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martes, 14 de agosto de 2012

A LA GRAN SINAGOGA DE BUDAPEST: Agost de 2012


























EL BESO ARGENTINO A SAN FRANCISCO, ( SEXTA ENTREGA) USANDO EL LUNFARDO)


Justo lo que deseaba hacer con ese español que se le quería subir a la chepa. Ese tipo, que aparte de tener seis años menos que su oponente, medía 13 centímetros menos y pesaba 11 kilos menos, emulando  el lenguaje soez del argentino, le endiñó: eso te crees tú, mamón, pero al final os va a salir el tiro por la culata, y cuando nadie invierta ni un puto euro en vuestro país, os vais a tener que bajar los pantalones y devolvernos hasta el ultimo euro de Repsol que nos habéis mangado. Si en el fondo, sois unos giñados. Muy gallitos al principio, pero luego el culito se os encoge, como con las Malvinas, los ingleses os follaron bien follados, no me extraña que os jodieran vivos… pero si sois  unos putos pringados.

El Chongo, inflamado de fervor patriótico, a la vez que irritado por la desfachatez del español, sintió ganas de dar una solemne mamporro a su oponente, pero se contuvo, limitándose a reír a carcajada limpia. El español, que no se inmutó ante la reacción del argentino, levantando el dedo medio, hizo un gesto obsceno, mientras sonreía burlonamente.

Esa sonrisa tan guasona, a pesar de su candor inofensivo, y sobre todo, ese gesto tan “farolero” pusieron de tan mala uva al Chongo que sintió una irreprimible necesidad  de hacer morder el polvo  a ese fanfarrón. Unas cuantas ideas siniestras cruzaron su mente, y, mientras se complacía en ellas,   miró a su adversario, desafiadoramente, con aires de suficiencia. Seguramente se esperaba que el otro bajara la mirada, pero como el español la mantuvo, el Chongo interpretó semejante gesto como un desafío y, subiendo el tono de la voz, le encasquetó, en un marcado acento argentino: ¡¡la puta que te parió¡¡, ¿¡ pero de qué te las das, puto del orto?¡¡ sólo largais boludeces, te vas de boca, sos un pelotudo fanfa, !!vós no existís¡¡¡  si de verdad tenés huevos vení para la darkroom y vas a ver como los argentinos culeamos a los gaitas, poné huevos, si es que los tenés y vení. ”. Tras decir estas palabras, el Chongo le dio dos leves palmaditas sobre la barbilla y, andando muy erguido, se dirigió hacia la darkroom. Antes de entrar, se giró, y acariciándose provocativamente los testículos,  increpó al español de la siguiente forma: así que los ingleses nos jodieron vivos, mirá lo que opino (y reprodujo el mismo gesto que le había dirigido antes el español) y vós, ¿también me vais a follar bien follado?, mirá lo que opino (y volvió a repetir el mismo gesto de antes). che, galleguito, sabés que sos vos? un fantasma, eso sos vos¡¡ un fantasma que necesita ya mismo una descojonante cepillada, no te va a salir gratis, gilibocón, bardear a los argentos, prometo por mi pijón que te voy a hacer cagar tinta china¡

El Chongo, muy cómodo en su papel de perdonavidas, se adentró en la oscuridad. Desde siempre le había gustado el teatro. De hecho, durante dos años formó parte de una compañía de aficionados. Le encantaba meterse en la piel de otro. Entonces, mientras interpretaba a un tipo bravucón y malote, sintió que de alguna forma estaba dando rienda suelta a las pulsiones más oscuras de su inconsciente, que normalmente siempre solía reprimir, pero que en entonces, y debido al tono de broma encubierta del contexto, podía hacer aflorar sin temer nada malo. Siempre las solía sentir, pero ese día osó abandonarse a ellas. Y es que aunque tenía muchas más ganas de montar al lindo puto que no de discutir con él, el tono despectivo de éste, le hizo venir ganas de darle una buena lección. No le gustaba, para nada, sentirse ninguneado y ese carcamal se había pasado unos cuantos pueblos. Así que mataría dos pájaros de un tiro: lo escarmentaría y se lo pasaría por la piedra. Las dos cosas las haría, por supuesto, de muy buen rollo.  En el fondo sería un juego aceptado de buen grado por ambas partes, pues ya se había percatado que al español le iba la marcha. Por cierto que la idea de dar cuerpo a su inconsciente, de dejarlo fluir sin cortapisas, de interpretarlo como si interpretara un personaje de Shakespeare, hizo que se le disparara la adrenalina por toda la sangre, nublándole la mente.

