“Si tu hermano peca, repréndelo, y si se arrepiente, perdónalo” Lc 17, 1-6 (TODO PARECIDO CON LA REALIDAD ES PURA COINCIDENCIA)
STATCOUNTER
lunes, 29 de abril de 2013
EL LAVADO DE IMAGEN DEL NORBERTO
EL LAVADO DE IMAGEN DEL NORBERTO
“Aunque a veces lo haga FATAL, finalmente he entendido que mi
misión es SERVIR, AMAR e INSPIRAR… “
Estas palabras las afirma ni más ni menos que el argentino.
Palabras bellas, sin lugar a dudas, pero quizás no demasiado honestas.
LO FATAL Y MI CONVIVENCIA
Supongamos que Norberto esté pensado, al
referirse a que lo hace fatal, entre otros muchos casos, a mi convivencia con
él. No estoy diciendo, ni mucho menos que sólo piense en eso, sino que entre
las veces que a lo largo de su vida lo ha hecho fatal, una corresponde a la
manera como se comportó conmigo. No podría ser de otra forma, porque tendría
que estar loco de remate para no reconocer que durante esa convivencia no lo
hizo especialmente bien. Creo con toda honestidad que a pesar del desprecio que
siempre ha mostrado hacia mi persona, cuando alude a lo fatal, tiene también en
cuenta mi caso. No puedo concebir que su desprecio llegue hasta los
extremos delirantes de excluir, a posta, dicha convivencia, ni tampoco que lo
excluya porque considere que en esa convivencia el único que lo hizo fatal fui
yo. Tanto una posibilidad como la otra me parecen descabelladas, por lo cual
las descarto sin más.
EL PROBLEMA NUNCA FUE QUE NORBERTO LO HICIERA FATAL
Nunca fue, al menos para mí, un problema que
lo hiciera bien, regular o mal. Nunca lo fue por la sencilla razón de que si lo
hubiera sido, en honor a la verdad, no me habría quedado más remedio que
reconocer, aunque fuera sólo para mis adentros, que yo lo había hecho peor que
él. Eso no significa que sea un masoca o una persona sin amor propio, sino que
tengo la suficiente lucidez como para reconocer que él tenía mucha más
experiencia de la vida y que por lo tanto siempre obraría con mayor acierto y
destreza que yo. Por la cuenta que me traía, pues, siempre hubiera sido, en ese sentido, lo más benevolente posible hacia el argentino.
El problema, repito, nunca fue que el
argentino lo hiciera bien, mal o regular, sino que NO LO HICIERA. No es que sirviera bien o mal, es que no sirvió, o si
sirvió no lo hizo de corazón, sino obligado por las arduas circunstancias en
las que se hallaba. No es que amara bien o mal, es que no amó, al menos no amó
de corazón, y si amó yo no me enteré de que amaba, que en el fondo viene a ser
lo mismo. Personalmente creo que mientras duró nuestra convivencia no mostró
voluntad de amar ni de servir.
No afirmo, ni mucho menos, que en estos
momentos o en otros, del pasado o del futuro, no haya mostrado esa voluntad de
amar y de servir hacia otras personas. Es muy probable que la haya mostrado. Lo
único que afirmo es que no la mostró mientras convivió conmigo.
UN EJEMPLO MUY REVELADOR
Una vez, durante mi convivencia con él,
sucedió que, tras una cena, se quedaron en el fregadero platos sin lavar, entonces,
ni corto ni perezoso, el argentino pronunció la siguiente frase, de la que me
acordaré toda la vida:
“ Ey, carles, mira el fregadero... que los platos
no se lavan solos”.
Lo dijo en un tono que no admitía la menor
ironía, por lo cual acabé lavando los platos. Teniendo en cuenta las
circunstancias en las que estaba alojado en mi casa, no me parece la frase más
justa ni la más indicada. Antes que decir algo así, hubiera debido lavarlos él.
Ni que los hubiera tenido que lavar cada día, no hubiera sido ningún desdoro
para él. Hubiera demostrado que otorgaba valor a mi caridad, pero como no se lo otorgaba no tuvo el menor empacho de echarme en cara la anterior frase.
Entiéndase, pues, mi total sorpresa al leer
que actualmente se presenta ante los demás como el que tiene por misión servir
y amar a su prójimo. De entrada, no parece muy predispuesto a servir a su
prójimo quien dice lo de: “los platos no se lavan solos”. Pero quizás ello se
deba más a una limitación de mi inteligencia o, mejor aún, a una tara de mi
carácter, incapaz de valorar lo bueno que hay en los demás, que no a una carencia funcional del propio argentino.
