulo, ya hice referencia a la descabellada “acusación” del argentino contra mi persona, según la cual yo sería un mentiroso, porque, (y cuando aún no nos conocíamos de nada, y en un local de cuya función más vale que no mencione nada), le dije que me llamaba David en vez de Carles.
Le di ese nombre porque, como ya he explicado previamente, así lo tenía decidido. A todos los que en dicho lugar me preguntaban cómo me llamaba, les daba el mismo nombre. No hice, pues, con el argentino ninguna excepción. Solamente si el argentino me hubiera preguntado por mi verdadero nombre, por el que figura en mi carnet de identidad, podría acusarme de mentiroso. Pero no concretó nada. Por lo cual yo le di el nombre con el que siempre me daba a conocer en ese sitio, y sólo en ese. ¡¡Si eso es mentir, que baje Dios y lo vea¡¡

MI ORÁCULO para EL ARGENTINO

Tras lo de mi nombre, el segundo episodio por el cual el argentino me considera una persona que se oculta, que no dice la verdad, que actúa movido por delirios, fue lo del oráculo que le envié en enero de 2009. Si lo de mi nombre ya resultaba patético, por no decir algo peor; lo del oráculo resulta, hablando sin tapujos, esperpéntico.

LA ÚLTIMA VEZ QUE VI AL ARGENTINO  EN LA DISCO

Habría transcurrido casi un año desde la última vez que había visto al argentino en una discoteca de Barcelona. En esa desgraciada ocasión, el argentino abandonó el local, visiblemente enfadado, al percatarse de mi presencia. Los motivos de tan extravagante comportamiento los daré en otro momento. Baste decir que se largó inopinadamente. Cuando, mucho más tarde, en un bar de Sants, le pregunté  por qué se fue de la discoteca de una forma tan súbita, me respondió que quizás debiera estar algo “contento”. Lo cual es, DESDE LUEGO, una mentira de tomo y lomo. Estaba, doy fe de ello, tanto físicamente como mentalmente, en perfecto estado de salud. Sobrio  como el que más. 

MI BALANCE VITAL

A finales de diciembre de 2009, hice, como es mi costumbre, balance de lo vivido durante ese año. Entre mis vivencias, figuraban los encuentros con el argentino. Mientras los recordaba, sentí la curiosidad de saber qué habría sido de él. ¿Le irían bien las cosas, o, por el contrario, sería una víctima más de la terrible crisis que empezaba a cernirse sobre toda Europa? Podía, por supuesto, haberle llamado para preguntárselo. Pero, teniendo en cuenta que la última vez que nos vimos tomó las de Villadiego, me pareció una idea de lo más estúpida telefonearle. Se me ocurrió algo mejor. Buscaría información en Internet sobre él. Una ocurrencia igual de estúpida que lo de llamarle, porque para aquel entonces no conocía ni su apellido, ni donde vivía, ni con quien se relacionaba. Lo único que sabía, y aún sin total certeza, eran su nombre de pila, su nacionalidad, su teléfono y su último lugar de residencia. A pesar de  tan escasa información, decidí tirarme a la piscina. Me dije, a lo mejor tengo suerte y encuentro, si los hados me son favorables, algo interesante sobre él. Así que, con el mayor de los escepticismos, sin la menor esperanza de hallar nada relevante sobre él, fui al google y tecleé las tres siguientes palabras: su nombre de pila... ARGENTINO, BARCELONA, y para mi total asombro, hallé un montón de información acerca del argentino. Sobre todo, encontré datos sobre su situación laboral que por previsibles me dejaron bastante frío. En el último mail que le había enviado, casi once meses antes, le escribí que sentía una gran “ternura” hacia él. En verdad no era “ternura” lo que sentía, sino piedad. Pero no me atreví a poner, por miedo a que la malinterpretara,  la anterior palabra. Verlo solo tan lejos de sus seres queridos, en un país sobre el cual se avecinaba una atroz crisis, me hacía temer lo peor. En todo caso, acabé mi sms, deseándole toda LA SUERTE DEL MUNDO. Por supuesto, no me respondió nada. Hoy, conociendo su exagerado amor propio, sé que mi mensaje le debió sentar como una “patada en los huevos”. ¡¡ Allá él con sus “malos rollos”!! Yo se lo envié  de buena fe.
Sin embargo, las informaciones sobre su situación laboral no me interesaron especialmente. Lo que de verdad me impactó fue el escrito que redactó para una entidad cristiana.

