“Si tu hermano peca, repréndelo, y si se arrepiente, perdónalo” Lc 17, 1-6 (TODO PARECIDO CON LA REALIDAD ES PURA COINCIDENCIA)
STATCOUNTER
martes, 14 de agosto de 2012
EL BESO ARGENTINO A SAN FRANCISCO, ( SEXTA ENTREGA) USANDO EL LUNFARDO)
Justo lo que deseaba hacer con ese español que se le quería subir a la
chepa. Ese tipo, que aparte de tener seis años menos que su oponente, medía 13 centímetros menos
y pesaba 11 kilos menos, emulando el
lenguaje soez del argentino, le endiñó: eso
te crees tú, mamón, pero al final os va a salir el tiro por la culata, y cuando
nadie invierta ni un puto euro en vuestro país, os vais a tener que bajar los
pantalones y devolvernos hasta el ultimo euro de Repsol que nos habéis mangado. Si en el
fondo, sois unos giñados. Muy gallitos al principio, pero luego el culito se os
encoge, como con las Malvinas, los ingleses os follaron bien follados, no me
extraña que os jodieran vivos… pero si sois
unos putos pringados.
El Chongo, inflamado de fervor patriótico, a la vez que irritado por la
desfachatez del español, sintió ganas de dar una solemne mamporro a su
oponente, pero se contuvo, limitándose a reír a carcajada limpia. El español,
que no se inmutó ante la reacción del argentino, levantando el dedo medio, hizo
un gesto obsceno, mientras sonreía burlonamente.
Esa sonrisa tan guasona, a pesar de su candor inofensivo, y sobre todo, ese
gesto tan “farolero” pusieron de tan mala uva al Chongo que sintió una
irreprimible necesidad de hacer morder
el polvo a ese fanfarrón. Unas cuantas
ideas siniestras cruzaron su mente, y, mientras se complacía en ellas, miró a
su adversario, desafiadoramente, con aires de suficiencia. Seguramente se
esperaba que el otro bajara la mirada, pero como el español la mantuvo, el Chongo
interpretó semejante gesto como un desafío y, subiendo el tono de la voz, le
encasquetó, en un marcado acento argentino: ¡¡la puta que te parió¡¡, ¿¡ pero de qué te las das, puto del orto?¡¡ sólo
largais boludeces, te vas de boca, sos un pelotudo fanfa, !!vós no existís¡¡¡ si de verdad tenés huevos vení para la darkroom
y vas a ver como los argentinos culeamos a los gaitas, poné huevos, si es que
los tenés y vení. ”. Tras decir estas palabras, el Chongo le dio dos leves
palmaditas sobre la barbilla y, andando muy erguido, se dirigió hacia la
darkroom. Antes de entrar, se giró, y acariciándose provocativamente los
testículos, increpó al español de la
siguiente forma: así que los ingleses
nos jodieron vivos, mirá lo que opino (y reprodujo el mismo gesto que le
había dirigido antes el español) y vós,
¿también me vais a follar bien follado?, mirá lo que opino (y volvió a
repetir el mismo gesto de antes). che,
galleguito, sabés que sos vos? un fantasma, eso sos vos¡¡ un fantasma que
necesita ya mismo una descojonante cepillada, no te va a salir gratis,
gilibocón, bardear a los argentos, prometo por mi pijón que te voy a hacer
cagar tinta china¡
El Chongo, muy cómodo en su papel de perdonavidas, se adentró en la
oscuridad. Desde siempre le había gustado el teatro. De hecho, durante dos años
formó parte de una compañía de aficionados. Le encantaba meterse en la piel de
otro. Entonces, mientras interpretaba a un tipo bravucón y malote, sintió que
de alguna forma estaba dando rienda suelta a las pulsiones más oscuras de su
inconsciente, que normalmente siempre solía reprimir, pero que en entonces, y
debido al tono de broma encubierta del contexto, podía hacer aflorar sin temer
nada malo. Siempre las solía sentir, pero ese día osó abandonarse a ellas. Y es
que aunque tenía muchas más ganas de montar al lindo puto que no de discutir con
él, el tono despectivo de éste, le hizo venir ganas de darle una buena lección.
No le gustaba, para nada, sentirse ninguneado y ese carcamal se había pasado
unos cuantos pueblos. Así que mataría dos pájaros de un tiro: lo escarmentaría
y se lo pasaría por la piedra. Las dos cosas las haría, por supuesto, de muy
buen rollo. En el fondo sería un juego
aceptado de buen grado por ambas partes, pues ya se había percatado que al
español le iba la marcha. Por cierto que la idea de dar cuerpo a su
inconsciente, de dejarlo fluir sin cortapisas, de interpretarlo como si
interpretara un personaje de Shakespeare, hizo que se le disparara la
adrenalina por toda la sangre, nublándole la mente.
