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lunes, 29 de abril de 2013

OURENSE, TORNANT DE SANTIAGO DE COMPOSTELA
















EL LAVADO DE IMAGEN DEL NORBERTO


EL LAVADO DE IMAGEN DEL NORBERTO

“Aunque a veces lo haga FATAL, finalmente he entendido que mi misión es SERVIR, AMAR e INSPIRAR… “
Estas palabras las afirma ni más ni menos que el argentino. Palabras bellas, sin lugar a dudas,  pero quizás no demasiado honestas.

LO FATAL Y MI CONVIVENCIA

Supongamos que Norberto esté pensado, al referirse a que lo hace fatal, entre otros muchos casos, a mi convivencia con él. No estoy diciendo, ni mucho menos que sólo piense en eso, sino que entre las veces que a lo largo de su vida lo ha hecho fatal, una corresponde a la manera como se comportó conmigo. No podría ser de otra forma, porque tendría que estar loco de remate para no reconocer que durante esa convivencia no lo hizo especialmente bien. Creo con toda honestidad que a pesar del desprecio que siempre ha mostrado hacia mi persona, cuando alude a lo fatal, tiene también en cuenta mi caso.  No puedo concebir que su desprecio llegue hasta los extremos delirantes de excluir, a posta, dicha convivencia, ni tampoco que lo excluya porque considere que en esa convivencia el único que lo hizo fatal fui yo. Tanto una posibilidad como la otra me parecen descabelladas, por lo cual las descarto sin más.

EL PROBLEMA NUNCA FUE QUE NORBERTO  LO HICIERA FATAL

Nunca fue, al menos para mí, un problema que lo hiciera bien, regular o mal. Nunca lo fue por la sencilla razón de que si lo hubiera sido, en honor a la verdad, no me habría quedado más remedio que reconocer, aunque fuera sólo para mis adentros, que yo lo había hecho peor que él. Eso no significa que sea un masoca o una persona sin amor propio, sino que tengo la suficiente lucidez como para reconocer que él tenía mucha más experiencia de la vida y que por lo tanto siempre obraría con mayor acierto y destreza que yo. Por la cuenta que me traía, pues, siempre hubiera sido, en ese sentido,  lo más benevolente posible hacia el argentino.
El problema, repito, nunca fue que el argentino lo hiciera bien, mal o regular, sino que NO LO HICIERA. No es que  sirviera bien o mal, es que no sirvió, o si sirvió no lo hizo de corazón, sino obligado por las arduas circunstancias en las que se hallaba. No es que amara bien o mal, es que no amó, al menos no amó de corazón, y si amó yo no me enteré de que amaba, que en el fondo viene a ser lo mismo. Personalmente creo que mientras duró nuestra convivencia no mostró voluntad de amar ni de servir.
No afirmo, ni mucho menos, que en estos momentos o en otros, del pasado o del futuro, no haya mostrado esa voluntad de amar y de servir hacia otras personas. Es muy probable que la haya mostrado. Lo único que afirmo es que no la mostró mientras convivió conmigo.

UN EJEMPLO MUY REVELADOR

Una vez, durante  mi convivencia con él, sucedió que, tras una cena, se quedaron en el fregadero platos sin lavar, entonces, ni corto ni perezoso, el argentino pronunció la siguiente frase, de la que me acordaré toda la vida:

“ Ey, carles, mira el fregadero... que los platos no se lavan solos”.

Lo dijo en un tono que no admitía la menor ironía, por lo cual acabé lavando los platos. Teniendo en cuenta las circunstancias en las que estaba alojado en mi casa, no me parece la frase más justa ni la más indicada. Antes que decir algo así, hubiera debido lavarlos él. Ni que los hubiera tenido que lavar cada día, no hubiera sido ningún desdoro para él. Hubiera demostrado que otorgaba valor a mi caridad, pero como no se lo otorgaba no tuvo el menor empacho de echarme en cara la anterior frase.
Entiéndase, pues, mi total sorpresa al leer que actualmente se presenta ante los demás como el que tiene por misión servir y amar a su prójimo. De entrada, no parece muy predispuesto a servir a su prójimo quien dice lo de: “los platos no se lavan solos”. Pero quizás ello se deba más a una limitación de mi inteligencia o, mejor aún, a una tara de mi carácter, incapaz de valorar lo bueno que hay en los demás, que no a una carencia  funcional del propio argentino.

