STATCOUNTER


domingo, 2 de octubre de 2011

BARCELONA VISTA DES DEL PIS DEL DAVID

CARLES I DAVID DAVANT DEL MAR








NORBERTO, DAVID : POEMAS DEL SER Y LA NADA

LO ESTÉRIL

A Norberto

Estercolas la nada porque la amas;
La riegas con el jugo del orujo.
La orinas y la sorbes. Te la empapas.
La das a los meollos de tus sesos.
Se la das y no piensan nada; se ajan
Sin dejar tras de sí ningún rastrojo.


No hay pájaros ni ajos en tus surcos.
No hay ni una sola flor de cardo.
Tu tierra está vacía como el sueño
De tus ojos sin luz. Ni tan siquiera
Te la mojan las heces de los cuervos.

Está vacía y no la escarban ni pollos
Ni comadrejas: no te la quiere nadie.
No hay nada de nada; ni el aliento
De Dios quiere cebar a tus semillas.
Están muertas y no crecerán nunca.


Sin estiércol ni lluvia nada medra.
Sin el prójimo nada rinde flor.
No germinas ni dejas germinar.
No das fruto ni amor: ¡!Estás vacío¡¡
¿Dónde guardas mi tierra? Te la di
Para que la labraras. ¿Dónde está?

¿Me la devuelves sin nada? ¿Sin coles,
Sin alcachofas, sin moras, sin apios?
Nunca conmigo empleaste tus útiles:
Ni arado ni hoz ni azadón.
No me devuelves NADA: ¡Ni el polvo¡



LO FÉRTIL

A David

Nombras la tierra y toda ella mana
Sobre mi cuerpo: es un río y me quiero
Zambullir en sus aguas. Es la tierra
De los dos. Te chorrea y me chorrea.
Es la fuente que abreva nuestras almas.
Bebo del chorro y me siento preñado.
Quiero, pues, que me labres, que me riegues,
Que me arranques los hierbajos de los márgenes.
Todo mi suelo es cauce para el don
De tus manos labriegas. Conréame
Con el arado de tu boca. Dame
Abono y agua, araña mis entrañas.
Lámelas. Rásgalas con sol y escarcha.
Quiero elevarme hasta el borde del viento.
Sorbo a sorbo, te bebo y me bebes.
Ponemos en común el corazón
Sobre los surcos. No tenemos sed.
Nos demoramos, sin miedo, en la flor
Y cada instante grana, como un fruto,
En nosotros. Nos sentimos ser: ¡ Somos¡
Soy tu col, tu cebolla y tu sandía.
Eres mi tallo, mi raíz y mi hoja.
Somos y somos porque somos uno.
Te doy mis tierras y me las rebosas
De savia, me las cuajas de verdor.

Cuando me muera, que pongan mis huesos
Bajo tu tierra para que te encargues
De ellos: los nutres y me los remojas
Con tu saliva, con tus excrementos,
Para que vuelva a posarse el rocío
Sobre mis ascendentes hojas vivas.

LA CASA DELS MEUS PARES
























NORBERTO, DAVID , EL LECHO DE PROCUSTO Y LO ESTÉRIL.

