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jueves, 26 de julio de 2012

MONESTIR DE RIPOLL: EL BRESSOL DE CATALUNYA





























EL LATIGO DE NORBERTO


EL LÁTIGO DE NORBERTO



UN DESCUBRIMIENTO CRUCIAL
El descubrimiento que realicé, hace tan sólo dos semanas,  es la confirmación de lo que había intuido desde hace mucho tiempo, pero que por temor de aparecer como un “colgado” que ve fantasmas donde no los hay, no me he atrevido a airear. Ahora, en cambio, cuando poseo las pruebas incontestables, no tengo ya ningún temor a divulgar mis intuiciones. De alguna forma, la información que he descubierto  me permite, al fin, entender mucho mejor una convivencia que hasta hace poco me resultaba incomprensible. Lo revelante de mi descubrimiento consiste en que no ha sido  deducido a partir de unos comportamientos o unas palabras, sino a partir de lo que  el propio argentino  afirma, abiertamente, de sí mismo, y, además, lo afirma en un contexto que no deja lugar a dudas sobre la verdad de sus afirmaciones. Sale, pues, de su boca, y no de la mía.


  LOS ABISMOS DEL ARGENTINO


Es bien sabido que existen personas a las cuales les da mucho morbo humillar al prójimo, vestir cuero o ropa militar. La humillación lúdica del otro les causa placer.  El sometimiento del otro contribuye a su erección. Ciertamente la clase de humillación a la que me estoy refiriendo se ejerce, sobre todo, a través del juego o a través del pacto mutuo, y de una forma  moderada y suave, por lo cual no debe ser confundida con el sadismo, que obtiene el placer a partir del dolor físico del otro. Eso, al menos, en teoría. Aceptemos, pues, que en este caso  la teoría y la práctica van de la mano. Partamos de la idea de que la humillación es un juego tan válido como otro cualquiera para allanar el camino hacia el orgasmo, una inocente fantasía con la cual se exorcizan fantasmas personales a la vez que se consigue un gozo maravilloso. De momento, nos basta con eso.

La humillación siempre se relaciona con el poder y con el derecho a degradar a quien no se somete a ese poder o a quien ha osado desafiarlo. Una de las formas favoritas de castigo en esos casos son los azotes, las mofas, los gritos, las cosquillas, el trato brusco, los pellizcos, la lucha, las órdenes degradantes, etc. No se está hablando en ningún caso de sadismo, sino solamente del placer que provoca humillar al que es el compañero de coito, o incluso ni eso, un simple conocido al que, por razones oscuras, se desea someter o humillar, aunque no se busque mantener ningún trato sexual con él.


ANÉCDOTA OCURRIDA DURANTE MI CONVIVENCIA CON EL ARGENTINO


Una tarde, al pasar por delante de una tienda de productos árabes,  el argentino se encaprichó de un pan egipcio que estaba expuesto en el escaparate. Una vez dentro del establecimiento, y mientras esperábamos el turno para ser atendidos, el argentino empezó a descalificarme, en un tono burlón, de la siguiente manera: sos raro, carles, sos muy raro, sos un tipo frío, muy frío, no tenés sentimientos,  sos mala  persona…  ( lo de "mala persona" me llegó al alma).

Por supuesto que no era esa la primera vez que me dirigía semejantes improperios, pero sí la primera en que lo hacía en público.

Ni que decir tiene que todas esas descalificaciones, que no venían a cuento de nada, y con las cuales se divertía el argentino a costa mía, me disgustaron profundamente a la vez que me desconcertaron mucho. Para mostrar mi tristeza, no dije ni una palabra, me limité a mirar fijamente al argentino, quien, algo intimidado por mi mirada fulminadora, dijo, aparentando una forzada naturalidad: no me importa como seas porque te quiero así.

Y ya no volvió, al menos ese día, a despreciarme más.


