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viernes, 23 de noviembre de 2012

NORBERTO Y EL DINERO


NORBERTO Y EL DINERO ( 1 parte)

Sería imposible entender la convivencia sin hacer mención explícita sobre lo que pensaba el argentino acerca de las cuestiones económicas. ( La cuestión laboral también tiene tela, pero la dejamos para otra ocasión)

REPROCHES DEL ARGENTINO HACIA MI ACTITUD EN RELACIÓN AL DINERO

El argentino, al menos conmigo, solía ser muy proclive a mostrar su desacuerdo sobre aspectos de mi vida que no le convencían. Uno de los que más le irritaban era, según él mismo me confesó, la manera  de administrar mis recursos económicos.
Sus críticas me las endosó, mientras conducía por las calles de Lleida. Para hacerlas se  basó en una anécdota insignificante. Resulta que por aquel entonces llevaba unas gafas de sol algo defectuosas; él, visiblemente sorprendido, me preguntó por qué usaba semejantes gafas, a lo cual le respondí que prefería llevar esas gafas a comprarme unas de nuevas. Ni que decir tiene que el argentino me miró como si me estuviera perdonando la vida, con su habitual suficiencia. Ni que decir tiene que esa ridícula anécdota hizo que aflorara todo el complejo de superioridad del argentino respecto a mí.

SU DISCURSO SOBRE EL DINERO

Tras lanzarme una mirada poco cordial,  me dirigió dos o tres frases en las que mostraba su  más vivo desacuerdo  hacia mí supuesta avidez monetaria, diametralmente opuesta a la que él mantenía. Por si acaso albergaba la menor duda sobre  su actitud respecto al dinero, se apresuró a detallármela. Me contó que él, por supuesto, no daba la menor importancia a los asuntos económicos. Que no le gustaba ahorrar, que prefería gastarse el dinero alegremente en sus diversiones sin pensar en el mañana, que no entendía la manera de ser de las personas que son esclavas del dinero, que en la vida hay cosas mucho más importantes que la “plata”. Que él había ayudado muchas veces a conocidos que pasaban por un mal momento, etc. Toda esa perorata la soltó por unas simples gafas defectuosas. Ni que decir tiene que me hizo sentir mal, porque indirectamente estaba dando a entender  que yo era una persona totalmente dominada por la avaricia. Un avaro miserable. Mientras que él era un tipo totalmente desprendido, que sabía vivir muy bien la vida, poniendo por encima de todo afán materialista, su inquebrantable amor por las cosas que realmente valen la pena.

MI RÉPLICA

Por mi parte, me limité a mencionar que me parecía importante tener algo de dinero ahorrado para poder hacer frente a los imprevistos del destino. Que mis padres me habían enseñado a no malgastar el dinero y que yo estaba de acuerdo con ellos. Ni que decir tiene que mis argumentos no le convencieron para nada.    Al contrario, le ratificaron su pésima opinión sobre mi forma de entender la vida.

NO JUZGUEIS Y NO SEREIS JUZGADOS.

De la forma más inesperada, me sentí juzgado y condenado. Sin venir a cuento por nada, me sentí reprendido, incluso me sentí como una especie de bicho que estaba cavando su propia infelicidad.

LA FALTA DE SENTIDO DEL HUMOR DE NORBERTO

La anécdota de las gafas de sol hubiera podido servir, si el argentino fuera más razonable, dialogante y empático, para haberme gastado una broma, para haber hecho un comentario divertido, para buscar algún gesto de complicidad… para todo, menos para lo que sirvió. No es de recibo, y está completamente fuera de lugar, que se sirva de un defecto en unas gafas para descalificar mi forma de organizarme la vida. Resulta tan injusto hacer de la anécdota categoría. Porque si yo me hubiera atrevido a hacer lo mismo… No quiero ni pensarlo. Pero tanto si le gusta como si no, fue él quien se avino a aceptar mi ayuda económica. Él impuso que fuera a cambio de nada, lo cual, lejos de enaltecerle lo deja a la altura del betún.

LA FALACIA DEL ARGENTINO

Norberto, con el caso de las gafas de sol defectuosas, hizo trampa. No se puede a través de un caso único extrapolar las consecuencias que el extrapoló. Sabe bien el argentino que en  mi piso me gasté bastante dinero en decorarlo. Sabe bien el argentino que el coche que tenía era nuevo. Sabe bien el argentino que mi ropa no era precisamente de la más económica. Sabe bien el argentino que me fui de vacaciones a Estambul, y a otros destinos no precisamente cercanos. Por lo tanto, cuando hay que gastar dinero, lo gasto. No me gusta, ciertamente, malgastar mi dinero.  Pero de ahí no se puede deducir que sea un tacaño  empedernido.