El español, que desde el principio se sintió  atraído por el argentino, no tuvo la menor duda sobre cómo debía obrar. Sabía perfectamente lo que el argentino esperaba de él. Así que, imaginando turbias fantasías, se levantó y se dirigió raudamente hacia el interior de la oscuridad, con ganas de participar en ese juego teatral que con tanta convicción le proponía el argentino, aunque ello le comportara tenerse que degradar más de la cuenta.

Era un miércoles, un día de escasa afluencia de gente, por lo que en la darkroom  sólo se encontraban ellos dos.

Un desorientado español se desplazó a ciegas  hacia el centro de la sala oscura, y allí se detuvo, esperando que una vez sus ojos se adaptaran a la luz, pudieran distinguir alguna sombra. El argentino, agazapado en una esquina, contempló divertidamente los torpes movimientos de su adversario y cuando se percató de que éste se detenía en el centro, empezó a susurrar, en una voz burlona: mirá lo que tenemos acá, un españolito, un lindo españolito que quiere poner en caja a los argentinos, hay que ser un taura para tumbar a los argentos, y vós, que sos  un gaita chuchi, ¿ me vas a dar el pesto?. Che, me cago de risa. Sos un merlo del orto, pero yo tengo mucha cancha y muchos huevos. Así que te voy a morfar crudo. Con que los argentinos somos unos chorros, será chingolo el gaita éste. El petróleo es nuestro, sólo nuestro, la tenés clara, conchudo del orto? Expropiamos Repsol porque nos salió de las bolas. Y porque recién me sale de las bolas,  te voy a expropiar la cola… ¿la tenés clara, chantapufi? Qué vas a tenerla clara, si vivís en un pedo de colores¡¡¡ vení para acá, gaita caído del catre, que voy a hacerte una macanuda expropiación anal, vení para acá, españolito, chchchchch (con la anterior interjeción, el Chongo reproducía el sonido que se dirige a los caballos para que se muevan…”)… vení para acá… chchchchch…. ¿no venís porque no me creés?, me tomás para la joda? ah, piolín, con que esas tenemos¡¡ vení para acá, jodido moscón, no me hagás ensillar el picazo, vení para acá ya mismo, galleguito.  No me hagás embroncar más, jodido guarango, que si al Chongo  se le hinchan las pelotas,  te va a pelar la cola, tu relinda colita. Vení para acá, hinchabolas, que se me está calentando la pava y babeo por llenarte hasta el mango de mi petróleo”.  Y tras soltar semejante ocurrencia, echó una sonora carcajada.

El español, siguiéndole el juego, le replicó: perro ladrador, poco mordedor. Que me vas a expropiar? Estás flipando, colega. Tú, y cuántos colgados más como tú¡¡ Si tienes una caca de paquete y además te pirras por abrirte de piernas. Das pena, picha corta¡¡ Ya va siendo hora de que los fantasmones de los argentinos  volváis a ser una colonia española,  pero si no sabéis ni hablar, panda de mongolas¡¡ No sois más tontos porque no entrenáis, pero  si sois más inútiles que la polla del PAPA¡¡

El argentino, totalmente puesto en su papel de “patotero”, disfrutaba como un enano. Siempre le había gustado interpretar a los personajes malos. Daban mucho más juego y, como no,  lo llenaban más. Entonces, cuando el destino le brindaba la oportunidad de soltarse la melena interpretando un “Chongo camorrista”, estaba dispuesto a poner toda la carne en el asador. Consciente de que tenía todas las de ganar, espetó al español: ahora vas de piola, galleguito? Abrirme de piernas yo? Estás mamao o qué, loco? Obvio que aquí  yo soy  el capo, no tenés polenta ni para despeinarme, vení acá, te digo¡¡ vení, chchchchchch, vení, chchchchch…Si no venís acá, gaita cagón, te chapo por el naso y te traigo de prepo… chchchchchch, (al Chongo le encantaba azuzar a su petiso como si fuera un animal de carga, porque al hacerlo le parecía  que la  carne de éste fuera más carne).

