NORBERTO Y EL DINERO ( 1 parte)
Sería imposible entender la
convivencia sin hacer mención explícita sobre lo que pensaba el argentino
acerca de las cuestiones económicas. ( La cuestión laboral también tiene tela,
pero la dejamos para otra ocasión)
REPROCHES DEL ARGENTINO HACIA MI
ACTITUD EN RELACIÓN AL DINERO
El argentino, al menos conmigo,
solía ser muy proclive a mostrar su desacuerdo sobre aspectos de mi vida que no
le convencían. Uno de los que más le irritaban era, según él mismo me confesó, la manera de administrar mis recursos económicos.
Sus críticas me las endosó,
mientras conducía por las calles de Lleida. Para hacerlas se basó en una anécdota insignificante. Resulta
que por aquel entonces llevaba unas gafas de sol algo defectuosas; él,
visiblemente sorprendido, me preguntó por qué usaba semejantes gafas, a lo cual le respondí que prefería llevar esas gafas a comprarme unas de nuevas. Ni que
decir tiene que el argentino me miró como si me estuviera perdonando la vida,
con su habitual suficiencia. Ni que decir tiene que esa ridícula anécdota hizo
que aflorara todo el complejo de superioridad del argentino respecto a mí.
SU DISCURSO SOBRE EL DINERO
Tras lanzarme una mirada poco cordial, me dirigió dos o tres frases en las que mostraba su más vivo desacuerdo hacia mí supuesta avidez monetaria, diametralmente opuesta a la que él mantenía. Por si acaso albergaba la menor duda sobre su actitud respecto al dinero, se apresuró a detallármela. Me contó que él, por supuesto, no daba la
menor importancia a los asuntos económicos. Que no le gustaba ahorrar, que prefería
gastarse el dinero alegremente en sus diversiones sin pensar en el mañana, que
no entendía la manera de ser de las personas que son esclavas del dinero, que
en la vida hay cosas mucho más importantes que la “plata”. Que él había ayudado
muchas veces a conocidos que pasaban por un mal momento, etc. Toda esa perorata
la soltó por unas simples gafas defectuosas. Ni que decir tiene que me hizo
sentir mal, porque indirectamente estaba dando a entender que yo era una persona totalmente dominada
por la avaricia. Un avaro miserable. Mientras que él era un tipo totalmente
desprendido, que sabía vivir muy bien la vida, poniendo por encima de todo afán materialista, su inquebrantable amor por las cosas que realmente valen la pena.
MI RÉPLICA
Por mi parte, me limité a mencionar
que me parecía importante tener algo de dinero ahorrado para poder hacer frente
a los imprevistos del destino. Que mis padres me habían enseñado a no malgastar
el dinero y que yo estaba de acuerdo con ellos. Ni que decir tiene que mis
argumentos no le convencieron para nada. Al contrario, le ratificaron su pésima
opinión sobre mi forma de entender la vida.
NO JUZGUEIS Y NO SEREIS JUZGADOS.
De la forma más inesperada, me
sentí juzgado y condenado. Sin venir a cuento por nada, me sentí reprendido,
incluso me sentí como una especie de bicho que estaba cavando su propia
infelicidad.
LA FALTA DE SENTIDO DEL HUMOR DE
NORBERTO
La anécdota de las gafas de sol
hubiera podido servir, si el argentino fuera más razonable, dialogante y empático,
para haberme gastado una broma, para haber hecho un comentario divertido, para
buscar algún gesto de complicidad… para todo, menos para lo que sirvió. No es
de recibo, y está completamente fuera de lugar, que se sirva de un defecto en
unas gafas para descalificar mi forma de organizarme la vida. Resulta tan injusto hacer de la anécdota categoría. Porque si yo me
hubiera atrevido a hacer lo mismo… No quiero ni pensarlo. Pero tanto si le
gusta como si no, fue él quien se avino a aceptar mi ayuda económica. Él impuso
que fuera a cambio de nada, lo cual, lejos de enaltecerle lo deja a la altura
del betún.
Norberto, con el caso de las gafas
de sol defectuosas, hizo trampa. No se puede a través de un caso único
extrapolar las consecuencias que el extrapoló. Sabe bien el argentino que
en mi piso me gasté bastante dinero en
decorarlo. Sabe bien el argentino que el coche que tenía era nuevo. Sabe bien
el argentino que mi ropa no era precisamente de la más económica. Sabe bien el
argentino que me fui de vacaciones a Estambul, y a otros destinos no
precisamente cercanos. Por lo tanto, cuando hay que gastar dinero, lo gasto. No
me gusta, ciertamente, malgastar mi dinero.
Pero de ahí no se puede deducir que sea un tacaño empedernido.