LO QUE EL ARGENTINO  ESCRIBIÓ EN INTERNET

He aquí las palabras que tanto me sedujeron, y que aún hoy  pueden leerse en la red:


Me recuerda que lo pequeño y lo grande que considero importante también acabara un día.
El tipo de trabajo, la renta,los enfados, las vestimentas, la diversión,los ideales y hasta la religión, acabaran un día quedando solo el verdadero espíritu.
Y en ese espíritu solo habrá puntos luminosos allí donde: en el trabajo, en medio de mis paredes rentadas, en mis enfados, con la dependienta de la tienda, en la disco, en el dark room, con el ordenador y en mi forma de pensar, de hacer y de transmitir, me haya compartido y haya amado.
Hoy la muerte del cowboy Icono, que además era persona, me recuerda que lo mas importante que aprenderé en la vida es a amar y ser amado, y lo único que permanecerá sera la luz que esos actos de amor dejaran marcado en mi espíritu.

Como ya he comentado en otras ocasiones, esas palabras me complacieron sobre todo porque me hicieron presentir que la persona que las había concebido debía ser alguien muy espiritual, muy generoso, muy honesto, solidario, nada orgulloso ni prepotente, profundo, serio, bondadoso, moderado, algo “raro”quizás etc. (vaya metedura de pata, la mía).

EL ARGENTINO  Y LA “TORPEZA DEL ALMA”

Hoy, después de tanto tiempo, me doy cuenta de que lo que realmente me conmovió de esas palabras fue que, de alguna forma, delataban, esa fue al menos mi interpretación, a una persona torpe. Alguien que no había tenido mucha suerte en la vida, pero que a pesar de ello, seguía amando la vida, la verdadera vida, no la que se manifiesta en lo más material y superfluo, sino la que se muestra a través de los sentimientos más elevados y sublimes.
Interpreté lo de “El tipo de trabajo, la renta,los enfados, las vestimentas, la diversión,los ideales y hasta la religión, acabaran un día quedando solo el verdadero espíritu.”, en el sentido de que el argentino, debido a su torpeza, no había sabido conservar los trabajos, ni las parejas, ni las aficiones, por lo cual había tenido que ir rodando de sitio en sitio, de trabajo en trabajo, de pareja en pareja. Su misma “torpeza” le impedía estabilizarse, encontrar a alguien junto a quien fundar algo duradero, etc. Semejante torpeza, así lo interpreté yo, despertó en mí una inmensa ternura hacia el argentino. Siempre las personas torpes, desvalidas, me resultan especialmente simpáticas y entrañables. No siento ninguna aversión hacia ellas, todo lo contrario, les profeso el mayor de los afectos. Les tengo, por decirlo así, un cariño que nace de lo más hondo de mi corazón. En EL ARGENTINO, pues, creí ver a una de esas personas torpes que tanto adoro.

EL ARGENTINO Y SU MUECA DE RABIA

Tras leer esas palabras, sentí la necesidad de expresarle, al argentino, la muy buena impresión que me habían causado. Sin embargo, como ya he declarado anteriormente, no podía comunicárselo por teléfono. Recuerdo perfectamente, como si la volviera a ver ahora mismo, la mueca de rabia que se dibujó en su rostro (así como los aspavientos que hizo con los brazos)  justo antes de abandonar la discoteca a causa  de mi presencia en ella. Suerte de que había mucha más gente en ese momento, porque de estar solos él y yo, creo que me habría agarrado del pescuezo para soltarme, a voz en grito, una fenomenal bronca. Si lo hubiera llamado, pues, me habría mandado con toda probabilidad “ A CAGAR”.