LA MALA PLANIFICACIÓN ECONÓMICA DEL ARGENTINO CAUSÓ SUS PROBLEMAS

Ni que decir tiene, y él mismo lo reconoció más tarde, que su falta de previsión motivó que se quedara sin financiamiento para afrontar los gastos más vitales para poder sobrellevar una existencia digna. Si hubiera sido más prudente, no habría tenido que depender ni del arquitecto catalán ni tampoco de mí. Pero no supo ser suficientemente precavido, y tuvimos que ser los demás quienes le sacamos las castañas del fuego. Por supuesto él no reconoce las anteriores carencias. Como será la cosa que todavía es hora que agradezca la ayuda que recibió.

CON MI DINERO LO  MANTUVE 

Precisamente porque yo sí que fui una persona precavida, que mira y controla lo que hace, pude ayudarle en momentos difíciles para él a cambio de nada, cosa que no hicieron los chilenos. Por lo tanto, fue muy poco leal de su parte que me afeara dicha prudencia. Tendría que haber estado agradecido, en lugar de sacar pecho defendiendo una conducta que lo llevó, según me dijo él mismo, a las puertas de la miseria. Pero ya se sabe como son  los Hijos de Narciso...

EL REGALO DE UNAS GAFAS POR PARTE DEL ARGENTINO

Curiosamente, un día el argentino me regaló unas gafas de sol, creo que usadas, aunque no lo puedo demostrar. La caja, en todo caso, estaba muy destartalada. Eran gafas como de mosca, que no me gustaron mucho y que contrastaban mucho con las de él, que eran muy elegantes. Creo que las debió encontrar tiradas por el hostal y, a falta de un mejor uso, me las endosó a mí. En todo caso, intuyo que él nunca se las hubiera puesto.

¿ LE INTERESAN AL ARGENTINO LOS BIENES MATERIALES?

Él puede decir misa, pero en mi opinión le interesan en la misma proporción que a la mayoría de las personas.    Todo ese rollo espiritual del que presume tanto se suele quedar en agua de borrajas. a la hora de la verdad, su propensión hacia los bienes más tangibles es tanto o más palmaria que la de la mayoría de los mortales. Nadie en su sano juicio se atrevería a afirmar que al argentino no le interesan los bienes materiales, incluso algunos de ellos le llegan a obsesionar. Que le pueda atraer más la lujuria que la avaricia, puede ser, pero, vamos, sí tiene que gastarse dinero en ropa, se la gasta. Su móvil era mucho mejor que el mío, lo mismo se podría afirmar sobre el reloj que llevaba, y así sucesivamente. La verdad sea dicha tiene muy poco de franciscano, al menos mientras convivió conmigo.

EL FALSO ESPÍRITU FRANCISCANO DEL ARGENTINO

 El  profeta Isaías, que habla de cómo los placeres y las riquezas del mundo se parecen al heno de los campos que se secan pronto y aún más pronto se acaban. Lo simboliza como algo efímero, pero atractivo.

En el cuadro del Bosco titulado El Carro del Heno se ve como la humanidad va tras el carro del Heno, que simboliza los bienes materiales. Tras ese carro también corre el argentino.

YO VEO AL ARGENTINO EN LO ALTO DEL CARRO, como un alter ego de ese diablo azul que se puede ver allí, MIRANDO ALEGREMENTE A LOS AMANTES, ansioso  de añadirse a su festín. 


En lo alto del carro, mientras una pareja de campesinos se besa (la lujuria), observada por una lechuza (que simboliza la herejía o la ceguera humana);1 tres personajes se dedican a la música, y un hombre observa la escena a cuya derecha un demonio azul con nariz de trompa y cola de pavo real, símbolo de vanidad, participa de la melodía, mientras a la izquierda un ángel se vuelve hacia el Cristo en el cielo en posición de rezar. La lechuza y el demonio pueden entenderse como la lisonja y el engaño.1 Guiando el cortejo que sigue al carro están el rey de Francia, el Papa y el Emperador; en el centro del cuadro se ve un homicidio; guiando el carro para conducirlo al infierno, representado en el ala de la derecha, están criaturas híbridas entre hombres y animales. El padre José de Sigüenza, a finales del siglo XVI, consideró que estas criaturas simbolizaban los diversos vicios:
«Este carro de heno, en que va esta gloria, le tiran siete bestias, fieras y monstruos espantables, donde se ven pintados hombres medio leones, otros medio perros, otros medio osos, medio peces, medio lobos, símbolos todos y figura de la sociedad; late la lujuria, avaricia, ambición, bestialidad, tiranía, sagacidad y brutalidad.»2