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sábado, 14 de abril de 2012

EL MISTERIO del ARGENTINO AL DESCUBIERTO

LA MÁSCARA CAE: EMERGE EL ROSTRO DE NARCISO




UN COMPORTAMIENTO INSÓLITO



Nunca olvidaré el tremendo desconcierto en que me sumió la convivencia con el argentino. Tras su insólita marcha sin decir adiós, sin dar las gracias, negando la palabra a quien más le había socorrido en momentos difíciles, floté en un estado de confusión  absoluto. No comprendía nada. No fui capaz de encontrar una explicación mínimamente lógica al comportamiento tan insólito e irrazonable del argentino. Me sentí víctima de un desprecio tan inmerecido e injusto que llegué a la conclusión de que todo lo vivido con él lo había soñado. Y sin embargo, todo había sido real, demasiado real. Pero si había sido real, debía tener alguna explicación racional. ¿Cuál? Empecé a estrujarme los sesos para hallar alguna respuesta. Lo primero que se me ocurrió fue que la desconsideración del argentino se debía a la aversión que éste  sentía  por mi inexperiencia y por mi timidez. Así mismo, las palabras de Mercè refiriéndose al orgullo del argentino me abrieron los ojos. Pero tanto lo uno como lo otro, me parecían insuficientes. Debía haber algo oculto que explicara un comportamiento tan poco acorde con las más elementales reglas de urbanidad.



EL DESCUBRIMIENTO DE LA VERDAD.



Al fin, un día dí con una frase que me iluminó el pensamiento. La encontré en un libro de la Biblioteca de Lleida, titulado Introducción a la Psicopatología, de Jean Menechal. La frase en cuestión es la siguiente:



EL NARCISISTA NO ELIGE AL OBJETO POR SU COMPLEMENTARIEDAD CON EL SUJETO, POR SU DIFERENCIA, SINO, POR EL CONTRARIO, POR SU SEMEJANZA, POR SU IDENTIDAD”



El narcisista desprecia todo lo que no es afín a él. Más aún, no entiende que haya personas distintas a él. Su desprecio a los que no son afines a él, hace que no se moleste en mostrar el menor signo de empatía hacia ellos. No le interesan en lo más mínimo. No le interesan ni sus aficiones ni sus sentimientos. La convivencia entre un narcisista y alguien que no le es afín  se suele saldar con el vacío que aquél hace a éste. Hay entre ellos una distancia insalvable. Se podría decir que uno no existe para el otro. El narcisista reduce a quien es su complementario a la nada. En cambio, se desvive para acontentar a quien considera que le es afín, a condición de que éste  muestre su predisposición a adorarlo.



EL HIJO DE NARCISO



LA PALABRA CLAVE PARA DESENMARAÑAR EL ENIGMA



Sin lugar a dudas, esa palabra es “narcisismo”, aunque en su caso se tratara de un narcisismo moderado, presentaba algunas tendencias típicas .



¿CÚALES SON LAS CARACTERÍSTICAS PRINCIPALES DE LOS HIJOS DE NARCISO?



1.-  No son realistas en su propia valoración. Siempre les parece que se merecen todo y que tienen derecho a más deferencias que el resto.


2.- Fantasean con sus éxitos, demandan atención y halagos constantes.


3.- Reaccionan muy mal ante cualquier crítica.


4.- Si se les deja, procurarán sacar provecho de quien tengan a su alrededor y ni siquiera se lo agradecerán.





LAS PIEZAS DEL PUZZLE EMPIEZAN A ENCAJAR



1 PIEZA



UNA MADRE FRÍA O INDIFERENTE



Algunos clínicos explican la personalidad narcisista sobre la base de una carencia emocional temprana producida por una madre emocionalmente fría, indiferente o con una agresividad encubierta hacia su hijo. ( Piñuel, 2007)



La madre transmite al hijo su resentimiento, su dolor, su rabia y su temor, entonces, el traumatizado se refugia en su propia imagen de grandeza, lo cual le permite elevar su maltrecha auto-estima y sentirse un poco mejor consigo mismo.