EL ARGENTINO Y MI VATICINIO

 Tenía ganas, pues, de expresarle lo mucho que me habían gustado sus palabras y lo sorprendente que había sido encontrarlas de una forma tan casual. Quizás sea una “señal del destino”, me dije algo escépticamente, porque nunca he creído en la astrología. En todo caso, se me ocurrió que bien le podría enviar un “guiño” anónimo, como dándole a entender que me había leído su escrito en internet. Haciendo lo cual, además,   no ignoraba esa “señal del destino”, "poniéndome a salvo" así las posibles “represalias” que pudiera adoptar el “destino” contra mí por semejante desconsideración. Quién sabe,  a lo mejor resultaba que la astrología no era ningún  delirio de brujas o videntes. Sea como sea,, no me pareció correcto no hacer caso de toda esa información con la que, y de la forma tan inesperada, había topado. Pero, cómo le podría expresar al argentino lo mucho que me encantaron sus palabras. Empecé a darle vueltas al tarro, hasta que al fin encontré una manera más o menos ingeniosa que también me serviría para comprobar  si el argentino aún se acordaba de mí. He aquí mi plan: le  enviaría un mensaje en que, junto a alusiones  a sus palabras, le haría un vaticinio personalizado de cómo le iría el año entrante. Me haría pasar, por así decirlo, por uno de esos videntes que tanto proliferan en nuestros días. La idea me pareció ingeniosa y a la vez muy inofensiva y muy poco comprometedora. Sólo me faltaba el valor para llevarla a cabo. Lo cual, y tratándose de mí, no era una cuestión baladí.

EL ARGENTINO Y SU NÚMERO DE TELÉFONO

Tenía la idea pero me faltaban los “huevos” para llevarla a cabo. ¿De dónde sacaría el valor necesario? Pronto encontré la respuesta. El argentino me serviría de ejemplo. Recordaba muy bien como la primera vez en que nos conocimos me introdujo, sin mi permiso, una tarjeta con su número de teléfono en el bolsillo trasero de mis pantalones. Él, cuando le había interesado comunicarse conmigo, había usado de métodos poco ortodoxos, pues yo, siguiendo su estela, haría algo parecido. Con otro nunca me hubiera atrevido, porque siempre me ha parecido horroroso que los demás se puedan sentir molestos con lo que yo haga. Pero con el argentino esa precaución me parecía, por el detalle del número de teléfono, poco consecuente. Así que con el mismo “morro” que el argentino usa para ocasiones similares, decidí enviarle mi predicción para el 2010.

MI PREDICCIÓN PARA EL ARGENTINO

He aquí la PREDICCIÓN que redacté para él:

Estimado señor:

Este año sentirá otra vez que lo más lindo es amar y ser amado y alguien le dirá: alza tu corazón hacia mis labios. Seguirá en Barna, por primera vez sentirá miedo a envejecer (40 tacos ya) . No se cumplirán sus sueños y aún así se creerá, porque su alma es  luminosa, libre y feliz.

Como se ve,  mi predicción alude, indirectamente, a los temas que más me interesaron del escrito deL argentino en Internet. Por una parte, hago referencia a la importancia del amor en la vida del argentino. Por otra, aludo a la luz, para dar a entender así lo importante que para él es todo lo espiritual, pues, bien sabido es, que la luz simboliza lo sagrado. Y, finalmente, con lo de “ no se cumplirán tus sueños” me refería a la torpeza que  asocio con la manera de ser del argentino, no como un reproche, sino como un elogio, como algo por lo cual siento verdadera predilección. En otras palabras, la presunta “torpeza” del argentino me predisponía a sentirlo como alguien afín a mi alma, alguien junto al cual uno presiente que se sentirá muy cómodo.



¿CÖMO ESPERABA  QUE REACCIONARA EL ARGENTINO A MI PREDICCIÓN?

O bien que la ignorara o bien que la atendiera. Lo primero me parecía lo más probable. En ningún caso me esperaba que adivinara que se la había escrito yo.
Tras enviarla, recibí un mensaje del argentino que me decía: ¿Quién eres?
Yo pensé para mis adentros: “pues no te lo diré”. Entre otras cosas, porque nunca fue mi intención darme a conocer. Sólo se trataba de hacer un “guiño” para, de alguna forma, no dar la espalda a esa “casualidad” que me había permitido disfrutar de esas palabras, cuando nunca me hubiera imaginado que pudiera obtener ninguna información sobre el argentino. Para decirlo poéticamente, se trataba de tener un “gesto de complicidad” con el destino. En fin, una “travesura” como cualquier otra, que, en mi ingenuidad, creí que no molestaría al argentino, incluso llegué a pensar que,  siguiéndome el juego, me enviaría a su vez otra PREDICCIÓN.

