Introducción al cuento
Me resulta prácticamente
imposible abordar un relato de mi convivencia con el argentino sin mencionar al arquitecto catalán, quien, de algún modo, fue un de fantasma que desde la lejanía movía los
hilos de la convivencia. Una especie de convidado de piedra inquietante.
Sin lugar a dudas, el catalán simboliza al perdedor. Inició, con toda la ingenuidad del mundo, una relación
con el argentino, encontrándose al cabo de sólo un mes con el verdadero rostro de éste. El que se hacía
pasar por un admirador del Poverello, resultó ser un egoísta que necesitaba ser
adorado ciegamente, implacable con los supuestos defectos del prójimo y
absolutamente indulgente con los suyos. Eso, siendo ya por sí mismo muy
descorazonador, no fue lo peor de todo. Lo más sórdido resultó ser que el
argentino, por razones económicas, supuestamente fingió su amor hacia el catalán.
El desgraciado del arquitecto catalán se creyó que el argentino sentía algo por él: cuando
en realidad sólo sentía desprecio. Una maldad similar bastaría para que al
argentino se le prohibiera, por los siglos de los siglos, la entrada en el
Reino de Dios, en el caso de que tal Reino exista. Mejor no sentir amor que fingirlo, porque un amor falso es la forma más
cruel de humillación.
No sé, la verdad sea dicha, los
parámetros en que se movió la convivencia entre el arquitecto y el camarero,
pero, haciendo uso de la lógica y del sentido común, no me resulta demasiado
difícil imaginármela. Para ello me basta con evocar dos frases del argentino:
“ Si le llego a dar un beso y lo
rechaza, soy capaz de romperle los morros”
“ En la cama no funcionaba”.
Las dos frases anteriores me han
servido para redactar el cuento. Las interpreto en el sentido de: el arquitecto
no adoraba al argentino ni se dejaba humillar mediante juegos eróticos.
Por otra parte, el cuento se
inicia con una anécdota real. Lo de la cucaracha ocurrió en verdad, aunque no sé
si el protagonista fue Ignacio o el argentino, o algún otro trabajador del
hostal. Finalizaré, diciendo que el cuento, con todas sus limitaciones,
pretende rastrear los abismos inconscientes del argentino, donde conviven de
forma convulsa las experiencias de la infancia junto a los deseos más oscuros
de agresividad y sexualidad. No son, pues, hechos reales lo que se relata, sino pulsiones del Ello, a las cuales, mediante artificios literarios, se les da forma, para que tomen cuerpo ante la mirada del lector, ya que, de lo contrario, permanecerían invisibles para siempre. Con la muy turbadora aparición de la madre del
argentino, acaba este cuento de resonancias kafkianas.
LA PESADILLA ERÓTICA DE UN ARGENTINO ( Primera parte)
El argentino estaba en su puesto
de trabajo, navegando por Internet, cuando uno de los clientes entró,
visiblemente mosqueado, en el destartalado hall del hostal. Una vez situado ante
del mostrador, donde el argentino ejercía de recepcionista, se dirigió a éste
en los siguientes términos:
--Acabo de ver una cucaracha en
mi habitación.
El recepcionista, sin inmutarse,
y tras echar una mirada desdeñosa a su interlocutor, soltó, en un tono jocoso:
-- ¿sólo una?
La irónica respuesta dejó
descolocado al huésped, ya que éste, convencido de lo inaudito que resulta encontrarse
semejante bicho en un hostal, donde por
lo general suelen extremarse las medidas higiénicas, se esperaba que el recepcionista
se sentiría muy turbado por su queja. Pero a la vista estaba de que éste no
concedió la menor importancia al incidente de la cucaracha, lo cual, como es
lógico, irritó aún más, si cabe, al cliente, un chico catalán, de aproximadamente
1, 74 metros
y unos 36 años, que se hospedada en
solitario. La primera sensación que se apoderó de éste al oír la desairada respuesta del argentino fue
la de que aquél se estaba mofando de él en todos sus morros. Convencido de que
así no se trata a un cliente, exclamó, con la intención de recordarle al argentino
su obligación de ser servicial:
--Cómo sólo es una, no vas a
hacer nada?¡¡ Pues vaya hostal tercermundista en que me he metido¡¡ – y en
alusión al acento sudamericano del
recepcionista, prosiguió, en un tono más enérgico:
-- Seguro que no te tienen asegurado,
y por eso te importa un pepino que me encuentre una cucaracha o un elefante.
