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miércoles, 21 de septiembre de 2011

EL SOLITARI REI HOMOSEXUAL

LLUÍS II DE BAVIERA. ELS SEUS CASTELLS I PALAUS

CASTELL DE NEUSCHWANSTEIN















PALAU DE HERRENCHIEMSEE

















PALAU DE LINDERHOF















EL SOLITARI REI HOMOSEXUAL

Lluís II de Baviera, també conegut amb els sobrenoms del rei boig o el rei de conte de fades va ser un rei força peculiar. Home molt introvertit, va fer tots els possibles per viure gairebé com un eremita. No tan sols restringia les cerimònies cortesanes a la mínima expressió, sinó també en les seves activitats més domèstiques evitava tot tracte amb els seus congèneres. Així, construïa els seus castells el més lluny possible de les zones habitades, ja sigui en llocs molts enlairats, envoltat de muntanyes gairebé inaccessibles, al fons de valls o en illes, situades al centre d’immensos llacs. Tampoc no li abellia gens la presència humana, mentre realitzava les accions més rutinàries: com menjar, vestir-se, etc. Normalment solia menjar tot sol, per garantir la soledat absoluta durant els seus àpats havia fet dissenyar una taula elevadora, que era servida en un nivell inferior pels criats, i un cop enllestida, mitjançant uns mecanismes, era elevada al nivell superior, talment que el rei pogués dinar sense ningú entorn seu.
El cost gegantesc dels seus palaus va arruïnar la nació. No solament va fer bastir molts castells, sinó que els va fer decorar amb una fastuositat sense precedents. El palau de Herrenchiemsee es una reproducció a escala menor del palau de Versailles. Tot i que en grandària és força inferior que el seu model, pel que fa al luxe el supera de llarg. Li agradava gastar, al rei boig, els diners dels seus súbdits, però per contra no li agradava gens regnar. De les qüestions d’estat, se n’encarregaven els seus consellers. Ell, per la seva banda, es limitava a signar els documents oficials i prou.
No li agradava la política, però li fascinava la cultura, especialment la música. Va ser el mecenes de Richard Wagner, per al qual va fer construir el teatre de Bayreuth, on van estrenar-se la tetralogia, un dels grans monuments de la cultura universal. Era un enamorat de la Edat Mitjana, i per reviure-la va fer-se construir el Castell de Neuschweinstein, al cim d’un muntanya, decorat exuberantment. Allí s’hi pot contemplar la sala dels Trobadors, decorada pel mateix rei. Li encantava llegir poesia i tota mena de literatura clàssica.
En relació a la seva vida més íntima, val a dir que mai no es va casar. La seva solteria empedreïda és lògica si ho té en compte les seves tendències sexuals. Des de sempre va mostrar una preferència pels homes bells. Alguns cops, se’l podia veure acompanyat dels seus amants, muntat en un trineu gegantesc, camí d’una cabana on es lliurava a orgies molt sonades.
Quan volia recollir.se en la més gran quietud, davallava a la gruta artificial del seu palau de Linderhof, on hi havia un llac subterrani. Adorava navegar per aquelles aigües, muntat en la seva barca amb forma de cigne, al so de la música del seu venerat Richard Wagner.
Va morir, en estranyes circumstàncies, ofegat en un llac. Molts creuen que va ser un crim d’estat.

NORBERTO, IGNACIO Y LA LÓGICA

NORBERTO, IGNACIO Y LA LÓGICA

Dentro de muy poco, iniciaré la redacción de un escrito titulado “ SODOMA Y GOMORRA Y EL REDUCCIONISMO HOMOSEXUAL” en que intentaré demostrar, dialécticamente, que no es verdad que el pecado de Sodoma fuera la falta de hospitalidad como proclaman algunos activistas gays y otros partidarios de lo “ políticamente correcto”. La Biblia dice lo que dice, y cada texto debe ser juzgado por él mismo y en función de su contexto más directo. Bien es cierto que tampoco dice que su pecado fuera la homosexualidad. El capítulo de la Biblia dedicado a la destrucción de Sodoma y Gomorra dice lo que dice, y no puede ser que porque Ezequiel sugiriera que el texto en cuestión dice otra cosa de lo que en realidad dice, algunos activistas gays, amparándose en el argumento de autoridad, que es una forma de falacia muy conocida, afirmen a su vez que ese texto no dice lo que dice. Sintiéndolo mucho, las palabras son las que son, y designan lo que designan, por más que ellas irriten a determinados sectores mimados por los “profetas de la modernidad”.
La verdad sea dicha, nunca había sido ningún devoto de la lógica. Siempre la había considerado como algo sobreañadido a la naturaleza, que en lugar de desvelarla, la hacía más confusa. Pero en los últimos años, he sentido un interés sincero hacia esa rama de la ciencia que estudia las leyes del pensamiento. Ese inesperado amor por la lógica lo atribuyo a dos razones, a saber, mi reciente descubrimiento de los escritos de San Tomás de Aquino y los de Etienne Gilson, en los cuales brilla su magistral dominio del razonamiento, y también, y quizás en mayor medida, el desconcierto en que me sumieron determinados comportamientos de Norberto, carentes, en mi opinión, de lógica, e, incluso, de sentido común.

A continuación narraré un episodio al que, por más que me estrujé las meninges, no fui capaz de sonsacarle ningún sentido. De hecho, hasta tiempos recientes, toda mi convivencia con Norberto me parecía de una absurdidad incontestable. Prometo, por lo más sagrado de mi corazón, que no entendí nada de nada de lo que viví junto a él.

LA HISTORIA QUE NORBERTO ME CONTÓ SOBRE IGNACIO

Aunque no recuerdo las palabras exactas que empleó, en cambio, me acuerdo perfectamente de lo que concibió mi imaginación al escucharlo.
A continuación paso a contar, a mi manera, el episodio de Ignacio y el joven travesti.