LA RESPUESTA DEL ARGENTINO

Tras el primer mail de curiosidad, EL ARGENTINO  me envió otro, que decía, más o menos, lo siguiente.

“ Gracias “Carles”. Que pases una feliz Navidad y un feliz año nuevo”.

En fin, una respuesta de lo más decepcionante, gris, sosa, anodina, aburrida, previsible, vulgar, etc. Para decir eso, mejor no decir nada. Podía haber dado infinidad de respuestas que, sin comprometerle en nada, tuvieran un poco de “chispa”. Porque cuando le interesa, bien que la tiene el argentino. Si en este caso, por lo que fuera, no le interesaba tenerla, más le valía no responder.
Sin embargo, lo que me desilusionó no fue lo "Soso” de la respuesta, sino lo de mi nombre. Resultaba obvio que me había reconocido. La verdad es que pensaba que no se acordaría de mí. Pero eso me daba igual, porque mi única intención era dar constancia de que había leído sus palabras en Internet y de que no me parecía prudente, quizás movido por la superstición, ignorar ese "carambola del destino" que me había permitido encontrarlas. Ya se ve, leyendo mi mensaje, que en él no me comprometo a nada. Ni busco una cita ni hago ninguna proposición. Sólo me muevo por el positivo efecto que esas palabras tuvieron en mí. No me guio, pues, por el argentino, sino por sus palabras. La distinción es importante, y lo es por el simple hecho de que en esas alturas casi no lo conocía de nada.

MI FALSA IMPRESIÓN

 Cuando me refiero a la torpeza del argentino, quiero decir que me figuraba  al argentino como a un 
tipo poco capaz de desenvolverse  bien en los aspectos más prácticos de la vida, es decir, a nivel 
económico, laboral, etc. Pero, en cambio, me lo imaginaba como dotado de un sexto sentido para 
captar el lado más espiritual de las cosas, con  sensibilidad para apreciar la belleza más profunda, 
para la creatividad artística, etc.   Por lo cual, creía honestamente que, en el improbable caso 
de que me respondiera el sms, lo haría de forma divertida, ingeniosa,  chispeante, etc. Incluso,
si pasara por una situación complicada sentimentalmente o laboralmente, sería capaz de
 abstraerse de sus preocupaciones
 para confeccionar una respuesta que, al mismo tiempo que le sirviera como válvula de escape, 
estuviera a la altura de sus aptitudes mentales. Pero es evidente de que no fue capaz de ello. 
No fue ni capaz de dar una respuesta personalizada. Su sms parecía compuesto por un robot. 
Era uno más de esos tópicos e insulsos mensajes en serie que tanto proliferan por fin de año. 
Pero si no tenía la menor intención de personalizar su mensaje, por qué añadió lo de “Carles”. 
Para un mensaje tan impersonal y desangelado como el suyo, daba igual que escribiera Carles, 
como Antonio, como  Pepito Palotes. 
A lo mejor me quería demostrar el argentino que, gracias a su gran inteligencia, me había descubierto. 
Pero eso qué sentido tendría. Si le hubiera formulado alguna proposición o le hubiera propuesto
 una cita velada, pero nada de eso se podía rastrear en mi “predicción”. No fue la de un tipo listo, precisamente, la impresión que me dio.



DE SABIOS ES RECTIFICAR


En mi mensaje le había comunicado, al argentino, que me parecía un tipo LUMINOSO, es decir, dotado de una especial aptitud para todo lo espiritual e imaginativo, alguien que se desenvuelve bien en el terreno menos productivo y menos convencional de la realidad, alguien que compensa su torpeza en los aspectos más prácticos de la existencia, mediante una potente capacidad para adentrarse en los mundos más idealistas. A tenor de su decepcionante respuesta, me di cuenta de mi error. No era, en mi opinión, un tipo luminoso, sino más bien gris, como demostraba bien a las claras su anodino sms de respuesta. Sentí que me había tirado a una piscina vacía. Menudo leñazo recibí¡¡ Bastante desilusionado por el morrocotudo chasco que acababa de recibir por parte del argentino, me dejé dominar por un sentimiento de decepción y contrariedad, bajo el influjo del cual procedí a redactar otro mail al argentino que decía algo así como:

Ayer leí en internet unas palabras tuyas que me conmovieron de verdad, pero hoy tras leer tu anodino sms, creo que eres más bien gris. Perdona por molestarte.

