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viernes, 2 de noviembre de 2012

FERRAN Y EL ARGENTINO

PESADILLA ERÓTICA CON CUCARACHA DE UN ARGENTINO ( CUENTO EN TRES PARTES)



Introducción al cuento


Me resulta prácticamente imposible abordar un relato de mi convivencia con el argentino sin mencionar al arquitecto catalán, quien, de algún modo, fue un  de fantasma que desde la lejanía movía los hilos de la convivencia. Una especie de convidado de piedra inquietante.
Sin lugar a dudas, el catalán simboliza al perdedor. Inició, con toda la ingenuidad del mundo, una relación con el argentino, encontrándose al cabo de sólo un mes con  el verdadero rostro de éste. El que se hacía pasar por un admirador del Poverello, resultó ser un egoísta que necesitaba ser adorado ciegamente, implacable con los supuestos defectos del prójimo y absolutamente indulgente con los suyos. Eso, siendo ya por sí mismo muy descorazonador, no fue lo peor de todo. Lo más sórdido resultó ser que el argentino, por razones económicas, supuestamente fingió su amor hacia el catalán. El desgraciado del arquitecto catalán se creyó que el argentino sentía algo por él: cuando en realidad sólo sentía desprecio. Una maldad similar bastaría para que al argentino se le prohibiera, por los siglos de los siglos, la entrada en el Reino de Dios, en el caso de que tal Reino exista. Mejor no sentir amor que  fingirlo, porque un amor falso es la forma más cruel de humillación.
No sé, la verdad sea dicha, los parámetros en que se movió la convivencia entre el arquitecto y el camarero, pero, haciendo uso de la lógica y del sentido común, no me resulta demasiado difícil imaginármela. Para ello me basta con evocar dos frases del argentino:

“ Si le llego a dar un beso y lo rechaza, soy capaz de romperle los morros”

“ En la cama no funcionaba”.

Las dos frases anteriores me han servido para redactar el cuento. Las interpreto en el sentido de: el arquitecto no adoraba al argentino ni se dejaba humillar mediante juegos eróticos.

Por otra parte, el cuento se inicia con una anécdota real. Lo de la cucaracha ocurrió en verdad, aunque no sé si el protagonista fue Ignacio o el argentino, o algún otro trabajador del hostal. Finalizaré, diciendo que el cuento, con todas sus limitaciones, pretende rastrear los abismos inconscientes del argentino, donde conviven de forma convulsa las experiencias de la infancia junto a los deseos más oscuros de agresividad y sexualidad. No son, pues, hechos reales lo que se relata, sino pulsiones del Ello, a las cuales, mediante artificios literarios, se les da forma, para que tomen cuerpo ante la mirada del lector, ya que, de lo contrario, permanecerían invisibles para siempre. Con la muy turbadora aparición de la madre del argentino, acaba este cuento de resonancias kafkianas.


LA PESADILLA ERÓTICA DE UN ARGENTINO ( Primera parte)