 . VEJACIÓN A CAMBIO DE  CARIDAD


La anécdota, ya se ve, es muy insignificante, pero dejó en mi una perplejidad absoluta que no me sabía explicar, porque esas descalificaciones se repetían con cierta asiduidad . En primer lugar, no entendía ese tono de guasa, de broma incluso, de “joda”, que dirían los argentinos. Sobre todo, porque esos reproches se los dirigía a quien le estaba ayudando a cambio de nada, y, sobre todo, porque procedían de alguien que presumía de su admiración por las enseñanzas de Cristo y de San Francisco de Asís, quienes con tanta elocuencia ensalzan el amor al prójimo. Por más vueltas que le daba me seguía pareciendo algo anormal, absurdo, retorcido… No habíamos discutido por nada. La única explicación que encontraba es que como no le gustaba mi forma de ser,   su desagrado  lo mostraba de esa manera tan poco elegante. Pero aun así,  no me cuadraba el tono medio divertido con que me dirigía esas críticas ni tampoco que se sintiera avergonzado por mi mirada.

Hoy, en cambio, me parece evidente que en esos reproches había una obvia voluntad de humillación, entendida esta como la determinación de lastimar por diversión  la dignidad o el orgullo del prójimo, como también me parece muy evidente que ya, consciente o inconscientemente, había un vínculo entre esa voluntad de humillar y el placer. No me refiero, por supuesto, al placer sexual, que por cierto no lo descarto, sino al placer en general, del cual el sexual sólo sería una derivación, como también el placer culinario o el artístico, etc.


MI INEFICAZ Y CÁNDIDA  RESPUESTA A SUS REPROCHES  


En una muestra más de mi incurable ingenuidad, le envié un mail al argentino reprochándole su actitud a la vez que le animaba, para fortalecer la convivencia, a que probara a decirme palabras bonitas. Por mi parte, yo me esforzaría a actuar del mismo modo, y como prueba de mi voluntad de hacerlo así, le escribí unos cuantos elogios y le dediqué un poema extraído de la opera Tannhauser de Wagner, que termina con los siguientes versos, ligeramente modificados:



Oh, tú, mi amada estrella vespertina:
saluda a Norberto cuando pase por tu lado,
cuando vuele lejos del valle terrenal,
para convertirse allá arriba
en un ángel bienaventurado!



Hoy me doy cuenta del craso error cometido. Quería, con palabras cristianas, dirigirme a un cristiano. Quería establecer entre los dos una convivencia basada en los principios morales del cristianismo, no tanto porque eso fuera lo que yo deseara, sino, porque, en mi ignorancia de la verdadera naturaleza del argentino, creía que eso es lo que él anhelaba.

No entendí por qué mi e-mail le puso tan a la defensiva, ni por qué no  hizo el menor caso de  las recomendaciones en él expuestas, pues no me dirigió ni una sola palabra bonita, bien al contrario, que arreciaron sus reproches a mi persona y su mal humor. La verdad es que no entendí nada de nada. ¿Por qué le había indignado mi propuesta de mejora de nuestra convivencia?



LA EXTEMPORANEA RESPUESTA DEL ARGENTINO A MI MAIL.

He aquí su respuesta a mi mail:

En algunas cosas tienes razón y en otras no sé qué decirte…”


Sobre las cosas en que tenía razón no me comentó nada, pero, en cambio, se explayó en las otras.


¿Qué quería sugerir el argentino con eso de “en algunas cosas no sé qué decirte”? Pues según me aclaró él mismo, lo que pretendía expresar con esa frase, y hablando en plata, es que él quería divertirse, pero que no se estaba divirtiendo, para ilustrar su pensamiento, adujo el ejemplo de salir a tomar, de vez en cuando, un refresco a un bar, lo cual, según él, no hacíamos nunca. Me quedé anonadado. Hoy que sé que la diversión es casi el único móvil de su existencia, al que recurre de forma exclusiva cuando quiere librarse de algún problema que no sabe cómo afrontar de forma madura, ya no me extraña su peregrina respuesta, pero entonces me quedé anonadado, porque nuestra convivencia se basaba, pues él así lo exigió, en la caridad. Porque él no tenía donde alojarse, le ofrecí mi casa. Porque él tenía, por culpa del arquitecto catalán, los ánimos destruidos, le abrí las puertas de mi hogar.