Sentía que había hecho el ridículo más espantoso, y con ese torpe sms pretendía remediar lo que ya no tenía remedio. Es obvio que empeoré las cosas, en el caso, poco probable, de que se pudieran empeorar más.


REFLEXIÓN FINAL.

Seguramente hubiera sido mucho más inteligente no enviar ningún sms al argentino, pero, la verdad sea dicha , sus palabras en Internet me cautivaron lo suficiente como para cometer la estupidez de redactar, y enviarle,  esa “predicción”. Por supuesto que si hubiera sabido como es el verdadero argentino, como lo sé a día de hoy, jamás se me habría ocurrido cometer una insensatez semejante. Pero, a pesar de todo, tampoco me parece tan absurdo tener la esperanza de que alguien te responda, de una forma mínimamente digna, a una inocente broma. Le hubiera bastado dejarse llevar un poco por la imaginación, por la parte más infantil de nuestra personalidad, pero prefirió actuar de forma calculadora, fría y muy poco generosa. Prefirió, como un Quijote de segunda categoría, exagerar las cosas, viendo gigantes donde sólo había molinos. 
Sí, ciertamente es un delirio enviar una predicción a alguien, pero en cambio es de lo más ejemplar y elogiable, abandonar una discoteca por no “congeniar” con una de las personas que hay dentro. Ni que yo fuera el mismísimo diablo¡¡¡ Cómo coño quería que le enviara un sms con mi nombre después de irse a la desbandada. Es verdad que unos momentos antes, cuando le vi a lo lejos venir hacia mí, me desvié para no tropezar con él. Seguramente se cogió un cabreo monumental al darse  cuenta de que lo quería evitar, pero eso tampoco es un motivo para irse de esas formas de una discoteca a la cual acabas de llegar.
Y a pesar de todo, esas palabras me llegaron al corazón¡¡ Obré más movido por el corazón que no por la razón. Pero que diablos podía hacer, si siempre he sentido un amor por las palabras y por las ideas que  éstas expresan. No en vano soy poeta y amo a las palabras por encima de todas las cosas.
Y a pesar de todo lo sufrido, todavía hoy cuando vuelvo a leer las siguientes palabras que escribió el argentino: lo único que permanecerá sera la luz que esos actos de amor dejaran marcado en mi espíritu,  mi corazón se vuelve a sentir emocionado y algo en lo más profundo de él me dice: "Hicistes bien, Carles, de enviar esa predicción, porque, y aunque el argentino no se lo mereciera,  sus palabras, en cambio, bien que se lo valían..."

EL BESO ARGENTINO A SAN FRANCISCO (SEGUNDA ENTREGA)

Justo en el momento en que la mano del Chongo se disponía a retirarle la túnica, un resplandor violáceo, cuajado de destellos fosforescentes, deslumbró sus ojos. A pesar de esa repentina ceguera, el argentino prosiguió firme en su intención de desvestirlo. El ígneo puto, sin embargo, intentó, a la desesperada, zafarse del yugo de su captor, pero éste, abusando de su mayor corpulencia, lo levantó por la cintura con sus dos manos hasta conseguir que su cabeza tocara el bajo techo de la darkroom; justo entonces, el Chongo, algo achispado ya por los efectos del ron, hizo rotar a su petiso hasta conseguir que la cabellera de éste barriera el suelo. Con un brazo, el argentino mantuvo a su compañero en esa incómoda posición, mientras que con el otro abrió a tientas una puerta que estaba a poca distancia, y entró, con su carga a cuestas, en un largo y estrecho cuarto completamente a oscuras. Sin demasiados miramientos, tendió a su petiso en el suelo, mientras con su pie presionaba la puerta trasera para que nadie más entrara a estorbarlos. Estaban, completamente solos, encerrados en ese claustrofóbico cuchitril. El petiso, tendido de boca arriba; el argentino, sentado sobre él, con su gruesa pija balanceándose por los aires, silbando alguna balada del Moulin Rouge.