Así que, excitado por esos azuzamientos, volvió a repetirlos sólo por el placer de excitarse aún más a causa de ellos. Chchchchch… chchchchch … chchchcchchch…

El Chongo, cada vez con más ganas de dejar claro quien de los dos era el que tenía la sartén por el mango, se acercó sigilosamente, en cuclillas, por detrás del otro, hasta que se colocó a unos palmos de la espalda del español. Entonces se agachó y sin que el otro se diera cuenta de su presencia, con un movimiento abrupto de sus manos agarró los tobillos de éste, arrastrándolos lateralmente para despatarrarlo. Una vez que el argentino consiguió separar lo suficiente las piernas de su oponente, inclinó la cabeza, pasándola por la entrepierna del español, para posteriormente levantarse bruscamente, alzando a hombros al español, a quien semejante artimaña lo cogió totalmente desprevenido. Su primera reacción fue rogar al Chongo que lo volviera a dejar en el suelo, pero éste, envalentonado por la facilidad con la que se había salido con la suya, y haciendo caso omiso a los ruegos de su víctima, empezó a girar sobre sí mismo, a gran velocidad, mientras gritaba: che, españolito, quien va a expropiar a quién? dale, españolito,  respóndeme, no te hacías recién el chonguito, dale, españolito, si tenés pelotas, volvé a basurearme, dale, volvé a bardearme, dale, por qué no me toreás ahora, maula, chancleta? ya viste que no me ando con chicas, así que por tu bien, más te vale estar calladito, entendés? Calladito… chcvhchchchchhc… calladito.. chchchchch…  porque sino te alzo por las cuarenta, mulita, picha floja, pocasangre, apichonado… que chanta te quedaste¡ pero no me vas a ablandar, galleguito,  te voy a dar tabaco a bocha y cuando te haya fajado bien, te voy a tener de felpudo. Chchchchchc, de felpudo, chchchcch…

Tras dar más de treinta vueltas, el Chongo se paró, y, dirigiéndose a la puerta de entrada de la darkroom, donde llegaba el tenue resplandor de la luz exterior, apeó al español, quien, al poner sus pies en el suelo empezó a tambalearse cómicamente. Estaba completamente mareado, lo que provocó la risa estridente del argentino, quien sin esperar a que aquél recuperara el equilibrio, lo dejó en pelota picada. Una vez lo tuvo desnudo, lo agarró del pescuezo,  arrastrándolo sin miramientos de nuevo a la oscuridad. Al desnudarlo, no sólo lo había despojado de ropa, sino también de toda dignidad humana. Lo había reducido a un simple cuerpo dependiente de él, que, de alguna forma, lo completaba.



El Chongo, abusando de su mayor corpulencia, agarró a su presa por detrás, embutiendo la espalda de ésta  contra su pecho, mientras que con una mano le tapaba los ojos y con la otra, pasándole el brazo derecho sobre el vientre, lo asía bien fuerte de la cadera,   arrimándolo contra sus carnes. Así, con el español bien amarrado, el argentino se desplazó hacia la puerta de emergencia situada en el fondo de un ancho pasillo. Andaba con pasos rápidos y rotundos, sin mostrar el menor signo de vacilación. Le gustaba imaginarse como un depredador que transportaba, entre sus colmillos, a un  pequeño herbívoro recién cazado para llevarlo a un claro del bosque, donde procedería, con implacable determinación, a zampárselo. Mientras lo arrastraba contra su voluntad hasta el fondo del pasillo, el Chongo susurraba al oído de su presa; che, españolito, ahora no parecés tan chonguito como antes. Viste, loco, necesitabas que alguien te bajara de la moto. Los argentinos sabemos cagar a pedos a los gallegos que van de gallitos como vós. Nos sobran huevos  para bardearles. Y a mí, me pone al palo pinchar el globo a los chabones como vós que cagan más alto de lo que les da el culo. Te pensaste, pelotudo pajero, que me iba a arrugar. Aquí el único que tiene la cola pequeña sos vos. Te voy a dar un correctivo para que sepas como la gastamos los argentinos. Verdad, galleguito, que estás cagado de miedo? Pero será forro el coso éste de venirnos a decir lo que tenemos que hacer con nuestro petróleo. Hacemos lo que nos sale de las pelotas. Lo entendés, chabón. Lo entendés de una puta vez? Qué vas a entender¡ No cazan one, los galleguitos rehuevones, aún se creen que somos sus siervos. La gran Argentina, una colonia vuestra, andá a cagar, gallegos, que sos delirantes¡¡ Necesitan  que les corramos a palos de vez en cuando para que sepan quien es el capo  en la Argentina. Vos, galleguito, también necesitás que un argentino te ponga a tragar leche, para que nunca más volvás a cuestionar las decisiones soberanas de la Argentina, ya te voy a dar yo masa, resalame, vas a ver como te bailo de lo lindo … así que arreando, galleguito, chchchchc,, arre, potrillo, chchchcch, arre, chchchch, chchchch… ( y a la vez que le jaleaba, le  atizaba palmadas en sus nalgas para espolearlo aún más).

