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jueves, 26 de julio de 2012

MONESTIR DE RIPOLL: EL BRESSOL DE CATALUNYA





























EL LATIGO DE NORBERTO


EL LÁTIGO DE NORBERTO



UN DESCUBRIMIENTO CRUCIAL
El descubrimiento que realicé, hace tan sólo dos semanas,  es la confirmación de lo que había intuido desde hace mucho tiempo, pero que por temor de aparecer como un “colgado” que ve fantasmas donde no los hay, no me he atrevido a airear. Ahora, en cambio, cuando poseo las pruebas incontestables, no tengo ya ningún temor a divulgar mis intuiciones. De alguna forma, la información que he descubierto  me permite, al fin, entender mucho mejor una convivencia que hasta hace poco me resultaba incomprensible. Lo revelante de mi descubrimiento consiste en que no ha sido  deducido a partir de unos comportamientos o unas palabras, sino a partir de lo que  el propio argentino  afirma, abiertamente, de sí mismo, y, además, lo afirma en un contexto que no deja lugar a dudas sobre la verdad de sus afirmaciones. Sale, pues, de su boca, y no de la mía.


  LOS ABISMOS DEL ARGENTINO


Es bien sabido que existen personas a las cuales les da mucho morbo humillar al prójimo, vestir cuero o ropa militar. La humillación lúdica del otro les causa placer.  El sometimiento del otro contribuye a su erección. Ciertamente la clase de humillación a la que me estoy refiriendo se ejerce, sobre todo, a través del juego o a través del pacto mutuo, y de una forma  moderada y suave, por lo cual no debe ser confundida con el sadismo, que obtiene el placer a partir del dolor físico del otro. Eso, al menos, en teoría. Aceptemos, pues, que en este caso  la teoría y la práctica van de la mano. Partamos de la idea de que la humillación es un juego tan válido como otro cualquiera para allanar el camino hacia el orgasmo, una inocente fantasía con la cual se exorcizan fantasmas personales a la vez que se consigue un gozo maravilloso. De momento, nos basta con eso.

La humillación siempre se relaciona con el poder y con el derecho a degradar a quien no se somete a ese poder o a quien ha osado desafiarlo. Una de las formas favoritas de castigo en esos casos son los azotes, las mofas, los gritos, las cosquillas, el trato brusco, los pellizcos, la lucha, las órdenes degradantes, etc. No se está hablando en ningún caso de sadismo, sino solamente del placer que provoca humillar al que es el compañero de coito, o incluso ni eso, un simple conocido al que, por razones oscuras, se desea someter o humillar, aunque no se busque mantener ningún trato sexual con él.


ANÉCDOTA OCURRIDA DURANTE MI CONVIVENCIA CON EL ARGENTINO


Una tarde, al pasar por delante de una tienda de productos árabes,  el argentino se encaprichó de un pan egipcio que estaba expuesto en el escaparate. Una vez dentro del establecimiento, y mientras esperábamos el turno para ser atendidos, el argentino empezó a descalificarme, en un tono burlón, de la siguiente manera: sos raro, carles, sos muy raro, sos un tipo frío, muy frío, no tenés sentimientos,  sos mala  persona…  ( lo de "mala persona" me llegó al alma).

Por supuesto que no era esa la primera vez que me dirigía semejantes improperios, pero sí la primera en que lo hacía en público.

Ni que decir tiene que todas esas descalificaciones, que no venían a cuento de nada, y con las cuales se divertía el argentino a costa mía, me disgustaron profundamente a la vez que me desconcertaron mucho. Para mostrar mi tristeza, no dije ni una palabra, me limité a mirar fijamente al argentino, quien, algo intimidado por mi mirada fulminadora, dijo, aparentando una forzada naturalidad: no me importa como seas porque te quiero así.

Y ya no volvió, al menos ese día, a despreciarme más.