El español, que desde el principio se sintió atraído por el argentino, no tuvo la menor duda
sobre cómo debía obrar. Sabía perfectamente lo que el argentino esperaba de él.
Así que, imaginando turbias fantasías, se levantó y se dirigió raudamente hacia
el interior de la oscuridad, con ganas de participar en ese juego teatral que
con tanta convicción le proponía el argentino, aunque ello le comportara
tenerse que degradar más de la cuenta.
Era un miércoles, un día de escasa afluencia de gente, por lo que en la
darkroom sólo se encontraban ellos dos.
Un desorientado español se desplazó a ciegas hacia el centro de la sala oscura, y allí se
detuvo, esperando que una vez sus ojos se adaptaran a la luz, pudieran
distinguir alguna sombra. El argentino, agazapado en una esquina, contempló
divertidamente los torpes movimientos de su adversario y cuando se percató de
que éste se detenía en el centro, empezó a susurrar, en una voz burlona: mirá lo que tenemos acá, un españolito, un
lindo españolito que quiere poner en caja a los argentinos, hay que ser un
taura para tumbar a los argentos, y vós, que sos un gaita chuchi, ¿ me vas a dar el pesto?.
Che, me cago de risa. Sos un merlo del orto, pero yo tengo mucha cancha y muchos
huevos. Así que te voy a morfar crudo. Con que los argentinos somos unos
chorros, será chingolo el gaita éste. El petróleo es nuestro, sólo nuestro, la
tenés clara, conchudo del orto? Expropiamos Repsol porque nos salió de las
bolas. Y porque recién me sale de las bolas, te voy a expropiar la cola… ¿la tenés clara,
chantapufi? Qué vas a tenerla clara, si vivís en un pedo de colores¡¡¡ vení para
acá, gaita caído del catre, que voy a hacerte una macanuda expropiación anal, vení
para acá, españolito, chchchchch (con la anterior interjeción, el Chongo
reproducía el sonido que se dirige a los caballos para que se muevan…”)… vení para acá… chchchchch…. ¿no venís
porque no me creés?, me tomás para la joda? ah, piolín, con que esas tenemos¡¡
vení para acá, jodido moscón, no me hagás ensillar el picazo, vení para acá ya
mismo, galleguito. No me hagás embroncar
más, jodido guarango, que si al Chongo se
le hinchan las pelotas, te va a pelar la
cola, tu relinda colita. Vení para acá, hinchabolas, que se me está calentando
la pava y babeo por llenarte hasta el mango de mi petróleo”. Y tras soltar semejante ocurrencia, echó una
sonora carcajada.
El español, siguiéndole el juego, le replicó: perro ladrador, poco mordedor. Que me vas a expropiar? Estás flipando,
colega. Tú, y cuántos colgados más como tú¡¡ Si tienes una caca de paquete y
además te pirras por abrirte de piernas. Das pena, picha corta¡¡ Ya va siendo
hora de que los fantasmones de los argentinos
volváis a ser una colonia española, pero si no sabéis ni hablar, panda de
mongolas¡¡ No sois más tontos porque no entrenáis, pero si sois más inútiles que la polla del PAPA¡¡
El argentino, totalmente puesto en su papel de “patotero”, disfrutaba como
un enano. Siempre le había gustado interpretar a los personajes malos. Daban
mucho más juego y, como no, lo llenaban
más. Entonces, cuando el destino le brindaba la oportunidad de soltarse la
melena interpretando un “Chongo camorrista”, estaba dispuesto a poner toda la
carne en el asador. Consciente de que tenía todas las de ganar, espetó al
español: ahora vas de piola, galleguito?
Abrirme de piernas yo? Estás mamao o qué, loco? Obvio que aquí yo soy el capo, no tenés polenta ni para despeinarme,
vení acá, te digo¡¡ vení, chchchchchch, vení, chchchchch…Si no venís acá, gaita
cagón, te chapo por el naso y te traigo de prepo… chchchchchch, (al Chongo
le encantaba azuzar a su petiso como si fuera un animal de carga, porque al
hacerlo le parecía que la carne de éste fuera más carne).
Así que, excitado por esos
azuzamientos, volvió a repetirlos sólo por el placer de excitarse aún más a
causa de ellos. Chchchchch… chchchchch … chchchcchchch…
El Chongo, cada vez con más ganas de dejar claro quien de los dos era el
que tenía la sartén por el mango, se acercó sigilosamente, en cuclillas, por
detrás del otro, hasta que se colocó a unos palmos de la espalda del español.
