STATCOUNTER


martes, 19 de junio de 2012

A LA CATEDRAL DE VIENA



LA ESPINA DEL ARGENTINO

EL ABUSO

 El contencioso con el Ayuntamiento de Lleida me reenvía, por asociación de ideas, a mi enfado con el argentino. Aunque en este caso la palabra que casa mejor no sería contencioso sino espina. El argentino es una espina interiorizada.


No es de recibo lo que hizo, él lo sabe, y su consciencia también. No le costaba nada hacer un poco bien las cosas, sobre todo cuando hacerlas bien resultaba más fácil y más satisfactorio que hacerlas mal. Pero el argentino, recurriendo a Santa TERESA de Ávila, pensó aquello de “TODO SE PASA”, como dando a entender que no valía la pena preocuparse por algo de lo cual pronto ni se acordaría.   


 En el caso del argentino hay dos consideraciones a hacer:


 1.- El argentino estaba en su derecho de considerar que:


 1.1  Yo “no era un hombre como los demás”,

1.2  Yo no le daba suficiente afecto

1.3  Yo no me abría a él.

1.4  Yo no le reconocía sus méritos.

1.5  Yo era “un muerto viviente”.

1.6  Yo no tenía experiencia

1.7  Yo vivía a pesar de mi edad con mis padres y eso para el argentino, que se fue tan pronto de su casa (aunque todos sus hermanos también se fueron muy pronto a causa del mal ambiente familiar, así lo afirma su hermano en su biografía) resultaba insoportable.


1.8        Yo estaba en el armario, y eso para alguien como él, que se había partido los huevos defendiendo sus derechos resultaba inadmisible.


1.9        Yo no “sabía convivir”.

1.10          Yo era introvertido.

1.11          Yo era muy diferente a él, y sin embargo no era nada complementario( lo cual es una  contradicción)

1.12          Yo no era simpático.

1.13          Yo no era limpio.

1.14          Yo no sabía cocinar.

1.15          Yo no merecía que él me diera nada.

1.16          Yo no merecía sus elogios.

1.17          Yo merecía sus críticas.

1.18          Yo merecía que él no me hiciera caso.

1.19          Yo me quería aprovechar de él.

1.20          Yo no estaba a su altura.

1.21          Yo era excesivamente solitario.

1.22          Yo prefería escribir a ir a una discoteca.

1.23          Etc.


Todo lo anterior, y mucho más, podría aceptarlo y hasta cierto punto estaría dentro de las reglas de juego, y aunque no me gustara, me tendría que aguantar, porque cuando uno convive con otro corre el riesgo de que éste exprese su opinión acerca de él. Aunque teniendo en cuenta que lo alojaba por "caridad" podía haber sido más conciliador y menos susceptible)


 2. De la misma manera yo podría considerar lo siguiente respecto al argentino.


 2.1 Me mintió al escribir que estaba muy deprimido o “con los ánimos destruidos”. A lo sumo estaba triste.


 Aclaración sobre el punto anterior: el argentino tenía a su disposición un billete de vuelta a la argentina pagado por su hermano, que, por orgullo y porque no quería irse de España, no aceptó. Por lo tanto, que aquí no tuviera trabajo o casa, no era un problema porque lo podía tener en Argentina, de la cual no se fue por problemas económicos.

Fue porque él me dijo que tenía los ánimos destruidos y que estaba muy deprimido, que algo en mí sintió la necesidad de ofrecerle la caridad, sobre todo porque mi padre ha pasado por muchas depresiones, y sé lo terrible que eso es. Sé, por lo tanto, lo que significa tener los ánimos destruidos. Porque en mi mente se asociaron la imagen del argentino con la de mi padre, le ofrecí en gran parte la ayuda.


 2.2  No obraba como un cristiano, a pesar de afirmar que lo era. Al menos conmigo no fue nada caritativo.  (En mi ingenuidad creí que el ideal cristiano facilitaría las cosas entre los dos, pero como eso era UN  "ROLLO" MÁS DE LOS SUYOS, no facilitó nada)


2.3  No era nada empático.

2.4  Me discriminaba respecto a los demás.

2.5  Me reñía con facilidad

2.6   No soportaba la menor crítica.

2.7   Se creía mejor que yo.

2.8   Se iba  por ahí en busca de cuerpos, a pesar de su “depresión”.


 El tema del sexo es importante porque en mi ingenuidad consideré  que me serviría para saber si el argentino había o no recuperado la salud anímica. En el momento en que empezara a tener sexo significaría de que ya estaba con  ánimos, es decir, ya se encontraba bien, y por lo tanto, ya no necesitaba de mi caridad. Nuestra convivencia ya no podría venir determinada por la caridad, sino por otra cosa, y si esto último no era posible, pues debería darse por concluida.