El argentino estaba en su puesto de trabajo, navegando por Internet, cuando uno de los clientes entró, visiblemente mosqueado, en el destartalado hall del hostal. Una vez situado ante del mostrador, donde el argentino ejercía de recepcionista, se dirigió a éste en los siguientes términos:
--Acabo de ver una cucaracha en mi habitación.
El recepcionista, sin inmutarse, y tras echar una mirada desdeñosa a su interlocutor,  soltó, en un tono jocoso:
-- ¿sólo una?
La irónica respuesta dejó descolocado al huésped, ya que éste, convencido de lo inaudito que resulta encontrarse semejante bicho en un hostal,  donde por lo general suelen extremarse   las medidas  higiénicas, se esperaba que el recepcionista se sentiría muy turbado por su queja. Pero a la vista estaba de que éste no concedió la menor importancia al incidente de la cucaracha, lo cual, como es lógico, irritó aún más, si cabe, al cliente, un chico catalán, de aproximadamente 1, 74 metros y  unos 36 años, que se hospedada en solitario. La primera sensación que se apoderó de éste  al oír la desairada respuesta del argentino fue la de que aquél se estaba mofando de él en todos sus morros. Convencido de que así no se trata a un cliente, exclamó, con la intención de recordarle al argentino su obligación de ser servicial:
--Cómo sólo es una, no vas a hacer nada?¡¡ Pues vaya hostal tercermundista en que me he metido¡¡ – y en alusión al  acento sudamericano del recepcionista, prosiguió, en un tono más enérgico:
-- Seguro que no te tienen asegurado, y por eso te importa un pepino que me encuentre una cucaracha o un elefante. Pero si no estás contento con tus condiciones laborales, no es mi problema, yo he pagado religiosamente por mi habitación  y quiero, en justa correspondencia, que se me atienda bien, así que si en tu país es normal que haya bichos en las habitaciones de los hoteles, aquí, en Cataluña, gracias a Dios  no lo es.
El argentino, cuyo rostro adquiría  por momentos un tono verdoso inquietante, se sintió lastimado en lo más hondo de su amor propio, y sin disimular su creciente enojo, se puso, tras un repentino salto, de pie; y abandonando la parte trasera del mostrador, con actitud desafiadora, se plantó delante del catalán, sin dejar ni un palmo de distancia entre ambos, para, con voz irritada, exclamar:
-- Che, catalán, no la eches de piola conmigo, porque si me hinchas las pelotas te voy a hacer comer la cucaracha. La tenés clara, chorki?  Pues, enfundá la boca, volvé a tu puto cuarto y si te encontrás la maldita cucaracha, te la follás¡¡ OK? O acaso por los 15 putos euros que has pagado, te pensaste que te iban a dar la suite presidencial¡¡
El catalán no se amedrentó ante  la chulería del sudamericano, y plantándole cara, le exigió:
--Estas no son maneras de tratar a un cliente. Me parece que te faltan muchos modales. Como contigo ya veo que no voy a sacar nada en claro, quiero hablar con el responsable del hostal. Llámalo y que venga. Te vas a enterar, listillo, de lo que vale un peine.
El argentino, sonriendo cínicamente, le espetó:
 --Vaya, vaya con el catalán, nos ha salido un compadrito¡¡ pues acá tenés a otro que no lo es menos que vos¡¡ Así que no me sale de las pelotas llamar a nadie. De lo único que tengo ganas es de darte un par de hostias bien dadas, si supieras  las ganas que me están entrando de  romperte esa caripela de fusilado que tenés… dejá de hinchar las bolas, carajo¡ O te prometo, puto pringado, que te parto los morros ya mismo¡¡
El catalán, algo receloso ante el cariz que tomaban los acontecimientos, dijo, en un tono más conciliador:
--No te equivoques conmigo, yo no quiero que te boten del trabajo, ya me imagino que si te viniste aquí es para llevar mejor vida que en tu país, pero al menos podrías tener la amabilidad de sacar la cucaracha de mi habitación.
El argentino, tras fulminarlo con una mirada colérica, lo agarró de la camisa, y levantando más el tono de voz, le rugió:

--Mirá, pelotudo del orto, no te voy a dejar ir sin batirte la justa. No tenés ni la más jodida idea de por qué me largué de la Argentina. Pero vos que carajo vas a saber si tenía una vida mejor o no, hijo de puta. Quién carajo te crees para meter tu esquifosa napia donde no te importa¡¡ Te crees mejor que yo?¡ Pero si sos un mierda de  mamón que buscas nabos en las darkrooms para que te rompan el culo. Crees que no me he dado cuenta de que sos una marica reprimida.
Indignado, el catalán exclamó:
 --Y tú qué coño sabrás lo que soy o  no soy,  sudaca mierdoso¡¡
El argentino, manteniendo sospechosamente la compostura, se apresuró a  replicarle:
--Vaya, vaya, con el catalán, tan concheto que parecía, y míralo ahora como saca sus garras de tigresa mala: no me estarás toreando?  Pues si me buscas, me vas a encontrar, porque me hincha muchísimo las bolas que me llamen sudaca.  Con que  sudaca mierdoso?¡ Te pasaste de vivo, fiera¡ El coso este me quiere bailar¡¡  Pues ahora, fiera,  este sudaca te va a levantar en peso, te crees que por estar en tu país, vales más que los que venimos de fuera, te pensaste que porque yo soy un puto sudaca tengo que hacer lo que vos querás: una mierda para la concha de tu madre¡¡  Yo, como todos los argentinos bien nacidos, hago lo que me sale de los mismísimos, te enterás, catalanufo?¡  