Entonces se agachó y sin que el otro se diera cuenta de su presencia, con un
movimiento abrupto de sus manos agarró los tobillos de éste, arrastrándolos
lateralmente para despatarrarlo. Una vez que el argentino consiguió separar lo
suficiente las piernas de su oponente, inclinó la cabeza, pasándola por la
entrepierna del español, para posteriormente levantarse bruscamente, alzando a
hombros al español, a quien semejante artimaña lo cogió totalmente
desprevenido. Su primera reacción fue rogar al Chongo que lo volviera a dejar
en el suelo, pero éste, envalentonado por la facilidad con la que se había
salido con la suya, y haciendo caso omiso a los ruegos de su víctima, empezó a
girar sobre sí mismo, a gran velocidad, mientras gritaba: che, españolito, quien va a expropiar a quién? dale, españolito, respóndeme, no te hacías recién el chonguito,
dale, españolito, si tenés pelotas, volvé a basurearme, dale, volvé a
bardearme, dale, por qué no me toreás ahora, maula, chancleta? ya viste que no
me ando con chicas, así que por tu bien, más te vale estar calladito, entendés?
Calladito… chcvhchchchchhc… calladito.. chchchchch… porque sino te alzo por las cuarenta, mulita,
picha floja, pocasangre, apichonado… que chanta te quedaste¡ pero no me vas a
ablandar, galleguito, te voy a dar
tabaco a bocha y cuando te haya fajado bien, te voy a tener de felpudo.
Chchchchchc, de felpudo, chchchcch…
Tras dar más de treinta vueltas, el Chongo se paró, y, dirigiéndose a la
puerta de entrada de la darkroom, donde llegaba el tenue resplandor de la luz
exterior, apeó al español, quien, al poner sus pies en el suelo empezó a
tambalearse cómicamente. Estaba completamente mareado, lo que provocó la risa
estridente del argentino, quien sin esperar a que aquél recuperara el
equilibrio, lo dejó en pelota picada. Una vez lo tuvo desnudo, lo agarró del
pescuezo, arrastrándolo sin miramientos de
nuevo a la oscuridad. Al desnudarlo, no sólo lo había despojado de ropa, sino
también de toda dignidad humana. Lo había reducido a un simple cuerpo
dependiente de él, que, de alguna forma, lo completaba.
El Chongo, abusando de su mayor corpulencia,
agarró a su presa por detrás, embutiendo la espalda de ésta contra su pecho, mientras que con una mano le
tapaba los ojos y con la otra, pasándole el brazo derecho sobre el vientre, lo
asía bien fuerte de la cadera, arrimándolo contra sus carnes. Así, con el
español bien amarrado, el argentino se desplazó hacia la puerta de emergencia
situada en el fondo de un ancho pasillo. Andaba con pasos rápidos y rotundos,
sin mostrar el menor signo de vacilación. Le gustaba imaginarse como un
depredador que transportaba, entre sus colmillos, a un pequeño herbívoro recién cazado para llevarlo
a un claro del bosque, donde procedería, con implacable determinación, a zampárselo.
Mientras lo arrastraba contra su voluntad hasta el fondo del pasillo, el Chongo
susurraba al oído de su presa; che,
españolito, ahora no parecés tan chonguito como antes. Viste, loco, necesitabas
que alguien te bajara de la moto. Los argentinos sabemos cagar a pedos a los
gallegos que van de gallitos como vós. Nos sobran huevos para bardearles. Y a mí, me pone al palo
pinchar el globo a los chabones como vós que cagan más alto de lo que les da el
culo. Te pensaste, pelotudo pajero, que me iba a arrugar. Aquí el único que
tiene la cola pequeña sos vos. Te voy a dar un correctivo para que sepas como
la gastamos los argentinos. Verdad, galleguito, que estás cagado de miedo? Pero
será forro el coso éste de venirnos a decir lo que tenemos que hacer con
nuestro petróleo. Hacemos lo que nos sale de las pelotas. Lo entendés, chabón.
Lo entendés de una puta vez? Qué vas a entender¡ No cazan one, los galleguitos
rehuevones, aún se creen que somos sus siervos. La gran Argentina, una colonia
vuestra, andá a cagar, gallegos, que sos delirantes¡¡ Necesitan que les corramos a palos de vez en cuando
para que sepan quien es el capo en la
Argentina. Vos, galleguito, también necesitás que un argentino te ponga a tragar
leche, para que nunca más volvás a cuestionar las decisiones soberanas de la
Argentina, ya te voy a dar yo masa, resalame, vas a ver como te bailo de lo
lindo … así que arreando, galleguito, chchchchc,, arre, potrillo, chchchcch,
arre, chchchch, chchchch… ( y a la vez que le jaleaba, le atizaba palmadas en sus nalgas para
espolearlo aún más).