Pero si no estás contento con tus condiciones laborales, no es mi problema, yo
he pagado religiosamente por mi habitación y quiero, en justa correspondencia, que se me
atienda bien, así que si en tu país es normal que haya bichos en las
habitaciones de los hoteles, aquí, en Cataluña, gracias a Dios no lo es.
El argentino, cuyo rostro
adquiría por momentos un tono verdoso
inquietante, se sintió lastimado en lo más hondo de su amor propio, y sin
disimular su creciente enojo, se puso, tras un repentino salto, de pie; y
abandonando la parte trasera del mostrador, con actitud desafiadora, se plantó
delante del catalán, sin dejar ni un palmo de distancia entre ambos, para, con
voz irritada, exclamar:
-- Che, catalán, no la eches de
piola conmigo, porque si me hinchas las pelotas te voy a hacer comer la cucaracha.
La tenés clara, chorki? Pues, enfundá la
boca, volvé a tu puto cuarto y si te encontrás la maldita cucaracha, te la
follás¡¡ OK? O acaso por los 15 putos euros que has pagado, te pensaste que te
iban a dar la suite presidencial¡¡
El catalán no se amedrentó
ante la chulería del sudamericano, y
plantándole cara, le exigió:
--Estas no son maneras de tratar
a un cliente. Me parece que te faltan muchos modales. Como contigo ya veo que
no voy a sacar nada en claro, quiero hablar con el responsable del hostal.
Llámalo y que venga. Te vas a enterar, listillo, de lo que vale un peine.
El argentino, sonriendo
cínicamente, le espetó:
--Vaya, vaya con el catalán, nos ha salido un
compadrito¡¡ pues acá tenés a otro que no lo es menos que vos¡¡ Así que no me
sale de las pelotas llamar a nadie. De lo único que tengo ganas es de darte un
par de hostias bien dadas, si supieras
las ganas que me están entrando de romperte esa caripela de fusilado que tenés… dejá
de hinchar las bolas, carajo¡ O te prometo, puto pringado, que te parto los
morros ya mismo¡¡
El catalán, algo receloso ante el
cariz que tomaban los acontecimientos, dijo, en un tono más conciliador:
--No te equivoques conmigo, yo no
quiero que te boten del trabajo, ya me imagino que si te viniste aquí es para
llevar mejor vida que en tu país, pero al menos podrías tener la amabilidad de sacar
la cucaracha de mi habitación.
El argentino, tras
fulminarlo con una mirada colérica, lo agarró de la camisa, y levantando más el
tono de voz, le rugió:
--Mirá, pelotudo del orto, no te
voy a dejar ir sin batirte la justa. No tenés ni la más jodida idea de por qué
me largué de la Argentina. Pero vos que carajo vas a saber si tenía una vida
mejor o no, hijo de puta. Quién carajo te crees para meter tu esquifosa napia
donde no te importa¡¡ Te crees mejor que yo?¡ Pero si sos un mierda de mamón que buscas nabos en las darkrooms para
que te rompan el culo. Crees que no me he dado cuenta de que sos una marica
reprimida.