El catalán, algo asustado por el cariz que estaban tomando las cosas, hizo el amago de irse, pero el argentino, percatándose de las intenciones de aquél, lo agarró con más fuerza de la camisa, mientras, complacido por el canguelo que se apoderaba del catalán, le espetó:
--Así que el catalán se me quiere rajar. Pero si vos estás en tu país, ¿No tendría que ser yo, el inmigrante, el sudaca mierdoso, el que se largara? ¿Cómo  cambiaron las tornas, verdad, catalanet? Pero yo no me quiero tomar el espiante, y vos tampoco te vas a zarpar. No tenés permiso para largarte¡¡ No tenés mi permiso para largarte… porque a este puto sudaca no le sale de las bolas que te las tomes sin darte una pequeña lección. Porque ahora, catalán mío, este sudaca mierdoso es el puto amo acá. Y lo soy, sabés por qué? porque es obvio que tengo más huevos que vos. Muchos más ¿Te crees que no me he dado cuenta de que se te han puesto los cojones por corbata? Ahora, petiso,  no te me vayas a cagar de miedo. Sabes que te sienta muy bien esa cara de jiñado… me pone al palo, catalanet, ver como te acojonas ante un argentino que los tiene bien puestos, porque los huevos que a vos te faltan, me sobran a mí. Así que ya se te pueden ir bajando los humos por las buenas, porque sino  te los va a bajar el fiera del Norberto por las malas. Aunque me apuesto lo que quieras que a una pervertida como  vos le coparía un huevo que fuera por las malas. A las maricas reprimidas como a vos las calo a la legua, y sé que  lo que en el fondo las pone al palo es que les metan caña, pues  mirá que buena leche tuviste, catalanet, porque yo estoy tope curtido en  meter caña a los chabones como vos. Te gustaría, catalanet, que este argentino cañero te diera caña de la buena? Sí o sí?  Ehh? sí o sí?  Ehhh… Jjajajjajajaj…-- joder, como me pone verte con el marrón tan prieto y esa facha de vicioso… por qué estás tan callado? Ehhhh?¡ Se te ha comido la lengua un gato?
 Y mientras repetía la anterior pregunta retórica, se reía expansivamente, a la vez que con especial sensualidad le retorcía el cuello de la camisa.
El catalán por su parte, se agitó con todas sus fuerzas para escabullirse del control del argentino, pero éste, más corpulento, no tuvo problemas para reducirlo. Tras un accidentado forcejeo, el argentino consiguió agarrar la cabeza de su contrincante, forzándola hacia abajo, de manera que el cuerpo del catalán se dobló, permitiendo así que argentino pudiera rodear el cuello de aquél con su fornido brazo.  Entonces, y para que el catalán se diera cuenta de que el argentino lo tenía totalmente apresado, éste apretó bien fuerte su brazo contra el cuello del otro. Ni que decir tiene que el argentino experimentó un fabuloso subidón al sentir al catalán como a su presa. Morbosamente feliz por  tenerlo a su merced, el argentino esbozó una luciente y expansiva sonrisa. No solo sentía el cuerpo del catalán como suyo, sino que también se sentía el dueño de todo el territorio de su alrededor.  Mientras obligaba a su presa a moverse hacia delante, ya no se sentía un extranjero, ahora  el forastero era el otro. Por el poder de sus huevos, el argentino había logrado convertir el espacio de su alrededor en su espacio, en una propiedad que nadie le podría arrebatar nunca. Estaba en su jurisdicción y en ella hacía lo que le daba la gana. Estaba  en su casa, incluso en su patria.  Muy cómodo en su nuevo papel de dominador y también muy eufórico por la suerte que había tenido de encontrar a un tipo, con su misma orientación sexual, que gozaba siendo humillado. El argentino, que disponía de un sexto sentido para captar las tendencias sadomasoquistas de sus posibles ligues, se percató con sólo mirar a los ojos del catalán que éste se dejaría humillar de buena gana. Constatación que hizo que  el argentino se corriera mentalmente de gusto al pensar en las múltiples vejaciones a las que sometería a su lindo catalanet. De momento se limitó a recordar irónicamente a su víctima, con evidente satisfacción, que ya no disfrutaba de libertad de movimientos ni de pensamiento, por lo que a partir de entonces debía someterse a la voluntad de su captor.