El español, por su parte, y aunque sabía que
el argentino estaba jugando con él, sentía que llevaba el juego demasiado
lejos, porque a pesar de que nunca se había considerado un defensor a ultranza
de su nación, el tono burlón del Chongo le había herido su amor propio. Así que
picado por las puyas del argentino, replicó, con ganas de sacarlo de sus
casillas: nuestros soldados os
conquistaron una vez, y ahora nuestras empresas os vuelven a conquistar otra
vez, somos el principal inversor extranjero en la Argentina… así que volvéis a
ser una colonia nuestra. Chúpate esa¡¡¡… pero antes de que pudiera
pronunciar la siguiente frase, el Chongo le gritó: Callate la boca, carajo¡¡¡ el español intentó continuar su frase,
pero de nuevo un grito furibundo del argentino se lo impidió. Callate, cállate, cerrá el culo, si no
querés que me ponga de mala onda … exlamó el argentino, cada vez gritando
con mayor vigor. El español, algo asustado, se calló. Silencio que fue
celebrado por el Chongo como un triunfo
sensacional. Se sintió muy eufórico por la sumisión del español. Le
encantaba ese sentimiento de dominio sobre otra persona. Le hacía subir su
autoestima sobremanera, lo cual le ponía de muy buen humor, porque esa subida
era lo que más amaba a la vida, después, claro, de él mismo. Entonces, para
hacer más obvio ese dominio, puso la palma de su mano sobre la cabeza del
español, empujándosela hacia abajo, hasta conseguir que el mentón tocara la
parte superior del tórax. Así, con la cabeza bien gacha, le hizo dar tres
vueltas alrededor de él. Fue una especie de paseo triunfal que lo sumió en un
delirio casi psicodélico. El Chongo en el centro, con la cabeza bien erguida, articulando
las interjecciones que tanto lo erotizaban:
chchchchchchc… chchchcch… chchchcch…; el español, dando vueltas, con la
cabeza inclinada, completamente en silencio. No pudo el Chongo reprimir los
recuerdos de la infancia que le inundaban el pensamiento. Recordaba las broncas
y los castigos de su madre. Recordaba el sentimiento de nulidad que tan mal le
hacía sentir. Recordó las muchas veces que se sintió como un deshecho humano, como
alguien que no merecía ninguna atención ni ningún elogio. Cuántas veces se
sintió sin autoestima, sin voluntad de ser algo. Una nada sin futuro alguno. En
cambio entonces, imponiendo su voluntad sobre otro cuerpo se sentía alguien
importante. Alguien a quien se debía respetar. Se sentía un hombre, y se daba
cuenta de lo mucho que su situación había mejorado en la vida. De lo mucho que
había logrado gracias a su voluntad de superación. Y eso hacía que su
autoestima se le desbordara. Tan envanecido se sintió de sí mismo que no pudo
reprimir unas palabras de reproche a su madre: vés, mamá, cómo me hago respetar. Ya no me dejo basurear por nadie ni
me quedo parado cuando me baten la justa. He aprendido a hacerme valer. Ya no
soy aquel güevon aturdido de antes. Ahora tengo un par de huevos y si alguien
me torea, como hacías vós, hija de …, lo cago a pedos.”
“Mirá, mamá, cómo
me felpeo a este galleguito. Se creía, el muy farolero, que me iba a pasar la
mano por la cara y ahora, mirálo, el pobre baila al ritmo que le marco yo.
Escuchá, mamá, escuchá, cómo me lo bailo: Así me gusta galleguito, así es como
estás relindo de verdad, con la bocha gacha, trompa cerrada y los huevos
encogidos, listo para entregarme el marrón… Entonces el Chongo empezó a reírse
locamente, mientras volvía a tapar los ojos del español con su mano,
empujándolo hacia la puerta de emergencia. Una vez allí, la abrió y sacó al
español a fuera del local.