A pesar de todo, es verdad que la convivencia resultó muy aburrida, pero es evidente que el ir a un bar o a una discoteca no hubiera solucionado nada, porque las pocas veces que fuimos las cosas empeoraron, que ya es decir, tanto que  no tuve más remedio que poner excusas falsas para no acompañarlo más a esos sitios. Y es lógico que fuera así, porque que no tuviera experiencia, no significaba que fuera un estúpido. O como diría aquel, tonto, sí; pero idiota, no¡ Si Norberto había recuperado, de la noche al día, la salud anímica y las ganas de divertirse, la convivencia tenía que refundarse sobre unas nuevas bases, en el caso de que yo considerara que, bajo esas nuevas circunstancias, me apetecía seguir alojando al argentino. Mi ilusión era estar con un cristiano, no con un “chico de discoteca”.



LA HUMILLACIÓN COMO BASE DEL GOZO


Aunque el día de la anécdota, no fui capaz de percibir la estrecha relación entre humillación y placer, en otras ocasiones sí que la percibí nítidamente. De hecho, esa voluntad de humillación emerge de forma espontánea en algunos cuentos que he escrito, pero que no me he atrevido a publicar por considerarlos unas extravagancias sin fundamento en la realidad. Por ejemplo, en un cuento que escribí sobre mi viaje a Bilbao junto al argentino (escrito hace casi dos años)  se trasluce, de una forma encubierta, una relación de amo esclavo (los gritos que me pegó se oyeron en todo el tren, las órdenes, los desprecios, la indiferencia) que el argentino imponía seguramente de forma inconsciente, porque su voluntad de humillación nunca se expresaba de una forma franca, sino que era como algo que estaba latente, que no acababa de enraizarse para crecer, pero que estaba al acecho, ávido de aprovechar la menor oportunidad para desarrollarse. A pesar de mis cautelas al respecto, en algunos de mis escritos esa voluntad de humillación sale a relucir, impregnando cada una de mis palabras, como por ejemplo en la entrada titulada NORBERTO, IGNACIO Y LA LÓGICA. En ella el fornido Ignacio humilla a un jovencísimo transvertido, humillación que supuestamente no despierta el menor rechazo en el argentino, lo cual siempre me chocó mucho.

LA HUMILLACIÓN COMO BASE DE LA CONVIVENCIA. LA INQUIETANTE SOSPECHA

Una inquietante pregunta ronda mi cabeza. Si yo, en lugar de mandarle ese mail tan franciscano,  hubiese seguido el juego al argentino, es decir, una vez consciente del placer que le reportaba la humillación del otro,  hubiera no sólo consentido que me humillara sino que lo hubiera animado a ello, hubiera entonces el argentino dado rienda suelta a sus deseos más obscuros? Y si se hubiera librado a esos deseos, qué clase de humillaciones hubiera practicado. ¿Se hubiera limitado a seguir despreciándome de palabra con mayor brusquedad? ¿O por el contrario hubiera preferido algunas formas de humillación más severas como ordenarme tareas domésticas, o acciones que me convirtieran en su bufón o esclavo? ¿No se hubiera excitado sobremanera si yo me hubiera arrodillado ante él para adorarlo?


En fin, ¿todos esos juegos de amo esclavo no son una forma de sublimar una infancia desgraciada? Una forma de convertir, mediante el juego, una infancia triste en una vivencia gozosa y divertida. Una forma de volver a ser niño, pero un niño feliz.

