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lunes, 1 de mayo de 2017

EL TESTIGO DE JEHOVA EN LAS GARRAS DEL MONSTRUO

EL TESTIGO DE JEHOVA EN LAS GARRAS DE LA BESTIA

Al estudiante de inglés, no le cabe la menor duda de que el testigo de Jehová ha caído en la garras del monstruo, quien, tras devorarle toda lucidez, procede a aniquilarle todo rastro de humanidad, para dejarlo completamente aislado del mundo civilizado. Seguramente, y gracias al monstruo, no se siente solo, pero nunca como ahora ha estado más solo. Cómo diablos se puede disfrutar de la compañía de un monstruo cuya única finalidad es convertirte en una nada sin corazón ni alegría.

NORBERTO CICIARO, EL HOMBRE DEL DESPRECIO


Esta semana he contactado con 2 chicos uruguayos. En toda mi vida no he conocido a ninguno, y de repente, en una sola semana, y de forma independiente, a dos. Son casualidades, y el valor que uno les otorgue depende más de uno mismo que de ellas. Cuando conocí al argentino, se produjeron muchas casualidades que me enturbiaron el cerebro, y por culpa de las cuales acabé abriendo las puertas de mi piso a un casi desconocido. Hoy, en cambio, curado de semejantes supersticiones, apenas he dado ninguna importancia a los dos uruguayos.

Aunque dichas casualidades me trastornaron más de lo que sería deseable mi capacidad de discernimiento, no lo hicieron hasta el punto de anularme toda capacidad de percibir la realidad entorno de mí. Así me fue sencillo percatarme que a pesar del gesto caritativo que dispensaba al argentino, éste me despreciaba sin el menor disimulo. Igual que yo, también Ferran se debió dar cuenta del desprecio con que correspondía Norberto a su generosidad. Al fin y al cabo, si el argentino no soportaba al arquitecto, no tenía más que irse de su casa, pero prefirió quedarse con el pretexto de que no quería irse bajo un puente. No me vale la excusa, estoy convencido de que su familia le hubiera ayudado a salir del mal trance, pero su orgullo desmedido no aceptó ninguna interferencia externa. No tiene, por lo tanto, nada de extraordinario que el catalán desarrollase la mayor repulsión hacia un ser que pagaba su caridad con el desprecio más vil, incluido la humillación de los cuernos, porque en el caso del argentino el desprecio solía conllevar  la necesidad de humillar a quien no lo adoraba.

Ese mismo desprecio que yo percibí en mis entrañas y al que intenté poner fin de la manera más diplomática, ofreciendo al argentino un final acordado de la convivencia, que fue recibido de la forma más destemplada posible por éste. Semejante desprecio  permanece todavía en mi recuerdo, por lo cual ya no espero liberarme nunca de él.  Como siempre he sido consciente de ese desprecio, por eso mismo nunca he querido volver a ver al argentino y no habrá sido por falta de oportunidades. ¿Qué sentido tiene intentar acercarse a quien te ha despreciado con toda la fuerza de su corazón? Ninguno, a no ser que uno sea un masoca perdido. Lo cual no ha impedido que una vez me enteré de que el argentino, quien se había ido de mi piso sin decir adiós, estaba la mar de feliz, le enviase tres mails el mismo día recriminándole su proceder. El gran enfado que tenía dentro para con su incívica forma de obrar bien tenía que salir a la luz, de otra forma me hubiera acabado enloqueciendo. Creo que tenía que decirle que había obrado mal. De ahí los 3 mensajes de teléfono en un día y los tres mails en tres meses. 
 
Y aparte de eso, este blog, donde a través de la escritura intentaba una especie de catarsis para purgar de mi alma todo lo sucio y mórbido con lo que el argentino la había embadurnado. No tenía constancia de que lo que yo escribía podía ser leído por cualquier persona, pero cuando el argentino en lugar de dirigirse a mí, se dirigió a la empresa donde tenía el blog para que lo cerraran, entonces despertó mi ira y me dije: voy a seguir con mi blog hasta las últimas consecuencias. 
 
El blog tiene que ver con mi recuerdo, no con el argentino, que como persona no existe para mí. Es como bucear por las profundidades más turbias de mi memoria, con la esperanza de encontrar un rayo de luz que me guie hasta un lugar mágico donde olvidar para siempre al HOMBRE DEL DESPRECIO. Y a esto, el desgraciado vendedor de humo lo llama acoso. Pobre hombre¡¡¡¡