LA MALA PLANIFICACIÓN ECONÓMICA
DEL ARGENTINO CAUSÓ SUS PROBLEMAS
Ni que decir tiene, y él mismo lo
reconoció más tarde, que su falta de previsión motivó que se quedara sin
financiamiento para afrontar los gastos más vitales para poder sobrellevar una
existencia digna. Si hubiera sido más prudente, no habría tenido que depender
ni del arquitecto catalán ni tampoco de mí. Pero no supo ser suficientemente
precavido, y tuvimos que ser los demás quienes le sacamos las castañas del
fuego. Por supuesto él no reconoce las anteriores carencias. Como será la cosa
que todavía es hora que agradezca la ayuda que recibió.
CON MI DINERO LO MANTUVE
Precisamente porque yo sí que fui
una persona precavida, que mira y controla lo que hace, pude ayudarle en
momentos difíciles para él a cambio de nada, cosa que no hicieron los chilenos.
Por lo tanto, fue muy poco leal de su parte que me afeara dicha prudencia.
Tendría que haber estado agradecido, en lugar de sacar pecho defendiendo una
conducta que lo llevó, según me dijo él mismo, a las puertas de la miseria. Pero
ya se sabe como son los Hijos de Narciso...
EL REGALO DE UNAS GAFAS POR PARTE DEL ARGENTINO
Curiosamente, un día el argentino
me regaló unas gafas de sol, creo que usadas, aunque no lo puedo demostrar. La
caja, en todo caso, estaba muy destartalada. Eran gafas como de mosca, que no me
gustaron mucho y que contrastaban mucho con las de él, que eran muy elegantes.
Creo que las debió encontrar tiradas por el hostal y, a falta de un mejor uso, me las endosó a mí. En todo
caso, intuyo que él nunca se las hubiera puesto.
¿ LE INTERESAN AL ARGENTINO LOS BIENES
MATERIALES?
Él puede decir misa, pero en mi
opinión le interesan en la misma proporción que a la mayoría de las personas. Todo
ese rollo espiritual del que presume tanto se suele quedar en agua de
borrajas. a la hora de la verdad, su propensión hacia los bienes más tangibles es tanto o más palmaria que la de la mayoría de los mortales. Nadie en su sano juicio se atrevería a afirmar que al argentino no le
interesan los bienes materiales, incluso algunos de ellos le llegan a
obsesionar. Que le pueda atraer más la lujuria que la avaricia, puede ser,
pero, vamos, sí tiene que gastarse dinero en ropa, se la gasta. Su móvil era
mucho mejor que el mío, lo mismo se podría afirmar sobre el reloj que llevaba, y así sucesivamente. La verdad sea dicha tiene muy poco
de franciscano, al menos mientras convivió conmigo.
EL FALSO ESPÍRITU FRANCISCANO DEL
ARGENTINO
El profeta Isaías, que habla de cómo los placeres
y las riquezas del mundo se parecen al heno de los campos que se secan pronto y
aún más pronto se acaban. Lo simboliza como algo efímero, pero atractivo.
En el cuadro del Bosco titulado
El Carro del Heno se ve como la humanidad va tras el carro del Heno, que
simboliza los bienes materiales. Tras ese carro también corre el argentino.
YO VEO AL ARGENTINO EN LO ALTO
DEL CARRO, como un alter ego de ese diablo azul que se puede ver allí, MIRANDO ALEGREMENTE A LOS AMANTES, ansioso de añadirse a su festín.
En lo alto del carro, mientras una pareja de
campesinos se besa (la lujuria), observada por una lechuza (que
simboliza la herejía o la ceguera humana);1 tres personajes se dedican a la
música, y un hombre observa la escena a cuya derecha un demonio azul con nariz
de trompa y cola de pavo real, símbolo de vanidad, participa de la melodía, mientras a
la izquierda un ángel se vuelve hacia el Cristo en el cielo en posición de
rezar. La lechuza y el demonio pueden entenderse como la lisonja y el engaño.1 Guiando el cortejo que sigue al carro
están el rey de Francia, el Papa y el Emperador; en el centro del cuadro se ve
un homicidio; guiando el carro para conducirlo al infierno, representado en el
ala de la derecha, están criaturas híbridas entre hombres y animales. El padre José
de Sigüenza, a finales del siglo XVI, consideró
que estas criaturas simbolizaban los diversos vicios:
«Este carro de heno, en que va esta gloria, le
tiran siete bestias, fieras y monstruos espantables, donde se ven pintados
hombres medio leones, otros medio perros, otros medio osos, medio peces, medio lobos, símbolos todos y figura de la sociedad;
late la lujuria, avaricia, ambición, bestialidad, tiranía, sagacidad y
brutalidad.»2