ESTREMECEDORA CONCLUSIÓN FINAL


MI HIPÒTESIS FREUDIANA:

Con todos esos reproches hacia mi persona, el argentino, INCONSCIENTEMENTE, estaba consumando un siniestro juego de rol, en el cual yo hacía de Norberto adolescente mientras que él se transformaba en su MADRE.

CREO, HONESTAMENTE, QUE ME TRATÓ, salvando las distancias, COMO SU MADRE LE TRATABA A ÉL, pero no por odio, sino por placer, porque a costa de degradar a mi ego, de rebajarlo, el suyo se magnificaba en la misma proporción en que el mío se empequeñecía, lo cual le reportaba un tremendo subidón que le devolvía la autoestima perdida durante su infancia.

viernes, 13 de julio de 2012

martes, 3 de julio de 2012

LA CATEDRAL DEL VI









EL BESO ARGENTINO A SAN FRANCISCO (PRIMERA PARTE QUINTA ENTREGA)

JUEGOS DE ROL





Un nuevo chisporroteo prendió en la memoria del argentino, al hilo del cual recordó, con obvia satisfacción, un suceso acaecido  tan sólo una semana atrás, en la barra del bar instalado en el vestíbulo que da acceso a la darkroom. Allí conoció a un tipo con quien se enzarzó en acaloradas disputas políticas.
 El Chongo se definía a si mismo como un ciudadano del mundo, acérrimo enemigo de toda frontera y de toda legislación que tuviera como fin discriminar a los individuos por su origen o etnia. Era, en resumidas cuentas, un cosmopolita recalcitrante, absolutamente reacio a cualquier veleidad patriotera. Así, al menos, se presentaba ante los demás. Sin embargo, en los asuntos más cuotidianos se mostraba como un fervoroso enamorado de su Argentina natal. Una más de sus incontables incoherencias. 
Estaba orgulloso de su país y muchas veces se había discutido agriamente con algunos interlocutores porque en su opinión éstos se habían propasado en sus reproches a la Argentina. Se sentía muy violento cuando oía a otros criticar, aunque fuera atinadamente, a su patria, incluso tanto, que ya es decir, como si   el blanco de esas críticas hubiera sido su propia persona. Ni que decir tiene que en la última polémica surgida entre España y la Argentina: a saber, la expropiación de YPF Repsol, apoyaba, con uñas y dientes, la decisión de su presidenta, la peronista Cristina Fernández. Por eso le molestó que el tipo con el que estaba a punto de enrollarse le espetara:
“Qué listillos sois los argentinos, sólo unos chorizos de la peor calaña tendrían la jeta de expropiar sin soltar nada de pasta”.
El Chongo, visiblemente molesto, le replicó, con brusquedad: Escuchame bien, pibe, que te voy a batir la justa: ustedes los españoles se creían que nos la meterían bien doblada, pero nos hemos meado en su boca, eso les pasa por piolas, les hicimos cagar fuego y ahora que los coja un muerto¡¡
Siempre que el argentino discutía con alguien, lo cual no solía ser muy infrecuente, su inconsciente se retrotraía a la infancia, cuando el Chongo vivía con su familia en una modesta casa de Buenos Aires. No fue esa precisamente una época feliz para él, porque en el domicilio paterno siempre proliferaban las broncas y las caras largas. Muchas noches el argentino tenía pesadillas a causa de los gritos de su madre, quien no dudaba a “cagarlo a pedos” a él y a sus hermanos por cualquier bagatela. Normalmente no rechistaba, se quedaba cabizbajo, esperando que la tormenta pasara de largo, imaginando turbias fantasías, como la de  que su madre se empequeñecía como Alicia, adoptando la estatura de una botella de leche. Entonces, y en venganza por los malos tratos recibidos, el Chongo le gritaba hasta dejarla sorda. Desgraciadamente,  la cruda verdad de los hechos se acababa por imponer siempre, devolviendo al argentino a su auténtica condición, que no era otra que la de ser un diminuto mocoso   sin capacidad ni física ni intelectual para hacer frente a un adulto, por lo cual, y muy a su pesar, se tenía que tragar toda su rabia por los abusos de los mayores.
