PAMPLONA, LA BELLA MEDIOCRIDAD
PAMPLONA:
Ayer, paseando por el casco viejo
de Pamplona, que, tras dos horas está más que visto, me apercibí, con meridiana claridad, que si no
fuera por los mundialmente famosos encierros de San Fermín, serían muy poco los
turistas que se acordarían de ella.
No es una ciudad fea, porque no
existen las ciudades feas. Todas tienen sus encantos. Y por supuesto Pamplona los
tiene. Sin embargo, cuando se la compara con ciudades de igual rango sale poco
airosa.
Pamplona, al igual que Barcelona,
León, Zaragoza, Granada o Sevilla, fue la capital de un importante reino
medieval, uno de los más importantes, tanto es así que en el escudo de España
aparecen las cadenas, símbolo del Reino de Navarra. Sin embargo, poco queda de
esa grandeza,
La catedral, fría y simple, no
puede compararse con las grandes catedrales europeas. Sólo el claustro consigue
transmitir cierta emoción al visitante, gracias a la maravillosa labor
escultórica de sus artífices.
Las calles del casco viejo están cuidadas,
siendo muy agradable pasear por ellas. Sus alegres colores comunican un
sentimiento de alegría a los transeúntes. Hay edificios nobles, sin especial
personalidad, pero con suficiente empaque como para otorgar cierto halo
aristocrático al centro histórico.
Hay también el pastiche del Mesón
del Caballero Blanco, un pegote innecesario que pretende recrear lo que nunca
existió.
Las vistas desde la muralla son
bellas pero no impresionantes, por lo que no se graban en la memoria.
El ayuntamiento es coqueto,
incluso simpático gracias a las curiosas estatuas que lo decoran, pero de
arquitectura muy academicista.
Hay plazas recoletas y bonitas, y
otras grandes y vistosas, como casi en todas las ciudades del mundo.
Y también existen iglesias interesantes,
como la de San Nicolás y la de San Cernín, seguramente lo más interesante de la
ciudad,
Siendo los atractivos pamplonicas
tan limitados, qué hacen los muchos turistas que acuden a la capital navarra. Muy
sencillo: evocar el recorrido de los encierros. Por eso van la mayoría de ellos, y no por otra
cosa, a Pamplona. Así resulta muy habitual escuchar: mira, mira, por aquí pasan
los toros, por allí bajan, y por allá suben. Mira, mira, desde allí se lanza el
chupinazo. Mira, mira, allí es donde se reúnen los mozos, allí es donde los toros cornearon
a un americano, allí es donde … etc. Eso es lo que hacen mayormente los
turistas para pasar el tiempo. Por supuesto, muchos de ellos también distraen a sus estómagos, saboreando las deliciosas tapas tan omnipresentes en cualquier rincón de la parte vieja de la ciudad.
En fin, Pamplona es una ciudad
agradable, limpia y bonita, pero sin nada especial, aparte de los encierros,
que la haga destacar por encima de otras ciudades de historia similar. Es,
pues, una ciudad más bien mediocre, que sólo por el poder de la televisión y de
Hemingway consigue hacerse un hueco en las agendas de muchos turistas del mundo.