Ignacio, sudamericano de unos treinta años, sin especial formación académica, trabaja en un hostal de Barcelona. Es alto, de cabellos castaños no muy largos, con barba bien rasurada y de constitución corpulenta. Aún no siendo agraciado, tampoco es lo que se dice un tipo mal parecido: tiene su sex-appeal y más de una chica debe estar coladita por sus huesos.
Una noche de primavera, Ignacio, hombre sensual donde los haya, se sentía más cachondo de lo normal. Tal sobrexcitación erótica se debía a los encantos de un travesti jovencísimo, quien, a pesar de superar los veinte años, aparentaba, debido a los rasgos infantiles de su rostro, poco más de quince. Inmigrante brasileño, de bellísimos ojos verdes y cabellos lacios, cada día, al atardecer, merodeaba por los alrededores del hostal, en busca de clientes. Desde el primer día que Ignacio se percató de su presencia, se empalmó como un perro en celo. Una vez le sobrevino tal calentón que al llegar a su casa, con la pija erecta, corrió al lavabo para hacerse una paja en honor a su “muñequita linda”. Fue una paja gloriosa. Al día siguiente, de camino al hostal, aún turbado por el placer onanista de la jornada anterior, no pudo reprimir lanzar un guiño a su adorado travesti, el cual, le correspondió con otro guiño y con una sonrisa de lo más picarona. Fue entonces cuando Ignacio, enloquecido de deseo, decidió que esa misma noche se lo tiraría. En menos que canta un gallo, su cerebro ideó un plan para saciar sus deseos más libidinosos.
A las doce en punto de esa misma noche, bajó la escalera para ir al encuentro de su “bomboncito”. Salió al portal, barrió con una mirada lujuriosa los aledaños del hostal y al cabo de unos segundos, sus ojos se iluminaron triunfalmente al contemplar, recostado en un árbol, a unos cien metros, a su travesti. Sin la menor vacilación, seguro de salir airoso del empeño, se dirigió hacia el aniñado brasileño. Tras un breve tira y afloja comercial (que si una felación son 30 euros, que si son 25, etc.), Ignacio lo agarró de la cintura para llevárselo al hostal. Mientras subían las escaleras, le pellizcaba las nalgas a la vez que lo apretujaba contra su fornido cuerpo, como si quisiera demostrarle que lo tenía bien cazado y que no se le escaparía. El travesti, por su parte, reía alocadamente, mostrándose muy complaciente con los magreos del sudamericano. Al entrar al hostal, ambos pasaron por delante del mostrador, donde el argentino hacía el turno de noche. Ignacio, con la voz quebrada por la voluptuosidad, solicitó al argentino que le indicara una habitación libre para “follarse” a su “putita”. Éste, tras una rápida consulta, le comentó que la 23 estaba libre, y, tras repasar de arriba abajo al travesti, agregó, mientras le entregaba la llave: venga, tío, a disfrutar de la jodienda, que la trolita que te traes está para curtirla y recurtirla”.
Una vez en la habitación, Ignacio se bajó la cremallera, sacó su dura polla y la metió en la boca del travesti para que se la mamara. Quería metérsela hasta lo más hondo de su garganta, pero éste, todavía poco experimentado en las artes del sexo de pago, sintió un repentino ahogo, como si un bolo de comida le obstruyera la traquea e hizo amago de vomitar. Ignacio, agarrándole por los cabellos, empujó brutalmente la cabeza de su “muñequita” hacia adelante con el fin de hacerle comer todo su nabo. Pero el brasileño, temeroso de que el rabo tan grueso de su cliente no le dejara respirar, lo mordió ligeramente. Mordisco que obligó a Ignacio a retirar su polla en previsión de posibles desperfectos. Cabreado por la desastrosa mamada del travesti, sintió la necesidad de vejarlo. Sin disimular su impaciencia, sacó del bolsillo de sus vaqueros una caja de condones, extrajo un preservativo, se lo puso sobre el rabo, se hizo unas friegas sobre él para ponérselo más duro y cuando ya lo tuvo a punto embistió, salvajemente, el culo blandísimo del brasileño, quien se contorsionó de placer, como una oruga feliz. La montó bien montada, a su putita. Tras derramar la leche y gemir como dos mamíferos en celo, ambos se ducharon en el cuarto de baño adyacente al dormitorio. El travesti, una vez vestido, exigió a Ignacio que le pagara 50 euros por los servicios prestados. Treinta por el polvo y veinte más por la mamada. El sudamericano, tras mirar al travesti con descarado desprecio, le dijo que no le pagaría ni un puto euro por esa mierda de mamada. Entonces, el brasileño, hecho un basilisco, empezó a chillar como un endemoniado, y le espetó que no se iría de allí hasta que no cobrara lo convenido. Ignacio, que no se inmutó lo más mínimo por los gritos del infeliz, le vociferó que si no se largaba por las buenas lo echaría a hostia limpia del hostal. Como a pesar de las amenazas, el travesti siguió gritando, Ignacio se abalanzó sobre él para taparle la boca. Tan pronto lo tuvo dominado, lo sacó por la fuerza de la habitación. Una vez en el pasillo, y para que el travesti comprendiera quien era el más fuerte de los dos, Ignacio lo levantó en volandas, estrujándolo contra su pecho, como si quisiera exprimirlo. El frágil brasileño, asustado por el dolor que le causaban los apretones del sudamericano, llegó a imaginar que éste le quebraría todos sus tiernos huesos, y, dejando de gritar, imploró, en un tono lastimero, que lo soltara. Pero éste, que aún estaba resentido por la fallida mamada, no se apiadó de las súplicas de aquél, todo lo contrario, pues abusando de su fuerza, lo chafó aún más, mientras se reía y lo insultaba soezmente. Así, con el acojonado brasileño a cuestas, como si transportara un saco de cebollas, se dirigió hacia la puerta de salida. Una vez allí, soltó al travesti, quien se dio de bruces contra el suelo. Ignacio, orgulloso de cómo había resuelto la situación, dio unos ligeros puntapiés al trasero del brasileño para dar a entender que, como ya no le servía de nada, lo echaba a la puta calle. El travesti, con los ojos ligeramente húmedos, bajó las escaleras, sin rechistar, sintiéndose la criatura más humillada del mundo, consciente de que si no obedecía a Ignacio, éste le haría morder el polvo tantas veces como quisiera. Mientras bajaba, cabizbajo, con el orto a dos manos, oía como Ignacio le increpaba desde el rellano de la escalera: a chuparla por ahí, gilipollas de mierda, y no vuelva más por aquí. Porque si te vuelvo a ver te reviento los huevos, soplapollas de mierda, mamón, vamos, lárgate, a buscar pollas por ahí, vamos, a tomar pol culo, que es para lo único que sirves, marica comemierdas¡¡¡

LA HISTORIA QUE NORBERTO ME CONTÓ SOBRE EL OTRO SUDAMERICANO DEL HOSTAL

Igual que en el caso anterior no recuerdo las palabras de Norberto, pero sí que he retenido lo que concibió mi imaginación.

A continuación, contaré, a mi manera, el episodio de la borrachera.

Eran las 5 de la madrugada. El argentino estaba delante de su ordenador, leyendo los mails de quienes habían respondido a su anuncio para encontrar “carne”. Más o menos, ese anuncio decía:

“Soy un depredador argentino, de 36 años, recién llegado a estos parajes. Busco “carne” con derecho a roce.”

Había recibido casi unos 20 mails de mamíferos interesados en ofrecer su “carne” para que saciara su voraz apetito. Dos o tres de ellos, le pusieron especialmente cachondo, sobretodo uno que decía:

“Soy de estatura algo baja, 1, 68 m, dispongo, sin ser obeso, de carnes generosas para que tus manos tengan donde agarrarse, me gusta ser montado tanto en cubículos como en plena calle, a la vista de ojos indiscretos. Soy una “carne” leal, muy dulce y cariñosa, si me montas bien, te adoraré hasta hacerte sentir el depredador más feliz de toda la creación. “

La libido del argentino se puso al rojo vivo y su mente se llenó de imágenes pornográficas, mientras su pensamiento hilvanaba el siguiente discurso: “ este petiso trolo me la pone dura, y me quiero pajear, pensando como lo cojo por el orto, mi petiso trolo, quiero que me adores, que me beses los pezones, quiero oler tu carne, quiero tocar tu carne, quiero saborear tu carne, quiero lamerla, quiero comerla, incluso quiero sorberla, primero me vas a comer toda la pinga, y luego te voy a comer todo enterito, quiero que me adores, quiero que tu carne sea dulce como la miel, quiero que me mimes, que me adores, quiero montarte, mi petiso trolo…”
De repente, un estruendo en la entrada del hostal sacó al argentino de su embeleso carnal. Visiblemente enojado, se levantó de su silla y se dirigió hacia el hall con el fin de averiguar quien causaba semejante alboroto. Menuda sorpresa se llevó al comprobar que el culpable de todo el jaleo no era otro que el sudamericano que trabajaba con él, el primo de Ignacio. Estaba borracho como una cuba, tambaleándose, mientras tarareaba alguna canción de amores reñidos. El argentino, al percatarse del estado de embriaguez en que se encontraba, lo agarró del costado para acompañarlo a alguna habitación libre. De camino al cuarto, el sudamericano se puso a relatar su noche de alcohol y sexo: que noche, socio, que noche más chancha… más chancha… que cabras conocí, con unas lolas ricas, muy ricas… que noche más chancha… tira pa arriba¡¡ tira pa arriba¡¡ me he chupado tres vodkas… me he chupao mojitos… lo he paso chancho… que tias más ricas, que poto más rico, el suyo, que poto, estaba cagado de sed y me he chupado la barra entera, la barra entera… que cabras, me las quería pinchar, y me he chupao la litrona, socio, me la he chupao… y le he dado calugazo y la he corrido mano, que cabra más rica, le corrí mano a sus lolas … tira pa arriba¡¡ que noche… me lo he pasado chancho, socio...
El argentino, sosteniéndolo con sus brazos, lo conducía hacia la habitación, mientras lo jaleaba con las siguientes palabras: hoy sí que la has alborotado, chonguito, te habrás mamado media barra, estás pedo y repedo, vaya pedo más macanudo tienes¡¡ así me gusta, que la alborotes¡¡ joder, con el chonguito, menudo pedo llevas encima¡¡ tranquilo, pibe, que ahora te echo en la cama…
Tras tenderlo en la cama, el argentino volvió a ponerse delante de su ordenador, para seguir recreándose en la carne que, sin el menor recato, todos esos mails ponían a su disposición. Se excitó tanto al saber, con certeza absoluta, que podría hacer con ella lo que le diera la gana. Finalmente, el argentino, mientras se imaginó ser el Señor de toda esa carne tan dócil a sus antojos, se corrió como un dios griego.


Una vez concluidas las dos historias, Norberto me soltó, en un tono agrio, el siguiente reproche:

Ellos me lo cuentan todo y no me ocultan nada, tú, Carles, te lo callas todo¡¡

No le respondí nada, porque no pensé en nada. Me quedé atónito, con el pensamiento en blanco, completamente en blanco. Hoy, pasados ya tantos meses desde entonces, me formulo las siguientes preguntas:

¿Por qué ilustró su reproche con esas dos historias poco ejemplares (cuando podía haberlo ilustrado con miles de ejemplos más razonables)?

¿Por qué aquél que repetía a menudo las palabras de San Pablo: “todo me es lícito, pero todo no me conviene”, se mostraba tan comprensivo con el comportamiento de Ignacio y del otro?