El español, por su parte, y aunque sabía que el argentino estaba jugando con él, sentía que llevaba el juego demasiado lejos, porque a pesar de que nunca se había considerado un defensor a ultranza de su nación, el tono burlón del Chongo le había herido su amor propio. Así que picado por las puyas del argentino, replicó, con ganas de sacarlo de sus casillas: nuestros soldados os conquistaron una vez, y ahora nuestras empresas os vuelven a conquistar otra vez, somos el principal inversor extranjero en la Argentina… así que volvéis a ser una colonia nuestra. Chúpate esa¡¡¡… pero antes de que pudiera pronunciar la siguiente frase, el Chongo le gritó: Callate la boca, carajo¡¡¡ el español intentó continuar su frase, pero de nuevo un grito furibundo del argentino se lo impidió. Callate, cállate, cerrá el culo, si no querés que me ponga de mala onda … exlamó el argentino, cada vez gritando con mayor vigor. El español, algo asustado, se calló. Silencio que fue celebrado por el Chongo como un triunfo  sensacional. Se sintió muy eufórico por la sumisión del español. Le encantaba ese sentimiento de dominio sobre otra persona. Le hacía subir su autoestima sobremanera, lo cual le ponía de muy buen humor, porque esa subida era lo que más amaba a la vida, después, claro, de él mismo. Entonces, para hacer más obvio ese dominio, puso la palma de su mano sobre la cabeza del español, empujándosela hacia abajo, hasta conseguir que el mentón tocara la parte superior del tórax. Así, con la cabeza bien gacha, le hizo dar tres vueltas alrededor de él. Fue una especie de paseo triunfal que lo sumió en un delirio casi psicodélico. El Chongo en el centro, con la cabeza bien erguida, articulando las interjecciones que tanto lo erotizaban: chchchchchchc… chchchcch… chchchcch…; el español, dando vueltas, con la cabeza inclinada, completamente en silencio. No pudo el Chongo reprimir los recuerdos de la infancia que le inundaban el pensamiento. Recordaba las broncas y los castigos de su madre. Recordaba el sentimiento de nulidad que tan mal le hacía sentir. Recordó las muchas veces que se sintió como un deshecho humano, como alguien que no merecía ninguna atención ni ningún elogio. Cuántas veces se sintió sin autoestima, sin voluntad de ser algo. Una nada sin futuro alguno. En cambio entonces, imponiendo su voluntad sobre otro cuerpo se sentía alguien importante. Alguien a quien se debía respetar. Se sentía un hombre, y se daba cuenta de lo mucho que su situación había mejorado en la vida. De lo mucho que había logrado gracias a su voluntad de superación. Y eso hacía que su autoestima se le desbordara. Tan envanecido se sintió de sí mismo que no pudo reprimir unas palabras de reproche a su madre: vés, mamá, cómo me hago respetar. Ya no me dejo basurear por nadie ni me quedo parado cuando me baten la justa. He aprendido a hacerme valer. Ya no soy aquel güevon aturdido de antes. Ahora tengo un par de huevos y si alguien me torea, como hacías vós, hija de …, lo cago a pedos.”

“Mirá, mamá, cómo me felpeo a este galleguito. Se creía, el muy farolero, que me iba a pasar la mano por la cara y ahora, mirálo, el pobre baila al ritmo que le marco yo. Escuchá, mamá, escuchá, cómo me lo bailo: Así me gusta galleguito, así es como estás relindo de verdad, con la bocha gacha, trompa cerrada y los huevos encogidos, listo para entregarme el marrón… Entonces el Chongo empezó a reírse locamente, mientras volvía a tapar los ojos del español con su mano, empujándolo hacia la puerta de emergencia. Una vez allí, la abrió y sacó al español a fuera del local.