Pero a pesar de los muchos reveses, siguió soñando. Uno de sus sueños más recurrentes consistía en imaginarse a sí mismo como un tipo alto y corpulento, que sabía plantar cara, que no se dejaba pisar, incluso que, si hacía falta, recurría a la fuerza bruta para hacerse respectar. Siguiendo el curso natural de las cosas, el sueño se hizo en parte realidad, y aquel “mocoso”, gracias a su tesón y su amor propio, se convirtió en todo un hombre, que, consciente  de su fuerza física y verbal,  se negó a resignarse cuando los demás se atrevían a levantarle el tono de voz.
Ya de mayor,  siempre que discutía con alguien, se acaloraba mucho, gritando en exceso, gesticulando de forma exagerada, incluso propinaba algún leve golpe contra los muebles que estuvieran a su alcance. Todo valía con tal de hacer sentir al adversario su voluntad de no dejarse intimidar. Muchas veces salía airoso de sus discusiones, no tanto por la calidad de sus argumentos, como por la furia con que los defendía.
Tanto si discutía con conocidos como con extraños, utilizaba todas las armas a su favor para imponer sus puntos de vista. En el caso de que tuviera un enfrentamiento con alguien de su círculo más íntimo, no dudaba en hurgar en los puntos  débiles de éste, que conocía bien, para dejarlo noqueado. Le encantaba, siempre que discutía con alguien conocido, airearle los trapos sucios. Algunas veces se encarnizaba con su víctima, y hasta que no conseguía tenerla fuera de combate, no dejaba de chillarla y de echarle en cara cosas personales. Cada triunfo le aportaba una sensación de bienestar enorme, que de alguna manera le resarcía de todas las derrotas infligidas en el pasado por su madre. Sentía que ya había claudicado bastantes veces como para tener que volver a humillarse otra vez. Además era consciente de que él valía mucho y de que si sabía sacar provecho de su ingente potencial humano no había de tener el menor problema en hacerse respectar, sino admirar,  entre los demás.
La misma estrategia implacable usada con sus conocidos, (aprendida, como no podía ser de otra manera, de su progenitora), la empleaba, convenientemente  aumentada, con los desconocidos. En ese caso las peleas venían motivadas, sobre todo, por su orientación sexual,  de la cual, siempre que podía, le gustaba alardear. Cuando alguien en plena calle lo censuraba por darle la mano a su novio, el Chongo no dudaba en lanzarse a la yugular de su detractor. Ambos se enzarzaban en una pelea dialéctica muy subida de tono. Esa reacción tan rabiosa del Chongo dejaba estupefacto a su adversario, quien, influenciado por los tópicos imperantes,  nunca se hubiera esperado algo así de un “maricón”. Precisamente lo que quería evitar a toda costa el argentino era ser tomado por un afeminado. Por eso, para repeler el ataque, sacaba el macho que tenía dentro, y, a grito pelado, haciendo valer toda su corpulencia física, se encaraba con su difamador, quien, en la mayoría de las ocasiones, intimidado por la respuesta colérica de un tipo al que veía bien capaz de propinarle unas cuantas hostias bien dadas, huía con la cola entre las piernas. Ni que decir tiene que en esos casos el Chongo aullaba de felicidad. Se sentía un hombre con dos huevos, capaz de doblegar la voluntad de los demás, incluso de ser temido, en fin, un tipo que no se dejaba pisar, sino que, con dos pelotas, no dudaba en dar un buen escarmiento a quien osaba provocarlo. Para él no regía el principio cristiano de poner la otra mejilla. Él, obviamente, prefería lo de “ojo por ojo y diente por diente”. Para eso lo había dotado Dios con un buen par de  huevos, para hacer morder el polvo a sus enemigos. Las veces en que lo había logrado, había sentido un secreto placer.