¿Por qué sólo yo me callaba las cosas o las ocultaba? ¿Acaso él no se callaba cosas o no me las ocultaba?

¿Por qué pensaba que ellos habían tenido un gesto de consideración hacia él, cuando resulta obvio que no lo tuvieron?

¿Por qué quería demostrar que entre ellos había una gran camarería cuando tampoco la hubo?

Ellos no ocultaron sus miserias por la misma razón que uno de ellos no se privó de follar al travesti y el otro no reprimió sus ganas de emborracharse, sencillamente por comodidad, porque eso resultaba, en cada caso, lo más obvio, lógico y cómodo. ¿Para que se iban a complicar su vida, si lo que el cuerpo les pedía era eso mismo que acabaron haciendo? ¿Por qué Ignacio se tenía que llevar a su travesti a un hostal desconocido, si se lo podía llevar al suyo, sin pagar nada? ¿Por qué el otro se tenía que ir a casa de un amigo a pasarse la borrachera si podía irse a su hostal, donde ( si no le apetecía) no tendría que dar explicaciones de nada?

Hoy no me cabe la menor duda de que Norberto aprobaba los comportamientos relatados en las dos historias. De hecho, la primera de ellas sería un ejemplo del “amor” que enseña la carne, mientras que la otra, lo sería del adagio que dice “a quien vacila, la vida se le escapa”. O dicho de otra manera, no me estaba diciendo que le contara cosas, sino que, de alguna forma, así lo entiendo yo, me animaba a que me emborrachara o a que follara al primer bicho viviente que se me cruzara por el camino, porque eso era bueno, porque eso era aprovechar la vida, porque eso me haría muy feliz. En fin, toda una lección de ética muy edificante.

Y sin embargo, San Pablo lo dice muy claro: todo me es lícito, pero no me dejaré dominar por nada.

Pero si modificamos la afirmación de San Pablo, obtenemos la siguiente: porque todo me es lícito, me dejaré dominar por todo. Entonces, como por arte de magia, el reproche de Norberto recobra toda la lógica. En efecto, si todo me es lícito, es porque el prójimo no supone ninguna limitación a mis deseos, luego soy libre, totalmente libre y esa libertad es la fuente de mi felicidad, por lo tanto soy feliz. Y de la misma manera que el prójimo no supone limitación para mis deseos, tampoco lo supondrá para mis pensamientos, luego puedo pensar lo que quiera y como lo quiera, sin tener en cuenta para nada a mi prójimo, precisamente porque yo lo pienso así, así está bien. Es, pues, de una lógica irrebatible. De hecho, una vez el argentino me espetó: “si no te gusta, te aguantas”.
Pero lamentablemente, San Pablo dijo lo que dijo. La ética que se desprende de las historias de Norberto y la que se desprende de las epístolas son del todo incompatibles. ¿Por qué entonces se empecinó en reconciliarlas? ¿Para ser quizás “profeta de la diversidad en la unidad”? ¿Pero no dice también que “la obediencia te libera”? Entonces, ¿En qué quedamos?

Recordemos, por si cupiere alguna duda sobre lo anterior, las inmortales palabras del Apóstol en Corintios: No os engañéis: que ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los que yacen con hombres, 10 ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los calumniadores, ni los estafadores, heredarán el reino de Dios. 11 Y esto erais algunos de vosotros, pero ya habéis sido lavados, pero ya sois santificados, pero ya habéis sido justificados en el nombre del Señor Jesucristo y en el Espíritu de nuestro Dios.

domingo, 11 de septiembre de 2011

BUENOS AIRES Y SEVILLA: DE LA NADA AL SER.


Carles en el patio de la casa de Pilatos, en Sevilla.

BUENOS AIRES Y SEVILLA: DE LA NADA AL SER.

Aclaro, para evitar malos entendidos, que describo a Buenos Aires desde una Sevilla en plena Semana Santa, cuando la capital hispalense se convierte en la cosa más bella del mundo. No soy, pues, neutral ni tampoco quiero serlo.

BUENOS AIRES: LA CIUDAD SIN DIOS

Buenos Aires es la tierra de Norberto. Es una ciudad poco original. Una especie de sucedáneo arquitectónico. Hecha a imagen y semejanza de las capitales europeas, no tiene suficiente espíritu como para ser algo más que piedra y carne conjuntadas por el tango. Casi todos los edificios bonairesenses han sito tomados, por decirlo de alguna forma, prestados de Europa. El mismo Norberto   me lo confirmó al afirmar que Madrid le recordaba demasiado a Buenos Aires. Incluso, al pasear por la capital española, se pensó que estaba en Buenos Aires. No es extraño que lo pensara, pues muchos edificios madrileños han sido exportados, como se exportan los muebles o los albaricoques, a la capital de la Argentina. Por otra parte, es sintomático que Madrid y Buenos Aires se parezcan tanto. La capital española es una de las ciudades menos agraciadas de Europa. Apenas conserva ningún edificio digno de cuando fue la capital del mundo. Nada, a parte de unas toscas iglesias y unos insulsos conventos, queda de esa memorable época en que no se ponía el sol en los dominios del imperio español. La mayoría de los edificios que fotografían los turistas que acuden a Madrid son un pastiche, edificios pomposos que mezclan estilos arquitectónicos del pasado sin rigor ni tacto, caóticamente. Madrid es la capital del pastiche. Cuando uno viaja a Roma, a Viena, a Paris, siente, en sus extraordinarios edificios, la gloria del pasado. En Madrid nada de eso se siente, porque nada de antiguo queda. En Buenos Aires ocurre tres cuartos de lo mismo, pero con la diferencia, a favor de la ciudad rioplatense, que como ésta no ha tenido pasado no puede, en buena lógica, exhibirlo. Todo lo vetusto que observamos en sus calles es una imitación en el mejor de los casos, porque en el peor es una copia gélida y desangelada. Madrid, a pesar de estar rodeada de ciudades provistas de maravillosas catedrales góticas, posee un bodrio de catedral. Yo mismo soy más viejo que su catedral, que se consagró, a lo más, hace veinte años. La catedral de la Almudena es horrorosa, ridícula y pretenciosa. Un colosal pastiche concebido con más pena que gloria. Lo mismo se puede decir de la catedral metropolitana de Buenos Aires, una vulgar imitación de la Iglesia de La Madeleine de París. Un edificio muerto, sin aliento imaginativo. Madrid posee el Palacio Real, una de las pocas cosas dignas de la capital, al lado del cual la Casa Rosada es una choza. Desde las estancias de ese palacio se gobernaron no sólo los destinos de los argentinos sino también los de media América. A pesar de la fastuosidad y de las grandes obras de arte que atesora, (cuadros espléndidos de Goya, Velázquez o Caravaggio), es un edificio sin carácter español, que si en lugar de estar donde está, estuviere en París o en Roma, nadie se extrañaría de ello. Buenos Aires, por el contrario, supera a Madrid con su Palacio del Congreso, (imitación de los congresos norteamericanos, a su vez inspirados en edificios italianos) y con el teatro Colón (imitación de la Scala de Milán). Madrid, en cambio, cuenta con una de las colecciones de pinturas más impresionantes del mundo. Gracias a ella se convierte, todos los años, en la Meca para millares de amantes del arte. Vale la pena recordar que muchas de ellas se pintaron en el mismo Madrid. Los reyes españoles que no mimaron mucha la arquitectura de su capital se desvivieron, en cambio, por dotarla de algunos de los más bellos cuadros de la historia.
Muchos rioplatenses sintiendo que su ciudad no tiene empaque artístico ni originalidad arquitectónica, envidian la grandiosidad monumental de las capitales europeas. Sienten, por así decirlo, a su ciudad como una nada, en el sentido de que toda imitación es una nada( una nada relativa, se entiende) respecto al modelo a partir del cual ha sido creada. Su mismo ser proviene de otro, sin el cual nada sería. Los argentinos saben que los originales están en Europa y por ello muchos de ellos sienten el impuso de viajar hacia las capitales europeas para contemplarlos cara a cara. Allí está lo original, lo genuino, lo verdadero. Sienten, de alguna manera, que su ciudad es falsa. Es un espejismo. Incluso un vacío. Igual como las almas de los creyentes necesitan elevarse hacia los cielos para contemplar a Dios, a imagen y semejanza del cual han sido creadas, los rioplatenses necesitan viajar a Europa para contemplar, cara a cara, las ciudades a imagen y semejanza de las cuales ha sido creada su Buenos Aires. Sabiéndola una copia, sienten la necesidad de dirigirse hacia el modelo original, hacia el Creador que lo hizo realidad. Presienten, pues, a lo lejos, el aliento del Creador y hacia él corren, en sueños o de verdad, muy ilusionados. Buenos Aires es la ciudad sin Dios.

