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lunes, 21 de enero de 2013

EL MEU PRÒXIM VIATGE A SANTIAGO DE COMPOSTELA


Com que el meu pare sempre ha somiat visitar Galicia, i mai no ha aconseguit viatjar-hi,   li vaig proposar que hi podríem anar aquest any. Així que d'aquí no massa setmanes tornaré a rondar pels boirosos i aigualits
carrerons compostelans.





















EL ARGENTINO Y SANTIAGO DE COMPOSTELA. LOS INICIOS DE SU VIAJE A ESPAÑA.


EL ARGENTINO Y SANTIAGO DE COMPOSTELA. LOS INICIOS DE SU VIAJE A ESPAÑA.

LA EXCUSA PARA VENIR A ESPAÑA

Aunque cuando se le pregunta por la razón de su venida a España, el argentino siempre responde con aquello de: “ fue un impulso … algo en mi interior me decía que debía ir allí...”.  Lo cierto es que su aterrizaje en la península ibérica obedece a una coincidencia familiar. En efecto, si previamente alguno de sus parientes no se hubiera dejado caer por la Piel de Toro, difícilmente el argentino hubiese venido a parar por estos lares tan lejanos de su Buenos Aires natal.

CANARIAS,  MADRID, BARCELONA.

A Canarias recaló, esa es mi corazonada, porque allí vivían unos tíos y primos suyos.
Se trasladó más tarde a Madrid, aprovechando que su cuñada emprendía un viaje a Santiago de Compostela. Allí, en la capital española, lo fue a recibir a él y a ella, su hermano, quien en esos momentos residía en Barcelona, hacia donde el argentino encaminó sus pasos  con la intención de establecer su residencia. 
De la manera como me lo contó, parece ser que el golpe de gracia para que acabara viniendo a España fue ese viaje a Santiago de su cuñada, así al menos lo interpreté yo. Dicho lo cual, no estoy en condiciones de afirmar si el argentino ha pisado alguna vez suelo gallego. No creo que acompañara a su cuñada hasta el sepulcro del Apóstol ni tampoco que viajara allí por su cuenta y riesgo.

SANTIAGO, LO CRISTIANO Y EL PEREGRINO ARGENTINO

En mi mente siempre se asocia, seguramente sin demasiada consistencia, lo cristiano y el argentino, quizás por esto desde siempre haya creído que el argentino ha visitado el santuario gallego. Además él mismo se definía como un peregrino. No me parece nada descabellado imaginarlo portando el bastón de peregrino tan característico, del que penden una calabaza y una vieira, con un a abultada mochila a cuestas, rumbo a la majestuosa Catedral de Santiago. Quien una vez se deleitó con el silencio de los claustros benedictinos y la asombrosa paz de las cartujas, no debería sentir ningún reparo en iniciar una peregrinación que supone, para todos los que la emprenden,   una oportunidad de oro para la reflexión interior y para  el ahondamiento en la propia vocación espiritual, así como una ocasión irrepetible de establecer inolvidables lazos de amistad con otras personas afines.

MI PROXIMA VISITA A SANTIAGO DE COMPOSTELA.

Dentro de dos meses volveré a pisar, acompañado de mis padres, la maravillosa ciudad de Santiago de Compostela. No será, por supuesto, la primera vez, pero mis ganas de volver a contemplar la sobrecogedora monumentalidad de las callejuelas compostelanas no desmerecerá en nada a las que tenía la primera vez en que las transité emocionado. Pues bien, al hilo de mi inminente viaje a tierras gallegas, he estado barajando una idea que si bien por una parte me fascina, por la otra me repele.

INICIO Y FINAL DE MI “NOVELA” SOBRE MI CONVIVENCIA

Estos días estoy acariciando la idea de empezar el relato de dicha convivencia evocando las turbadoras sensaciones que recorrieron la  mente del argentino al enterarse de que su cuñada se dirigía a España, con la intención de visitar Santiago de Compostela, y al mismo tiempo describir esa especie de impetuoso arrebato que se apoderó de su alma, engendrando en ella el impetuoso deseo de cruzar el Océano Atlántico.

También me atrae la idea de acabar mi relato con una ilusoria peregrinación de los dos, de él y de mí, al sepulcro del Apóstol. Como tal cosa resulta absolutamente inconcebible, pues una peregrinación de esa naturaleza siempre supone, en el fondo, una aceptación de las propias faltas y errores, (no en vano la mayoría de los peregrinos medievales, y una parte considerable de los actuales, peregrinan en busca de la indulgencia plenaria), lo cual, atendiendo al orgullo indomable del argentino, es inviable, mejor sería concebir tal peregrinación como algo soñado  por mí. Un sueño reconciliador sería el final más hermoso para el relato. Además un final así supondría el triunfo de los valores cristianos sobre el egoísmo imperante en los tiempos modernos. Sería, sin duda, un final amañado, casi fraudulento, pero ya se sabe que lo literario y lo real pocas veces harmonizan. En general, la literatura sublima los aspectos más sombríos y repulsivos de la realidad. 
Sería un final magnánimo por mi parte. En lugar de concluir ofreciendo una imagen desoladoramente  sórdida del argentino, brindaría un final mucho más esperanzador y compasivo. Porque cada vez creo con mayor convicción que la actitud que hay que tener ante un tipo que en lugar de agradecer los dones recibidos, se complace en despreciar entristecer y humillar a quien le tendió una mano a cambio de nada, es la de la magnanimidad.