Delante de ellos había una acera más bien estrecha, en el borde de la cual estaban aparcados una hilera de coches. Se hallaban en plena  calle, a la vista de los pocos viandantes que a esas horas circulaban. Justo entonces, el Chongo retiró su mano de los ojos del español, para que éste viera donde se encontrara. Muy contrariado, éste intentó liberarse del control de su captor, a la vez que intentaba gritar, pero el Chongo le tapó la boca con su mano, mientras lo empujó contra el capot de un coche, allí, con gran habilidad se sacó la pija para metérsela a su presa, mientras entre risas cómplices, decía: … vení acá, galleguito, que voy a echar al pelado a la zanja, vení acá, Españolito, chchchchch… vení, chchchch, que te la voy a hacer pasar bomba... Una vez lo tuvo bien ensartado, empezó a agitarla sin contemplaciones, mientras le decía: che, españolito, viste que  lo de la expropiación no era ninguna joda…  cuando los argentinos nos proponemos algo, no paramos hasta que lo ligamos… y ahora, españolito, tomá, tomá de mi pijazo, chchchchchh, arrreee, chchchchch, arreee, chchchcch, arre, españolito  chchchc, me curte un mambo lo de expropiarte. Entregate, galleguito, entregate, dale, dejate expropiar, dale, dejate expropiar por el Chongo Jodón, el más groso de todos los argentos… No te me amotines, te tengo bien amarrado, voy a hincarte hasta el mango mi sorongo Querés rajarte, cagón? … por qué no pedís ayuda a tus compatriotas? Pero si Todos pasan de largo¡ No tienen huevos¡¡ Que alguno se atreva a hincharme las pelotas¡ Que me lo culeo como a vós¡¡¡ dónde están españolitos?, carajo qué  cagones son, vengan acá, no se rajen , carajo, vengan acá que se la voy a hacer comer doblada … dale, gaita, aguantame la bocha, verdad que la estás  pasando joya? Chchchchcch, arrreee, chchchch, arreee, potrillo, mi potrillo, sos mi potrillo, arrreeerere, chchchch, arrrererer, cjhchch… El español, que se estaba corriendo de placer, respondió: estoy gozando como un cabrón, follas de puta madre¡¡.

No, galleguito, quiero que me lo digás en  lunfardo, dale, en argentino lunfardo, vós podés, dale, chchchchc, chchchchch…  Tras unos momentos de vacilación, el petiso, muy gustoso de complacer al Chongo en todo lo que éste le solicitara, balbuceó: Che, pibe… sos un chabón macanudo … que sabés culear … como los mismos dioses.  Sin lugar a dudas, el español se había rendido a los encantos del Chongo, y éste, al sentirse adorado, aulló de felicidad, redoblando, con un vigor entusiasta, sus asaltos anales, mientras se enfervorizaba escuchando los gemidos de su “españolito”, porque los interpretaba como una prueba inequívoca de que éste lo adoraba ciegamente, y exultante por esa maravillosa sensación de saberse adorado, embistió los bajos de su presa  con más saña, para hacerla gemir así con mayor brío. Dios mío, cómo se arrebataba al sentir tan nítidamente el poder de su falo. Ya no lo percibía, a su “españolito”, como a un  objeto. Sino como a “algo” más de si mismo.

Dale, galleguito, decí que el Chongo Jodón es el capo, dale, decídlo, chchchch, decídlo, chchchch¡¡-- gritó un crecido argentino.

Sos el capo, Chongo Jodón-- balbuceó, turbado por el placer, el español.

Rebueníssimo, y ahora decí que soy un piola bárbaro, chchchch¡¡¡ ordenó, con voz autoritaria, seguro de ser obedecido, el Chongo.

Sos un piola bárbaro-- susurró el Español.

Genial, galleguito, Qué choncho me ponés, galleguito. Decí ahora que soy una masa¡¡¡-- bramó el argentino.

El Chongo es una masa… dijo sumisamente el español, mientras sentía como sus nalgas casi se descoyuntaban por las salvajes envestidas a que lo sometía el cipote del Chongo.



Bravo, galleguito, bravo, lo ven como ustedes, los gaitas, necesitan que los argentos les tengamos con el culo al norte para que den lo mejor de sí mismos. Lo vés, mamà, como no soy la mierda que vos pensabas. Mirá cómo este galleguito me adora, mirá, hija de puta … Dale, pichoncito, decí que soy el más re groso de España… voceó un delirante argentino, ferozmente contento de saberse adorado.

sos re groso… pronunció un entregado español, mientras oía las carcajadas estruendosas del Chongo, quien ya preparándose para la gloriosa estocada final, canturreaba, a viva voz, sintiéndose el ser más dichoso de la tierra,  El Chongo, El Chongo es cojonudo, como el Chongo no hay ninguno¡¡¡