De repente, el resplandor se desvaneció ligeramente, permitiendo al Chongo ver cada rincón del cubículo en el que estaba ubicado. Sus ojos, después de recorrer las mugrientas paredes laterales, se concentraron en el rostro de su compañero. Lo miró con embelesamiento, y tras unos segundos de vacilación, reconoció en esa cara bien proporcionada a alguien muy familiar. Sobrecogido, y a la vez incomodado, comprobó que ese rostro era casi calcado al de San Francisco de Asís. Un repentino escalofrío agitó todo su corazón. Tras recobrarse de tan intensa emoción, su memoria lo trasladó a la época en la que empezó a apasionarse por la vida y obra del Poverello. Habrían transcurrido más de veinte años, y sin embargo, el recuerdo que guardaba de todas aquellas maravillosas vivencias permanecía fresco, como si las acabara de vivir.
Otra vez  recordó las escenas de la película Hermano Sol, Hermana Luna, de Franco Zefirelli; otra vez evocó a su  protagonista, sintiéndose, de nuevo, prendado de su bellísimo rostro con un amor ambiguo, que, para su inquietud, despertaba en él sentimientos antagónicos: por una parte, sentía una profunda veneración ante los valores encarnados por el santo, pero, por otra, abrigaba un turbio interés sexual hacia el atractivo actor encargado de dar vida a San Francisco. Su mente, confundiendo ambos personajes, se debatía angustiosamente entre lo puro y lo impuro. Hubiese, de hacer caso a su libre albedrío, amado espiritualmente al santo, y carnalmente, muy carnalmente, al hombre. Pero, consciente de la atrocidad teológica que supondría desear sexualmente a un santo, decidió reprimir, a partir de entonces, y de la forma más drástica, toda pulsión no acorde con el decoro católico. Las pocas veces que cedió a la tentación, se impuso penitencias muy severas, que cumplió a rajatabla. Y a pesar de la implacable disciplina a la que sometió a todas sus pasiones, en lo más hondo de su alma aún sobrevivía un secreto anhelo de interacción sensual con Graham Faulkner, que así se llamaba el actor. Generalmente, las pulsiones de tipo erótico solían aflorar en los sueños. En ellos, el Chongo, cubierto por unos pocos harapos, ofrecía un ramo de amapolas al actor, éste, tras olerlo, lo lanzaba hacia el cielo, de manera que todas las amapolas se desparramaban por los aires. Una de ellas caía sobre los cabellos del argentino, quien, riendo a carcajada limpia, se abalanzaba contra el actor para derribarlo. Una vez los dos estaban en el suelo, empezaban a dar tumbos por la pendiente de un campo de trigo verdísimo. Rodaban, riendo como locos, hasta ir a parar a un pinar, bajo cuya sombra encubridora, se entregaban a juegos tan turbiamente embriagadores que el Chongo se olvidaba de si jugaba con el actor o con el mismísimo San Francisco. Pocas veces los recordaba, a sus sueños, pero cuando los retenía, una contagiosa felicidad embargaba toda su mente. El mismo tipo de felicidad que experimentó ante el parecido tan asombroso del petiso con su admiradísimo Poverello.
Debido a esa inquietante similitud entre ambos, el Chongo tuvo la impresión, la perturbadora impresión de estar delante mismo del actor que encarnaba, en la película de Zeffirelli, al mismísimo Francesco. Desde que lo vio, por primera vez, en un cine de Buenos Aires, que intuyó que sería un buen compañero de cama. Coleccionó algunas fotos de él, y alguna vez se hizo una paja memorable mientras las contemplaba. Entonces, mientras el puto barcelonés se meneaba bajo su cuerpo, recordó el soberano placer experimentado con esas pajas. Un placer imperfecto, porque toda paja siempre celebra una ausencia. Hubiese vendido media alma para tener a Graham Faulkner tan a huevo como a su petiso. A Graham también se lo imaginaba más bien de estatura baja, con la misma barba tan sexy que llevaba en la película y sobre todo con esa mirada fresca, cándida, de soñador impenitente.

Final de la segunda entrega