DAVID Y CARLES: LA EPIFANIA.
El último fin de semana estuvimos
juntos, muy juntos. No me esperaba nada de parecido, pero supongo que las
circunstancias encarrilaron las cosas para que ocurrieran del modo en que
ocurrieron. Realmente no sabría muy bien definir el sentimiento que se apoderó
de mí, mientras estaba junto a David. Le dije que era “triste pero bonito”. Lo
que en principio tenía que ser un puro trámite, se acabó convirtiendo en algo
más profundo.
Hablamos de nuestras cosas, cara
a cara, como se debe hablar. Expusimos nuestros puntos de vista. Nos sinceramos
como hacen los que se quieren.
Sin lugar a dudas, esos días
estuvimos los dos estremecidos, casi sobrecogidos, porque bien sabíamos los dos
que cuando ese fin de semana llegara a su final, las cosas ya nunca más
volverías a ser como habían sido. Eso no significa que ninguno de los dos
supiéramos muy bien cómo iban a ser a partir de entonces las cosas. Lo único
que sabíamos, y por eso estuvimos tan “raros”, tan “trastornados”, tan
desconcertados, es el cambio substancial que presentíamos… Era la incerteza que
se avecinaba lo que nos producía a los dos, al menos a mí sí, esa terrible
sensación de desamparo. Estábamos como asustados, como inseguros, como
angustiados, porque el futuro nos producía un tremendo recelo. Hubiéramos
querido eternizar el presente, hacer que ese fin de semana no se hubiera
acabado nunca… Pasar la eternidad acurrucados en el piso… Como si no
entendiéramos por qué las cosas debían de cambiar ni por qué teníamos que
romper la magia de esos momentos vividos durante ese fin de semana.
En mi ingenuidad, propuse una
solución que pretendía alargar en el tiempo nuestra unión. Una solución que me
causa miedo, porque en el caso de realizarla, muy bien sé que las cosas nunca
volverán a ser como han sido. Sentí la vertiginosa sensación de que mi vida
estaba a punto de dar un cambio radical, y eso me sobrecogió mucho. Tanto si la
solución se lleva a cabo como si no, tendré que hacer frente a retos y a
situaciones muy complicados.
TIEMPO DE REFLEXIÓN
Estamos en estos momentos en
período de reflexión. Tanto David como yo sabemos que las cosas ya no pueden
ser como fueron.
Dos alternativas, pues, se
imponen. Aceptar o rechazar la solución que propuse.
Si David la rechaza, se abre ante
nosotros una triste separación, un final absoluto de lo que fue nuestra muy
“peculiar” convivencia. Aunque, y creo no equivocarme, siempre quedará entre
los dos una inmensa amistad que a buen seguro se irá consolidando con el
tiempo. Porque David será para mí el Amigo Inmortal.
Si David la acepta, entonces ante
nosotros se abre paso, de forma inquietante, un reto para los dos. Una nueva forma de entender la convivencia que
creará tensiones y también satisfacciones.
La finalidad de mi propuesta es
la de aumentar el tiempo de convivencia de una forma muy significativa y
también darle mucha mayor consistencia a la relación. Tanto una cosa como la
otra implica que sepamos vivir sin preocuparnos, excesivamente, por lo que los
demás digan o piensen de nosotros.
Me gusta entender la convivencia
como algo que se va desarrollando por etapas, con la voluntad de converger
hacia una unión total. Es decir, como si fuera un organismo vivo que tiende a
su pleno desarrollo.
SENTIDO DEL CAMBIO
Atendiendo a las formas de ser muy
particulares, tanto de David como mías, siempre he creído que la relación que
estableciéramos los dos se tendría que adaptar a nuestros caracteres. No se
trataría tanto, pues, de imitar las relaciones que normalmente establecen la
mayoría de parejas, sino de ser capaces de crear una a imagen y semejanza de
nosotros.
EL VACÍO DE DAVID.
Yo me imagino mi vida
envejeciendo al lado de David, y esta idea no me repugna, nace de lo más
profundo de mi corazón, y siento que mi ser se adhiere a ella, la consiente y
la admite sin especial incomodidad. Si no creyera que David es una persona que
merece la pena, jamás hubiera concebido una propuesta como la que le he
ofrecido, porque nunca suelo prometer lo que no podré cumplir.
LA EPIFANÍA
En los bellos momentos de
confraternización vividos por los dos este último fin de semana sentí, con
estremecedora nitidez, la manifestación de algo profundo que emergía para
conmovernos. Una especie de sobresalto sentimental que casi nos inmovilizó el uno
junto al otro, como si ambos tuviéramos el presentimiento de una unidad que
hubiera sido fraguada en el principio de los tiempos. Una unidad amenazada, que
está a punto de romperse y que sin embargo se resiste a ser divida. Esa fuerza
de cohesión, de querer permanecer, es la que sentí, con toda elocuencia, el
pasado fin de semana, mientras estábamos tendidos, los dos juntos, sobre el
sofá. La voluntad de unidad.
La pregunta sería por qué esa voluntad de
unidad debe ser aniquilada por una simple distancia, por qué ese sentimiento
tan espiritual de unidad debe ser vencido por un alejamiento tan material como
el que imponen 150 km ?
Una distancia tan insignificante no debería representar ninguna dificultad para
una fuerza de unidad espiritual como la que se reveló ese domingo por la tarde.
LA LIBRE ELECCIÓN
A pesar de lo bella que pudiera
parecer dicha voluntad de unión, de nada valdría si no fuera deseada y
suscitada por cada una de los dos. Si esa voluntad naciera en David, no porque
él la quisiera así, sino porque yo se la inculcase o se la fomentara, no sería ni bella ni
admirable. Sería, en el mejor de los casos, una farsa, una mentira piadosa que
acabaría por crear la peor de las frustraciones. La voluntad de unión debe
nacer de forma espontánea, no forzada, en cada uno de los dos, por propia
decisión, y no porque otro la haya impuesto. Es decir, David debe querer
permanecer junto a mí, no porque yo se lo implore, sino porque él así lo
quiere. Si por ejemplo se quedara porque mis lágrimas le conmovieran, esa
decisión por quedarse no sería ni sincera ni honesta, sería un autoengaño
sentimentaloide. No se quedaría por
convicción, sino por lástima hacia mí. De la misma manera, lo que vale para
David también vale para mí. Cada uno de los dos debe tomar, lo más libremente
posible, la decisión final y esa decisión debe de expresar lo que el corazón
quiere.
EL DESAFÍO DEL ESFUERZO.
¿Cómo uno puede lograr que esa
voluntad de unión experimentada con total claridad ese domingo triunfe sobre
los obstáculos? Sin lugar a dudas por el esfuerzo. Sin esfuerzo nada de
duradero ni de grande se consigue. Muchas personas no tienen ese sentido del
esfuerzo, y ante la primera dificultad ya se desinflan. Sin embargo, los que
consiguen disciplinar sus almas, para que éstas sobrepasen los obstáculos, se
acercan, pese a los constantes sacrificios y sinsabores, a la felicidad. No
puede haber mayor felicidad, ni plenitud de vida, que la conseguida al
constatar que por el esfuerzo de uno mismo se ha llegado, tras muchos
sufrimientos, a la meta soñada.