Para mi sorpresa, el argentino tuvo sexo DESDE EL PRINCIPIO. Él se defendió diciendo que ya me lo había advertido al comunicarme que “ A mi pareja le ponía los CUERNOS”. Pero que se peleara con su pareja no me impresionó nada. Eso es muy habitual y son muchas las parejas que se pelean. Lo que realmente me llegó al corazón es que el argentino tuviera que dormir en plena calle o alimentarse de restos de comida. Esa caída en la indigencia fue, en mi opinión, lo que le destruyó los ánimos y le causó una gran depresión y lo que, en último término, le hacia no tener ánimos para DAR( Hoy, por supuesto, reconozco que me equivoqué al pensar así. De hecho, no sé si lo de dormir en la calle fue verdad o no). Así que la enemistad con su pareja me parecía muy irrelevante en comparación con lo otro, aunque ahora sé que para los hijos de Narciso esas disputas representan una  estremecedora caída en los abismos.


 2.9    Que a pesar de estar muy bien de salud, quisiera estar en mi piso a cambio de nada.

2.10     Que no entendiera que la convivencia como él la quería era absurda y antinatural.

2.11   Que las condiciones que él impuso para aceptar la convivencia condujeran al colapso de ésta.

2.12    Que me usara para conseguir sus fines.

2.13    Que se riera de mi forma de ser.

2.14   Que hablara mal de los catalanes en general, cuando de hecho había conocido a muy pocos.

2.15   Que no me enseñara nada.

2.16   Que me regalara lo que no le servía. ( O que me regalara cosas para usarlas él)

2.17   Que no me diera consejos.

2.18   Que no me dijera cosas bonitas.

2.20   Que me hiciera dormir con una mujer extraña.

2. 21  Que explicara cosas feas de mí a los chilenos.

2.22   Que no le contara a la minusválida la verdad de porque lo había acogido en mi piso.


Etc.


 Sobre todas las acusaciones acabadas de exponer, que por cierto no nos dejan demasiado en buen lugar a ninguno de los dos, lo mejor que se puede hacer es olvidarlas. Pero debe entender el argentino que con todos los anteriores reproches no se puede fundar una convivencia sana, y que una vez han surgido todas esas enemistades la convivencia debe, por el bien de los dos, acabar o refundarse. Por eso, mi insistencia, (que tanto le agobiaba a él), de sugerirle de forma indirecta que nuestra convivencia debía de acabar o cambiar, estaba de lo más justificada. Si continuaba, solo serviría para que nos hiciéramos daño mutuamente, lo cual en mi caso es lo último que deseaba. Precisamente, porque apreciaba al argentino le escribí aquello del tango FUIMOS, fuimos el viajero que no llora… que se echó a morir. El significado del tango es muy claro, aunque algo paradójico: “a veces, debemos separarnos de otra persona, no porque la odiemos, sino porque la apreciamos”.


 Dicho lo cual, debe también entender el argentino que a pesar de que yo tenga que asumir todas las críticas, eso no quita para que no pueda expresar mi desencanto con esa convivencia. Una cosa no excluye la otra. Porque bien consciente era de que la convivencia podía salir bien o mal. Es evidente que no salió bien, pero este fracaso nunca debería haber sido un obstáculo para que acabara de forma civilizada y no de una manera tan incívica y tan poco cristiana. Con lo fácil que es despedirse. Yo le indiqué al argentino algunas maneras de que esa despedida dejara un buen recuerdo (un viaje, unos regalitos, etc.). Pero, claro, al argentino eso le sentó como “un balde de agua fría en invierno). Los baldes que él me había echado encima, esos, obviamente, no tenían la menor importancia para él.  (Porque seguramente son otra exageración mía, pues ya se sabe que yo exagero a MIL las cosas).

 Debe entender que esa convivencia, tal como él la concibió, sólo tenía sentido si él se encontraba con los ánimos destruidos, porque de lo contrario me hacía aparecer ante los demás, (y ante mí mismo) como un “tonto”, como un “cándido”. Todo el mundo consideraría que estaba dejando que se aprovechasen de mí, que abusaran de mi buena fe. Porque si el argentino y yo hubiéramos sido amigos, yo podría esperar en el futuro un gesto equivalente al mío, pero apenas nos conocíamos. Además, el argentino sólo miraba por él, obsesionado con la idea de que yo no me aprovechara de él. Eso de la “caridad”, entendida en los términos franciscanos en que la entendía el argentino, es otro de sus delirios. Estoy convencido de que en toda Catalunya no existía otra convivencia parecida a la nuestra. ¿Cómo diablos voy a tener en mi casa a alguien que está bien de salud y que tiene medios para subsistir, aquí o en la argentina, a cambio de nada? Es evidente que la inexperiencia jugó en contra de mí y que el argentino se creyó señalado por el dedo de la Providencia. Pero yo soy, ante todo, un ser humano, y no un simple instrumento de Dios para proveer al argentino.


