“Si tu hermano peca, repréndelo, y si se arrepiente, perdónalo” Lc 17, 1-6 (TODO PARECIDO CON LA REALIDAD ES PURA COINCIDENCIA)
STATCOUNTER
jueves, 26 de julio de 2012
EL LATIGO DE NORBERTO
EL LÁTIGO DE NORBERTO
El descubrimiento que realicé, hace
tan sólo dos semanas, es la confirmación
de lo que había intuido desde hace mucho tiempo, pero que por temor de aparecer
como un “colgado” que ve fantasmas donde no los hay, no me he atrevido a
airear. Ahora, en cambio, cuando poseo las pruebas incontestables, no tengo ya
ningún temor a divulgar mis intuiciones. De alguna forma, la información que he
descubierto me permite, al fin, entender
mucho mejor una convivencia que hasta hace poco me resultaba incomprensible. Lo
revelante de mi descubrimiento consiste en que no ha sido deducido a partir de unos comportamientos o unas
palabras, sino a partir de lo que el
propio argentino afirma, abiertamente,
de sí mismo, y, además, lo afirma en un contexto que no deja lugar a dudas
sobre la verdad de sus afirmaciones. Sale, pues, de su boca, y no de la mía.
LOS
ABISMOS DEL ARGENTINO
Es bien sabido que existen
personas a las cuales les da mucho morbo humillar al prójimo, vestir cuero o
ropa militar. La humillación lúdica del otro les causa placer. El sometimiento del otro contribuye a su
erección. Ciertamente la clase de humillación a la que me estoy refiriendo se
ejerce, sobre todo, a través del juego o a través del pacto mutuo, y de una
forma moderada y suave, por lo cual no
debe ser confundida con el sadismo, que obtiene el placer a partir del dolor
físico del otro. Eso, al menos, en teoría. Aceptemos, pues, que en este caso la teoría y la práctica van de la mano.
Partamos de la idea de que la humillación es un juego tan válido como otro
cualquiera para allanar el camino hacia el orgasmo, una inocente fantasía con
la cual se exorcizan fantasmas personales a la vez que se consigue un gozo
maravilloso. De momento, nos basta con eso.
La humillación siempre se
relaciona con el poder y con el derecho a degradar a quien no se somete a ese
poder o a quien ha osado desafiarlo. Una de las formas favoritas de castigo en
esos casos son los azotes, las mofas, los gritos, las cosquillas, el trato
brusco, los pellizcos, la lucha, las órdenes degradantes, etc. No se está
hablando en ningún caso de sadismo, sino solamente del placer que provoca
humillar al que es el compañero de coito, o incluso ni eso, un simple conocido
al que, por razones oscuras, se desea someter o humillar, aunque no se busque
mantener ningún trato sexual con él.
ANÉCDOTA OCURRIDA DURANTE MI
CONVIVENCIA CON EL ARGENTINO
Una tarde, al pasar por delante
de una tienda de productos árabes, el
argentino se encaprichó de un pan egipcio que estaba expuesto en el escaparate.
Una vez dentro del establecimiento, y mientras esperábamos el turno para ser
atendidos, el argentino empezó a descalificarme, en un tono burlón, de la
siguiente manera: sos raro, carles, sos
muy raro, sos un tipo frío, muy frío, no tenés sentimientos, sos mala persona… ( lo de "mala persona" me llegó al alma).
Por supuesto que no era esa la
primera vez que me dirigía semejantes improperios, pero sí la primera en que lo
hacía en público.
Ni que decir tiene que todas esas
descalificaciones, que no venían a cuento de nada, y con las cuales se divertía
el argentino a costa mía, me disgustaron profundamente a la vez que me
desconcertaron mucho. Para mostrar mi tristeza, no dije ni una palabra, me
limité a mirar fijamente al argentino, quien, algo intimidado por mi mirada
fulminadora, dijo, aparentando una forzada naturalidad: no me importa como seas porque te quiero así.
Y ya no volvió, al menos ese día,
a despreciarme más.
