NORBERTO
CICIARO, EL HOMBRE DEL DESPRECIO
Esta
semana he contactado con 2 chicos uruguayos. En toda mi vida no he
conocido a ninguno, y de repente, en una sola semana, y de forma
independiente, a dos. Son casualidades, y el valor que uno les
otorgue depende más de uno mismo que de ellas. Cuando conocí al
argentino, se produjeron muchas casualidades que me enturbiaron el
cerebro, y por culpa de las cuales acabé abriendo las puertas de mi
piso a un casi desconocido. Hoy, en cambio, curado de semejantes
supersticiones, apenas he dado ninguna importancia a los dos
uruguayos.
Aunque
dichas casualidades me trastornaron más de lo que sería deseable mi
capacidad de discernimiento, no lo hicieron hasta el punto de
anularme toda capacidad de percibir la realidad entorno de mí. Así
me fue sencillo percatarme que a pesar del gesto caritativo que
dispensaba al argentino, éste me despreciaba sin el menor disimulo.
Igual que yo, también Ferran se debió dar cuenta del desprecio con
que correspondía Norberto a su generosidad. Al fin y al cabo, si el
argentino no soportaba al arquitecto, no tenía más que irse de su
casa, pero prefirió quedarse con el pretexto de que no quería irse
bajo un puente. No me vale la excusa, estoy convencido de que su
familia le hubiera ayudado a salir del mal trance, pero su orgullo
desmedido no aceptó ninguna interferencia externa. No tiene, por lo
tanto, nada de extraordinario que el catalán desarrollase la mayor
repulsión hacia un ser que pagaba su caridad con el desprecio más
vil, incluido la humillación de los cuernos, porque en el caso del
argentino el desprecio solía conllevar la necesidad de humillar a
quien no lo adoraba.
Ese
mismo desprecio que yo percibí en mis entrañas y al que intenté
poner fin de la manera más diplomática, ofreciendo al argentino un
final acordado de la convivencia, que fue recibido de la forma más
destemplada posible por éste. Semejante desprecio permanece todavía
en mi recuerdo, por lo cual ya no espero liberarme nunca de él. Como siempre he
sido consciente de ese desprecio, por eso mismo nunca he querido
volver a ver al argentino y no habrá sido por falta de
oportunidades. ¿Qué sentido tiene intentar acercarse a quien te ha
despreciado con toda la fuerza de su corazón? Ninguno, a no ser que uno sea un masoca perdido. Lo cual no ha
impedido que una vez me enteré de que el argentino, quien se había
ido de mi piso sin decir adiós, estaba la mar de feliz, le enviase
tres mails el mismo día recriminándole su proceder. El gran enfado
que tenía dentro para con su incívica forma de obrar bien tenía
que salir a la luz, de otra forma me hubiera acabado enloqueciendo.
Creo que tenía que decirle que había obrado mal. De ahí los 3
mensajes de teléfono en un día y los tres mails en tres meses.
Y
aparte de eso, este blog, donde a través de la escritura intentaba
una especie de catarsis para purgar de mi alma todo lo sucio y
mórbido con lo que el argentino la había embadurnado. No tenía
constancia de que lo que yo escribía podía ser leído por cualquier
persona, pero cuando el argentino en lugar de dirigirse a mí, se
dirigió a la empresa donde tenía el blog para que lo cerraran,
entonces despertó mi ira y me dije: voy a seguir con mi blog hasta
las últimas consecuencias.
El
blog tiene que ver con mi recuerdo, no con el argentino, que como
persona no existe para mí. Es como bucear por las profundidades más
turbias de mi memoria, con la esperanza de encontrar un rayo de luz
que me guie hasta un lugar mágico donde olvidar para siempre al
HOMBRE DEL DESPRECIO. Y a esto, el desgraciado vendedor de humo lo
llama acoso. Pobre hombre¡¡¡¡