 En fin, el argentino podía criticarme, reñirme, despreciarme, pero lo que no podía hacer, porque violaba las más elementales normas de sociabilidad era irse sin decir adiós, sin dar las gracias, negando la palabra. Eso no lo podía hacer, porque haciéndolo me reducía a la categoría de objeto. A veces hay que vencer el orgullo para no aparecer ante la propia consciencia como un ser humano sin humanidad. Pero sobre todo, porque no le costaba nada despedirse, dar las gracias y tener unas pocas palabras conmigo. Precisamente porque no le hubiera costado nada, su desconsideración resulta tan horrorosa. Y en todo caso, es libre de no hacer nada de eso, pero debe entender que yo soy también libre de criticarle algo que me parece incomprensible. Sabe muy bien que su actitud no tiene defensa posible. Que por mucho que haga “recitalitos de poesía” para obtener el reconocimiento de los demás, no va a disminuir la inmoralidad de su acción respecto a mí. Una cosa no tiene nada que ver con la otra. De la misma forma, que me llame psicópata, tampoco va a servir para que su propia consciencia se sienta menos culpable, porque la verdad de los hechos siempre se acaba imponiendo. Y es un hecho verdadero que el argentino se fue sin decir adiós a la persona que lo había ayudado a cambio de nada.























EL BESO ARGENTINO A SAN FRANCISCO ( Segunda parte de la CUARTA ENTREGA)

El Chongo se sintió brutalmente feliz al compararse mentalmente con su presa, a la cual imaginó como a una criatura tímida, insegura, corroída por los remordimientos, dispuesta a reprimir sus deseos, avergonzada  de sus verdaderos sentimientos, proclive a esconderse, timorata, introvertida, sin a penas experiencia sexual, presa de manías y obsesiones. Justo lo opuesto a él: un tipo con dos huevos, sin complejos sexuales ni de otro orden, autónomo, extrovertido, responsable, simpático, resuelto, maduro, etc. Se sentía infinitamente superior al asiático y esa percepción tan obvia de su superioridad lo sumergía en un frenesí convulsivo, que le hacía creer que mientras reducía por la fuerza al pakistaní estaba tocando, con sus propias manos, esa misma superioridad, convertida en algo sólido. De alguna forma, ante su inconsciente, el cuerpo del asiático encarnaba al adolescente que él mismo había sido. De joven, el argentino había sido un muchacho introvertido, inseguro, timorato, insociable, arisco, poco comunicativo, malhumorado, etc. Pero en una lucha sin cuartel el Chongo había logrado dominar su propio ser y convertirse en un tipo psicológicamente "sano". Entonces, sometiendo al pakistaní, rememoraba la terrible lucha que mantuvo consigo mismo, a la vez que se decía a sí mismo: " cuando pienso quien soy y quien fui, me recompongo". Ofuscado por la gozosa sensación de volverse a recomponer a sí mismo, no oyó al pakistaní, cuando éste, acojonado, le imploraba: po favo, siñor, no haceme dañu, po favo, dijame ir, po favoooo...". No lo oyó, pero aunque lo hubiera oído tampoco se hubiese compadecido de él, de la misma forma que no se compadeció de aquel adolescente tan "acomplejado" que fue y contra el cual combatió hasta eliminarlo de su vida. En fin, un delirio más del Chongo.

 

Seguro de salirse con la suya, el argentino siguió incrementando la presión con que comprimía a su presa, hasta que ésta, fatigada por el terrible esfuerzo, consciente de su inferioridad física, decidió dejar de oponerse a la voluntad de su captor. Sus miembros se quedaron inertes, a merced del Chongo, quien, muy congratulado por haber sometido al pakistaní, susurró al oído de éste las siguientes palabras, pronunciadas con un evidente tono sensual:

 

"Che, morocho, ya viste quien es el más fuerte de los dos,  así que portate bien, ok? y vas a ver, relindo morochito, como  la vas a pasar  genial con el Chongo. Sssssss… relajate, morochito, relajate… ssssss… Dejate llevar… ssss... dejate llevar…“.

 