SEVILLA: LA CASA DE DIOS

Sevilla es la tierra de David. No es una ciudad al uso, al menos durante la Semana Santa. Entonces, y solo entonces, es un milagro de piedra que huele a incienso y jazmín blanco. Sus jardines son prodigiosos; los patios de sus casas, abarrotados de tiestos con claveles y geranios de todos los colores, deslumbran a nuestros ojos. Sus callejuelas, con casitas de colores rojos, ocres, naranjas y blancos, rebosan historia y espiritualidad. Qué maravilla adentrarse por el Barrio de Santa Cruz, el mismo que poblaron los judíos medievales, y perderse por el laberinto bellísimo de sus callejones y plazuelas. Lo mismo se puede decir de los fabulosos palacios sevillanos. Entre los cuales sería imperdonable no mencionar la Casa de Pilatos, con su patio renacentista, cuajado de maravillas mudéjares y su escalera, con majestuosos azulejos y yeserías, coronada por un haz sin igual de mocárabes de madera. El palacio de Dueñas, con patios atestados de palmeras, hortensias, alhelíes, rosas y azucenas. El palacio de la Condesa de Lebrija con los suelos embellecidos de mosaicos auténticamente romanos, arrancados de las casas de la vecina Itálica, porque Sevilla fue romana, y de esa época aún quedan muchos restos, como su fabuloso anfiteatro. Sin lugar a dudas, el mayor recinto civil de Sevilla lo constituyen los Reales Alcázares, Patrimonio de la Humanidad. Fueron levantados por alarifes venidos del cercano Reino Nazarí de Granada. Toda la gracia de los artistas moros luce en ellos de forma esplendorosa. Pero donde Sevilla brilla con luz propia es en sus iglesias, en sus fastuosas iglesias, edificadas con el oro de América. Cuánto derroche decorativo anida en ellas, cuántas pinturas y cuántas esculturas sensacionales¡¡ Que portento de arte se desparrama entre sus paredes¡¡¡ Si ellas ya nos dejan sin aliento, cómo no quedarnos extasiados ante la Gloria de Dios hecha piedra que es la Catedral de Sevilla. Si quienes la mandaron construir pretendían que presintiéramos la majestuosidad del Verbo, voto a Dios que lo consiguieron plenamente. Cuando el alma contempla el formidable retablo mayor, el más grande del orbe, recubierto de pan oro, se queda como si el mismo Jesús la abrazara para llevarla hacia Dios. Todo lo anterior siendo mucho, no es nada, a penas una migaja de pan duro, cuando se lo compara al espectáculo sobrecogedor que son las procesiones que recorren las calles sevillanas. La música, el olor, los colores de los nazarenos, los increíbles pasos, todo es de una belleza sobrenatural. Dios mío, no hay palabras para describir lo que se siente cuando, a lo lejos, se ve avanzar al Jesús del Gran Poder, el Señor de Sevilla. Es sólo madera policromada, pero cuántos vivos no tienen la vida que rezuma por todos sus poros esa soberbia escultura. Sin lugar a dudas, durante la Semana Santa las almas de los sevillanos no necesitan elevarse hacia Dios, porque Dios ha bajado a la tierra para pasear por las calles sevillanas. Sevilla es la casa de DIOS.











NORBERTO Y LA SEXUALIDAD CRISTIANA


NORBERTO Y LA SEXUALIDAD CRISTIANA
Hace aproximadamente un mes, encontré en Internet unos comentarios de Norberto realmente inquietantes. En ellos se privilegiaban los pecados de la carne sobre los del espíritu, violando, así, la misma palabra del Señor, quien dice: “A los hombres se les perdonarán todos sus pecados y blasfemias, pero la blasfemia contra el Espíritu no se les perdonará. Al que hable contra el Hijo del hombre se le perdonará, pero al que hable contra el Espíritu Santo no se le perdonará ni en esta vida ni en la otra." ( Mt 12, 31-32). En efecto, la Biblia no se refiere nunca a los pecados del espíritu, sino que habla del pecado contra el Espíritu. Si San Pablo afirma que el egoísmo (Eritheia, en griego) nace de la carne, así como el resto de los pecados, por qué hay quien se empeña en atribuírselos al espíritu (sabiendo, como lo sabe Norberto, las implicaciones que esta palabra posee en la Biblia). Se puede admitir que alguien, usando la metominia (una figura retórica) designe a la lujuria como “los pecados de la carne”, pero designar al orgullo como un pecado del espíritu es ir demasiado lejos, porque a diferencia de la anterior no hay ninguna tradición que la avale, sino todo lo contrario. Es verdad que hay muchos ateos que usan la palabra espíritu como sinónimo de alma o de mente, pero alguien versado en el pensamiento cristiano, nunca debería usar impropiamente esa palabra y menos relacionarla con lo pecaminoso, pues eso es blasfemar contra Dios. Realmente Norberto estuvo desafortunado llamando al orgullo pecado del espíritu, pues todo cristiano debería saber que el espíritu es el lugar del alma donde reside DIOS.
Movido por la curiosidad, me pregunté a mí mismo que concepto tendría Norberto de Dios. Para saberlo tecleé en el Google las siguientes palabras: NORBERTO apellido  DIOS, y hallé el siguiente texto de Norberto:

El cambio lo da la llegada de la teologia escolastica en contraposicion de teologia mas mistica del iluministas, que es la que extructurara la moral en principios y asi la fe , y que daran paso a la teologia tomista posterior y el advenimiento de la Edad Media o oscura. Anterior al siglo XIII, el ser cristiano era la más pura búsqueda de Dios con su ser espiritual y carnal sin tabúes. Es a partir de la escolástica que la sexualidad está sometida a la procreación y lo demás es impúdico, lo que paradójicamente nos sitúa en el reino animal¡¡¡¡

No hay duda de que semejantes palabras las escribió Norberto  para deslumbrar al señor Leo Estapé, quien no debe ser muy ducho en teología medieval, porque de serlo Norberto nunca se hubiese atrevido a proferir tantas inexactitudes históricas. En principio querer deslumbrar al prójimo no es malo si se hace con honestidad, pero si se hace desde la vanidad es poco ético. Norberto, y sus palabras lo corroboran, no es un experto en teología medieval ni en la historia del cristianismo. Ha leído algo, pero no conoce sólidamente aquello de lo que habla. No ha consultado las fuentes (no ha leído la Suma Teológica de Santo Tomás ni los textos de los Padres de la Iglesia). Por ejemplo no entiende que a un teólogo, da igual que sea místico o escolástico, y por su misma inquietud intelectual, no le interesa la búsqueda pura (es decir, sencilla) de Dios, si no todo lo contrario. A los teólogos les gusta, por decirlo de alguna manera, “complicarse la vida”, les interesa lo complejo, y no dudan en profundizar hasta las mismas raíces de una cosa para comprenderla en su totalidad. Si uno quiere acercarse a Dios de forma pura e ingenua nunca se hará teólogo. San Francisco de Asís y Santa Teresa de Jesús fueron místicos, por ello se acercaron de forma sencilla a Dios.
Norberto escribió esa parrafada para demostrar a la comunidad científica que sabe la razón por la cual existió, en un pequeño reducto del Norte de España, el románico erótico. Ese fenómeno se conoce como “el enigma del románico erótico” precisamente porque nadie sabe a ciencia cierta por qué surgió. Se han propuesto muchas hipótesis, pero ninguna de ellas convence a todos los estudiosos. Norberto, muy chulo él, y a pesar de su falta de formación teológica e histórica, afirma que tal modalidad artística se debió a que aún no existía la teología escolástica, lo cual es falso, porque en esa época ( siglo XII) ya vivían dos de los más eximios escolásticos de todos los tiempos, a saber, San Anselmo de Canterbury y Pedro Abelardo. Además, la estructuración de la moral y del dogma ya se hizo en los siete Concilios Ecuménicos celebrados desde el siglo IV dC al siglo IX dC). En palabras de Jesús Mosterín: Las grandes iglesias cristianas actuales aceptan los siete concilios ecuménicos por lo que puede considerarse que sus conclusiones dogmáticas siguen constituyendo la columna vertebral de la fe cristiana.

A continuación, rebatiré, usando un método de inspiración escolástica, una de las afirmaciones de Norberto. Las demás afirmaciones del argentino serán rebatidas en el futuro.




PRIMERA CONTROVERSIA ENTRE NORBERTO Y CARLES

"Hijo mío, no tomes a la ligera la disciplina del Señor ni te desanimes cuando te reprenda, porque el Señor disciplina a los que ama, y azota a todo el que recibe como hijo. Hebreos 12:1–6


1.- Norberto  AFIRMA:

Antes del siglo XIII, la sexualidad humana no estaba sometida a la procreación ni era impúdica según los teólogos de esas épocas.