DEMOSTRACIÓN DE QUE NO AMÓ NADA EL ARGENTINO

 La demostración es tan trivial y obvia que no me molestaré en hacerla. Me bastará aducir que el argentino se fue sin decir adiós. ¿Eso es una demostración de amor?
El argentino me negó la palabra. ¿Eso es amar a los demás?
Si hubiera profesado una migaja de amor hacia mi persona,  a buen seguro que no se hubiera atrevido a irse de la forma en que lo hizo. Irse se tenía que ir, porque la convivencia no se sostenía por ninguna parte, pero podía haberse ido de la manera como se van las personas civilizadas: despidiéndose y agradeciendo los bienes concedidos. Es lo mínimo que se puede hacer respecto a la persona que  ha tendido la mano, en momentos difíciles para uno, a cambio de nada.

LA ABSOLUTA  IRRELEVANCIA DE LA MISIÓN DEL ARGENTINO

Dice el Norberto que su misión en este mundo es servir amar e inspirar, y lo dice de una tal manera que parece que sean sólo  unos pocos  los elegidos para desempeñar tan excelsa misión. Lamentablemente, la realidad es muy otra, pues basta echar una fugaz mirada a nuestro alrededor para darse cuenta de que la inmensa mayoría de los humanos sirven, aman e inspiran a sus seres queridos y viven su verdad. Los hay que no lo hacen, claro, pero no se pueden considerar como mayoritarios. Sin embargo, a pesar de hacerlo, no proclaman a los cuatro vientos que lo hacen. Humildemente aman, sirven, sin considerar que eso es por lo que están aquí ni que han sido elegidos por una entidad sobrenatural. Lo hacen y ya está. No sería justo decir que lo hacen a cambio de nada, pero lo hacen de forma voluntaria. Luego decir que uno está aquí para servir y amar es casi como no decir nada. No niego en ningún caso que en el fondo del argentino haya una voluntad de amar y de servir, pero si la hay, no es porque haya sido elegido especialmente para ello, sino por la simple razón de que es humano. Por ser humano, y no por ser Norberto el argentino, siente esa voluntad de amar y servir. Así pues de la misma manera que él siente esa voluntad, la sienten muchos otros millones de personas en el mundo, y no por eso son más ni menos que él o que yo, son sencillamente humanos y , en consecuencia, amando y sirviendo, ejercen su humanidad.

LA ABSURDIDAD DE PONER UNA IMAGEN DE CRISTO PARA ILUSTRAR SU MISION

Al poner dicha imagen, que por cierto no hacía ninguna falta, se compara al mismísimo Jesús. No hay duda de que en Cristo había una voluntad de amar y de servir a su prójimo, pero la había no por ser Cristo sino por ser humano. Como Hijo del Padre, es decir, como Dios, su determinación era conseguir la salvación para las almas humanas, pero no para todas, sino para aquellas que hicieran su voluntad, o lo que es lo mismo, para aquellas que lo consideraran su Señor.
No se puede creer en Cristo y afirmar al mismo tiempo “ yo estoy aquí para vivir mi verdad”. Porque para todo cristiano sólo hay una verdad, la de Cristo. No en vano Jesús dijo de sí mismo, “yo soy la Verdad”. Luego todo cristiano debe renunciar a su verdad, que es fugaz, mortal y diminuta, y aceptar la verdad de Cristo, que es eterna, infinita y absoluta, porque, sin lugar a dudas, abrazarse ciegamente a esa verdad, es amar sin límites, con toda el alma, a Cristo Jesús. Amar, en cambio, nuestra mísera verdad, polvo del polvo, no es sino una acto de soberbia imperdonable ante los ojos de Dios. Desgraciadamente de soberbia no va escaso el corazón del argentino, por eso, tras mostrar un insólito reconocimiento de sus imperfecciones y una elogiable necesidad de amar y de servir a los demás, remata el sentido de su misión, proclamando que está aquí para VIVIR SU VERDAD, y sólo su verdad, es decir, para vivir su Yo como única verdad, lo cual es completamente incompatible con la definición que hace Cristo de sí mismo al proclamarse la ÚNICA VERDAD. En fin, como dirían los castizos, LA CABRA SIEMPRE TIRA AL MONTE…