Si alguien me preguntara cuál es la principal diferencia entre Norberto y David, o mejor aún, qué rasgo distingue una convivencia de la otra, contestaría, sin el menor titubeo, el origen de coordenadas. Como lo anterior resultará incomprensible; me explicaré mejor. En el caso de Norberto, siempre tuve la sensación de que tenía que adaptarme a un patrón externo para ser de su agrado. Cuánto más me adaptara a las reglas que rigen su “Comunidad”, más concordia, incluso más compenetración, habría entre nosotros dos. Cuánto más siguiera las directrices de sus “libros de psicología”, más afinidad habría entre los dos. Es decir, cuánto más me amoldara a unos moldes externos, más en gracia le caería. Pondré un ejemplo para ilustrarlo. Una noche, mientras mirábamos un programa de televisión, Norberto me preguntó: ¿no reconoces esa canción? Yo, algo sorprendido, le respondí que no. Entonces él, en un tono de reproche, me dijo: cómo puede ser que no la conozcas, pero si es un icono de nuestra “Comunidad”. La verdad, Carles, que ignorante eres. Parece que no seas de este mundo (o algo por el estilo).
Mi primera reacción fue creer que el argentino estaba bromeando. Pero como no aminoró sus amonestaciones hacia mi incultura sobre su “Comunidad” o hacia mi indiferencia respecto a determinados principios que él consideraba casi como sagrados, me fui a la cama con la sensación de que mi forma de ser le irritaba profundamente. Por cierto, la canción causante del embrollo no fue otra que una perteneciente a la banda sonora de Moulin Rouge. Música muy agradable al oído, no lo dudo, pero ni más ni menos que muchas otras que también lo son.
Lo de la canción es un ejemplo entre los muchos que podría citar. Ciertamente, la determinación de Norberto de querer hacer encajar el yo en una estructura superior no es exclusiva de él; la mayoría de personas la practican. Sin embargo, a mí me decepcionó porque yo creía que el argentino era una persona más autónoma, con mayor sentido de la independencia y menos dócil a las consignas sociales, y en cambio, me encontré con alguien que se adhería, casi a ciegas, a los dogmas de su “ Comunidad”, sin a penas cuestionarlos. De alguna manera, su voluntad de ser asimilado y de asimilar me recordaba el mito de Procusto. ¿Quién fue éste personaje mitológico?
Era un bandido griego que vivía en una lejana colina. Su casa se encontraba en una ruta muy transitada, por lo que cada día muchos viajeros pasaban delante de ella. Procusto, haciendo gala de una fingida hospitalidad, les ofrecía una habitación para pasar la noche. Una vez sus huéspedes estaban dormidos, se acercaba sigilosamente a la cama para comprobar si sus extremidades sobresalían de ella. En caso afirmativo, procedía a cortarlas sin la menor compasión. Así mataba a todos sus invitados, sin hacer nunca una excepción, pues la cama era regulable, y antes de invitar a dormir a alguien en ella, el perverso bandido la había regulado de manera que no se adaptara a las medidas de su ocupante.
Hoy en día, Procusto se ha convertido en un símbolo de conformismo y uniformización.
Una cama o lecho de Procusto es un estándar arbitrario para el que se fuerza una conformidad exacta.
En general se denomina procústeo a aquello opuesto a lo ergonómico, es decir, que parte de la idea de que es el hombre quien debe adaptarse a los objetos y no al revés.
Para mí, y salvando las distancias, Norberto fue mi Procusto. Me sentí, conviviendo con él, como si tuviera que renegar de todas mis peculiaridades para ser compatible con él. Pues él, de alguna manera, había dejado que su “Comunidad”, sus “Libros de Psicología”, lo hicieran converger en un patrón estándar, que él juzgaba como la verdad única, a la cual todo ser humano debía de acomodarse, sino quería ser víctima de neurosis, de traumas o de amarguras. Él, de alguna forma, había sido “procustoizado” (valga el neologismo). Nuestra convivencia no podía erigirse en centro de coordenadas, respecto al cual situar el resto de objetos, sino que debía, ella misma, desplazarse respecto a un “centro de coordenadas” externo.
En cambio, en el caso de David, sucede al revés. Nuestra convivencia es el centro de coordenadas respecto al cual se adaptan los demás puntos del espacio. Nosotros dos nos erigimos en molde para que lo demás se amolde a nosotros. Mi forma de ser se adapta a David y viceversa, pero a nada más. Constituimos, pues, un tándem original y originario. Yo respeto las rarezas de David y al revés. No me considero mejor que él porque siga, a pies juntillas, las reglas de una “Comunidad” ni los modelos de unos “libros de psicología “. Nunca sentí el respeto de Norberto hacia mi forma de ser, sino todo lo contrario. Algunas veces incluso soñé que mientras dormía, el argentino me ataba a la cama para “cortarme” todas las extremidades sobrantes. Era una pesadilla periódica.
En el mismo orden de cosas, toda mi vida me acordaré de cuando Norberto me recriminó que lo llevara a la casa de mis padres cuando ellos no estaban allí. Increíble, pero cierto. Si en lugar de ser Procusto, se hubiera limitado a ser simplemente un humano agradecido, creo que no sólo no se hubiera molestado, sino que se hubiera hecho cargo de mi forma de obrar.