Indignado, el catalán exclamó:
--Y tú qué coño sabrás lo que soy o no soy, sudaca mierdoso¡¡
El argentino, manteniendo
sospechosamente la compostura, se apresuró a
replicarle:
--Vaya, vaya, con el catalán, tan
concheto que parecía, y míralo ahora como saca sus garras de tigresa mala: no
me estarás toreando? Pues si me buscas,
me vas a encontrar, porque me hincha muchísimo las bolas que me llamen sudaca. Con que sudaca mierdoso?¡ Te pasaste de vivo, fiera¡ El
coso este me quiere bailar¡¡ Pues ahora,
fiera, este sudaca te va a levantar en
peso, te crees que por estar en tu país, vales más que los que venimos de
fuera, te pensaste que porque yo soy un puto sudaca tengo que hacer lo que vos
querás: una mierda para la concha de tu madre¡¡ Yo, como todos los argentinos bien nacidos,
hago lo que me sale de los mismísimos, te enterás, catalanufo?¡
El catalán, algo asustado por el
cariz que estaban tomando las cosas, hizo el amago de irse, pero el argentino,
percatándose de las intenciones de aquél, lo agarró con más fuerza de la
camisa, mientras, complacido por el canguelo que se apoderaba del catalán, le
espetó:
--Así que el catalán se me
quiere rajar. Pero si vos estás en tu país, ¿No tendría que ser yo, el
inmigrante, el sudaca mierdoso, el que se largara? ¿Cómo cambiaron las tornas, verdad, catalanet? Pero
yo no me quiero tomar el espiante, y vos tampoco te vas a zarpar. No tenés
permiso para largarte¡¡ No tenés mi permiso para largarte… porque a este puto sudaca
no le sale de las bolas que te las tomes sin darte una pequeña lección. Porque
ahora, catalán mío, este sudaca mierdoso es el puto amo acá. Y lo soy, sabés
por qué? porque es obvio que tengo más huevos que vos. Muchos más ¿Te crees que
no me he dado cuenta de que se te han puesto los cojones por corbata? Ahora,
petiso, no te me vayas a cagar de miedo.
Sabes que te sienta muy bien esa cara de jiñado… me pone al palo, catalanet,
ver como te acojonas ante un argentino que los tiene bien puestos, porque los
huevos que a vos te faltan, me sobran a mí. Así que ya se te pueden ir bajando
los humos por las buenas, porque sino te
los va a bajar el fiera del Norberto por las malas. Aunque me apuesto lo que
quieras que a una pervertida como vos le coparía un huevo que fuera por las
malas. A las maricas reprimidas como a vos las calo a la legua, y sé que lo que en el fondo las pone al palo es que les
metan caña, pues mirá que buena leche
tuviste, catalanet, porque yo estoy tope curtido en meter caña a los chabones como vos. Te gustaría,
catalanet, que este argentino cañero te diera caña de la buena? Sí o sí? Ehh? sí o sí?
Ehhh… Jjajajjajajaj…-- joder, como me pone verte con el marrón tan
prieto y esa facha de vicioso… por qué estás tan callado? Ehhhh?¡ Se te ha
comido la lengua un gato?
Y mientras repetía la anterior pregunta
retórica, se reía expansivamente, a la vez que con especial sensualidad le
retorcía el cuello de la camisa.
El catalán por su parte,
se agitó con todas sus fuerzas para escabullirse del control del argentino,
pero éste, más corpulento, no tuvo problemas para reducirlo. Tras un accidentado
forcejeo, el argentino consiguió agarrar la cabeza de su contrincante,
forzándola hacia abajo, de manera que el cuerpo del catalán se dobló,
permitiendo así que argentino pudiera rodear el cuello de aquél con su fornido brazo.
Entonces, y para que el catalán se diera
cuenta de que el argentino lo tenía totalmente apresado, éste apretó bien
fuerte su brazo contra el cuello del otro. Ni que decir tiene que el argentino
experimentó un fabuloso subidón al sentir al catalán como a su presa.
Morbosamente feliz por tenerlo a su
merced, el argentino esbozó una luciente y expansiva sonrisa. No solo sentía el
cuerpo del catalán como suyo, sino que también se sentía el dueño de todo el
territorio de su alrededor. Mientras
obligaba a su presa a moverse hacia delante, ya no se sentía un extranjero,
ahora el forastero era el otro. Por el
poder de sus huevos, el argentino había logrado convertir el espacio de su
alrededor en su espacio, en una propiedad que nadie le podría arrebatar nunca.
Estaba en su jurisdicción y en ella hacía lo que le daba la gana. Estaba en su casa, incluso en su patria. Muy cómodo en su nuevo papel de dominador y
también muy eufórico por la suerte que había tenido de encontrar a un tipo, con
su misma orientación sexual, que gozaba siendo humillado. El argentino, que
disponía de un sexto sentido para captar las tendencias sadomasoquistas de sus
posibles ligues, se percató con sólo mirar a los ojos del catalán que éste se
dejaría humillar de buena gana. Constatación que hizo que el argentino se corriera mentalmente de gusto
al pensar en las múltiples vejaciones a las que sometería a su lindo catalanet.