Delante de ellos había una acera más bien
estrecha, en el borde de la cual estaban aparcados una hilera de coches. Se
hallaban en plena calle, a la vista de
los pocos viandantes que a esas horas circulaban. Justo entonces, el Chongo
retiró su mano de los ojos del español, para que éste viera donde se
encontrara. Muy contrariado, éste intentó liberarse del control de su captor, a
la vez que intentaba gritar, pero el Chongo le tapó la boca con su mano,
mientras lo empujó contra el capot de un coche, allí, con gran habilidad se
sacó la pija para metérsela a su presa, mientras entre risas cómplices, decía:
… vení acá, galleguito, que voy a echar
al pelado a la zanja, vení acá, Españolito, chchchchch… vení, chchchch, que te
la voy a hacer pasar bomba... Una vez lo tuvo bien ensartado, empezó a
agitarla sin contemplaciones, mientras le decía: che, españolito, viste que lo
de la expropiación no era ninguna joda…
cuando los argentinos nos proponemos algo, no paramos hasta que lo
ligamos… y ahora, españolito, tomá, tomá de mi pijazo, chchchchchh, arrreee,
chchchchch, arreee, chchchcch, arre, españolito
chchchc, me curte un mambo lo de expropiarte. Entregate, galleguito,
entregate, dale, dejate expropiar, dale, dejate expropiar por el Chongo Jodón,
el más groso de todos los argentos… No te me amotines, te tengo bien amarrado,
voy a hincarte hasta el mango mi sorongo Querés rajarte, cagón? … por qué no
pedís ayuda a tus compatriotas? Pero si Todos pasan de largo¡ No tienen
huevos¡¡ Que alguno se atreva a hincharme las pelotas¡ Que me lo culeo como a
vós¡¡¡ dónde están españolitos?, carajo qué cagones son, vengan acá, no se rajen , carajo,
vengan acá que se la voy a hacer comer doblada … dale, gaita, aguantame la
bocha, verdad que la estás pasando joya?
Chchchchcch, arrreee, chchchch, arreee, potrillo, mi potrillo, sos mi potrillo,
arrreeerere, chchchch, arrrererer, cjhchch… El español, que se estaba
corriendo de placer, respondió: estoy
gozando como un cabrón, follas de puta madre¡¡.
No, galleguito,
quiero que me lo digás en lunfardo,
dale, en argentino lunfardo, vós podés, dale, chchchchc, chchchchch… Tras unos momentos de vacilación, el petiso,
muy gustoso de complacer al Chongo en todo lo que éste le solicitara, balbuceó:
Che, pibe… sos un chabón macanudo … que
sabés culear … como los mismos dioses.
Sin lugar a dudas, el español se había rendido a los encantos del Chongo,
y éste, al sentirse adorado, aulló de felicidad, redoblando, con un vigor
entusiasta, sus asaltos anales, mientras se enfervorizaba escuchando los gemidos
de su “españolito”, porque los interpretaba como una prueba inequívoca de que
éste lo adoraba ciegamente, y exultante por esa maravillosa sensación de
saberse adorado, embistió los bajos de su presa
con más saña, para hacerla gemir así con mayor brío. Dios mío, cómo se
arrebataba al sentir tan nítidamente el poder de su falo. Ya no lo percibía, a
su “españolito”, como a un objeto. Sino
como a “algo” más de si mismo.
Dale, galleguito,
decí que el Chongo Jodón es el capo, dale, decídlo, chchchch, decídlo, chchchch¡¡-- gritó un crecido argentino.
Sos el capo, Chongo
Jodón-- balbuceó,
turbado por el placer, el español.
Rebueníssimo, y
ahora decí que soy un piola bárbaro, chchchch¡¡¡ ordenó, con voz autoritaria, seguro de ser
obedecido, el Chongo.
Sos un piola
bárbaro--
susurró el Español.
Genial,
galleguito, Qué choncho me ponés, galleguito. Decí ahora que soy una masa¡¡¡-- bramó el argentino.
El Chongo es una
masa… dijo
sumisamente el español, mientras sentía como sus nalgas casi se descoyuntaban
por las salvajes envestidas a que lo sometía el cipote del Chongo.
Bravo, galleguito,
bravo, lo ven como ustedes, los gaitas, necesitan que los argentos les tengamos
con el culo al norte para que den lo mejor de sí mismos. Lo vés, mamà, como no
soy la mierda que vos pensabas. Mirá cómo este galleguito me adora, mirá, hija
de puta … Dale, pichoncito, decí que soy el más re groso de España… voceó un delirante argentino, ferozmente
contento de saberse adorado.
sos re groso… pronunció un entregado
español, mientras oía las carcajadas estruendosas del Chongo, quien ya
preparándose para la gloriosa estocada final, canturreaba, a viva voz,
sintiéndose el ser más dichoso de la tierra, “ El Chongo,
El Chongo es cojonudo, como el Chongo no hay ninguno¡¡¡
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