DIEGO: FINAL DE TRAYECTO


¿UN FINAL ANUNCIADO?
Incluso lo que empieza con la mayor ilusión del mundo puede acabar como el rosario de la aurora. Incluso lo que parece que va a durar para siempre se extingue, se consume y se disuelve en la nada. Algo así supuestamente les  ha ocurrido a Diego y al argentino. La verdad sea dicha, las rupturas sentimentales están al orden del día y, aunque en este caso pudiera ser un final anunciado, tampoco tendría ninguna especial trascendencia porque son muchísimas las parejas que rompen sus compromisos, pero lo que realmente resulta relevante para mí en el caso de la convivencia entre Diego y el argentino es de que esa presunta ruptura se forjó, en el caso de forjarse, más o menos en agosto del año pasado. Un dato muy curioso, porque precisamente en esa misma fecha se iniciaron  las visitas de “alguien relacionado con Diego” a mi blog. No tengo medios humanos para saber si fue Diego u otra persona. Seguramente nunca lo podré confirmar. Sin embargo, con el descubrimiento de la fecha en que probablemente ambos supuestamente se separaron me resulta casi evidente de que quien visitaba mi blog, desde las lejanías europeas, no puede ser otro que el mismo Diego.
 Hasta hace poco  pensé que se trataba de algún pariente o amigo de Diego, pero ahora que sé que a partir de esa fecha probablemente ya no estaban juntos, deduzco que sólo podía tratarse de él. Desde agosto del año pasado hasta que publiqué la entrada en mi blog titulada ”alguien llamado Diego”, las visitas  se sucedieron asiduamente, prolongándose hasta principios de junio de este año.
¿Quién sino Diego podría haber estado interesado en saber cosas del argentino para así corroborar sus propias sospechas o reafirmar sus creencias sobre el argentino? ¿Qué sentido tendría que un amigo de Diego o un pariente de él se tomarán tantas molestias en saber cosas del argentino una vez que ambos ya se habían supuestamente separado?

¿Por qué Diego miraba el Blog?

Si lo que pretendía Diego era obtener información sobre el presente del argentino, se tenía que sentir totalmente defraudado, porque nunca hablo de la situación actual del argentino. Sólo me refiero a vivencias acaecidas durante nuestra convivencia. Por eso nunca cito la ciudad donde todavía reside el argentino ni lo que hace o no hace allí, porque todo ello no reviste ningún interés para mi historia.  Es simplemente irrelevante. Pero en cambio, sí que hablo de Diego, porque este mocetón se hallaba junto al argentino la última vez que lo vi en persona.  De alguna forma, Diego marca el final de mi convivencia con el argentino, porque es gracias a él que descubro el verdadero rostro del argentino.

 La única explicación que me parece plausible para entender por qué Diego seguía mi blog, es porque gracias a él encontraba un cierto consuelo a sus males. Ya se sabe aquello de “MAL DE MUCHOS CONSUELO DE TONTOS”. En todo caso me parece obvio que Diego no consultó mi blog hasta después de su presunto desligamiento del el argentino. Esto último, de todas formas, no es un dato objetivo, sino sólo una corazonada. Creo que al leer mi blog se sintió aliviado.

CURIOSIDADES DE LA RUPTURA Y EL ARQUITECTO CATALÁN



Resulta una casualidad que el tiempo efectivo en que Diego y el argentino han convivido juntos, fuera de Barcelona, en la ciudad del primero, sea casi el mismo  que el argentino convivió con el arquitecto catalán: unos seis meses. Parece como si lo único que le interesara fuera escaparse de Barcelona para encontrar un lugar más acorde a sus intereses. Parece que el día a día hizo mella en ellos.

CAUSAS DE LA SUPUESTA RUPTURA

No tengo ni la más puñetera idea, aunque tampoco hay que estrujarse mucho las meninges para encontrar el motivo. De la misma manera que tampoco hay que romperse mucho la cabeza para saber qué hace actualmente el argentino. Pero como para la historia que quiero contar resulta bastante prescindible saber por qué se pelearon (en el caso de que se pelearan), me guardo, los motivos de la ruptura, si es que la hubo, para mí.