Dichoso por llevar la iniciativa,  el argentino  deslizó su mano hacia los genitales del pakistaní para sobarlos suavemente. El “novato”, tras unos instantes de incómoda turbación, se sintió más relajado. Sin lugar a dudas, el tono afable del argentino, junto con sus melosas y lascivas caricias, dejó al pakistaní a punto de caramelo. A partir de entonces se creó entre ambos un estimulante clima de confianza, bajo el influjo del cual, un cada vez más erotizado pakistaní, posó, dejándose llevar por las pulsiones más oscuras de su alma,   la mano sobre la polla emergente del Chongo, quien interpretó ese tímido toqueteo genital como el signo inequívoco de que el pakistaní se le entregaría sin condiciones. Entonces, sumido en una excitación delirante, el argentino se dispuso a consumar su poder sobre la presa. Con pasmosa rapidez, deslizó sus manos por detrás del pakistaní, las hincó contra sus blandas nalgas y, mientras le metía la lengua hasta lo más profundo de sus entrañas, lo estrechó contra su pecho como si quisiera agregarlo a su cuerpo. A partir de ese momento, ya no lo sintió como algo separado de él. Lo había trasplantado exitosamente a su anatomía. Lo sentía como a un nuevo hígado. Perfectamente incardinado con el resto de partes, deseoso de subordinarse a todas las disposiciones del nuevo organismo al que se acababa de incorporar. El argentino, muy complacido por la buena predisposición del asiático a “dejarse hacer”, se imaginó  a éste como a  un conejito de indias ansioso de someterse al adiestramiento de un  consagrado maestro en el arte del coito. Encantado en su nuevo papel de experto adiestrador, impuso a su aprendiz toda clase de magreos intensivos, hasta que al sentir saciadas sus ganas de jugueteo voluptuoso, el Chongo procedió, con su habitual descaro, a hincarle el rabo en su trasero, previamente lubricado con saliva. El pakistaní, que aún no conocía las prácticas anales, se retorció dolorosamente mientras el grueso falo del Chongo se abría camino por sus entrañas. Una vez que el argentino tuvo bien apoltronada su pinga en las posaderas de su presa, empezó a menearla con energía arrolladora, espasmódicamente, como si quisiera hacer ostentación de su extraordinaria potencia fálica. El pakistaní, por su parte, y a medida que su ano se acomodaba a los ramalazos del miembro  de su captor, empezó a relajarse, dejándose arrastrar por el placer creciente  que lo invadía. El argentino, sabedor de lo mucho que estaba disfrutando su compinche, redobló las convulsiones genitales, mientras que con una mano le agarraba por el cuello y con la otra le manoseaba “el cachirulo”, arrimando a su presa con  toda rudeza hacia él, como si intentara fusionar una carne con otra, a la vez que le endosaba cariñosos bocados  en el hombro.

 

Al Chongo le proporcionaba un placer brutal saber que el pakistaní se correría de gusto gracias a sus envidiables dotes amatorios. Eso le hacía crecer sobremanera su maltrecha autoestima. Cada gemido del pakistaní, el Chongo lo interpretaba como un elogio entusiasta a sus capacidades eróticas, como una ciega adoración a su consumada maestría sexual. Se sentía, pues, el Chongo, adorado incondicionalmente por un cuerpo totalmente rendido a su maestría amatoria. Eufóricamente feliz por esta sensación de saberse adorado y sobre todo por  lo mucho que el pakistaní disfrutaba gracias a él, le espetó:

 

"gozá, morochito, gozá, que el Chongo te va a hacer verle la cara a Dios¡¡¡¡¡"

 

Se sentía un becerro de oro. Un gigantesco becerro de oro entorno del cual bailaban, a ritmo orgiástico, multitud de devotos  que lo adoraban entusiastamente.

 

A pesar de que todos los prolegómenos acabados de describir hacían presagiar un orgasmo de dimensiones míticas. Lo cierto es que el Chongo  gimió tibiamente, mientras descargaba su semen. Para el argentino, la evacuación espermática representaba, sin lugar a dudas, la parte menos interesante del coito. Si por él hubiera sido, la hubiera suprimido. Él sólo disfrutaba con los actos que la precedían. Quizás gastara toda su energía en los preliminares y por eso sus orgasmos fueran tan esmirriados. Lo que más le complacía era “trabajar” con su falo a su “pareja”. Ojala la hubiera podido arar, cosechar, apisonar, excavar, remover, batir, licuar, triturar, etc. Ojala hubiera sido capaz de crear, desde la nada, por el poder de su falo, a su lindo pakistaní. Crearlo, por supuesto, a su imagen y semejanza.

NORBERTO, L'AJUNTAMENT DE LLEIDA Y MIS DERECHOS


 

Hoy he estado en el Ayuntamiento de Lleida, en concreto en el área de recaptación. Seguro que los máximos responsables de ese departamento se acordaran de mi durante algún tiempo, de la misma manera, o similar, a como  el argentino se acuerda de mí.


 

Creo que los ciudadanos debemos defender nuestros derechos y nuestro buen nombre, y cuando sufrimos un atropello o un abuso, ya sea por algún órgano administrativo, ya sea por algún particular, debemos defendernos, dando una respuesta proporcional al daño recibido.   Es verdad que muchas veces, sobre todo si ese daño no reviste especial significación, lo más sabio es pasar página. No podemos quejarnos por todo: debemos muchas veces sabernos resignar, de lo contrario acabaríamos locos.


 

En la vida habré tenido cinco o seis contenciosos, contando el del argentino, en los cuales no me ha aparecido oportuno resignarme, sino que he creído que debía llegar hasta el final. No los voy a explicar todos, pero sí que me voy a explayar sobre el de hoy, el habido con el Ajuntament de Lleida.


 


 


 

EXPOSICIÓN de los HECHOS


 

Hace un año y medio recibí una carta en que se me comunicaba que debía pagar el primer IBI (impuesto que se paga al ayuntamiento por los bienes inmuebles) por el piso que tengo en alquiler. Ese IBI, unos 150 euros, por ser el primero, lo debe abonar el constructor de la vivienda. Pero como el constructor se fue a la ruina, el ayuntamiento me lo derivaba a mí. Al cabo de diez ayos, recibí una carta del departamento de recaptación en la que se me requería pagar ese IBI. Por supuesto me negué. No tengo que pagar lo que deben pagar otros.