 . VEJACIÓN A CAMBIO DE  CARIDAD


La anécdota, ya se ve, es muy insignificante, pero dejó en mi una perplejidad absoluta que no me sabía explicar, porque esas descalificaciones se repetían con cierta asiduidad . En primer lugar, no entendía ese tono de guasa, de broma incluso, de “joda”, que dirían los argentinos. Sobre todo, porque esos reproches se los dirigía a quien le estaba ayudando a cambio de nada, y, sobre todo, porque procedían de alguien que presumía de su admiración por las enseñanzas de Cristo y de San Francisco de Asís, quienes con tanta elocuencia ensalzan el amor al prójimo. Por más vueltas que le daba me seguía pareciendo algo anormal, absurdo, retorcido… No habíamos discutido por nada. La única explicación que encontraba es que como no le gustaba mi forma de ser,   su desagrado  lo mostraba de esa manera tan poco elegante. Pero aun así,  no me cuadraba el tono medio divertido con que me dirigía esas críticas ni tampoco que se sintiera avergonzado por mi mirada.

Hoy, en cambio, me parece evidente que en esos reproches había una obvia voluntad de humillación, entendida esta como la determinación de lastimar por diversión  la dignidad o el orgullo del prójimo, como también me parece muy evidente que ya, consciente o inconscientemente, había un vínculo entre esa voluntad de humillar y el placer. No me refiero, por supuesto, al placer sexual, que por cierto no lo descarto, sino al placer en general, del cual el sexual sólo sería una derivación, como también el placer culinario o el artístico, etc.


MI INEFICAZ Y CÁNDIDA  RESPUESTA A SUS REPROCHES  


En una muestra más de mi incurable ingenuidad, le envié un mail al argentino reprochándole su actitud a la vez que le animaba, para fortalecer la convivencia, a que probara a decirme palabras bonitas. Por mi parte, yo me esforzaría a actuar del mismo modo, y como prueba de mi voluntad de hacerlo así, le escribí unos cuantos elogios y le dediqué un poema extraído de la opera Tannhauser de Wagner, que termina con los siguientes versos, ligeramente modificados:



Oh, tú, mi amada estrella vespertina:
saluda a Norberto cuando pase por tu lado,
cuando vuele lejos del valle terrenal,
para convertirse allá arriba
en un ángel bienaventurado!



Hoy me doy cuenta del craso error cometido. Quería, con palabras cristianas, dirigirme a un cristiano. Quería establecer entre los dos una convivencia basada en los principios morales del cristianismo, no tanto porque eso fuera lo que yo deseara, sino, porque, en mi ignorancia de la verdadera naturaleza del argentino, creía que eso es lo que él anhelaba.

No entendí por qué mi e-mail le puso tan a la defensiva, ni por qué no  hizo el menor caso de  las recomendaciones en él expuestas, pues no me dirigió ni una sola palabra bonita, bien al contrario, que arreciaron sus reproches a mi persona y su mal humor. La verdad es que no entendí nada de nada. ¿Por qué le había indignado mi propuesta de mejora de nuestra convivencia?



LA EXTEMPORANEA RESPUESTA DEL ARGENTINO A MI MAIL.

He aquí su respuesta a mi mail:

En algunas cosas tienes razón y en otras no sé qué decirte…”


Sobre las cosas en que tenía razón no me comentó nada, pero, en cambio, se explayó en las otras.


¿Qué quería sugerir el argentino con eso de “en algunas cosas no sé qué decirte”? Pues según me aclaró él mismo, lo que pretendía expresar con esa frase, y hablando en plata, es que él quería divertirse, pero que no se estaba divirtiendo, para ilustrar su pensamiento, adujo el ejemplo de salir a tomar, de vez en cuando, un refresco a un bar, lo cual, según él, no hacíamos nunca. Me quedé anonadado. Hoy que sé que la diversión es casi el único móvil de su existencia, al que recurre de forma exclusiva cuando quiere librarse de algún problema que no sabe cómo afrontar de forma madura, ya no me extraña su peregrina respuesta, pero entonces me quedé anonadado, porque nuestra convivencia se basaba, pues él así lo exigió, en la caridad. Porque él no tenía donde alojarse, le ofrecí mi casa. Porque él tenía, por culpa del arquitecto catalán, los ánimos destruidos, le abrí las puertas de mi hogar.


