MI PRIMA, NORBERTO Y LA MAGNANIMIDAD
La semana pasada, fui víctima de
los desmanes de mi prima. A sabiendas o no, eso da igual, perpetró una fechoría
que voy a recordar el resto de mi vida. No se trata aquí de contar la “putada”
que me hizo. Baste decir que me causó una profunda angustia, una dolorosa
tristeza. Y sobre todo, una sensación de desamparo inquietante, porque por más
que intentaba comprender sus razones para obrar tan indecentemente, la verdad,
no lo logré, quedándome estancado en una sensación de absurdidad odiosa.
Tras unos días de agobio algo
irritante, decidí comunicar lo sucedido a mis padres, quienes, como es
natural, se indignaron contra mi prima
mucho más que yo. Pasados unos momentos de incertidumbre embarazosa, decidimos
llamar a mi prima para que ésta diera su versión del desafortunado incidente.
Al cabo de diez minutos, se presentó ante nosotros. Al principio, visiblemente
nerviosa, negó los hechos, pero tras unos minutos de tensa discusión, y
habiendo caído en resonantes contradicciones, acabó por reconocer su culpa.
Entonces, con el gesto de la cara alterado, sin disimular la incomodidad que la
situación le producía, me pidió perdón. Reconoció que no había obrado
correctamente, comprometiéndose a reparar, en lo que buenamente pudiera, el
daño ocasionado. Por mi parte, la perdoné.
Antes de que mi prima se
disculpara, acumulaba hacia ella un gran sentimiento de cólera, pero tras sus
disculpas, toda esa energía rencorosa que crecía en mi corazón se disipó completamente,
dejando en su lugar una especie de paz reconfortante. Sus disculpas, por
cierto, no eliminaban las consecuencias de lo que hizo, pues éstas seguramente
van a prolongarse mientras yo continúe
en mi actual puesto de trabajo, pero al menos, eliminaron una de mis
principales inquietudes. La sombra amenazante de mi prima ha desaparecido, y
ahora debo concentrar mis energías en resolver, si es que puedo, el estropicio
que causó.
Todo lo vivido estos últimos días
me recuerda, salvando las distancias, lo sucedido con el argentino.
Nunca borraré de mi memoria la
gran indignación que me causó que el argentino se fuera, tras requerirle que me
contestara algo, sin decir adiós, sin dar las gracias, como un animal. Su forma
de obrar, que solo obedece a un egoísmo inmoral, que se erige él mismo en el
único criterio de verdad, resulta absolutamente carente de toda humanidad.
No hay duda de que si Norberto
hubiese contestado a mi requerimiento, como era su
obligación, porque era él quien estaba en deuda conmigo y no al revés, nos
hubiésemos evitado muchos sufrimientos por ambas partes. No existiría por
supuesto éste blog ni tampoco mi corazón albergaría ese sentimiento de tristeza
turbadora que lo inunda.
Bastaban, claro que sí, unas pocas
palabras bien dichas. Un mínimo de sensibilidad. Su descortesía demuestra que no vivencia con hechos la
fe de la que tanto presume.
Hay veces en que uno no puede
hacer lo que le da la gana, porque hacerlo, lejos de reportarte ningún sentimiento
de libertad, más bien lo esclaviza, haciéndole obedecer los impulsos más egocéntricos de su
inconsciente.
El libre albedrío se reduce en
muchos casos a una irracional lucha por esconder los miedos más ocultos de uno
mismo. Creo firmemente que Norberto al rechazar mi mensaje no fue libre sino
cobarde. Fue, quizás, un cobarde
patológico.
Que alguien que presume de la Luz
de Cristo, renegase de su prójimo, y no de un prójimo cualquiera, sino de uno
que le ayudó en momentos muy difíciles, nos demuestra bien a las claras que esa
Luz y ese Cristo no son sino un Deus ex machina con el cual, y con más pena que
gloria, intenta infructuosamente dar un sentido a su existencia ( es decir, usa lo cristiano como una terapia, por eso mismo le es imposible hablar de Dios sin mencionar a su ego, a buen seguro porque las dos cosas son lo mismo, o como diría el gran filósofo Feuerbach " porque Dios no es más que nuestro ego engrandecido hasta lo infinito). De todas
maneras, seguro que él no opina lo mismo, para eso se ha fabricado un dios a su
medida ( o como diría Feuerbach "se ha alienado en Dios"), que hace de padre, de hermano, de amigo, incluso de pareja, sin lugar a
dudas, el que no se consuela es porque no quiere.
Más allá de la honestidad o no de
la fe del Norberto, lo que me parece incontestable es que muchos que se
declaran abiertamente ateos o agnósticos, se hubieran comportado con mucha mayor
decencia humana de lo que el argentino se comportó conmigo. Tantos años
viviendo la palabra de Dios, haciendo catequesis, acudiendo a misas o
monasterios, para acabar obrando con tan poca caridad y con tanto egoísmo. La falta de amor cristiano que
me demostró con su ingratitud se opone radicalmente a las enseñanzas de Jesús.
Esa idea siempre la tengo en
mente.
Cuánto me equivoqué al creer que
por el simple hecho de que alguien se declare cristiano, deba ser buena
persona. No tiene nada que ver. Esa es la principal lección que aprendí de mi
convivencia con el argentino. Ilusamente creí que su admiración por Cristo le
haría ser mucho más benevolente con mis miserias, y fue justo lo contrario.
Ahora en cambio creo que muchos
ateos me hubieran abierto su corazón con un amor cristiano infinitamente más inmenso
que el del argentino. Cuántos ateos hubieran sido más compasivos, más humanos,
más decentes conmigo¡¡¡¡
Cómo puede ser eso? Cómo puede ser que personas que nunca rezan
ni piensan en Dios, sean mucho mejores personas que aquellas que todo el día tienen a
Dios en la boca? Un verdadero misterio. O quizás la prueba definitiva de que
todo eso de la religión no es más que una estafa colosal.