EL ARGENTINO Y SANTIAGO DE COMPOSTELA. LOS INICIOS DE SU
VIAJE A ESPAÑA.
LA EXCUSA PARA VENIR A ESPAÑA
Aunque cuando se le pregunta por
la razón de su venida a España, el argentino siempre responde con aquello de: “ fue un
impulso … algo en mi interior me decía que debía ir allí...”. Lo cierto es que su aterrizaje en la península ibérica obedece a una coincidencia familiar. En efecto, si previamente alguno de sus
parientes no se hubiera dejado caer por la Piel de Toro, difícilmente el
argentino hubiese venido a parar por estos lares tan lejanos de su Buenos Aires
natal.
CANARIAS, MADRID, BARCELONA.
A Canarias recaló, esa es mi corazonada, porque allí vivían
unos tíos y primos suyos.
Se trasladó más tarde a Madrid,
aprovechando que su cuñada emprendía un viaje a Santiago de Compostela. Allí,
en la capital española, lo fue a recibir a él y a ella, su hermano, quien en
esos momentos residía en Barcelona, hacia donde el argentino encaminó sus pasos con la intención de establecer su residencia.
De la manera como me lo contó, parece ser que el golpe de gracia para que acabara viniendo a
España fue ese viaje a Santiago de su cuñada, así al menos lo interpreté yo. Dicho
lo cual, no estoy en condiciones de afirmar si el argentino ha pisado alguna
vez suelo gallego. No creo que acompañara a su cuñada hasta el sepulcro del Apóstol
ni tampoco que viajara allí por su cuenta y riesgo.
SANTIAGO, LO CRISTIANO Y EL PEREGRINO ARGENTINO
En mi mente siempre se asocia,
seguramente sin demasiada consistencia, lo cristiano y el argentino, quizás por
esto desde siempre haya creído que el argentino ha visitado el santuario
gallego. Además él mismo se definía como un peregrino. No me parece nada
descabellado imaginarlo portando el bastón de peregrino tan característico, del
que penden una calabaza y una vieira, con un a abultada mochila a cuestas, rumbo a la majestuosa Catedral de
Santiago. Quien una vez se deleitó con el silencio de los claustros
benedictinos y la asombrosa paz de las cartujas, no debería sentir ningún reparo en
iniciar una peregrinación que supone, para todos los que la emprenden, una oportunidad de oro para la reflexión
interior y para el ahondamiento en la propia vocación espiritual, así como una
ocasión irrepetible de establecer inolvidables lazos de amistad con otras personas afines.
MI PROXIMA VISITA A SANTIAGO DE
COMPOSTELA.
Dentro de dos meses volveré a
pisar, acompañado de mis padres, la maravillosa ciudad de Santiago de Compostela. No será, por
supuesto, la primera vez, pero mis ganas de volver a contemplar la
sobrecogedora monumentalidad de las callejuelas compostelanas no desmerecerá en
nada a las que tenía la primera vez en que las transité emocionado. Pues bien, al hilo de mi inminente
viaje a tierras gallegas, he estado barajando una idea que si bien por una
parte me fascina, por la otra me repele.
INICIO Y FINAL DE MI “NOVELA” SOBRE
MI CONVIVENCIA
Estos días estoy acariciando la
idea de empezar el relato de dicha convivencia evocando las turbadoras
sensaciones que recorrieron la mente del argentino al enterarse de que su cuñada se dirigía a
España, con la intención de visitar Santiago de Compostela, y al mismo tiempo
describir esa especie de impetuoso arrebato que se apoderó de su alma, engendrando en ella el impetuoso deseo de cruzar el Océano Atlántico.
También me atrae la idea de
acabar mi relato con una ilusoria peregrinación de los dos, de él y de mí, al
sepulcro del Apóstol. Como tal cosa resulta absolutamente inconcebible, pues
una peregrinación de esa naturaleza siempre supone, en el fondo, una aceptación
de las propias faltas y errores, (no en vano la mayoría de los peregrinos
medievales, y una parte considerable de los actuales, peregrinan en busca de la
indulgencia plenaria), lo cual, atendiendo al orgullo indomable del argentino,
es inviable, mejor sería concebir tal peregrinación como algo
soñado por mí. Un sueño reconciliador
sería el final más hermoso para el relato. Además un final así supondría el triunfo
de los valores cristianos sobre el egoísmo imperante en los tiempos modernos. Sería, sin duda, un final amañado, casi fraudulento, pero ya se sabe que lo literario y lo real pocas veces harmonizan. En general, la literatura sublima los aspectos más sombríos y repulsivos de la realidad.
Sería un final magnánimo por mi
parte. En lugar de concluir ofreciendo una imagen desoladoramente sórdida del argentino, brindaría un final
mucho más esperanzador y compasivo. Porque cada vez creo con mayor convicción
que la actitud que hay que tener ante un tipo que en lugar de agradecer los
dones recibidos, se complace en despreciar entristecer y humillar a quien le tendió
una mano a cambio de nada, es la de la magnanimidad.