2.- PIEZA



UNOS PROGENITORES MINUSVALORADORES



En la infancia temprana de estos individuos se encuentra a menudo una actitud indiferente o minusvaloradota por parte de sus progenitores, lo cual les deja una inseguridad que tratan de compensar  por medio de una autoevaluación exagerada, irreal e inflada ( Baumeister, 1966).



3.- PIEZA



LA FALSA SEGURIDAD



Resulta desconcertante para muchos el hecho de que el narcisista suele exhibir una aparente autoestima formidable, y socialmente aparece como una persona muy segura, sabedora de lo que quiere y completamente resuelta. En realidad con ello el narcisista está camuflando su vacío interno, su carencia real de autoestima.



4.- EL ESPEJO DE LOS DEMÁS



Los narcisistas necesitan mirarse continuamente en el espejo de los demás para saber quienes son, y al descubrir una pésima imagen de ellos mismos se ven en la necesidad de ocultarla. Desarrollan entonces en compensación una imagen artificialmente sobrevalorada. Las personas inteligentes, que se percatan de la artimaña, o que simplemente son más valiosas que ellas se convierten entonces para el narcisista en una amenaza para esa imagen artificial con la que el narcisista sustenta su autoestima, por lo que su comportamiento con ellos es manipulativo, y cuando la manipulación no surte efecto, perseguidor.



5.- PIEZA



LA GRATIFICACIÓN DEL PRÓJIMO



Las demás personas sólo cuentan para el narcisista como posible fuente de gratificación, devolviéndole la imagen de sí mismo cuya carencia le atormenta y que anhela insaciablemente.



6.-  PIEZA



EL HAMBRE DE RECONOCIMIENTO



Las personas narcisistas, aún cuando pueden poseer una aguda inteligencia, ésta se halla obnubilada por esa visión deformada de sí mismas y de su hambre de reconocimiento. Muchas de esas personas someten su vida a aduladoras mediocridades. Drogadas por su discurso auto-dirigido, no son capaces  de reflexionar y de escuchar lo que el mundo externo les grita. Su hambre insaciable de reconocimiento se asila en la admiración y la adulación de quienes les rodean.



8 PIEZA



EN BENEFICIO PROPIO



Se aprovecha de los demás para conseguir sus propios fines ( esperan que se les dé todo lo que deseen, sin importar lo que ello suponga para los demás, y pueden asumir que los demás  están totalmente interesados en su bienestar)



Son reacios a reconocer o identificar las necesidades o sentimientos de los demás.



9 PIEZA



EL HORROR A LA CRÍTICA



Poseen una autoestima muy vulnerable, siendo por eso muy sensibles al “ultraje” de la crítica o la frustración; en relación con esto, las críticas pueden llegarles a obsesionar y hacer que se sientan hundidos y vacíos.



10 PIEZA



EL MITO DE NARCISO



El niño tendrá larga vida si nunca se observa a sí mismo. Así en la no reflexión es donde puede sobrevivir el narcisista.





LA INFLEXIBLE LEY DE NARCISO



Durante la temporada que pasé junto al argentino, muchas veces me planteé si aún  podía encauzar mi convivencia con él, o si, por el contrario, ésta estaba condenada a naufragar en aguas turbias. Reflexioné a menudo sobre ello, sin vislumbrar ninguna solución satisfactoria. Lo único que me parecía evidente es que sólo saldría a flote si conseguía  mantenerla en un término medio. Pero eso no era factible porque el argentino siempre me presentía como a alguien extraño, distante, en el que no se puede confiar y con el que no vale la pena malgastar energía ni dar NADA. Tampoco mi caridad le merecía ninguna significación especial. Hoy entiendo que el valor supremo, al cual lo sometía todo, era el de la AFINIDAD. Y como desde un principio no me sintió como a un tipo afín, tuvo claro que yo sería algo muy irrelevante en su vida.

Por las circunstancias adversas, debía compartir su vida conmigo, pero sólo por esas circunstancias y no porque nada en mí le atrajera en lo más mínimo. Su intención era, tan pronto como su situación mejorase, deshacerse de mí. Anhelaba encontrar a alguien afín a él con quien compartir su vida. Para él, la caridad estaba absolutamente subordinada a la afinidad. Sin la una, la otra no valía nada. Por eso, no sintió especial remordimiento al irse sin mostrarse agradecido. Mi falta de afinidad para con él le bastaba para no sentir la necesidad de corresponder  a mi gesto de caridad.



