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miércoles, 10 de agosto de 2016

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EL TESTIGO DE JEHOVA Y LOS DIAMANTES FALSOS



EL TESTIGO DE JEHOVA Y LOS DIAMANTES FALSOS



Cuando el estudiante de inglés supo que el testigo de Jehová no lo acogería en su casa, tuvo uno de los mayores disgustos de su vida, porque no entendió cómo aquél a quién había abierto las puertas de su casa en momentos muy difíciles se negaba a corresponder con la misma moneda. No solo el testigo de Jehová no fue hospitalario, sino que incluso ignoró la presencia del estudiante de inglés en su ciudad: ni un solo mensaje, ni una sola llamada, ni siquiera un quedar para tomar algo. Nada, pasó olímpicamente del otro.

La sensación que le quedó al estudiante de inglés respecto al testigo de Jehová fue comparable a  la que siente alguien al enterarse que el diamante que él  consideraba verdadero es en realidad falso. Es un trozo de vidrio que no tiene ninguna de las características que hacen tan preciados a los diamantes. Un trasto que no vale nada y que no merece ser guardado en un sitio especial, en una caja fuerte o en el interior de un joyero. Es un incordio que probablemente será echado a la basura. Tras conocer semejante timo, el estudiante de inglés se preguntó: ¿merece la pena una persona así? Alguien en quien no se puede confiar para nada, porque de la misma manera que niega la hospitalidad, negará cualquier otra cosa que le obligue a dar algo a los demás, imposibilitando toda comunicación.

Nunca se le hubiera pasado por la cabeza al estudiante de inglés que el testigo de Jehová se hiciera un fanático de la religión. No tanto porque considere que la religión es algo nocivo para el ser humano, pues bien sabido es que hay muchas personas que gracias a Dios encuentran un sentido a la vida, sino porque habiendo ya pasado el testigo de Jehová por una experiencia de fanatismo, debiera haber aprendido la lección. 
A propósito  del fanatismo, nunca vienen mal recordar las palabras del gran Immanuel Kant: “Excepto una buena conducta, todo lo que los hombres creen que pueden hacer para tener a Dios propicio es pura ilusión religiosa y un falso culto. Sustraerse a la razón significa caer en el fanatismo y el fanatismo es la negación de toda libertad.”

Curiosamente, el estudiante de inglés está leyendo actualmente la Regenta, una novela de más de mil páginas, cuya protagonista al igual que el testigo de Jehová cayó en el fanatismo, lo que le provocó serias crisis neuróticas.

Para ver las similitudes entre un caso y el otro, transcribiré algunos pasajes:









A veces tenía miedo de volverse loca. La piedad huía de repente, y la dominaba una pereza invencible de buscar el remedio para aquella sequedad del alma en la oración o en las lecturas piadosas. Ya meditaba pocas veces. Si se paraba a evocar pensamientos religiosos, a contemplar abstracciones sagradas, en vez de Dios se le presentaba Mesía.



Ana se vio en su tocador en una soledad que la asustaba y daba frío.... ¡Un hijo, un hijo hubiera puesto fin a tanta angustia, en todas aquellas luchas de su espíritu ocioso, que buscaba fuera del centro natural de la vida, fuera del hogar, pábulo para el afán de amor, objeto para la sed de sacrificios!...”



Una tarde de color de plomo, más triste por ser de primavera y parecer de invierno, la Regenta,  se sentía sola... ; sin fe en el médico, creyendo en no sabía qué mal incurable que no comprendían los doctores de Vetusta, tuvo de repente, como un amargor del cerebro, esta idea: «Estoy sola en el mundo». Y el mundo era plomizo, amarillento o negro; el mundo era un rumor triste, lejano, apagado... y esto eran los días; nada.  «Nadie amaba a nadie. Así era el mundo y ella estaba sola». Miró a su cuerpo y le pareció tierra.  





La Regenta no tomaba con gran calor aquellas diversiones, pero las prefería a su estéril soledad, en que buscando ideas religiosas encontraba tristezas, un hastío hondo y el rencoroso espíritu de protesta de la carne pisoteada, que bramaba en cuanto podía.”

NORBERTO CICIARO CONDENADO POR THOMAS HOBBES



Thomas Hobbes, uno de los mayores pensadores políticos de todos los tiempos, pasó a la historia al demostrar que las formas de gobierno de que se dotan las sociedades no son una imposición de Dios, sino que se deben a un acuerdo más o menos libre entre los ciudadanos. Son los humanos, y no ninguna divinidad, los únicos responsables de su manera de gobernarse. Por lo tanto, a partir de Hobbes, los reyes dejaron de ser reyes por la gracia de Dios,   como bien quedó demostrado en la revolución francesa,  y lo fueron por el consentimiento de sus súbditos.



Thomas Hobbes estableció que toda sociedad perfecta debía regirse según la razón, respetando las 19 leyes naturales que ésta establece para el buen gobierno de los humanos.



Norberto Ciciaro sería condenado en una sociedad regida según estas leyes racionales por incumplir la ley número 4 que se llama de la gratitud y que establece:    Que un hombre que reciba beneficio de otro por mera gracia se esfuerce para que aquel que lo haya dado no tenga causa razonable para arrepentirse de su buena voluntad.



Es indudable que incumplió dicha ley, porque a día de hoy me arrepiento de haber ayudado a una persona tan orgullosa y tan ingrata como el argentino.



Por supuesto, el argentino también incumpliría la ley número 9, la del orgullo, que proclama: Que todo hombre reconozca a los demás como sus iguales por naturaleza.



Norberto Ciciaro siempre me miró por encima del hombro, como a un ser inferior, porque él se creía que valía mucho más que yo, puesto que él seguía las reglas de la psicología, las que se pueden encontrar en los manuales de autoayuda para ser más simpático, más sociable, menos tímido, etc.



Es obvio que la ingratitud repugna a toda persona que obra según la razón. Además, y tal como afirmó Hobbes, dichas leyes naturales tienen como finalidad conservar la paz de toda nación. Cuando son incumplidas, nacen en el seno de toda comunidad impulsos destructivos que tienden a generar la discordia entre las gentes, llevando a dicha comunidad a su propia e irreversible decadencia.

En fin, que Norberto no obró según  la razón, sinó que guiando a su libre albedrío por caminos supersticiosos, generó una negatividad que llega hasta hoy.