STATCOUNTER


jueves, 20 de marzo de 2014

NORBERTO Y MI PRIMA

MI PRIMA, NORBERTO Y LA MAGNANIMIDAD

La semana pasada, fui víctima de los desmanes de mi prima. A sabiendas o no, eso da igual, perpetró una fechoría que voy a recordar el resto de mi vida. No se trata aquí de contar la “putada” que me hizo. Baste decir que me causó una profunda angustia, una dolorosa tristeza. Y sobre todo, una sensación de desamparo inquietante, porque por más que intentaba comprender sus razones para obrar tan indecentemente, la verdad, no lo logré, quedándome estancado en una sensación de absurdidad odiosa.
Tras unos días de agobio algo irritante, decidí comunicar lo sucedido a mis padres, quienes, como es natural,  se indignaron contra mi prima mucho más que yo. Pasados unos momentos de incertidumbre embarazosa, decidimos llamar a mi prima para que ésta diera su versión del desafortunado incidente. Al cabo de diez minutos, se presentó ante nosotros. Al principio, visiblemente nerviosa, negó los hechos, pero tras unos minutos de tensa discusión, y habiendo caído en resonantes contradicciones, acabó por reconocer su culpa. Entonces, con el gesto de la cara alterado, sin disimular la incomodidad que la situación le producía, me pidió perdón. Reconoció que no había obrado correctamente, comprometiéndose a reparar, en lo que buenamente pudiera, el daño ocasionado. Por mi parte, la perdoné.

Antes de que mi prima se disculpara, acumulaba hacia ella un gran sentimiento de cólera, pero tras sus disculpas, toda esa energía rencorosa que crecía en mi corazón se disipó completamente, dejando en su lugar una especie de paz reconfortante. Sus disculpas, por cierto, no eliminaban las consecuencias de lo que hizo, pues éstas seguramente van a prolongarse mientras yo continúe  en mi actual puesto de trabajo, pero al menos, eliminaron una de mis principales inquietudes. La sombra amenazante de mi prima ha desaparecido, y ahora debo concentrar mis energías en resolver, si es que puedo, el estropicio que causó.

Todo lo vivido estos últimos días me recuerda, salvando las distancias, lo sucedido con el argentino.

Nunca borraré de mi memoria la gran indignación que me causó que el argentino se fuera, tras requerirle que me contestara algo, sin decir adiós, sin dar las gracias, como un animal. Su forma de obrar, que solo obedece a un egoísmo inmoral, que se erige él mismo en el único criterio de verdad, resulta absolutamente carente de toda humanidad.

No hay duda de que si Norberto hubiese contestado a mi requerimiento, como era su obligación, porque era él quien estaba en deuda conmigo y no al revés, nos hubiésemos evitado muchos sufrimientos por ambas partes. No existiría por supuesto éste blog ni tampoco mi corazón albergaría ese sentimiento de tristeza turbadora que lo inunda.

Bastaban, claro que sí,  unas pocas palabras bien dichas. Un mínimo de sensibilidad. Su descortesía demuestra  que no vivencia con hechos la fe de la que tanto presume.

Hay veces en que uno no puede hacer lo que le da la gana, porque hacerlo, lejos de reportarte ningún sentimiento de libertad, más bien lo esclaviza,  haciéndole obedecer  los impulsos más egocéntricos de su inconsciente.

El libre albedrío se reduce en muchos casos a una irracional lucha por esconder los miedos más ocultos de uno mismo. Creo firmemente que Norberto al rechazar mi mensaje no fue libre sino cobarde. Fue, quizás,  un cobarde patológico.

Que alguien que presume de la Luz de Cristo, renegase de su prójimo, y no de un prójimo cualquiera, sino de uno que le ayudó en momentos muy difíciles, nos demuestra bien a las claras que esa Luz y ese Cristo no son sino un Deus ex machina con el cual, y con más pena que gloria, intenta infructuosamente dar un sentido a su existencia ( es decir, usa lo cristiano como una terapia, por eso mismo le es imposible hablar de Dios sin mencionar a su ego, a buen seguro porque las dos cosas son lo mismo, o como diría el gran filósofo Feuerbach " porque Dios no es más que nuestro ego engrandecido hasta lo infinito). De todas maneras, seguro que él no opina lo mismo, para eso se ha fabricado un dios a su medida ( o como diría Feuerbach "se ha alienado en Dios"), que hace de padre, de hermano, de amigo, incluso de pareja, sin lugar a dudas, el que no se consuela es porque no quiere.

Más allá de la honestidad o no de la fe del Norberto, lo que me parece incontestable es que muchos que se declaran abiertamente ateos o agnósticos, se hubieran comportado con mucha mayor decencia humana de lo que el argentino se comportó conmigo. Tantos años viviendo la palabra de Dios, haciendo catequesis, acudiendo a misas o monasterios, para acabar obrando con tan poca caridad y con tanto egoísmo. La falta de amor cristiano que me demostró con su ingratitud se opone radicalmente a las enseñanzas de Jesús.

Esa idea siempre la tengo en mente.

Cuánto me equivoqué al creer que por el simple hecho de que alguien se declare cristiano, deba ser buena persona. No tiene nada que ver. Esa es la principal lección que aprendí de mi convivencia con el argentino. Ilusamente creí que su admiración por Cristo le haría ser mucho más benevolente con mis miserias, y fue justo lo contrario.

Ahora en cambio creo que muchos ateos me hubieran abierto su corazón con un amor cristiano infinitamente más inmenso que el del argentino. Cuántos ateos hubieran sido más compasivos, más humanos, más decentes conmigo¡¡¡¡


Cómo puede ser eso?  Cómo puede ser que personas que nunca rezan ni piensan en Dios, sean mucho mejores  personas que aquellas que todo el día tienen a Dios en la boca? Un verdadero misterio. O quizás la prueba definitiva de que todo eso de la religión no es más que una estafa colosal.