De momento se limitó a recordar irónicamente a su víctima, con evidente
satisfacción, que ya no disfrutaba de libertad de movimientos ni de pensamiento,
por lo que a partir de entonces debía someterse a la voluntad de su captor.
--Dale, catalán, pírate, no te
querías pirar? Por qué no te las tomas? Obvio que sí. No te vas Porque yo no
quiero que te vayas. Así que sé obediente, porque si no te portás bien, tendré
que pelarte la colita. Vamos, catalanet, vamos, záfate… por qué no te zafas?
Ay, pobret, no puede, porque el mierdoso sudaca no le deja, y yo que pensé que
eras vos quien daba las órdenes acá: “Quiero hablar con el responsable del
hostal. Llámalo y que venga”. Ya no te acordás de cómo te hacías el chonguito
hace un rato. “Llámalo y que venga”. Te pensaste que era tu lacayo, viste como
me paso por el forro de los huevos tus órdenes. Vos, en cambio, catalanet, te
toca bancar con lo que yo diga. Te digo: no te pires de acá¡ y vos no te piras.
Obvio que sí, obedeciéndome, como Dios manda¡¡
El catalán, algo descolocado por
lo absurdo de la situación, abrió la boca para decir algo, pero tan pronto como
pronunció la primera palabra fue interrumpido por el argentino, quien, levantando la voz, exclamó:
Callate¡¡ Callate¡¡ No tenés mi
permiso para hablar¡¡ Si yo digo
silencio: vos te callas al tiro¡
El catalán hizo un nuevo ademán
de querer hablar, pero el argentino, rápidamente puso su dedo delante de su
boca para indicarle que se callara, mientras hacía vibrar los labios, formando
un característico susurro: sssssssssss… sssssssssss… y mientras susurraba,
apretaba más su brazo contra la nuez del catalán para dejar bien clara su
determinación de que éste permaneciera callado. Tras continuar con su susurro durante unos
segundos: ssssssssss…sssss….ssssss, el argentino se convenció de que el catalán
ya no volvería a hablar sin su permiso, lo cual lo sumió en una felicidad
inaudita, pues no solamente dominaba el cuerpo de este sino también su palabra.
A partir de entonces, sólo él decidía si el catalán podía moverse o no, sólo él
determinaba si su presa podía hablar o no, y más importante todavía, sólo el
decretaba lo qué podía decir o no. Cada vez más el argentino sentía a su presa
como el reflejo de su propia imagen. Pero era un reflejo turbio, que aún debía
ser purificado para que la fusión fuera total. Todavía tenía el argentino
clavado en su amor propio los improperios del catalán. No se había olvidado de
lo de SUDACA MIERDOSO. Ahora había
llegado el momento de purgar el alma del catalán para dejarla como un espejo brillante,
para que así se pudiera reflejar en él esplendorosamente el rostro del
argentino. Con la autoestima muy crecida, consciente de tener al catalán
completamente sometido a su voluntad, el argentino le ordenó:
--Ahora, mi catalanet, quiero que
digas: soy un catalán mierdoso¡¡ Dale, dilo, que lo quiere oír el regroso del
Norberto —exclamó el argentino, mientras volvía a apretar el cuello del catalán
con su brazo. Éste, deseoso de acabar con tan ridícula situación, balbuceó,
sumisamente:
--sss…sssoooo… yyyyyy… Hubiera acabado la
frase, si no hubiera sido porque un
eufórico argentino lo interrumpió,
jaleándole de la siguiente forma:
--Dale, catalanet, vamos, que vos
podés¡¡ Dí lo que yo quiero que digas¡¡ Vamos, dilo ya¡¡ Anda, catalanet, haz
que me ponga chocho, di: soy un catalán mierdoso, dilo y verás que chocho me
pongo. Vamos, catalanet, ponme chocho¡¡ Quiero que me pongas chocho, muy
chocho, muy chochito, muy rechochito. Dale, catalanet, dilo¡¡ DILO. DILO¡¡
DILOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOO¡¡¡¡¡
El catalán, siguiendo las instrucciones de un desmadrado argentino: acabó la frase:
-- Ssoy un ca… tatatat… lan mier-… mier… doooo so…
--Visca la mare que et va parir,
catalanet¡¡: exclamó un extasiado Norberto.
FINAL DE LA PRIMERA PARTE