2.- Carles Soler RAZONA:

Si la afirmación de Norberto   fuera cierta, no existirían ni compendios ni citas ni referencias en las que los teólogos de esas épocas consideraren que la sexualidad estuviere sometida a la procreación y/o que fuere impúdica.

3.- Carles Soler ACLARA:

3.1 El primer teólogo cristiano fue San Pablo. Tras el Apóstol, se extiende un período (desdel siglo II dC hasta el siglo VIII dC) en que los llamados Padres de la Iglesia desarrollan la teología patrística, muy influenciada por las ideas de Platón, Plotino y los estoicos. A la Patrística le sigue la teología escolástica (que abarca desdel siglo X hasta finales del siglo XIV), muy influenciada, a su vez, por el pensamiento de Aristóteles.

3.2 La teología patrística contribuyó, decisivamente, a consolidar la doctrina y el pensamiento cristianos. Sus logros teológicos fueron sancionados por la Iglesia. Bien se podría decir que dichos teólogos levantaron, sobre los cimientos de Jesús y de los Apóstoles, el colosal edificio del cristianismo.

3.3 Entre las cuestiones más sobresalientes que la Patrística abordó se pueden citar, entre muchas otras:
3.3.1 La Santísima Trinidad
3.3.2 La Encarnación
3.3.3 Las relaciones entre la libertad y la gracia.
3.3.4 Las relaciones entre fe y razón.
3.3.5 Los sacramentos
3.3.6 La Creación
3.3.7 El dualismo cuerpo alma

3.4 La Patrística se suele dividir en Patrística griega y en Patrística latina
3.4.1 Los teólogos más importantes de la patrística griega son:

Taciano, Atenágoras, Teófilo, Clemente, Orígenes, Máximo el Confesor, Gregorio de Nisa, Juan Damasceno

Los teólogos más importantes de la patrística latina son:

Tertuliano, Ambrosio, Jerónimo, Rufino y San Agustín.

3.5 Sin lugar a dudas, el Padre de la Iglesia más influyente y respetado es San Agustín de Hipona. Sus aportaciones, tanto teológicas como filosóficas, son cruciales para la historia del cristianismo. Así mismo, es bien conocido, que sus profundos conocimientos del alma humana le llevaron a formular un principio de verdad a prueba contra todo escepticismo. En efecto, San Agustín se adelantó a Descartes, casi diez siglos, al afirmar: “Si me equivoco, existo... En tanto que sé que existo, sé que pienso“

3.6 La edad media se alarga desde el siglo VIII dC hasta el siglo XIV dC


4.- Carles Soler OBJETA (aportando testimonios que refutan, tajantemente, la afirmación de Norberto):

4.0 San Agustín de Hipona, en el siglo V dC, afirma:

4.0.1 Si se descartan los hijos, los esposos no son más que vergonzosos amantes, las esposas son prostitutas, los lechos conyugales son burdeles y los suegros son los proxenetas.

4.0.2 ¿No nos habíais aconsejado calcular los días que siguen a la menstruación, ya que es de esperar que entonces la mujer quede fecundada, y abstenernos en ese tiempo, de la relación marital con el fin de evitar que una alma quede encarcelada en la carne? De eso se deduce que estáis convencidos de que el matrimonio no tiene como finalidad procrear hijos, sino satisfacer la concupiscencia.

4.0.3 sólo es nupcial y sin pecado, la relación sexual necesaria para la procreación. Todo lo que vaya más allá de esta necesidad, no es conforme a la razón y sólo obedece a la pasión. Es, pues, la conformidad con la finalidad procreadora el criterio decisivo de la calidad moral del acto conyugal: El acto conyugal con fines procreadores no es pecado; con vistas a satisfacer la concupiscencia, pero con su pareja, por razones de fidelidad, supone una falta venial; en cuanto al adulterio o a la fornicación, esto es pecado mortal.

4.0.4 "No conozco nada que rebaje más a la mente humana de las alturas, que las caricias de una mujer y la unión de los cuerpos.".

4.0.5 "La trasgresión del hombre (el pecado de Adán y Eva) no anuló la bendición de la fertilidad, concedida a él antes de que pecara, sino que la infectó con la enfermedad de la lujuria".

4.1 Clemente de Alejandría afirmó, en el siglo II dC, lo siguiente:

4.1.1 El fin más inmediato del matrimonio es el de procrear hijos, aunque el fin más pleno sea el de procrear buenos hijos… El matrimonio ha de tenerse por cosa legítima y bien establecida, pues el Señor quiere que los hombres se multipliquen. Pero no dice el Señor “entréguense al desenfreno,” ni quiso que los hombres se entregaran al placer, como si hubieran nacido sólo para el sexo. Oigamos la amonestación que nos hace el Cristo por boca de Ezequiel, cuando grita: “Circunciden su fornicación.” Hasta los animales irracionales tienen su tiempo establecido para la inseminación. Unirse con otro fin que el de engendrar hijos es hacer ultraje a la naturaleza. Clemente de Alejandría (195 d.C.)


4.1.2 Se desencadenan las pasiones, se dan rienda suelta a los placeres, se marchita la flor de la belleza y cuando soplan en contra las pasiones eróticas del desenfreno cae por tierra antes de echar pétalos, y mucho antes del otoño está ajada y destruida. La concupiscencia se transforma en todo para esconder al hombre… Pero el hombre que cohabita con el logos no debe esconderse. Por esto es evidente que nosotros, de común acuerdo, debemos rehusar las relaciones contra naturaleza: la masturbación, la pederastia (abuso deshonesto cometido contra los niños) y las uniones incompatibles entre afeminados, y seguir la naturaleza misma en lo que prohíbe, debido a la disposición que ha dado a los órganos, pues ha otorgado al hombre su virilidad, no para la recepción del semen, sino para su emisión. Clemente de Alejandría

4.1.3 Si en efecto debemos ejercitarnos en un cierto control (de nuestros deseos sexuales), como es verdad, hay que mostrarlo sobre todo a la propia esposa, evitando las uniones inconvenientes; y hay que dar en la propia casa la prueba segura de que uno es casto con los vecinos… Hay permiso para sembrar, para uno que está casado, como para un cultivador, solamente en el momento en que la semilla puede ser recibida con oportunidad. Para el resto del tiempo hay una excelente medicina para la incontinencia, y es el ser razonable; y también uno es ayudado evitando la saciedad, que infla los deseos sensuales. Clemente de Alejandría (195 d.C.


4.2. En la Carta a Diogneto del siglo II dC se dice:


4.2.1 Los cristianos se casan como todos, y como todos engendran hijos; ponen mesa común, pero no lecho. Están en la carne, pero no viven según la carne. Pasan el tiempo en la tierra, pero tienen su ciudadanía en el cielo.

4.2.2 La carne combate y odia al alma, sin haber recibido agravio alguno de ella, porque no le deja gozar de los placeres. Los cristianos renuncian a los placeres…

4.3 Atenágoras en el siglo II dC dijo:

4.3.1 «Al modo que el labrador echada la semilla en la tierra, espera a la siega y no sigue sembrando, así, para nosotros, la medida del deseo es la procreación de los hijos» (Súplica, XXXIII).

4.3.2 Teniendo, pues, esperanza de la vida eterna, despreciamos las cosas de la vida presente y aun los placeres del alma: cada uno de nosotros tiene por mujer a la que tomó según las leyes que nosotros hemos establecido, y aun ésta en vistas a la procreación.

4.3.3 ¿Tal vez aquellos que toman como máxima de su vida el comamos y bebamos, que mañana moriremos,... deberán ser considerados como personas pías? ¿y a nosotros, los cristianos, se nos mirará como gentes impías, nosotros que estamos convencidos de que la vida presente dura poco y tiene poco valor, nosotros que estamos animados por el solo deseo de conocer al Dios verdadero y a su Verbo ?

4.4 Juan Damasceno, en el siglo VIII, dC afirma:

4.4.1 El matrimonio es la temperancia de las pasiones, el remedio a la concupiscencia.

4.4.2 Dios nos lo impida porque sabemos que Dios bendice el matrimonio con su presencia y conocemos el pasaje que dice honorabile connubium et torus inmaculatus[69]. Sin embargo sabemos que la virginidad es mejor

San Justino Mártir, en el siglo II dC, aseveró:

4.5.1 Por tanto, no contraemos matrimonio sino para la procreación y educación de los hijos o, si renunciamos a él, vivimos en perpetua continencia.

4.5.2 Hay quienes prostituyen a sus hijos y a sus mujeres. Y, pública y abiertamente, algunos destruyen su virilidad para ser instrumentos de la lujuria. Justino Mártir (160 d.C.)