Si lo llevé allí, fue porque me dijo que le gustaba el campo. No tenía ninguna obligación de llevarle allí. Fue un gesto de buena voluntad. Nada más que eso, el cual, como se puede intuir a partir del exabrupto del argentino no fue correspondido. Pero que más le daba si estaban o no mis padres¡¡ Lo importante era el campo, el aire fresco, el poder pisar la hierba, el canto de los pájaros, el olor de las rosas… Yo le dí todas esas cosas. Se lo dí a cambio de nada. Pero, por lo que se ve, le pareció muy poco. Claro, como el me daba tanto. Hay que tener mucho morro, la verdad sea dicha, para despreciar la hospitalidad de prójimo. Pero al argentino, que nunca daba nada, le pareció poca cosa. Allá él con sus juicios de valor. Él, que me regaló cuencos para poderse preparar sus ensaladas, que me regaló tazones para tomarse su mate, él ciertamente es la persona menos indicada para ningunear mi gesto de llevarle al campo.
Pero no le bastó con eso, sino que además añadió: “es natural que no me presentaras a tus padres. Porque en calidad de qué me ibas a presentar”. Ese sarcasmo, sin duda, es Norberto en estado puro. Eso, según el argentino, es ser “auténtico”.
Si hubiere presentado a Norberto a mis padres, y les hubiere contado, sin omitir ningún detalle, la verdadera convivencia que mantenía con él, éstos me hubieran urgido a deshacerme de él lo más pronto posible. Se hubieran entristecido enormemente, sobretodo porque al preguntarme: Pero, hijo, ¿eres feliz conviviendo con él? Yo no hubiese sabido muy bien qué responderles. Y es que sólo podía presentarles a Norberto en calidad de aquella persona que me hacía feliz, porque de no hacerlo así, hubiesen abominado de mí y de ellos mismos. Porque no hubieran entendido nada de nada. Porque hubiesen creído que su hijo era un idiota o que se había vuelto loco. Solamente si yo les presentaba a Norberto como aquel que me hacía feliz, hubiesen dejado de considerarlo como “un parásito que se aprovechaba de mi buena fe” y quizás hubieran transigido algo en su natural y comprensible rechazo hacia él.
Mis padres son campesinos y su forma de ver el mundo es muy telúrica. La naturaleza es, para ellos, la fuente de toda verdad. A ella ajustan su moral, y según ella reconocen lo que está bien y lo que está mal. El intercambio sano entre los hombres y la tierra representa un equilibrio sagrado que no debe romperse bajo ningún concepto, el cual, a su vez, debe erigirse en ejemplo de virtud a imitar. Ellos cuidan la tierra, y ésta, a cambio, los cuida a ellos entregándoles sus frutos. Todo en su mundo natural tiene un sentido, y lo peor para ellos es que algo no tenga sentido. Sin lugar a dudas, para los campesinos lo estéril encarna la mayor de las desgracias imaginables. En pocas palabras, simboliza el mal. Un campo estéril, un animal estéril, etc, significa una catástrofe para cualquier campesino. Al hilo de lo anterior, estoy convencido de que Norberto hubiera sido para ellos la encarnación de lo estéril. Algo que no aporta nada. Sería, apurando la metáfora, un campo cubierto de malas hierbas o, peor aún, un campo desierto, pues las malas hierbas aún sirven de alimento al ganado. Si yo, en cambio, hubiese podido presentar a Norberto como un campo feraz, en donde poder plantar semillas, injertos o tallos, un campo capaz de darme tomates, manzanas, coles, con los cuales alimentarme, mis progenitores hubiesen sido más benevolentes con él, porque a su manera, hubiesen entendido que esos frutos, al saciar mi hambre me harían feliz, al premiar mi esfuerzo de cultivarlos, darían un sentido a mi trabajo, a mi vida. Pero como nada de eso me ocurría con Norberto, ellos siempre lo hubiesen visto como lo estéril, lo que no da fruto, lo que se come las hojas verdes, lo que malmete los tallos, en fin, lo que causa la tristeza de la tierra y de los que la cultivan. Quizás yo sea un mal campesino, pero tener que encargarse de un campo que ya de entrada me dice que no me va a dar nada porque considera que no soy el más apto para cuidarlo, no es, precisamente, lo mejor que le pueda suceder a uno. Por supuesto, yo respeté la voluntad de ese campo y no lo regué ni lo aboné como es debido. Me plegué, pues, a su voluntad.
A pesar de todo, y eso es algo que he aprendido estos últimos meses, nunca hay que censurar a la persona sino a sus actos.
Hace algo más de un año, Ferran me envió un mail de diez líneas en que, para decirlo metafóricamente, consideraba a Norberto un “campo fraudulento”, en el sentido de que era un campo con muchos árboles frutales en flor. Sí, al ver a Norberto divisó grandes extensiones de cerezos en flor, de melocotoneros cargados de flores rosas. Sin embargo, esas flores nunca daban fruto, estaban sólo para hacer bonito. Las flores no alimentan. Simbolizan lo superficial, lo pasajero, lo egoísta.
Para mí, en cambio, el argentino fue como un campo tan fértil como los demás, pero que por su propia voluntad producía frutos amargos. Desde lejos, uno contempla un campo atestado de naranjos. De inmediato, siente la tentación de apagar su sed con las naranjas, pero al masticar una de ellas, se da cuenta de que es amarga y la escupe. Y sin embargo, piensa, qué lástima que sea amarga, porque lo tenía todo para ser la más sabrosa del mundo. La naranja ha salido mala, pero el naranjo es bueno. Quizás el próximo año su sabor sea dulce. Ciertamente Norberto me dijo que su campo estaba en barbecho a causa de unos imprecisos “males psicológicos, y por eso no me podía dar ningún fruto, Todo mentira. Su campo rendía fruto, y muy dulce, a todo el mundo menos a mí. Era, pues, un campo lleno de rencor hacia mí. Un campo, al menos para mi persona, contranatural, pues aquel campo que, estando grávido de frutos, no los da, obra en contra de la naturaleza que le ha dado su mismo ser.

EL MEU DORMITORI