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viernes, 2 de diciembre de 2011

EL SIGNIFICADO DE LA FOTO


EL SIGNIFICADO DE LA FOTO

Esta foto fue tomada en un campo situado detrás de mi piso de alquiler, justo donde la ciudad deja de ser ciudad para convertirse en descampado. Las crestas que se vislumbran al fondo corresponden a la “Ciutat Jardí”, una urbanización que se levanta justo en los terrenos sobre los cuales transcurrió mi infancia. Antes de que se construyera la anterior urbanización, allí, en la partida Montcada, mis padres tenían su casa, o como se dice en Lleida, su torre. Allí crecí, al abrigo de los manzaneros y de los perales, en compañía de los conejos y de las gallinas, junto a los olores de las rosas y del tomillo, rodeado de herramientas y de sacos de pienso para los cerdos. Allí aprendí a amar a la naturaleza y a la soledad.
Recuerdo perfectamente lo que pasaba por mi cabeza, cuando Norberto tomó la foto. El argentino me quería fotografiar en movimiento, y para que me moviera me espetó, en un tono brusco y poco amigable, “vamos, muévete”. La verdad no me gustó ese tono. La verdad es que me sentía como petrificado. Estaba muy tenso y no sabía muy bien ni qué hacer ni qué decir. Incluso diría que estaba asustado. La presencia del argentino me sumía en un estado de desconcierto y de extravío totales. Presentía que mi vida emprendía un nuevo rumbo del cual no atinaba a ver la meta. Estaba también algo ilusionado, pero sobretodo me sentía extraño conmigo mismo, como si no me acabara de reconocer. Cómo diablos había podido dar el paso de alojar en mi piso al argentino. Cómo alguien, tan cauto como yo, podía cometer semejante locura. Estaba sumido en la incerteza más absoluta.

Una forma simbólica de interpretar la foto sería: tras de mí están los campos donde vivió el niño que fui una vez, y al alejarme de ellos, por ese camino, que representa el camino de la vida, emprendo, con paso tímido e indeciso, rumbo a un mundo que la foto no enseña y que mis ojos presienten como hostil y poco acogedor. Siento la tentación de volver hacia atrás, hacia la casa de mis padres, pero el argentino me dice, rudamente: “vamos, muévete algo”, y yo avanzo, con miedo y sin ganas, hacia adelante, hacia él, hacia el borde del precipicio.