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jueves, 9 de agosto de 2012

AL REICHSTAG DE BERLIN: Agost de 2012












































¿EL AUTISMO DEL NORBERTO?


EL AUTISMO DEL ARGENTINO

NORBERTO: ESA MATRIOSKA RUSA



La personalidad del argentino me recuerda a una de esas muñecas rusas llamadas matrioskas.  Están huecas por dentro, y, al abrirlas por la mitad, encontramos en su interior otras muñecas  iguales pero de tamaño cada vez más pequeño.

Sin lugar a dudas, en el caso de Norberto, la muñeca más grande correspondería a su orgullo, dentro de ésta, encontraríamos otra que representaría el egoísmo. Si siguiéramos jugando,  descubríamos una muñeca cruel, que disfruta humillando. Y dentro de la anterior, hallaríamos una muñeca autista. Sobre ésta última, que, por supuesto, no agota todas las muñecas contenidas en la principal, voy a explayarme a continuación.



EL AUTISMO LATENTE



Me sería imposible entender mi convivencia con el argentino, sin recorrer al autismo, entendido éste como la tendencia de algunos humanos a desentenderse del mundo y a ensimismarse. Es bien sabido que esa necesidad de aislarse del entorno más próximo puede llevarse a cabo de una forma mental o física. En el caso del argentino se desarrolló de las dos maneras. Hoy no me referiré a la segunda de ellas, la física, por lo cual no me extenderé sobre cuando el argentino se recluyó en su habitación en pleno verano, no sólo cerrando la puerta, sino también la ventana, sudando como un pollo, para que yo no pudiera verle. (Hasta tal extremo llegaban sus obsesiones morbosas)



EL ARQUITECTO CATALÁN Y SU TENDENCIA AL AUTISMO.



Él mismo me contó que durante su convivencia con el arquitecto catalán se encerró mucho en sí mismo, reconociendo así su tendencia a ensimismarse. En general, bien se podría afirmar que en el seno de su persona conviven dos tendencias antagónicas, una que busca aislarlo de su entorno; otra que se esfuerza por involucrarlo en él. Normalmente, prevalece ésta última, pero cuando la primera consigue imponerse, el argentino se abandona a ella sin especial oposición. Hay que reconocer de todas maneras, la firme voluntad del argentino de querer ser una persona sociable, para lo cual no escatima esfuerzos. Así lo primero que hace al llegar a una ciudad nueva es acudir a los bares, ya sean de ligue o de evasión, y sobre todo, apuntarse a alguna asociación para sentirse integrado en su entorno.


 
CÓMO DESCUBRÍ SU AUTISMO.


 
Lo descubrí en un triste viaje a Bilbao con él. Nuestra estancia en la ciudad vizcaína coincidió con el santo del argentino, razón por la cual decidí hacerle un regalo. Así al entrar en una tienda de souvenirs, le  pregunté si le gustaría que le regalara algo de allí, a lo cual respondió, en un tono francamente brusco: NO QUIERO QUE ME REGALES NADA. Ignorando su advertencia, volví a insistir si le apetecería que le obsequiara con una camiseta estampada, a lo cual respondió, visiblemente irritado, NO ME LA REGALES, PORQUE NO ME LA VOY A PONER. NO QUIERO QUE ME REGALES NADA. Tras estas últimas palabras, se hizo entre nosotros dos un turbador silencio que de alguna manera incomodó al argentino, quien molesto consigo mismo por ser tan “borde”, intentó a su manera remediar su metedura de pata, diciendo, en un tono algo reconciliador, SI QUIERES REGARLARME ALGO, ME REGALAS UN POEMA TUYO ENMARCADO. No hay duda que tal rectificación se debía a su inseguridad, que, con tanto afán, intenta ocultar.