--Dale, catalán, pírate, no te querías pirar? Por qué no te las tomas? Obvio que sí. No te vas Porque yo no quiero que te vayas. Así que sé obediente, porque si no te portás bien, tendré que pelarte la colita. Vamos, catalanet, vamos, záfate… por qué no te zafas? Ay, pobret, no puede, porque el mierdoso sudaca no le deja, y yo que pensé que eras vos quien daba las órdenes acá: “Quiero hablar con el responsable del hostal. Llámalo y que venga”. Ya no te acordás de cómo te hacías el chonguito hace un rato. “Llámalo y que venga”. Te pensaste que era tu lacayo, viste como me paso por el forro de los huevos tus órdenes. Vos, en cambio, catalanet, te toca bancar con lo que yo diga. Te digo: no te pires de acá¡ y vos no te piras. Obvio que sí, obedeciéndome, como Dios manda¡¡
El catalán, algo descolocado por lo absurdo de la situación, abrió la boca para decir algo, pero tan pronto como pronunció la primera palabra fue interrumpido por el argentino, quien,  levantando la voz,  exclamó:
Callate¡¡ Callate¡¡ No tenés mi permiso para hablar¡¡ Si yo  digo silencio: vos te callas al tiro¡
El catalán hizo un nuevo ademán de querer hablar, pero el argentino, rápidamente puso su dedo delante de su boca para indicarle que se callara, mientras hacía vibrar los labios, formando un característico susurro: sssssssssss… sssssssssss… y mientras susurraba, apretaba más su brazo contra la nuez del catalán para dejar bien clara su determinación de que éste permaneciera callado. Tras  continuar con su susurro durante unos segundos: ssssssssss…sssss….ssssss, el argentino se convenció de que el catalán ya no volvería a hablar sin su permiso, lo cual lo sumió en una felicidad inaudita, pues no solamente dominaba el cuerpo de este sino también su palabra. A partir de entonces, sólo él decidía si el catalán podía moverse o no, sólo él determinaba si su presa podía hablar o no, y más importante todavía, sólo el decretaba lo qué podía decir o no. Cada vez más el argentino sentía a su presa como el reflejo de su propia imagen. Pero era un reflejo turbio, que aún debía ser purificado para que la fusión fuera total. Todavía tenía el argentino clavado en su amor propio los improperios del catalán. No se había olvidado de lo de  SUDACA MIERDOSO. Ahora había llegado el momento de purgar el alma del catalán para dejarla como un espejo brillante, para que así se pudiera reflejar en él esplendorosamente el rostro del argentino. Con la autoestima muy crecida, consciente de tener al catalán completamente sometido a su voluntad, el argentino le ordenó:
--Ahora, mi catalanet, quiero que digas: soy un catalán mierdoso¡¡ Dale, dilo, que lo quiere oír el regroso del Norberto —exclamó el argentino, mientras volvía a apretar el cuello del catalán con su brazo. Éste, deseoso de acabar con tan ridícula situación, balbuceó, sumisamente:
 --sss…sssoooo… yyyyyy… Hubiera acabado la frase, si no hubiera sido porque  un eufórico argentino lo interrumpió,  jaleándole  de la siguiente forma:
--Dale, catalanet, vamos, que vos podés¡¡ Dí lo que yo quiero que digas¡¡ Vamos, dilo ya¡¡ Anda, catalanet, haz que me ponga chocho, di: soy un catalán mierdoso, dilo y verás que chocho me pongo. Vamos, catalanet, ponme chocho¡¡ Quiero que me pongas chocho, muy chocho, muy chochito, muy rechochito. Dale, catalanet, dilo¡¡ DILO. DILO¡¡ DILOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOO¡¡¡¡¡


El catalán, siguiendo las instrucciones de un desmadrado argentino: acabó la frase:
-- Ssoy  un ca… tatatat… lan mier-… mier… doooo so…
--Visca la mare que et va parir, catalanet¡¡: exclamó un extasiado Norberto.

FINAL DE LA PRIMERA PARTE