LA IMAGEN DE NARCISO



Narciso sólo quiere ver su imagen reflejada en las aguas, porque su propio reflejo es lo que ama más en el mundo. Simbólicamente, todos los hijos de Narciso desean ver reflejado en su entorno, y especialmente, en el alma de los demás su propia imagen. Porque ese reflejo lo perciben como un augurio de felicidad. Intuyen que mientras estén rodeados de ese reflejo tan afín a ellos no deben tener miedo de nada. Se sienten seguros con él. Y esa seguridad es trascendental para ellos, porque saben que en el pasado no la tuvieron. Sus padres u otras personas próximas a ellos, no les prestaron atención, no valoraron sus esfuerzos ni sus méritos y en muchas ocasiones les ningunearon. No soportan, pues, volver a caer en las redes de ese rechazo en el que vivieron y del que huyen desesperadamente. La afinidad la entienden sobre todo como una analogía de carácter, de costumbres y de ideales con el prójimo. Más allá de estas coincidencias en lo anímico, la condición sine qua non por la que reconocen al otro como afín a ellos es la ausencia de críticas de éste. Si quien comparte la vida con ellos se atreve a proferirles la más leve crítica, será declarado, ipso facto, persona non grata para ellos. Da igual que tengan una idiosincrasia parecida o una forma cómplice de entender las relaciones humanas. La convivencia entre ellos será del todo inviable y si no se corta de raíz, desembocará en una sucesión muy agria de reproches, broncas y desprecios. Lo digo por experiencia propia.



LAS AGUAS SE SECAN



Los narcisistas no entienden una relación basada en la complementariedad. Cuando por aquellos azares de la vida, se topan con alguien que es un complemento de ellos, se sienten inseguros, y, a su manera, intentan como anularlo, de manera que no exista para ellos. Sólo así recobran la seguridad amenazada por ese ser complementario a ellos. Sienten como si a su alrededor el agua se les secara, lo cual los sume en una angustia terrible, porque dejan de contemplar su propio reflejo en ellas. Más aún, creen, dominados por el delirio, que esos seres complementarios provocan que la tierra sorba las aguas y que con el tiempo ellos mismos también serán absorbidos. Presienten, acongojados, que semejante succión les devolverá a esa infancia tan desgraciada de la que huyen sin descanso. Regresarán, pues, a ese espejo que les devolvía una imagen horrible de sí mismos. Cada crítica que reciben es para ellos como una disminución del nivel del agua de su entorno. Una seria amenaza al reflejo que dicha agua les devuelve y que tanta paz y felicidad les depara.



LA SALVACIÓN DE NARCISO.



No entienden los narcisistas que las críticas pueden hacerse desde el afecto. No lo entienden porque no pueden entenderlo. Sin embargo, sólo cuando comprendan que las aguas de su entorno no han sido creadas para reflejar su rostro, sino para, nadando a través de ellas, alcanzar la otra orilla, es decir, al prójimo, al ser complementario que se erige ante ellos con voluntad de ayudarlos a progresar, a ascender hasta una meta que esté fuera de ellos, sólo cuando comprendan esto, vivirán en harmonía con ellos mismos, con su entorno y con el prójimo.



LO MÁS BELLO



Cuando Narciso sienta la necesidad de deshacerse de su propio reflejo para contemplar otro rostro, no reflejado, sino realmente presente, entonces descubrirá la verdadera belleza del mundo.

NORBERTO Y " UNA ANÉCDOTA REVELADORA" EN SEVILLA

SEVILLA, EN SEMANA SANTA, SOBRE TODO EN LA MADRUGADA DEL VIERNES SANTO, AL PASO DE JESÚS DEL GRAN PODER POR SUS CALLES, ES LA CIUDAD DE DIOS.