 

Como me negué a pagar algo que me parecía injusto, el área de recaptación procedió a dictar un orden de constreñimiento contra mi vehículo, es decir, pretendían embargarlo.  Pero dictando tal orden violaban la ley, porque ésta establece que en el caso de los embargos debe seguirse un orden de prelación, según el cual primero hay que embargar las cuentas corrientes antes que a los vehículos. Luego resultaba evidente que el Ayuntamiento había incumplido dicho precepto.


 

Si el ayuntamiento hubiera retirado el dinero de mi cuenta corriente,  por mi parte me hubiera resignado. PERO QUE POR 150 EUROS PRENTENDIERAN EMBARGARME EL VEHÍCULO ME INDIGNÓ DE VERDAD. A sí que ni corto ni perezoso, me dirigí al Síndic de Greuges, el defensor del ciudadano, para exponerle el caso. El Síndic, tras comprobar la irregularidad, se puso en contacto con el máximo responsable para requerirle una explicación.


 


 


 

Una vez que el Síndic hubo recabado la información pertinente me escribió una carta, en la cual, y entre otras cosas, se podía leer:


 


 


 

“Los funcionarios del departamento de recaudación de impuestos revisaron, antes de embargarle el vehículo, sus cuentas corrientes, PERO NO ENCONTRARON DINERO, por lo cual se actuó contra su vehiculo”


 


 


 

La anterior afirmación es FALSA DE TODA FALSEDAD, porque en mis cuentas corrientes había dinero de sobras para saldar esa cantidad de 150 euros, prueba de ello es que pago religiosamente todos los impuestos municipales, que son muchos, a través de esas cuentas.


 


 


 

INDIGNADO ante esa respuesta, me personé en el AYUNTAMIENTO DE LLEIDA con la carta del síndic, para exigir que me indicaran en que FECHA no había dinero en mis cuentas corrientes.


 


 


 

Primero me atendió una funcionaria, pero ante la gravedad del caso pronto se me dijo que pasara a otro despacho, donde fui atendido por  los máximos responsables del departamento. Hay que reconocer que fueron muy amables, y transparentes en la medida de lo posible. Pero a pesar de toda esa amabilidad, me quedó bien clara la manera, poco ortodoxa, de proceder de ellos. Necesitan cobrar cuanto antes, y para ello intentan asustar al contribuyente. Conmigo no les ha funcionado.


 


 


 

A continuación, cito de memoria algunas de las frases que me dijeron para justificarse:


 


 


 

“Sr Solé, usted es muy meticuloso, si en su trabajo fueran tan meticulosos con usted, seguro que le encontrarían algo”


 


 


 

“Sr Solé, si se aplicara la ley al pie de la letra, todo el país estaría paralizado”


 


 


 

“Sr Solé, si no le parece bien, recurra al juzgado, pero recuerde que tendrán que pasar 3 años antes de que se resuelva, y para entonces ya se le habrá pasado el enfado… “


 


 


 

“ Sr solé, en ese momento sólo teníamos la información sobre su vehículo, no figuraba nada respecto a sus cuentas…”


 


 


 

“ Sr Solé, aunque usted pague cada año el IBI a través de una cuenta corriente. Lo del embargo es otra cosa, y se sigue otra vía…”


 


 


 

“ Sr Solé, no hemos comprobado si en las cuentas donde usted tiene domiciliados los impuestos del ayuntamiento había dinero, porque en ese caso lo tenemos que teclear manualmente, y además tenemos que hacer cola en la ventanilla del banco, y como eso es engorroso, preferimos no hacerlo…”


 


 


 


 


 

En fin, podría continuar con la lista de despropósitos, pero para qué. Lo que me quedó claro es que antes de embargar el vehículo, NO HABÍAN COMPROBADO MIS CUENTAS. Se habían saltado el orden establecido por la ley, porque para comprobar si hay dinero en una cuenta corriente el ayuntamiento debe utilizar un programa informático que es lento y que requiere que transcurran 6 o 7 meses antes de que dé algún resultado, para ahorrarse todo ese tiempo, optaron por embargarme el coche, aver si así me asustaba y pagaba.


 


 


 

Pero a pesar de todas sus explicaciones, yo seguía insistiendo; me pueden decir en que FECHA NO HABÍA DINERO EN MIS CUENTAS CORRIENTES…


 


 


 

Tras un estira y afloja, el jefe del área de recaptación llegó  a la siguiente conclusión.


 


 


 

“La carta del Síndic está equivocada.  No es eso lo que le dijimos por teléfono. Quizás la secretaria que la redactó se confundiera. Le volveremos a enviar otra carta, al Síndic; explicándole el caso, y entonces usted recibirá otra carta del Síndic en que todo estará correctamente expresado”.