Cuando uno está lejos de su país necesita a toda costa tener a alguien en quien apoyarse para que la lejanía y la soledad sean así más llevaderas. Al argentino encontrar a otro no le va a ser muy difícil (probablemente ya lo haya encontrado o quizás se haya reconciliado con Diego o quizás ni lo uno ni lo otro). De hecho encontrar pareja es algo bastante sencillo para la mayoría de las personas, por eso cada día se forman miles y miles de nuevas parejas en el mundo. Otra cosa muy diferente es encontrar una BUENA PAREJA. Es decir, no un cuerpo o una tapadera, sino una ALMA GEMELA. Eso a veces resulta imposible, y son muchos lo que tiran la toalla, frustrados. Una alma gemela no significa un doble de uno mismo sino más bien un ángel de la guarda.

En todo caso para matar el tema repetiré lo que afirma Elena Gorostegui sobre los hijos de Narciso:




“El narcisista tolera con dificultad el abandono, pero le resulta más fácil abandonar. Cae transitoriamente en un abismo narcisista, pero se recupera con rapidez. La pareja anterior se convierte en la encarnación de la maldad, de la cual debe escapar. Le resulta fácil llenar ese vacío con otra pareja.”


¿QUIÉN ES DIEGO?


Un chico del norte que da la impresión de ser alguien íntegro. Esta es la palabra que siempre asocio con él: íntegro. Al menos esa es la impresión que me inspira la foto en la que aparece junto al argentino. Creo que mientras convivió con él, el argentino deseaba ser otra persona. Y de la misma manera creo que ahora mismo ha renunciado a ese noble oficio de quererse perfeccionar. En la actualidad parece que dé rienda suelta a la parte más fálica de su personalidad. Está como "desatado". Sin lugar a dudas, el placer parece ser su principal objetivo. Placer entendido en el sentido más amplio de la palabra, es decir, en el sentido en que lo entendía San Francisco de Asís. Creo que nunca como ahora los caminos del argentino y del Poverello han sido más divergentes. El amor del argentino por “el Siglo” ha alcanzado su punto álgido, lo cual en sí mismo no resulta nada malo, pues igual que él obra la mayoría de sus congéneres. Lo censurable en su caso es que se las dé de devoto de San Francisco y de Santa Teresita. Como decía Jesús de Nazaret: " ¿ De qué le sirve al hombre ganar el mundo, si pierde su alma?... Porque cualquiera que se avergüence de mí y de mis palabras en esta generación adúltera y pecadora, el Hijo del Hombre también se avergonzará de él, cuando venga en la gloria de su Padre con los santos ángeles."(Mc, 8, 36-38). ¡¡Más claro, imposible¡¡

¿Por qué se declara devoto de esos santos si él hace lo contrario de lo que éstos practicaron? ¿Por qué engaña a los demás haciéndoles creer que es algo que nunca podrá ser? Su falta de transparencia y su incoherencia son lo criticable, y no sus ganas de pasárselo bien, amando al "mundo".