4.5.3 No sólo rechaza al que comete adulterio de hecho, sino también al que lo querría, pues ante Dios son patentes tanto las obras como los deseos.


En el siglo V, San Jerónimo (el primer traductor de la Biblia al latín) escribió:

Hay que castigar al cuerpo que se entregó a muchos placeres

En el siglo III, Orígenes, gran filósofo y teólogo, se castró a sí mismo, entre cantos religiosos, para estar más cerca de Dios.

4.6.1 Si le ofrecemos nuestra castidad, quiero decir, la castidad de nuestro cuerpo, recibiremos de El la castidad del espíritu... Este es el voto del nazareno, que es superior a los demás votos. Porque ofrecer un hijo o una hija, una ternera o una propiedad, todo esto es algo exterior a nosotros. Pero ofrecerse uno mismo a Dios y agradarle, no con méritos de otro, sino con nuestro propio trabajo, esto es más perfecto y sublime que todos los votos; el que esto hace es imitador de Cristo. Orígenes (225 d.C.)

En el siglo II dC, Tertuliano afirma:

4.7.1 Los pecados no aparecen en la carne: no aparecen sobre la piel de nadie las manchas de la idolatría, la lujuria o el robo, pero la suciedad de estas cosas está en el espiritu del que las ha cometido, porque el espíritu es el señor, y la carne es la sierva.

4.7.2 Pero hay otros pecados de naturaleza muy distinta, demasiado graves y demasiado perniciosos para que puedan ser perdonados. Tales son el asesinato, la idolatría, el fraude, el renegar de la fe, la blasfemia y, naturalmente, el adulterio y la fornicación y cualquier género de violación del «templo de Dios». Cristo ya no intercederá por estos pecados: el que ha nacido de Dios no los cometerá jamás, y si los ha cometido, no será un hijo de Dios 43.

4.7.3 Pero más altos aún y más dichosos grados son la paciencia corporal. Ella eleva a la santidad la continencia de la carne; sostiene a la viudez, conserva la virginidad, y al voluntario eunuco lo levanta hasta el reino de los cielos. Tertuliano (197 d.C.)

Arístedes, afirmó, en el siglo II dC:

4.8.1 Los hombres imitaron todo esto (la conducta pervertida de los dioses) y se hicieron adúlteros y pervertidos e, imitando a su dios, cometieron toda clase de actos viciosos. Arístides (125 d.C.)

5. Carles Soler CONCLUYE:

De la misma manera que no se puede ser cristiano y negar a Cristo y sus enseñanzas, tampoco se podrá ser teólogo cristiano y no admitir que Jesús es el mismo Dios. Pues de lo contrario se incurriría en el error de fundar una ciencia de la divinidad sobre un ser que no es divino. La teología asume como verdad absoluta la palabra revelada en la Biblia, y como tal palabra afirma que Jesús es Dios, los teólogos cristianos se adhieren a esa verdad sin vacilación. Pero si Jesús es Dios, su palabra no está sometida al error, sino que ella es la misma Verdad, de donde se sigue que todo lo afirmado por Jesús no puede ser corregido por ningún teólogo, sino que se debe de aceptar tal cual lo dijo el Verbo. El mismo criterio de verdad se aplicará, en buena lógica, a toda la palabra revelada que, aún no proviniendo del mismo Jesús, figura en el Nuevo Testamento, en tanto que inspirada por él mismo. Por donde se ve claro que las opiniones de los teólogos cristianos sobre la sexualidad deberán plegarse a la verdad de Jesús y a la de los apóstoles, inspirados por él. De no hacerlo así, cuestionarían la propia divinidad de Cristo, y de rebote a ellos mismos, pues caerían en el absurdo de afirmar que Dios se equivoca o, peor aún, pretende desencaminar o confundir al hombre con sus palabras, sugiriendo con ello que Dios no es la Bondad absoluta, más aún, que Dios no es Dios, pero si esto fuere así, su teología caería en el más ridículo de los absurdos.
Ahora bien, ¿qué dijo Jesús y los apóstoles acerca del matrimonio y de la lujuria? Escrutemos el Nuevo Testamento para saberlo.
Sobre el matrimonio se afirma lo siguiente:

1.- Por esto el hombre dejará padre y madre, y se unirá a su mujer, y los dos serán una sola carne? Así que no son ya más dos, sino una sola carne; por tanto, lo que Dios juntó, no lo separe el hombre. Mateo 19:4-6

2.- Honroso sea en todos el matrimonio, y el lecho sin mancilla; pero a los fornicarios y a los adúlteros los juzgará Dios. Hebreos 13:4
3.- Y yo os digo que cualquiera que repudia a su mujer, salvo por causa de fornicación, y se casa con otra, adultera; y el que se casa con la repudiada, adultera. Mateo 19:9


4.- "Ustedes me han escrito sobre varios puntos: es cosa buena que un hombre no toque mujer alguna. Pero no ignoren la tiranía del sexo; por eso, que cada hombre tenga su esposa y cada mujer su marido. El marido cumpla con sus deberes de esposo y lo mismo la esposa. La esposa no dispone de su cuerpo, sino el marido. Igualmente el marido no dispone de su cuerpo, sino la esposa. No se nieguen ese derecho el uno al otro, a no ser que lo decidan juntos, y por cierto tiempo, con el fin de dedicarse más a la oración. Después vuelvan a estar juntos, no sea que caigan en las trampas de Satanás por no saberse dominar." (1 Co 7, 1-5)


Tocante a la fornicación y el adulterio, se afirma en el Nuevo Testamento :


1.-Pero yo os digo que cualquiera que mira a una mujer para codiciarla, ya adulteró con ella en su corazón. Mateo 5:28
2.-Digo, pues, a los solteros y a las viudas, que bueno les fuera quedarse como yo; pero si no tienen don de continencia, cásense, pues mejor es casarse que estarse quemando. 1 Corintios 7:8-9
3.-¿No sabéis que los injustos no heredarán el reino de Dios? No erréis; ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los que se echan con varones… heredarán el reino de Dios. 1 Corintios 6:9-10
4.-No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él. Porque todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo. 1 Juan 2:15-16

5.-La voluntad de Dios es que sean santificados; que se aparten de la inmoralidad sexual; que cada uno aprenda a controlar su propio cuerpo* de una manera santa y honrosa, sin dejarse llevar por los malos deseos como hacen los paganos, que no conocen a Dios. 1 Tesalonicenses 4:3–5

6.-Pues ya basta con el tiempo que han desperdiciado haciendo lo que agrada a los incrédulos,* entregados al desenfreno, a las pasiones, a las borracheras, a las orgías, a las parrandas y a las idolatrías abominables. 1 Pedro 4:3

7.- Andemos como de día, honestamente; no en glotonerías y borracheras, no en lujurias y libertinaje, no en contiendas y envidia Al contrario, vestíos del Señor Jesucristo y no satisfagáis los deseos de la carne. Romanos 13:13–14

8.-Que nadie diga cuando es tentado: Soy tentado por Dios; porque Dios no puede ser tentado por el mal y El mismo no tienta a nadie. Sino que cada uno es tentado cuando es llevado y seducido por su propia pasión. Santiago 1:13–14


9.-Porque del corazón del hombre salen los malos pensamientos, los asesinatos, el adulterio, la inmoralidad sexual, los robos, las mentiras y los insultos.j Mt 15,19

10.-Huid de la fornicación. Cualquier pecado que cometa el hombre, fuera de su cuerpo queda; pero el que fornica, peca contra su propio cuerpo. ¿O no sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, que está en vosotros y habéis recibido de Dios, y que, por tanto, no os pertenecéis?” Habéis sido comprados a precio. Glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo” (1 Cor 6,18-20



Basta, pues, con leer la palabra de Dios para darse cuenta de lo que el creador piensa sobre el matrimonio y la lujuria. Basta, pues, tener inteligencia para deducir de las anteriores citas que Dios aborrece la lujuria y bendice el matrimonio (y los dos serán una sola carne). Basta, pues, saber razonar para concluir que la única manera de conciliar la bondad del matrimonio con la fealdad de la lujuria es sometiendo el deseo sexual a la necesidad de procreación. Por lo tanto, sólo cuando se procrea se dignifica el apetito carnal ante los ojos de Dios. En caso contrario, se convierte en algo impúdico, en algo que hay que reprimir o, al menos, reducir a la mínima expresión. Si esto es lo que quiere Dios, y lo quiere porque lo dice en la Biblia, todos los teólogos y seguidores de Cristo también lo querrán, y también lo difundirán a través de su palabra, ya sea oral o escrita. Por lo tanto, todos los escritos que nos han llegado de esos primeros cristianos se limitan a difundir, con sus libros, la voluntad de Dios. Que ello es así, lo demuestran todos los textos que he aportado, y muchísimos más que, por no hacerme prolijo, he obviado. Todos los teólogos de los primeros siglos, pues, consideran la sexualidad algo impúdico y aconsejan que, en el matrimonio, el coito solo se practique en virtud de la procreación. Queda demostrado, pues, que los primeros teólogos, por ser fieles a la palabra de Dios, no podían predicar otra cosa que lo que ésta decía, y como ésta condenaba la lujuria y bendecía el matrimonio, ellos, con su palabra, también condenaron la lujuria y bendijeron el matrimonio sometido a la procreación. Es de pura lógica. Solamente si se parte de la premisa que la palabra revelada en la Biblia no es palabra de Dios, porque en tanto que escrita por humanos, (Jesús y los apóstoles fueron humanos), está sometida al error y por lo tanto no es la verdad sino una porción de la verdad. Sólo admitiendo la naturaleza imperfecta de la palabra de Dios se podría considerar que la sexualidad no es, en determinados casos, impúdica ante los ojos de Dios.