 


 


 


 


 

Sin lugar a dudas, lamentable. Me parecieron dos pobres diablos, pero a pesar de todo hay que ser magnánimo y saber perdonar los errores de los demás. Al fin y al cabo, no me embargaron el vehículo, sólo me enviaron una orden de embargo para asustarme. Creo que sería de muy mala persona por mi parte acusarlos de prevaricación ante un juez, lo que les podría suponer la inhabilitación de sus cargos durante un periodo de tiempo. Creo que ya se han llevado su merecido con el toque de atención que les dio el Síndic, porque es evidente que la llamada que éste les hizo no les gustó nada.


 


 


 

Ahora, sólo me queda esperar que me llegue esa carta, porque si no me llega, volveré a reclamar que me sea enviada. En este mundo, no vale todo. Hay que seguir unas mínimas reglas de convivencia, para que la nuestra sea una sociedad de personas y no de NÚMEROS.

lunes, 11 de junio de 2012

VACANCES D'ESTIU: BERLIN, DRESDE, BUDAPEST I POTSDAM

AQUEST ESTIU TOCA VIATJAR AL COR D'ALEMANYA I HONGRIA:







































A. Jodoroswky habla al ARGENTINO


A continuación, unas sabias palabras del artista chileno Alejandro Jodoroswky, que se pueden encontrar en la siguiente página http://planocreativo.wordpress.com/2010/05/11/%C2%BFcon-que-hay-que-conectar-que-camino-se-puede-tomar-para-salir-del-narcisismo/:



Un niño, si no es amado por su madre (en su ausencia por su padre) se siente en peligro de muerte. Como la vida tiende a perdurar, el infante se divide para comenzar a amarse a sí mismo. Esta solución, aunque le permite vivir, encubre un odio feroz hacia la madre y un dolor reprimido por no sentirse digno del amor de ella.



 El narcisismo  es peligroso. Si alguien se reconoce como tal y quiere liberarse, tendría que hacerse consciente de los daños causados y emprender un trabajo sobre sí mismo, ahondando hasta encontrar en el fondo el odio y el dolor reprimido. Cosa que será incapaz de hacer solo … La realidad, que es esencialmente mágica, puede enviarle una desgracia, ya sea ruina económica, muerte de un familiar cercano, enfermedad grave, escándalo social, encuentro con una persona extraordinaria (una santa, un sabio, un gran terapeuta, un chamán). Si esto le sucede, es posible que la esfera egoísta en la que vive encerrado se quiebre y, ayudado por ese “azar” caritativo, (cariño materno que siempre había esperado) emprenda una nueva vida.



El narcisismo, siendo una persona enamorada de sí misma, es una relación homosexual incestuosa. El ser constantemente dividido en dos (el que ama y el amado) pierde la unión con el Otro. De esta trampa enceguecedora es difícil escapar. En la mitología griega, Narciso por querer besar a su reflejo en el agua de un lago, se ahoga.


NORBERTO Y LA INVÁLIDA DE LLEIDA


NORBERTO, LA MINUSVÁLIDA DE LLEIDA Y LA MADRE



Ocurrió en Bilbao. En esa ciudad del norte, Norberto me contó algo sobre una minusválida que me entristeció mucho. No era, por cierto, una minusválida cualquiera, sino una a quien el argentino conocía en primera persona. Sus palabras, más o menos, fueron las siguientes:

“ A punto de cumplir los cuarenta y aún vive con su madre. Debería espabilarse y hacer su propia vida…”

Tanto o más que esas palabras, me disgustó el tono brusco con que las pronunció.  Al oírlas, un glacial escalofrío recorrió cada poro de mi corazón. Mi alma no podía compartir, de ningún modo, semejante reproche tan desafortunado  a una mujer a la que, un despiadado destino, había condenado a estar de por vida en una silla de ruedas ¿Se puede llegar a imaginar el argentino lo que significa no poderse valer por sí mismo? Lo que significa saberse incapaz de recorrer ni un solo metro con las propias piernas. Lo que es sentir la desconsoladora sensación de quererse mover y no poder. Cierto es que hay minusválidos que han sabido superar su invalidez, y son, a su manera, relativamente felices. Pero estoy absolutamente convencido  de que detrás de esa aparente felicidad se esconde una amargura desgarradora y un resentimiento atroz, que, con la mejor de sus intenciones, logran ocultar para no entristecer a quienes los rodean.


Pero cómo pudo, al argentino, molestarle que esa pobre mujer decidiera compartir su vida con su madre. No entendí Nada. Absolutamente NADA (hoy me basta evocar las palabras de Alejandro Jodorowsky para entender el sentido de ese comentario tan inoportuno). Me hubiera gustado mucho amonestarle por esas palabras tan injustas, pero sabía que ello hubiera comportado una áspera discusión entre los dos. Así que, aunque su comentario me dolió en el alma,  decidí no echar más leña al fuego.  Se excedió, sin duda,  en su celo de juzgar severamente la vida de los demás, sobre todo de los que no siente como sus afines.