A pesar de todo, es verdad que la convivencia resultó muy aburrida, pero es evidente que el ir a un bar o a una discoteca no hubiera solucionado nada, porque las pocas veces que fuimos las cosas empeoraron, que ya es decir, tanto que  no tuve más remedio que poner excusas falsas para no acompañarlo más a esos sitios. Y es lógico que fuera así, porque que no tuviera experiencia, no significaba que fuera un estúpido. O como diría aquel, tonto, sí; pero idiota, no¡ Si Norberto había recuperado, de la noche al día, la salud anímica y las ganas de divertirse, la convivencia tenía que refundarse sobre unas nuevas bases, en el caso de que yo considerara que, bajo esas nuevas circunstancias, me apetecía seguir alojando al argentino. Mi ilusión era estar con un cristiano, no con un “chico de discoteca”.



LA HUMILLACIÓN COMO BASE DEL GOZO


Aunque el día de la anécdota, no fui capaz de percibir la estrecha relación entre humillación y placer, en otras ocasiones sí que la percibí nítidamente. De hecho, esa voluntad de humillación emerge de forma espontánea en algunos cuentos que he escrito, pero que no me he atrevido a publicar por considerarlos unas extravagancias sin fundamento en la realidad. Por ejemplo, en un cuento que escribí sobre mi viaje a Bilbao junto al argentino (escrito hace casi dos años)  se trasluce, de una forma encubierta, una relación de amo esclavo (los gritos que me pegó se oyeron en todo el tren, las órdenes, los desprecios, la indiferencia) que el argentino imponía seguramente de forma inconsciente, porque su voluntad de humillación nunca se expresaba de una forma franca, sino que era como algo que estaba latente, que no acababa de enraizarse para crecer, pero que estaba al acecho, ávido de aprovechar la menor oportunidad para desarrollarse. A pesar de mis cautelas al respecto, en algunos de mis escritos esa voluntad de humillación sale a relucir, impregnando cada una de mis palabras, como por ejemplo en la entrada titulada NORBERTO, IGNACIO Y LA LÓGICA. En ella el fornido Ignacio humilla a un jovencísimo transvertido, humillación que supuestamente no despierta el menor rechazo en el argentino, lo cual siempre me chocó mucho.

LA HUMILLACIÓN COMO BASE DE LA CONVIVENCIA. LA INQUIETANTE SOSPECHA

Una inquietante pregunta ronda mi cabeza. Si yo, en lugar de mandarle ese mail tan franciscano,  hubiese seguido el juego al argentino, es decir, una vez consciente del placer que le reportaba la humillación del otro,  hubiera no sólo consentido que me humillara sino que lo hubiera animado a ello, hubiera entonces el argentino dado rienda suelta a sus deseos más obscuros? Y si se hubiera librado a esos deseos, qué clase de humillaciones hubiera practicado. ¿Se hubiera limitado a seguir despreciándome de palabra con mayor brusquedad? ¿O por el contrario hubiera preferido algunas formas de humillación más severas como ordenarme tareas domésticas, o acciones que me convirtieran en su bufón o esclavo? ¿No se hubiera excitado sobremanera si yo me hubiera arrodillado ante él para adorarlo?


En fin, ¿todos esos juegos de amo esclavo no son una forma de sublimar una infancia desgraciada? Una forma de convertir, mediante el juego, una infancia triste en una vivencia gozosa y divertida. Una forma de volver a ser niño, pero un niño feliz.

ESTREMECEDORA CONCLUSIÓN FINAL


MI HIPÒTESIS FREUDIANA:

Con todos esos reproches hacia mi persona, el argentino, INCONSCIENTEMENTE, estaba consumando un siniestro juego de rol, en el cual yo hacía de Norberto adolescente mientras que él se transformaba en su MADRE.

CREO, HONESTAMENTE, QUE ME TRATÓ, salvando las distancias, COMO SU MADRE LE TRATABA A ÉL, pero no por odio, sino por placer, porque a costa de degradar a mi ego, de rebajarlo, el suyo se magnificaba en la misma proporción en que el mío se empequeñecía, lo cual le reportaba un tremendo subidón que le devolvía la autoestima perdida durante su infancia.