 
LA INEVITABLE CONCLUSIÓN DE LA ANÉCDOTA  



Quien conoce al argentino, sabe muy bien su afición por los regalos. Le gusta hacerlos y, sobre todo, le gusta que se los hagan. Él mismo se complació en explicarme los muchos y buenos regalos que hizo al arquitecto catalán y lo mucho que se irritó porque éste no le correspondió. Luego si los regalos le gustaban mucho, pero no quería que le regalara nada, es obvio que lo que le molestaba en mi caso, es que yo le hiciera regalos, porque si esa camiseta se la hubiera regalado cualquier otra persona, la hubiera aceptado de mil amores, pero como se la regalaba yo, la rechazaba. Que eso es así, se demuestra porque también rechazó el poema que le regalé siguiendo sus indicaciones. Así de coherente es el argentino. No quería nada de mí, de hecho, no quería ni verme ni incluso hablarme. Entre los dos había levantado un muro que hacía inviable toda forma de relación. El argentino, al menos mientras estaba conmigo, se ensimismaba, pensando sólo en sus objetivos y sus sueños. Yo no existía para él. 

Es evidente que si no quería que le hiciera regalos, era para que él NO TUVIERA QUE DARME LAS GRACIAS. Porque él no me quería DAR NADA. ABSOLUTAMENTE NADA. Hoy en día ya no me cabe la menor duda sobre el componente patológico que anidaba en esa VOLUNTAD DE NO DAR NADA. Lo triste es que ese no dar NADA le hacía sentirse bien consigo mismo, y eso era así, porque no le importaba en lo más mínimo ni mi bienestar ni mi felicidad.


 
LA TRISTEZA DE MI CORAZÓN



Si no le hubiera regalado nada, ni que decir tiene que el argentino se hubiera molestado mucho conmigo. Pero si le regalaba algo, lo despreciaba. Qué hacer en un caso similar. Nada, todo lo que se haga va a volverse contra uno. Sólo queda pasar en silencio ese desprecio inmerecido. Encerrarse en uno mismo, imaginando cómo todo podría haber sucedido de otra manera. Entristeciéndome cada vez más por convivir con un ser que no es capaz ni de darme una migaja de felicidad. NADA¡


 
                        EL CORAZÓN AUTISTA.

Es evidente que el argentino debía de haber aceptado mis regalos, porque si yo acepté de buen grado su ropa vieja y fea, con más motivo tenía que aceptar la ropa nueva que le regalaba. ¿Por qué diablos se cree ese NORBERTO que yo acepté sus camisas viejas, sus jerseys usados, sino para hacerle feliz? No eran de mi talla, ni de mi gusto, pero eso me daba igual. Hoy en día, sin embargo, veo algo de morboso en regalar ropa de uno mismo a otro, como dando a entender lo siguiente:  sé que eres un fetichista, por eso te regalo mi ropa, para que masturbes con ella, porque sé que me adoras. Esta interpretación, aunque muy retorcida, no la descarto. En todo caso, tan pronto el argentino se fue de mi piso, me deshice de toda su ropa. No era de mi talla y no me gustaba.


El autismo, pues, rigió toda nuestra convivencia. Mi gesto de caridad fue despreciado de la peor manera. El argentino se encerró en sí mismo, ignorándome desde el primer día. Con lo fácil que le hubiera sido abrir su corazón, en lugar de replegarlo sobre sí mismo como un erizo. Pero quizás, a pesar de lo que él crea, nunca lo haya abierto. Su corazón nunca ha visto la luz del día. Vive en las tinieblas del egoísmo. Porque amarse a uno mismo o a alguien igual a uno mismo es no amar a NADIE.  Y a pesar de ello, su capacidad para amar está hecha a imagen y semejanza de la de DIOS.



SÓLO A ALGUIEN QUE NO HA AMADO NUNCA DE VERDAD SE LE PODRÍA HABER OCURRIDO PROPONER UNA CONVIVENCIA TAN ABSURDA Y TRISTE COMO LA QUE EL ARGENTINO ME IMPUSO.