Mi encuentro con DIEGO



Me encontré con Diego en Noviembre de 2010, cuando éste acababa de regresar de un viaje de Londres (regreso, por cierto, que el argentino celebró por todo lo alto). Ambos estábamos en una discoteca de Barcelona. Yo tenía que haber acudido acompañado de Pablo, otro argentino, pero por circunstancias que no vienen al caso, tuve que ir sólo. Recuerdo perfectamente como  estaba apoyado sobre una pared de la zona oscura de la discoteca, cuando de repente oí una voz familiar. Era la del argentino, quien estaba acompañado de Diego. Los dos se mostraban muy alegres, sobre todo el argentino, quien conducía a Diego como si éste fuera un ciego. Iban agarrados de la mano. La verdad es que casi no oí la voz de Diego. Allí quien llevaba la voz cantante era el argentino. Diego me pareció como una marioneta en manos del argentino, quién reía mucho y hablaba muy alto. En un momento dado, el argentino se llevó a Diego a uno de los recovecos de la zona oscura, donde lo empujó de manera que la espalda de éste tocara a la pared. Una vez lo tuvo en la posición deseada, alargó sus brazos, de manera que el pecho de Diego quedó ceñido por ellos. Detrás tenía la pared, delante el cuerpo del argentino y a los lados, los brazos de éste. Estaba pues acorralado. El argentino, visiblemente erotizado, empezó a dar, frotando su cuerpo. Pero por razones que desconozco, parece que Diego  no se encontró muy cómodo mientras el argentino se desinhibía  por lo que tras un minuto escaso, éste lo cogió de la mano para llevárselo otra vez a la luz. Todo lo que acabo de contar lo sé porque ambos se colocaron a mi lado. Creo que mi hombro llegó a rozar el de Diego. Por supuesto él no se enteró de mi presencia. El argentino tampoco.



¿POR QUË ME DISGUSTÓ TANTO VER AL ARGENTINO EN ESA DISCO?



En primer lugar me pareció realmente sobrecogedor que justo en el día en que tenía que acudir a esa disco junto al argentino Pablo, me topara con el otro argentino. Pero eso, a parte de una coincidencia un poco estremecedora, tampoco reviste mayor importancia. Lo que realmente me impresionó de forma muy negativa fue comprobar que el argentino estaba muy alegre, muy contento, incluso rabiosamente feliz. Se había ido sin decirme adiós, sin dar las gracias, negándome la palabra. En mi estúpida ingenuidad, siempre había creído que había obrado así porque pasaba por muy malos momentos, porque estaba muy triste o muy desesperado, pero entonces, ese día, pude comprobar que el argentino disfrutaba de una salud anímica envidiable. Me dio mucho coraje saber que a pesar de toda la ayuda que le había dado no sentía el menor agradecimiento por lo que había hecho. Le daba completamente igual. Él sólo pensaba en divertirse, que por otra parte  siempre ha sido una de sus obsesiones. Realmente me sentí como un idiota. Como alguien a quien habían engañado de la peor manera. Me resultaba obvio que el argentino  anteponía la soberbia a la gratitud. Su amor propio al amor al prójimo. Sentí que todo lo que me había contado respecto a su falta de ánimos era falso, y que muy probablemente el mismo día en que nos encontramos para ir a un bar de Sants ya se sintiera igual de feliz que entonces, incluso es probable que tras irse de ese bar acudiera a una sauna o a una disco  a pasárselo bomba. Conmigo se hacía el “deprimido”, pero a mis espaldas daba rienda suelta a sus pasiones. Todo un ejemplo de honestidad y de solidaridad. Ese día, cuando lo vi junto a Diego, pude ver el verdadero rostro del argentino, hasta entonces siempre había contemplado su máscara.
No le importaba nada mi ayuda. No le importaba nada que yo me sintiera mal. No le importaba nada la impresión que dejara en mí. No le importaba nada lo que reprochara su propia consciencia. Sólo le importaba el Carpe Diem.
¿Pero qué demonios le costaba acabar un poco bien las cosas? Porque ya que se había aprovechado de mí, podía al menos agradecerme un poco la ayuda recibida. Pero nada, según él yo no merecía nada. Mi ayuda no había valido nada. Porque como me había atrevido a mostrar mi desencanto por la absurda convivencia que manteníamos, ya no merecía nada. Había herido su amor propio, y eso merecía un castigo. La total indiferencia. El más absoluto desprecio a todo lo que hice por él. Al fin y al cabo, es lo que me merecía por ser tan ingenuo y tan inmaduro y por estar tan poco predispuesto a adorarlo. 
Al fin y al cabo, es lo que me merecía por haber confiado en un AUTISTA MORAL.