SALZBURG: THE IDEAL CITY , LA CIUTAT IDEAL.

THE PARADISE OF THE PRINCE ARCHBISHOPS
EL PARADÍS DELS PRÍNCEPS ARQUEBISBES
ELPARAÍSO DE LOS PRINCIPES ARZOBISPOS





THE PRINCES ARCHBISHOPS (The almighty lords of Salzburg for over 1000 years)

Even in an age so little pious as ours, many of us will have spent a few minutes of our existence to imagine how it should be the paradise, from which, allegedly, our first parents were expelled because of his disobedience to God’s commands. 
Some have imagined it as a garden awash with trees and flowers of all types, immersed in an eternal spring, through which mighty rivers flow. Others, like a carpet of grass plains, amid which are accommodated lakes bordered by lush greenery. And some even have it figured as a boundless land covered by cornfields, studded, here and there, with poppies and sunflowers, overflown by multicolored birds. Everyone is free to imagine it as he likes.
However, no one will probably have guessed that in the primeval Garden of the Eden there could be a city: among other reasons, because the Bible does not report that this city existed. Although the Word of God is, by itself, an almost irrefutable authority in paradisiacal matter, nowhere in the Holy Scriptures we are told that this city does not exist. Only because of bucolic prejudices, we tend to regard heaven as a vast plot of land designated by divine will as rustic area. Let’s get rid of these prejudices for a moment and let's imagine how it would be the city that God would choose for his Eden. An arduous task, perhaps, to our minds. Fortunately, a city on earth, because of its breathtaking beauty, would deserve the honor of being there. That city is none other than Salzburg, the city of Prince Archbishops.
I am sure that all these powerful archbishops, who not only were owners of the lands but also of the souls that worked for them, designed his city to image and similarity of which, according to them, God had constructed for his angels in  Paradise.
The princes archbishops had money of surpluses to raise the above mentioned city and, in addition, they were having the inestimable collaboration of the same Holy Spirit in order that he was assisting them in so delicate task. There is no doubt that they received the above mentioned divine help. Otherwise is not explained the supernatural beauty of his wonderful city.
Undoubtedly, Salzburg is the quintessential city. The archetype that should be adopted as a model for other cities. All its components: the color and height of their buildings, the presence of a river, the hill around which are grouped the houses of the city, the fortress that crowns the hill, the graceful silhouette of domes and spiers, the mountains that surround it, in short, everything has been designed so that its inhabitants could enjoy in advance the visual delights that were awaiting for them in the Garden of Eden.








DESCRIPTION OF SALZBURG


Salzburg, surrounded by high mountains, white in winter, covered with an emerald green in summer, stands at the edge of a plentiful and winding river. In the narrow plain which rises at the foot of a well-rounded hill, the Mönchsberg, crowned by the colossal Hohensalzburg fortress, the largest in Europe, from which the prince archbishops ruled, with firm hand, his possessions. The fortress, with its impregnable walls painted white, superbly dominates the city. As soon as the visitor arrives at Salzburg, raises his eyes toward her, impressed by this huge mass that seems to touch the heavens. The more superstitious of them even come to believe that it is an alter ego of the same God, who has turned into stone to control more tightly to his creatures.
Once the visitor descends from the train on Salzburg's station, he usually moves, afoot or by taxi, towards the Mirabelli gardens, from which it will get a perspective, literally glorious, of the city.   In the lower area, parterres are displayed, arranged in beautiful geometric shapes, and flooded with flowers: roses, petunias, lilies, etc.  Over the mentioned floral glow, green roofs are displayed in the buildings of the town center, and standing out of them, you can see the domes of the churches and the belfries; a little further above you can make out the mountain and in the top of it, the impressive fortress.   The vision is memorable, and will be recorded for life in the mind of the visitor.
After the garden tour, visitors will do well to cross some of the bridges that span the Salzach. Before that, they will stop a moment to contemplate, as reflected in the waters, pastel-colored silhouettes of the buildings that make up the riverfront. The image of the river, past the houses, on which stands the fortress Hohensalzburg, is also fabulous.

Then the visitor will travel through the picturesque streets of Old Town, especially
Getreigedasse street, where he will admire its elegant fronts, many of them adorned with the badges of the medieval unions. If he is a Mozart devotee, he will like to throw a glimpse to the natal house of the Salzburg genius.
One of the busiest streets, called Judeng, leads to Residenz Square, dominated by a monumental fountain, which stands on four stone horses. It is the main square, always crowded with tourists eager to sample the city's architectural delights. In front of it, stately and majestic, the earthly residence of the Prince Archbishops, a marvelous Renaissance palace, is situated. Its interior is decorated lavishly with silks, marble and wood of the highest quality. There they lived, surrounded by the most extreme luxury, masters of the city, more interested in
the earthly goods that not in the celestial ones.   There, dozens of servants were in charge of satisfying the most trivial desires of their highnesses. There, the most beautiful women of the principality   were taking charge of satisfying the most elementary needs of theirs pious lordships. Finally, an army of workers watched for the Prince Archbishops find no shortage of anything, which, in ecclesiastical terms, meant that their lives resemble as much as possible those ones they would have when, after leaving this vale of tears, enter the promised paradise.

Right next to the Residenz, the seat of the lords of Salzburg, stands out the impressive cathedral, where the Prince Archbishops were celebrating mass to be grateful to God for all the goods  which the Lord was fulfilling them with. Their was a power of divine origin. In fact, they were limited to manage all your


their domains in the name of the Almighty, by which his government was not subject to criticism from subordinates.

Leaving the pompous cathedral, you can reach the lovely churchyard of St. Peter, where death rather than incite terror provides a childlike joy to the beholder. Somehow, visiting the tombs that fill the cemetery is like moving into a timeless childhood. The dead lie under parterres of roses or red gladioli, around which grass grows. When the visitor enters into it, he feels happy, wanting to sit next to one of the graves for a picnic or, even better, he would rather play with his friends. At the cemetery, one forgets about the dead, because his thought prefers indulge in his childhood memories, when one longed for some candy or was plotting some mischief.

Leaving the cemetery, visitors
 will head to the cable car that goes up to the fortress. Once there, they will tour various nooks, stopping especially in the personal rooms of the Prince Archbishops, beautifully decorated. Also, they won't miss the dungeons where those who dared to challenge the archbishop's Order were locked. The most reluctant to recognize the power of the princes were sent to the torture chambers, where a hangman submitted them to most inhuman tortures. Even today you can see some of the evil tools which the poor wretches who aroused the wrath of the archbishops were tortured with.

If the visitor has enough time, he will do well to move to the recreational palace of Hellbrun, located on the outskirts of Salzburg. There the visitor can take solace in water games designed for the amusement of princes. Fountains that could be activated, while the unsuspecting guests sat around a stone table. The archbishops roared with laughter, contemplating, completely soaked, the unsuspecting guests.   I can imagine the loud laughters that their Illustrious should have done at the expense of the poor innocents during unforgettable evenings.

Back in the city, visitors can sit in one of the Stations of the Cross,which overlooks a spectacular view across the city. Perhaps if they are lucky, and not be swayed by rationalistic prejudices, behold, from its privileged position as the angels roam, rising
 and falling, from a paradise to another.