. VEJACIÓN A CAMBIO DE CARIDAD
La anécdota, ya se ve, es muy
insignificante, pero dejó en mi una perplejidad absoluta que no me sabía
explicar, porque esas descalificaciones se repetían con cierta asiduidad . En
primer lugar, no entendía ese tono de guasa, de broma incluso, de “joda”, que
dirían los argentinos. Sobre todo, porque esos reproches se los dirigía a quien
le estaba ayudando a cambio de nada, y, sobre todo, porque procedían de alguien
que presumía de su admiración por las enseñanzas de Cristo y de San Francisco
de Asís, quienes con tanta elocuencia ensalzan el amor al prójimo. Por más
vueltas que le daba me seguía pareciendo algo anormal, absurdo, retorcido… No
habíamos discutido por nada. La única explicación que encontraba es que como no
le gustaba mi forma de ser, su desagrado lo mostraba de esa manera tan poco elegante.
Pero aun así, no me cuadraba el tono medio
divertido con que me dirigía esas críticas ni tampoco que se sintiera
avergonzado por mi mirada.
Hoy, en cambio, me parece
evidente que en esos reproches había una obvia voluntad de humillación,
entendida esta como la determinación de lastimar por diversión la dignidad o el orgullo del prójimo, como
también me parece muy evidente que ya, consciente o inconscientemente, había un
vínculo entre esa voluntad de humillar y el placer. No me refiero, por
supuesto, al placer sexual, que por cierto no lo descarto, sino al placer en
general, del cual el sexual sólo sería una derivación, como también el placer
culinario o el artístico, etc.
MI INEFICAZ Y CÁNDIDA RESPUESTA A SUS REPROCHES
En una muestra más de mi
incurable ingenuidad, le envié un mail al argentino reprochándole su actitud a
la vez que le animaba, para fortalecer la convivencia, a que probara a decirme
palabras bonitas. Por mi parte, yo me esforzaría a actuar del mismo modo, y
como prueba de mi voluntad de hacerlo así, le escribí unos cuantos elogios y le
dediqué un poema extraído de la opera Tannhauser de Wagner, que termina con los
siguientes versos, ligeramente modificados:
Oh, tú, mi amada estrella
vespertina:
saluda a Norberto cuando pase por tu lado,
cuando vuele lejos del valle terrenal,
para convertirse allá arriba
en un ángel bienaventurado!
saluda a Norberto cuando pase por tu lado,
cuando vuele lejos del valle terrenal,
para convertirse allá arriba
en un ángel bienaventurado!
Hoy me doy cuenta del craso error cometido. Quería, con
palabras cristianas, dirigirme a un cristiano. Quería establecer entre los dos
una convivencia basada en los principios morales del cristianismo, no tanto
porque eso fuera lo que yo deseara, sino, porque, en mi ignorancia de la
verdadera naturaleza del argentino, creía que eso es lo que él anhelaba.
No entendí por qué mi e-mail le puso tan a la defensiva,
ni por qué no hizo el menor caso de las recomendaciones en él expuestas, pues no
me dirigió ni una sola palabra bonita, bien al contrario, que arreciaron sus
reproches a mi persona y su mal humor. La verdad es que no entendí nada de
nada. ¿Por qué le había indignado mi propuesta de mejora de nuestra
convivencia?
LA EXTEMPORANEA RESPUESTA DEL ARGENTINO A MI MAIL.
Sobre las cosas en que tenía razón no me comentó nada, pero, en cambio, se explayó en las otras.
¿Qué quería sugerir el argentino con eso de “en algunas
cosas no sé qué decirte”? Pues según me aclaró él mismo, lo que pretendía
expresar con esa frase, y hablando en plata, es que él quería divertirse, pero
que no se estaba divirtiendo, para ilustrar su pensamiento, adujo el ejemplo de
salir a tomar, de vez en cuando, un refresco a un bar, lo cual, según él, no
hacíamos nunca. Me quedé anonadado. Hoy que sé que la diversión es casi el
único móvil de su existencia, al que recurre de forma exclusiva cuando quiere
librarse de algún problema que no sabe cómo afrontar de forma madura, ya no me
extraña su peregrina respuesta, pero entonces me quedé anonadado, porque nuestra
convivencia se basaba, pues él así lo exigió, en la caridad. Porque él no tenía
donde alojarse, le ofrecí mi casa. Porque él tenía, por culpa del arquitecto
catalán, los ánimos destruidos, le abrí las puertas de mi hogar.