DEMOSTRACIÓN DE QUE NO AMÓ NADA EL ARGENTINO
La demostración es tan trivial y obvia
que no me molestaré en hacerla. Me bastará aducir que el argentino se fue sin
decir adiós. ¿Eso es una demostración de amor?
El argentino me negó la palabra. ¿Eso es amar
a los demás?
Si hubiera profesado una migaja de amor hacia
mi persona, a buen seguro que no se
hubiera atrevido a irse de la forma en que lo hizo. Irse se tenía que ir,
porque la convivencia no se sostenía por ninguna parte, pero podía haberse ido
de la manera como se van las personas civilizadas: despidiéndose y agradeciendo
los bienes concedidos. Es lo mínimo que se puede hacer respecto a la persona
que ha tendido la mano, en momentos
difíciles para uno, a cambio de nada.
LA ABSOLUTA IRRELEVANCIA DE LA MISIÓN
DEL ARGENTINO
Dice el Norberto que su misión en este mundo
es servir amar e inspirar, y lo dice de una tal manera que parece que sean
sólo unos pocos los elegidos para desempeñar tan excelsa misión.
Lamentablemente, la realidad es muy otra, pues basta echar una fugaz mirada a
nuestro alrededor para darse cuenta de que la inmensa mayoría de los humanos
sirven, aman e inspiran a sus seres queridos y viven su verdad. Los hay que no
lo hacen, claro, pero no se pueden considerar como mayoritarios. Sin embargo, a
pesar de hacerlo, no proclaman a los cuatro vientos que lo hacen. Humildemente
aman, sirven, sin considerar que eso es por lo que están aquí ni que han sido
elegidos por una entidad sobrenatural. Lo hacen y ya está. No sería justo decir
que lo hacen a cambio de nada, pero lo hacen de forma voluntaria. Luego decir
que uno está aquí para servir y amar es casi como no decir nada. No niego en
ningún caso que en el fondo del argentino haya una voluntad de amar y de servir,
pero si la hay, no es porque haya sido elegido especialmente para ello, sino
por la simple razón de que es humano. Por ser humano, y no por ser Norberto el
argentino, siente esa voluntad de amar y servir. Así pues de la misma manera
que él siente esa voluntad, la sienten muchos otros millones de personas en el
mundo, y no por eso son más ni menos que él o que yo, son sencillamente humanos y , en consecuencia, amando y sirviendo, ejercen su
humanidad.
LA ABSURDIDAD DE PONER UNA IMAGEN DE CRISTO
PARA ILUSTRAR SU MISION
Al poner dicha imagen, que por cierto no hacía
ninguna falta, se compara al mismísimo Jesús. No hay duda de que en Cristo
había una voluntad de amar y de servir a su prójimo, pero la había no por ser
Cristo sino por ser humano. Como Hijo del Padre, es decir, como Dios, su
determinación era conseguir la salvación para las almas humanas, pero no para
todas, sino para aquellas que hicieran su voluntad, o lo que es lo mismo, para
aquellas que lo consideraran su Señor.
No se puede creer en Cristo y afirmar al mismo
tiempo “ yo estoy aquí para vivir mi verdad”. Porque para todo cristiano sólo
hay una verdad, la de Cristo. No en vano Jesús dijo de sí mismo, “yo soy la
Verdad”. Luego todo cristiano debe renunciar a su verdad, que es fugaz, mortal
y diminuta, y aceptar la verdad de Cristo, que es eterna, infinita y absoluta,
porque, sin lugar a dudas, abrazarse ciegamente a esa verdad, es amar sin
límites, con toda el alma, a Cristo Jesús. Amar, en cambio, nuestra mísera
verdad, polvo del polvo, no es sino una acto de soberbia imperdonable ante los
ojos de Dios. Desgraciadamente de soberbia no va escaso el corazón del
argentino, por eso, tras mostrar un insólito reconocimiento de sus imperfecciones y una elogiable necesidad de amar y de servir a
los demás, remata el sentido de su misión, proclamando que está aquí para VIVIR
SU VERDAD, y sólo su verdad, es decir, para vivir su Yo como única verdad, lo cual es completamente incompatible con la definición que hace Cristo de sí mismo al proclamarse la ÚNICA VERDAD. En
fin, como dirían los castizos, LA CABRA SIEMPRE TIRA AL MONTE…
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