LOS PRINCIPES ARZOBISPOS ( Los todopoderosos señores de SALZBURG durante más de 1000 años)

Incluso en una época tan poco piadosa como la nuestra, muchos de nosotros habremos destinado algunos minutos de nuestra existencia a imaginar cómo debería ser el paraíso, del cual, presuntamente, nuestros primeros padres fueron expulsados a causa de su desobediencia a los mandatos de Dios.
Algunos se lo habrán imaginado como un vergel inundado de árboles y flores de todos los tipos, inmerso en una primavera eterna, por el cual manan caudalosos ríos. Otros, como unas llanuras alfombradas de hierba, en medio de las cuales se acomodan lagos bordeados de vegetación exuberante. Y otros incluso, se lo habrán figurado como una tierra cubierta por inabarcables campos de cereales, cuajados, aquí y allá, por amapolas y girasoles, sobrevolados por pájaros multicolores. Cada uno es libre de imaginárselo como mejor estime.
Sin embargo, nadie, probablemente, se habrá imaginado que en el Edén primigenio pudiera existir una ciudad. Entre otras cosas, porque la Biblia no informa de que tal urbe existiera. Aunque la Palabra de Dios sea, por ella misma, una autoridad casi irrebatible en materia paradisiaca, en ningún lugar de las santas escrituras se nos dice que tal ciudad no existiera. Solamente por prejuicios bucólicos, tendemos a considerar el paraíso como una inmensa parcela, calificada, por voluntad divina, como terreno rústico. Sacudámonos de encima, por un momento, dichos prejuicios e imaginémonos cómo sería la ciudad que Dios eligiera para su Edén. Ardua tarea, tal vez, para nuestras mentes. Afortunadamente, existe una ciudad en la tierra que, por su sobrecogedora belleza, merecería el honor de estar allí. Esa ciudad no es otra que Salzburg, la ciudad de los príncipes arzobispos.
Estoy convencido de que todos esos poderosos arzobispos, quienes no sólo eran dueños de las tierras sino también las almas que las trabajaban, idearon su ciudad a imagen y semejanza de la que, según ellos, Dios había construido para sus ángeles en el Paraíso.
Los príncipes arzobispos tenían  dinero de sobras para elevar dicha ciudad y, además, disponían de la inestimable colaboración del mismo Espíritu Santo para que los asistiera en tan delicada tarea. No hay duda de que recibieron dicha ayuda divina. De otra manera no se explica la belleza sobrenatural de su maravillosa ciudad.
Sin lugar a dudas, la suya es la ciudad por antonomasia. El arquetipo que debería ser adoptado, como modelo, para el resto de ciudades. Todos los elementos que la componen: el color y la altura de sus edificios, la presencia de un río, la colina entorno a la cual se agrupa los inmuebles de la ciudad, la fortaleza que corona dicha colina, la silueta airosa de sus cúpulas y campanarios, las montañas que la rodean, en fin, todo ha sido concebido para que sus moradores pudieran gozar, por anticipado, de las delicias que les aguardaban en el Edén.

DESCRIPCIÓN DE SALZBURGO

Salzburg, rodeada de altas montañas, blancas en invierno, revestidas de un verde esmeralda en verano, se levanta a la vera de un caudaloso y serpenteante río.  En la estrecha llanura que se levanta a los pies de una rotunda colina, el Mönchsberg, coronada por la colosal fortaleza de la Hohensalzburg, la mayor de toda Europa, desde la cual los príncipes arzobispos gobernaban, con mano de hierro, sus posesiones. La fortaleza, con sus inexpugnables muros pintados de blanco, domina de manera soberbia toda la ciudad. Tan pronto como el visitante llega a Salzburg, levanta sus ojos hacia ella, impresionado por esa mole que parece rozar los cielos. Los más supersticiosos de ellos, incluso lleguen a creer que se trata de un alter ego del mismo Dios, quien se ha petrificado para controlar más férreamente a sus criaturas.
Una vez el visitante desciende del tren en la estación de Salzburg, se suele encaminar, a pie o por taxi, hacia los jardines Mirabelli, des de los cuales obtendrá una perspectiva, literalmente gloriosa, de la ciudad. En la parte más baja, se despliegan los parterres, dispuestos en bellas formas geométricas, e inundados de flores: rosas, petunias, lirios, etc. Sobre dicho estallido floral, se despliegan los tejados verdes de los edificios del centro de la población, y sobresaliendo de entre ellos, se distinguen las cúpulas de las iglesias y los campanarios, algo más arriba se aprecia la montaña y en la cima de ella, la impresionante fortaleza. La visión es memorable, y se quedará gravaba para toda la vida en la mente del visitante.
Una vez recorridos los jardines, el visitante hará bien de cruzar algunos de los puentes que se extienden sobre el Salzach. Antes de ello, se detendrá unos momentos para contemplar, reflejadas en las aguas, las siluetas de color pastel de los edificios que forman la fachada fluvial. La imagen del río, junto a las casas, sobre las cuales sobresale la fortaleza Hohensalzburg, es, también fabulosa.
Seguidamente el visitante recorrerá las pintorescas calles del casco viejo, especialmente la calle Getreigedasse donde admirará sus elegantes fachadas, muchas de ellas engalanadas con los distintivos de los  gremios medievales. Si es un devoto mozartiano, le gustará echar un vistazo a la casa natal del genio salzburgués.
Una de las calles más concurridas, llamada Judeng, desemboca en la plaza de la Residencia, presidida por una monumental fuente, que se yergue sobre cuatro caballos de piedra. Es la plaza principal, abarrotada siempre de turistas, ávidos de degustar las exquisiteces arquitectónicas de la ciudad. Delante de ella, se halla, señorial y majestuosa, la residencia terrenal de los príncipes arzobispos, un estupendo palacio renacentista. Su interior está decorado fastuosamente con sedas, mármoles y maderas de la más alta calidad. Allí vivían, rodeados del lujo más extremo, los amos de la ciudad, más interesados en los bienes terrenales que no en los celestiales. Allí, decenas de criados, se encargaban de dar satisfacción a los más nimios deseos de sus altezas. Allí, las más bellas mujeres del principado, se encargaban de satisfacer las necesidades más elementales de sus piadosas señorías. En fin, todo un ejército de trabajadores velaban para que a los príncipes arzobispos no les faltara de nada, lo que, en términos eclesiásticos, significaba que sus vidas se parecieran lo más posible a las que llevarían cuando, tras abandonar este valle de lágrimas, ingresan en el Paraíso prometido.
Al lado mismo de la Residenz, la sede de los señores de Salzburg, descuella la impresionante catedral, donde los príncipes  arzobispos oficiaban misa para agradecer a Dios todos los bienes con que  los colmaba. Era el suyo, un poder de origen divino. En realidad, ellos se limitaban a administrar todos sus dominios en nombre del Altísimo, por lo cual su gobierno no estaba sometido a la crítica de sus subordinados.
Saliendo de la pomposa catedral, se puede acceder al  encantador cementerio de la iglesia de San Pedro, donde la muerte en lugar de provocar terror aporta una felicidad pueril a quien la contempla. De alguna forma, recorrer las tumbas que plagan el camposanto es como trasladarse a una infancia imperecedera. Los muertos yacen bajo parterres de rosas o de gladiolos rojos, entorno de los cuales crece el césped. Cuando el visitante entre en  él, se sentirá alegre, con ganas de sentarse junto a alguna de las tumbas para hacer un picnic o  jugar con sus amigos. En ese cementerio, uno se olvida de los muertos, porque allí el pensamiento prefiere abandonarse a los recuerdos de la infancia, cuando suspiraba por alguna golosina o maquinaba alguna travesura.
Al salir del cementerio, el visitante se dirigirá al funicular que asciende hasta la fortaleza. Una vez arriba recorrerá los distintos rincones, deteniéndose sobre todo en las habitaciones personales de los príncipes arzobispos, bellamente decoradas. Así mismo, no debe dejar de visitar las mazmorras donde eran encerrados todos los que osaban desafiar el orden arzobispal. Los más reacios a reconocer el poder de los príncipes eran enviados a las salas de tortura, donde  los verdugos los sometían a los tormentos más inhumanos. Aún hoy se puede contemplar algunos de los utensilios diabólicos con que eran torturados los pobres desgraciados que despertaban la ira de los arzobispos.
Si el visitante dispone de suficiente tiempo, hará bien en desplazarse hasta el palacio de recreo de Hellbrun, situado en las afueras de Salzburg. Allí el visitante  podrá solazarse con los juegos de agua diseñados para la diversión de los príncipes. Fuentes que se accionaban, mientras los incautos invitados se sentaban alrededor de una mesa de piedra. Los arzobispos se reían a carcajada limpia, al contemplar, completamente calados, a los desprevenidos huéspedes. Los hartones de reír que se debieron hacer, sus ilústrísimas, en inolvidables veladas.
De regreso a la ciudad,  el visitante se puede sentar en alguna de las Estaciones de la Cruz, desde donde se divisa una espectacular vista de toda la ciudad. Quizás, si esté de suerte, y no se deje influir por prejuicios racionalistas, contemple, desde su privilegiada posición, como los ángeles deambulan, ascendiendo y bajando, desde un paraíso a otro.