Que su relación con su madre no fuera lo idílica que  él  hubiera querido, no es razón suficiente para que viera con malos ojos el buen entendimiento entre la minusválida y su progenitora. Se querían, y eso no es malo. A la mierda con lo que digan los libritos de psicología. Allí había amor, así lo entiendo yo, y ese amor debía haberle enternecido el corazón. Seguramente  la minusválida, pues es mujer de ideas avanzadas y de carácter, hubiera deseado hacer su propia vida, pero sus circunstancias no eran precisamente las más idóneas para ello, y además, a uno no siempre le apetece hacer el héroe y echarse el mundo por montera.


¿Por qué el argentino no fue nada empático con esa mujer? ¿Tanto le pesaba su infancia? Si  él hubiere tenido sus diferencias con su madre, ¿qué culpa tenía de eso esa minusválida que tan bien lo acogió en su casa?


Sólo se trataba de ser algo compasivo con el prójimo. De tener un poco de piedad hacia alguien a quien la vida había propinado un revés brutal. Seguramente, el argentino no lo dijo de mala fe, porque también él tiene una herida que le sangra, pero precisamente porque él sufrió debería ser más solidario con aquellos que sufren ahora. Me parece muy bien que se quiera sentir el tipo más feliz de la creación, pero eso no debería representar un obstáculo para  ponerse en el lugar de aquellos que han elegido un modo de vida distinto al suyo o al que recomiendan los tratados de psicología.


Realmente ese día, en Bilbao, sentí la dureza de su corazón. De hecho, ya estaba acostumbrado a sentirla respeto a mí,  pero me resultó inconcebible que la tuviera para con una mujer que no tenía culpa alguna de ser una inválida.

Hoy sé bien que tras esa fachada tan dura del argentino, se esconde una inseguridad desgarradora, que aunque él la sienta como una humillación,   bien debería saber que esa inseguridad también puede ser amada, por él mismo y por aquellos que sienten afecto hacia él. ¿Por qué cree que eso que le causa vergüenza no puede ser amado por los demás? A lo mejor eso constituye su parte más valiosa. Esa inseguridad, esos miedos, y no esa sensación de "hombre que sabe disfrutar de la vida" con la que quiere deslumbrar a los demás, son su mejor parte. Debería aprender a amar su pasado, sus puntos débiles, sus temores infantiles, porque eso le hace más humano ante él, ante los demás y ante Dios.

EL BESO ARGENTINO A SAN FRANCISCO. Primera parte de la CUARTA ENTREGA.


ADVERTENCIA: van a venir próximamente seis entregas que intentan, no tanto describir hechos como sensaciones. Me refiero a esas pulsiones que habitan en lo más hondo del inconsciente y que no pueden ser racionalizadas, a lo sumo sentidas. Al hilo de lo anterior lo que se va a narrar en las siguientes entregas es puramente introspectivo. Así, si alguien estuviera al lado del argentino, no vería ni oiría nada de lo que se narra, puesto que lo narrado es  la traducción a un lenguaje visual y sonoro de algo inexpresable, de algo personal e intransferible. Es decir, el argentino no hace lo que se dice que hace, sino que lo siente. A continuación, pues, vendrán seis entregas que corresponden a tres historias eróticas.


1 El Chongo y el pakistaní, donde se contraponen dos patrones de conducta antagonistas, el del hombre experto versus el inexperto. Así mismo se describen las sensaciones asociadas a ambos patrones.


2.- El Chongo y el “españolito”, donde se contraponen dos patrones de conducta antagonistas, el del hombre activo versus el pasivo. Así mismo se describen las sensaciones asociadas a ambos patrones.


3 .- El Chongo y el “inglesito”, donde se contraponen dos patrones de conducta antagonistas, el del hombre brusco ( es decir, agresivo) versus el manso. Así mismo se describen las sensaciones asociadas a ambos patrones.



CUARTA ENTREGA


 

Entonces, mientras planeaba cómo cazar a su escurridizo petiso, intentó recordar cuál había sido su última víctima en esos mismos parajes. Tras unos segundos de exploración neuronal, dio con el recuerdo buscado. Su memoria proyectó la imagen de un pakistaní de nariz abultada, labios carnosos y cejas muy pobladas, peinado con la raya en el centro.


 

Desde que había recalado en Barcelona, el Chongo se había apercibido del gran número de forasteros de todas las etnias que la poblaban: asiáticos, africanos, musulmanes, arios, etc. El argentino, ávido de engrosar su lista de conquistas, pronto sintió la necesidad de probar cómo sabían las carnes de otras latitudes. Como en su Buenos Aires natal no prodigaban los especímenes exóticos, le pareció de lo más razonable sacar tajada de los múltiples “chollos”  que le brindaba su nuevo país de acogida. Siempre había considerado muy instructivo ampliar sus horizontes con nuevos conocimientos. Así que, sin ningún tipo de prejuicio racista, se dispuso a abrirse de mente y, sobre todo, de cuerpo.