Hace escasamente una semana, mientras estaba en Sevilla, en plena semana santa, me ocurrió la siguiente anécdota:


Mis padres querían ver el Barrio de Triana, que está al otro lado del río Guadalquivir. Por el camino, teníamos que pasar muy cerca del fabuloso Hospital de la Caridad fundado por Don Miguel de Mañara. Como ese mismo día íbamos muy escasos de tiempo, porque a eso de las dos debíamos tomar el tren para regresar de nuevo a Lleida, comenté a mis padres que se esperaran en una plaza, mientras yo me iba corriendo a sacar unas fotos de un edificio cercano. Disponía de muy poco tiempo, pero lo supe aprovechar bien. Con paso veloz, me dirigí al Hospital de la Caridad. Me parecía imperdonable que pasara tan cerca sin visitarlo. A pesar de haber estado en Sevilla en más de cinco ocasiones, nunca se me había presentado la oportunidad de visitarlo. Ese día me disponía a remediar semejante despropósito.


Retablo mayor de la iglesia del Hospital de la Caridad
Después de unos pocos minutos, divisé a lo lejos la blanquísima fachada, decorada con azulejos diseñados por Murillo. Caminé unos cuantos metros hasta llegar a la verja del hospital. Delante de mí,  subiendo las escaleras, un matrimonio, vestidos ambos de negro riguroso, se disponía a entrar en la iglesia. Un guardia, apostado delante de la puerta, los saludó respetuosamente. Cuando llegué a la altura del guardia, éste, tras mirarme con ojillos inquietos, me dijo: hoy no es día de visita turística. Pero si guardas el plano que llevas y la cámara de fotos, puedes entrar a echar una ojeada. Medio desconcertado, franqueé la puerta. Me esperaba tener que abonar cinco euros por la entrada, y, en cambio, se me permitía, por una especie de “Gracia”,  entrar gratuitamente. Una vez adentro, quedé literalmente maravillado por la belleza de las obras de arte atesoradas en su interior. Había poco más de cinco personas  rezando, arrodilladas ante el altar de una capilla aneja. Por mi parte, sentí también la necesidad de arrodillarme. Tras hincar las rodillas en el reposapiés del banco, fijé la mirada en el  retablo mayor, donde se puede ver pintada una inmensa cruz vacía, a los pies de la cual varios hombres se disponen a dar   entierro al cuerpo sin vida de Cristo. Después de unos breves minutos de plegaria, me levanté para salir del hospital.  Justo al abrir la puerta de la iglesia, pude contemplar como una pareja, claramente turistas por la forma en que iban vestidos (shorts y camisetas) y por los planos y las cámaras fotográficas que portaban, se disponía a subir las escaleras para iniciar la visita al Hospital de la Caridad. Pero justo antes de que uno de ellos pusiera el pie en el primer escalón, el guardia le hizo un brusco gesto para que se fueran. Quedé un poco atónito por la acción del guardia, pero tras reponerme le di las gracias y me fui al encuentro de mis padres.
                               Detalle del Retablo Mayor de la Iglesia del Hospital de la Caridad


La anécdota la he contado tal como sucedió, sin añadir ni quitar nada. Ciertamente es una anécdota muy irrelevante. Incluso estúpida si se quiere. Pero que me sumió en una gran felicidad, porque no pude evitar de tener la impresión de que el propio Hospital de la Caridad me había permitido ingresar en él puesto que, de alguna forma, me consideraba “uno de los suyos”.


                                               
Lo normal hubiera sido que el guardia no me dejara entrar. Pero por los motivos que fueran, a mí me dejó entrar y a otros muchos, no. De alguna forma fui un “elegido”. Ya sé que muchos dirán, y con cierta razón, que todo corresponde a un delirio, y a lo mejor  lo es. Aunque eso da igual, porque las interpretaciones de los hechos son subjetivas y por lo tanto, cada uno es libre de interpretarlos a su modo. Sea como sea,  lo que a mi de verdad me inpresionó fue la sobrecogedora sensación de euforia con la que abandoné el Hospital de la Caridad. Me sentí  con la autoestima alta, turbadoramente feliz. Consciente de que son momentos así los que hacen de la vida una cosa tan maravillosa. De alguna forma, fue mi “día de la suerte”.


                 En Sevilla, junto a la Torre del Oro, al lado de la cual se ve el Hospital de la Caridad


Independientemente del valor  de la anécdota, creo, con la máxima convicción, de que con Norberto hice una obra de caridad.

                           Cristo de la Caridad, de Pedro Roldán, en la iglesia del Hospital de la Caridad