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lunes, 6 de enero de 2014

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EPIFANIA A GUIMERÀ




CAVALCADA DELS REIS D'ORIENT A LLEIDA









NORBERTO, MI MUERTE Y EL JARRÓN AMARILLO

NORBERTO, MI MUERTE Y EL JARRÓN AMARILLO


Aunque hace ya tiempo que deseaba contar una anécdota ocurrida durante mi convivencia con el argentino, ya sea por una cosa o por la otra, lo cierto es que lo he ido posponiendo. Finalmente, ha llegado el momento de narrarla.

MI ASFIXIA

Justo cuando hacía muy poco tiempo que convivía con el argentino, noté un gran dolor en la muela del juicio. Tras acudir al médico, éste me recetó unos antibióticos y unos analgésicos para que sobrellevara las molestias bucales. Desgraciadamente, justo entonces contraje un resfriado. La suma de las dos cosas me causó una especie de baba pegajosa que me obstruía, cuando estaba recostado, la garganta.

EL GRAN SOBRESALTO

Una noche, tras tomarme las medicinas correspondientes, me quedé dormido en la cama. Deberían ser las tres de la madrugada cuando me desperté sobresaltado. Sentí como una capa babosa y muy densa me taponaba la garganta, impidiéndome respirar. Aterrorizado, y con la sensación de que me estaba muriendo, me levanté de un salto de la cama. Abrí con furia la puerta de mi cuarto, y entonces surgieron ante mí tres caminos. Uno, llevaba a la habitación del Norberto. El otro, a la puerta de salida, y el tercero, a la gran terraza cubierta.

LA GRAN DECISIÓN.

El corazón me latía con gran violencia, la sensación de asfixia me hacía sentir muy agobiado. Tenía que decidir, lo antes posible, qué camino tomaba. Aunque ahora lo cuento como si todo hubiera ocurrido durante un prolongado período de tiempo, lo cierto es que todo pasó en una fracción de segundo. Es bien sabido que en momentos de especial peligrosidad o angustia, la sangre afluye de forma automática, dirigida por el sistema nervioso autónomo, hacia el cerebro.
Pues bien, durante esa fracción de segundo, se me pasó por la cabeza entrar en la habitación del argentino y pedirle ayuda. Mi cerebro sabía perfectamente que Norberto había sido enfermero. Sin embargo, algo proveniente de lo más profundo de mi yo, algo que no podía controlar, y que me controlaba, desechó tal posibilidad, precipitándome, en cambio, hacia la gran terraza, donde tras varios movimientos convulsos, tras tirarme por el suelo, conseguí librarme del tapón que me obstruía las vías respiratorias, logrando al fin respirar  cómodamente. A causa de mis agitados meneos, tiré al suelo diversos objetos, entre ellos un jarrón amarillo.

Al día siguiente, fui sin decir nada a mi trabajo. Norberto, al ver el jarrón roto, intentó recomponerlo. Pero, tras hacerse varios cortes en los dedos, desistió, dejando el jarrón sin arreglar .

POR QUÉ NO PEDÍ AYUDA A NORBERTO.

En primer lugar, quiero aclarar de que no tengo la menor duda que si hubiera entrado en la habitación del argentino, éste se hubiera desvivido por ayudarme, y hubiera hecho todo lo necesario para quitarme ese tapón de la garganta. Estoy absolutamente convencido de ello. Sin embargo, no entré. Por qué?

La verdad es que nunca sabré la respuesta. Porque en esos momentos de vida o muerte, el sistema nervioso autónomo suele tomar las riendas de la situación. El cerebro, de alguna manera, y a causa de la enorme tensión, actúa de forma muy distinta a cómo actuaría normalmente. La parte inconsciente de nuestro yo también interviene, aunque, lógicamente, sin que nos apercibamos de ella.

Sentía que me estaba muriendo, y cuando en esa fracción de segundo mi cerebro consideró la posibilidad de pedir ayuda a Norberto, algo, no sabría decir qué, una pulsión, una señal de desacuerdo, un instinto, no sé, algo poderoso y muy persuasivo, me impidió hacerlo. Ese algo me dirigía con una fuerza irresistible hacia la terraza y hacia allí fui.

Sólo recuerdo que una voz interior me susurró, por decirlo de alguna manera, : “ no molestes a Norberto. Déjalo dormir”. Esa sensación de que si entraba en el cuarto del argentino, éste se disgustaría la recuerdo perfectamente. En condiciones normales, yo nunca hubiera pensado algo así, pero entonces, en ese estado de desesperación, algo, inconscientemente, me inducía a pensar así.

Siempre que recuerdo la anécdota, un escalofrío me recorre la piel. Sobre todo al recordar la sensación de irrefrenable angustia que se apoderó de mí. Casi me atrevería a sugerir que hubiera preferido morir antes que pedir ayuda al argentino. O para decirlo más objetivamente, había algo en mis profundidades cerebrales, que se negaba a aceptar la ayuda del argentino. Usando el lenguaje de Freud, bien se podría decir que esa noche, y en lo tocante al argentino, las pulsiones de muerte dominaron sobre las pulsiones de vida.


Sin lugar a dudas, el argentino levantó desde el primer día de la convivencia, un muro entre él y yo. Las normas, el tono con que me hablaba, los comentarios que dejaba caer, etc.  levantaron un muro entre los dos. Al menos yo sentí desde el principio una sensación de rechazo latente en él. Creo que fue ese muro, o la percepción que mi inconsciente tenía de él, lo que me impidió entrar en su habitación. Esa es mi interpretación. Quizás esté equivocado, pero no le sé encontrar otra explicación a lo sucedido. 
Tuve la sobrecogedora sensación de que Norberto me ayudaría, no porque me tuviera ningún afecto, sino por la misma razón de que en una situación como esa hubiera ayudado a cualquier otra persona, aunque no la conociera de nada. Algo profundo en mí se negaba a aceptar nada del argentino. Todas estas sensaciones me vienen ahora a la cabeza, entonces, en esa decisiva fracción de segundo, solo experimenté una sensación de repulsión, quizás de hostilidad. Era como si dentro de esa habitación habitara algo desconocido, extraño, distante, por lo cual uno prefiere no turbarlo. Presentía al argentino de la misma forma como un hombre presiente a la Muerte. Por eso, si quería precisamente librarme de la muerte, no tenía ningún sentido que acudiera a Norberto quien, para mí, representaba otra clase de muerte, más turbadora que la muerte física.  Por eso mismo decidí correr hacia la terraza, donde intuía, con una convicción casi sobrehumana, que se hallaba la VIDA.

(ACLARACIÓN:  a lo largo de la narración he usado un lenguaje más bien poético para describir esa sensación vertiginosa que me embargó durante esos angustiosos momentos y que me resultaría difícil describir con un lenguaje más científico).