 

Muchos habían sido los elegidos para saciar sus voraces ganas de ilustrarse: entre los cuales, recordaba al pakistaní antes referido. Lo conoció un viernes, a las cuatro de la madrugada. Nada más que lo vio en un recoveco del cuarto oscuro, tuvo muy claro que se lo beneficiaría. Antes de pasar a la acción, lo espió para extraer información que le permitiera un exitoso asalto. El Chongo estaba muy curtido en la caza nocturna. Su experimentado instinto depredador le sirvió para apercibirse de que su presa era todo un pipiolo. Quizás fuera la primera vez que el pakistaní se aventurara a franquear una darkroom. Quizás acabara de llegar a Barcelona, quizás, y al igual que él, no tuviera los papeles en regla. Probablemente estuviera ávido de dar rienda suelta a todas  las pasiones que había tenido que coartar, para salvar el pellejo, en su recatado país de origen, pues bien sabido es que las leyes del Pakistán condenan a la cárcel ( incluso a la cadena perpetua), a todo aquel incauto al que se le sorprenda practicando  actos homosexuales. 


 

Una vez que el argentino estuvo al tanto de la bisoñez del pakistaní, pensó para él que sería una víctima fácil. Sabía, por la experiencia recopilada a lo largo de muchos años, que lo que  daba mejor resultado para trincarse a un novato era echarle morro al asunto. Y como de eso el Chongo iba más que sobrado, presintió que aquel pipiolo pronto caería en sus garras. “A quien vacila, la  vida se le escapa”, solía decir para ilustrar su peculiar y expeditiva filosofía de vida.


 

Y con la sangre fría y la jeta de las cuales hacía gala en casos similares, el argentino inició las operaciones cinegéticas. Tan pronto como se percató de que su presa entraba en un cubículo, se fue a toda prisa hasta la entrada de éste, y una vez allí extendió los brazos hacia los marcos de la puerta, como si quisiera impedir la circulación a toda persona  por esa obertura. Justo en ese momento  le embargó una felicidad depredadora: tenía a  su presa acorralada, lo cual  le proporcionaba una sensación de poder que lo ponía muy cachondo. Desgraciadamente, la oscuridad le impedía ver el interior del cubículo, pero tuvo la fortuna que, detrás de él, un tipo barbudo encendiera un mechero. El fugaz resplandor le bastó al Chongo para hacerse un plano mental de la ratonera en la que estaba atrapado su ratoncito. El volumen de que éste disponía para moverse no debía superar los seis metros cúbicos. Realmente un lugar nada recomendable para mentes claustrofóbicas. Pero el argentino no sentía ninguna angustia por la escasez de espacio, al contrario, la bendecía porque intuía que le facilitaría mucho las cosas. El breve fulgor de antes le sirvió para poder localizar a su pakistaní. Estaba en el fondo del cubículo, con las piernas juntas y las manos enlazadas delante de su vientre. Era obvio que el asiático se sentía inquieto, más bien turbado por la novedad de estar en un sitio completamente desconocido para él. El Chongo, gato viejo, se dio perfectamente cuenta de su ansiedad y de su desorientación. Convencido de que sacaría una buena tajada de la falta de determinación de su presa, preparó el cepo para cazarla.


 

Sin el menor titubeo, el corpulento cuerpo del argentino avanzó hacia delante, extendiendo los brazos y las piernas para que su ratoncito no se le escabullera. Tras dar cuatro pasos se detuvo, justo entonces el tipo barbudo de antes asomó su mechero en el interior del cubículo. Una luz tenue iluminó el desangelado espacio limitado por cuatro paredes mugrientas. El resplandor fue suficiente como para que el pakistaní percibiera la sonrisa arrogante del argentino y para que éste, a su vez, se percatara de la cara asustada de aquél. No debería de haber más de veinte centímetros entre los dos. Una distancia demasiado corta como para que un agobiado pakistaní no sintiera la necesidad de salir afuera para recuperarse  de toda esa vorágine de sensaciones tan nuevas (y tan turbadoras) para él. Pero el cuerpo del argentino le cerró el paso. A pesar de semejante obstáculo, el pakistaní persistió en su decisión, empujando atolondradamente las carnes del Chongo, quien sin apiadarse lo más mínimo  de la desesperación de su presa, contrajo sus brazos sobre el tórax del asiático, y una vez lo tuvo bien atenazado, avanzó empujándolo hacia delante. Unos cortos pasos bastaron para que la espalda del pakistaní chocara contra la pared trasera del cubículo. Entonces, el Chongo, retirando los brazos, apretó con su pecho el pecho de su presa, como si quisiera aplastarla contra la pared. Ésta, muy angustiada por la sensación de estar siendo apisonada, empezó a convulsionarse frenéticamente. Sus violentos espasmos no impresionaron a su aprehensor, quien, con una sangre fría escalofriante, embriagado de placer, tensó más sus músculos para estrujar con mayor vigor al pakistaní.