A pesar de todo, es verdad que la convivencia resultó muy
aburrida, pero es evidente que el ir a un bar o a una discoteca no hubiera
solucionado nada, porque las pocas veces que fuimos las cosas empeoraron, que
ya es decir, tanto que no tuve más
remedio que poner excusas falsas para no acompañarlo más a esos sitios. Y es
lógico que fuera así, porque que no tuviera experiencia, no significaba que
fuera un estúpido. O como diría aquel, tonto, sí; pero idiota, no¡ Si Norberto
había recuperado, de la noche al día, la salud anímica y las ganas de
divertirse, la convivencia tenía que refundarse sobre unas nuevas bases, en el
caso de que yo considerara que, bajo esas nuevas circunstancias, me apetecía
seguir alojando al argentino. Mi ilusión era estar con un cristiano, no con un “chico
de discoteca”.
LA HUMILLACIÓN COMO BASE DEL GOZO
Aunque el día de la anécdota, no fui capaz de percibir la
estrecha relación entre humillación y placer, en otras ocasiones sí que la
percibí nítidamente. De hecho, esa voluntad de humillación emerge de forma
espontánea en algunos cuentos que he escrito, pero que no me he atrevido a
publicar por considerarlos unas extravagancias sin fundamento en la realidad.
Por ejemplo, en un cuento que escribí sobre mi viaje a Bilbao junto al argentino
(escrito hace casi dos años) se
trasluce, de una forma encubierta, una relación de amo esclavo (los gritos que
me pegó se oyeron en todo el tren, las órdenes, los desprecios, la
indiferencia) que el argentino imponía seguramente de forma inconsciente,
porque su voluntad de humillación nunca se expresaba de una forma franca, sino
que era como algo que estaba latente, que no acababa de enraizarse para crecer,
pero que estaba al acecho, ávido de aprovechar la menor oportunidad para
desarrollarse. A pesar de mis cautelas al respecto, en algunos de mis escritos
esa voluntad de humillación sale a relucir, impregnando cada una de mis
palabras, como por ejemplo en la entrada titulada NORBERTO, IGNACIO Y LA
LÓGICA. En ella el fornido Ignacio humilla a un jovencísimo transvertido,
humillación que supuestamente no despierta el menor rechazo en el argentino, lo
cual siempre me chocó mucho.
LA HUMILLACIÓN COMO BASE DE LA CONVIVENCIA. LA INQUIETANTE
SOSPECHA
Una inquietante pregunta ronda mi cabeza. Si yo, en lugar
de mandarle ese mail tan franciscano, hubiese seguido el juego al argentino, es
decir, una vez consciente del placer que le reportaba la humillación del otro, hubiera no sólo consentido que me humillara
sino que lo hubiera animado a ello, hubiera entonces el argentino dado rienda
suelta a sus deseos más obscuros? Y si se hubiera librado a esos deseos, qué
clase de humillaciones hubiera practicado. ¿Se hubiera limitado a seguir despreciándome
de palabra con mayor brusquedad? ¿O por el contrario hubiera preferido algunas
formas de humillación más severas como ordenarme tareas domésticas, o acciones
que me convirtieran en su bufón o esclavo? ¿No se hubiera excitado sobremanera
si yo me hubiera arrodillado ante él para adorarlo?
En fin, ¿todos esos
juegos de amo esclavo no son una forma de sublimar una infancia desgraciada? Una
forma de convertir, mediante el juego, una infancia triste en una vivencia
gozosa y divertida. Una forma de volver a ser niño, pero un niño feliz.
ESTREMECEDORA
CONCLUSIÓN FINAL
MI HIPÒTESIS
FREUDIANA:
Con todos esos
reproches hacia mi persona, el argentino, INCONSCIENTEMENTE, estaba consumando
un siniestro juego de rol, en el cual yo hacía de Norberto adolescente mientras
que él se transformaba en su MADRE.
CREO, HONESTAMENTE,
QUE ME TRATÓ, salvando las distancias, COMO SU MADRE LE TRATABA A ÉL, pero no
por odio, sino por placer, porque a costa de degradar a mi ego, de rebajarlo,
el suyo se magnificaba en la misma proporción en que el mío se empequeñecía, lo
cual le reportaba un tremendo subidón que le devolvía la autoestima perdida
durante su infancia.
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