EL LAVADO DE IMAGEN DEL NORBERTO II

EN PROCESO.

sábado, 6 de abril de 2013

GLORIOSA SIGUENZA 31 DE MARÇ DE 2013












MADRID, MADRID, MADRID, 24 DE MARÇ DE 2013









LA DOBLE CARA DEL NORBERTO


LA DOBLE CARA DEL NORBERTO

Aunque en estos mismos momentos el argentino se halle en plena campaña de autoanálisis, intentando desentrañar cuál es su sentido en este mundo, eso no quita que unos años atrás, cuando estaba, por decirlo de alguna manera, más desorientado,  se comportara mucho más despreocupadamente, sin reflexionar  sobre la moralidad de sus actos. Sea como sea, la actual terapia  de introspección a la que  somete  su consciencia no me parece muy honesta, porque llega a la conclusión a la que previamente  quería llegar, es decir, amaña los resultados para poderse sentir  así orgulloso de sí mismo.
Cuando yo le conocí su característica principal era la ambigüedad, me explico, parecía una cosa, pero era otra.  Como entiendo que mi punto de vista no se vea muy claro, lo ilustraré con un ejemplo.
Norberto venía a mi piso los martes por la mañana, y regresaba a Barcelona, los viernes. Como no tenía las llaves, necesitaba encontrarse  previamente conmigo para que se las entregara. Elegimos un sitio cerca de mi puesto de Trabajo para que yo se las pudiera dar. Él mismo lo propuso, pues me dijo que como tenía que pasear el perro de la señora para la que trabajaba, le venía de camino.
Norberto debía cruzar una pasarela que estaba sobre las vías del tren antes de poder acceder al lugar en que yo le esperaba con las llaves. Desde donde yo había aparcado el coche me resultaba muy fácil verle moverse sobre la pasarela, al igual que a él le resultaba muy cómodo divisar mi coche. Una vez que me descubría a lo lejos, empezaba a agitar los brazos aparatosamente, mientras sonreía expresivamente. Daba la impresión que estaba muy contento de verme, quizás excesivamente contento. Para mis adentros siempre sospeché que semejante alegría era impostada, una pose con la que quería demostrarme algo que en el fondo no sentía, un engaño piadoso. Me parecía todo muy exagerado, pero como el argentino siempre difundía de sí mismo la imagen de que era una especie de comediante, un piantao, pues acepté que esa era su manera de ser. Aun así, siempre se agitó en mi pensamiento la inquietante posibilidad de que todas esas alharacas del argentino no fueran sino   una tremenda farsa por su parte. Una simulación inmoral con la que pretendía tenerme engatusado para poder así ganarse mi confianza. Sin embargo, como mi recelo no se basaba en  ningún fundamento sólido, lo  desestimé, prefiriendo conceder al argentino el beneficio de la duda. Al fin y al cabo, era más lógico suponer que Norberto estuviera alegre por la felicidad que le causaba el haber encontrado a alguien que le tendía la mano en circunstancias muy espinosas para él que no lo contrario.
Consideré que nunca podría averiguar si las muestras de afecto con las que el argentino me obsequiaba desde la pasarela eran sinceras o no. Estaba totalmente equivocado, porque ocurrió un suceso que me permitió determinar con toda certeza la verdad o falsedad de los gestos de Norberto.
Una vez que discutimos sobre nuestra convivencia, el argentino empezó a enumerar actitudes mías que le desagradaban. Al calor de la discusión se le escapó la siguiente frase:

“ Lo de tener que ir a buscar las llaves es otra cosa que no entendí, me decía a mi mismo: pero carajo, porque ese tío no me da las llaves, porque me hace ir a buscarlas, pero es lógico tener que andar una hora con el dichoso perro para ir a buscar unas llaves, con lo fácil que sería dármelas desde el principio…”
Parecía como si una lógica inexpugnable le amparase. Nada más lejos de la realidad. Antes de pasar a rebatir su exposición, explicaré lo que sentí al oír dichas palabras expresadas en un tono poco amistoso. Lo primero que se me pasó por la cabeza es que las muestras de afecto del argentino eran rotundamente falsas, fingidas, artificiales. Estaba representando un papel, un lamentable papel. En honor a la verdad, mientras agitaba animadamente sus brazos y sonreía con gran elocuencia desde la pasarela, lo que en realidad estaba pensando  era: “ hijo puta de catalán, me hace andar una hora por unas llaves de mierda, la concha de la madre que lo parió, si no fuera porque estoy jodido económicamente, se las metía por el culo¡¡¡”. Me quedó absolutamente claro que el argentino era un farsante, que tenía dos caras, que te decía una cosa, pero pensaba la contraria, que la sinceridad no era, ni de lejos, su virtud.
Vamos a ver, fue Norberto quien me dijo que vendría a buscar las llaves. Como yo conducía mi coche, le propuse quedar en otro lugar para que no tuviera que caminar tanto, pero él me dijo que prefería quedar en la pasarela, pues ya que tenía que pasear al perro le venía bien, y así no me importunaba tanto.
Sólo tenía que venir a buscar las llaves una vez a la semana, sólo una.
No tengo la menor duda que lo que en verdad molestaba al argentino no era tener que andar una hora, que la tenía que andar igualmente, sino que yo no confiara lo suficiente en él como para darle las llaves. Para decirlo, claramente, no se sintió querido por mí, y esa supuesta falta de afecto por mi parte le revolvía las tripas. No se puede ser más injusto ni más egoísta.
Pero como el movimiento se demuestra andando, voy a recordarle lo que yo le daba. Gracias a mi caridad, Norberto podía alojarse gratis total n mi piso, podía comer gratis total de mi comida, podía usar gratis total mi agua y mi calefacción… Pero por lo que se ve eso le parecía poco, porque como él DABA TANTO. Pues, en honor a la verdad, NO DABA NADA. Y ahora va por los sitios proclamando que su sentido en este mundo es servir y amar: MANDA HUEVOS¡¡¡
Hombre de DIOS, sabiendo que no dabas nada, ni un poco de afecto, que diablos te costaba andar un poco para recoger las llaves? Era pedirte demasiado, acaso? Tenías miedo de lastimarte los pies? Te parecía injusto?
Le recuerdo al argentino que lo acogí en el piso por CARIDAD, porque él me dijo que NO tenía ánimos para dar NADA, ya que si hubiera tenido ánimos para dar algo no lo hubiera acogido por CARIDAD.
Sin embargo, y ahí está el verdadero quid de la cuestión, Norberto consideraba que él recibía mi CARIDAD a cambio de su PRESENCIA, porque según él valía tanto una cosa como la otra, sino más. Por increíble que pueda parecer, el hombre que ahora afirma que su destino es servir y amar, cuando convivió conmigo consideraba que con que él estuviera presente junto a mí, ya bastaba, no hacía falta nada más. Yo tenía que acogerle gratuitamente en el piso, mientras que él se debía limitar a respirar, a ocupar un espacio, a comer y a cagar, y con esto daba más de lo que recibía. Tanto era así que no tenía el menor escrúpulo en exigir más cosas.
Como soy un tonto sin solución, y eso bien lo sabía el argentino, al final acabé entregándole las llaves, de manera que Norberto ya no tuvo que andar más sobre la pasarela para venir a buscarlas. La verdad sea dicha, y como se dice en Castilla, si nazco más tonto, nazco oveja, pero cómo se podrá ser tan gilipollas como yo¡¡¡¡¡