El restaurante hindú
Cuando conocí al argentino, éste
trabajaba en un restaurante de comida india regentado por dos paquistaníes. La dirección
de dicho restaurante figuraba en una tarjeta que el argentino me introdujo clandestinamente
en el bolsillo trasero de mis vaqueros. Curiosamente, en el dorso de esa tarjeta
había el número de teléfono del argentino.
Lo normal es que lo hubiera
llamado al día siguiente, así al menos se lo esperaba él; de lo contrario, no me explico su
gran extrañeza porque hubiera tardado tanto en llamarle. Y es que en verdad
tardé más de tres semanas antes de hacerle una llamada.
Si tardé tanto tiempo fue por la
sencilla razón de que no lo veía muy claro. No sabía si el argentino
compartiría mis objetivos. Si lo que yo buscaba coincidía con lo que él
buscaba. Hoy ya puedo decir que no. No hubo coincidencia de intenciones.
En todo caso, aprovechando de que
el restaurante donde trabajaba el argentino se ubicaba justo en la zona por la
que me solía mover cada vez que me trasladaba a Barcelona, no pude resistir la
tentación de pasar por delante de dicho restaurante y echar una ojeada a su
interior. Al menos lo hice en tres o 4 ocasiones antes de decidirme a telefonear al
argentino.
En efecto, casi cada vez que me
desplazaba a Barcelona mi ruta solía ser: primero ir a los cines Verdi,
situados en la calle del mismo nombre, donde se proyectaban películas en versión original,
y luego dirigirme a una discoteca ubicada más abajo del restaurante hindú.
POR QUÉ NUNCA ENTRÉ EN EL
RESTAURANTE A SALUDAR AL ARGENTINO?
En la parte delantera del
restaurante, justo tras la puerta de entrada, toda ella de cristal por lo cual
se podía vislumbrar el interior, había una barra, tras la cual estaba el
argentino, esperando a posibles clientes. La verdad sea dicha: nunca vi entrar
a nadie en ese restaurante, ni tampoco vi nunca a nadie sentado en uno de los taburetes,
tomándose una copa. Creo que esa falta de afluencia de clientes fue la razón por la cual el restaurante cerraría, unos meses después, sus puertas.
Nunca entré en ese restaurante
porque, según mi forma de juzgar las cosas, eso hubiera significado una clara
voluntad de compromiso por mi parte, lo cual
estaba muy lejos de mis
intenciones. No había ninguna intención
por mi parte de establecer lazos sentimentales. A lo sumo buscaba una fugacidad
placentera, por decirlo de una manera eufemística. Esa es la verdad pura y dura.
Entonces, para no causar en el argentino la impresión de que yo quería fundar
con él algo sólido nunca entré en ese restaurante.
LA LLAMADA AL ARGENTINO
Finalmente, le llamé. Quedamos en
una disco, y allí se manifestó palmariamente la disparidad de objetivos entre
los dos. Aunque hubo, en algunos aspectos, una evidente compatibilidad de
acoplamiento, también es verdad que en otros
se evidenció un claro desencuentro en cómo encarar el futuro. Hubo una
confrontación entre lo fugaz y lo permanente, entre lo superficial y lo
profundo. A mí me hubiera gustado más establecer unos vínculos superficiales y
fugaces, mientras que a él, al menos esa es la impresión que dejó traslucir, le
hubiera gustado lo contrario. Sólo así soy capaz de entender los reproches que
me dirigió tras la primera cita que tuvimos.
LA FALTA DE FRANQUEZA DEL
ARGENTINO
El argentino siempre presume de
ser muy directo, de no hablar a medias tintas, pero eso en general no es
verdad. Es una persona muy insegura, y muchas veces le cuesta tomar una
decisión. Muchas otras no sabe lo que quiere, y va errante de un sitio a otro,
de una idea a otra, de un amor a otro, incluso de una religión a otra. Nada le
convence. Su inseguridad lo tiene atenazado, impidiéndole un harmonioso
desarrollo de sus potencialidades.
Tras unas semanas de no vernos, y
con la incómoda sensación de que la
última cita quedó como “inacabada”, le envié un sms para preguntarle si quería
verme otra vez. El hombre que presume de ser tan claro, tan directo, con las
ideas tan bien establecidas, no fue capaz de decir sí o no. Con lo fácil que
es, y no fue capaz. Me respondió que fuera libre y feliz, pero eso qué
respuesta es. Además eso lo dijo por que yo le había escrito que mi superYo
dominaba a mi Yo, pero eso lo escribí como un gesto de complicidad con él, pues
me había dicho que había estudiado psicoanálisis. De la misma manera que en el
sms introduje algunos argentinismos como guiños. Eso del superyó,
desgraciadamente no se dio cuenta, ERA UN GUIÑO. Lo cual no quiere decir que no
sea verdad, pero en ese momento no lo dije pensando en si era verdad o no, sino
solo para hacer un guiño. Me dio mucha rabia que no fuera capaz de darme una respuesta. Simplemente: sí o no. Pues no le dio la gana.
POR QUÉ NO ME DIO UNA RESPUESTA?
Porque su soberbia no soportó que
yo le hiciera semejante pregunta, como si me diera igual que me respondiera sí
o no. En cambio, si yo le hubiera escrito: … me encantaría volverte a ver otra vez,
porque eres un ser extraordinario, entonces seguro que me hubiera dado una
respuesta. Quería sentirse idolatrado por mí, y como ese no fue el caso, pues por
eso ignoró mi pregunta.
Por qué yo quería una respuesta?
Porque somos dos personas, no dos
perros. Porque el argentino me confesó su gran admiración por las enseñanzas de
Cristo y de San Francisco, y por lo tanto esa especie de relación no se podía
acabar como si yo hubiera sido un objeto para él, o al revés. Debía acabarse
civilizadamente. Es decir, despidiéndonos, como dos buenos cristianos.
Además había una gran posibilidad
de que volviéramos a coincidir en una disco, como así pasó. Y entonces qué? Quedaríamos
como dos imbéciles. Porque es que la verdad es que el argentino no contestó a
la pregunta no porque no quisiera nada conmigo, sino porque quería que yo me lo
hubiera “trabajado” más. Que eso es así se demuestra porque cuando coincidimos otra
vez en una discoteca, en lugar de ignorarme, empezó a dar vueltas alrededor de
mí. Es evidente que si no le hubiera interesado ni me habría dirigido una
mirada.
POR QUÉ HE VUELTO A PASAR POR
DELANTE DEL RESTAURANTE HINDÚ?
LA CASA DEL PINTOR NONELL |
DIBUJO DE UN MENDIGO de NONELL |
En primer lugar, me resulta muy
fácil localizar la calle donde estaba el restaurante, porque justo al inicio de
dicha calle, aún permanece en pie la casa donde vivió el gran pintor Nonell, en
quien se inspiró el mismísimo Picasso para pintar alguno de sus cuadros. Este
pintor catalán se especializó en pintar a marginados: enfermos, gitanos,
viejos. Y desde hacía unos años llamó poderosamente mi atención. Unos cuantos años
antes de conocer al argentino, me enteré de que en esa calle estaba el taller
de Nonell, y desde entonces cada vez que pasaba por delante levantaba la cabeza
para contemplar la terraza donde algunas gitanas posaban para el pintor. Me paraba
unos segundos, dejando volar mi imaginación.
POBRES ESPERANDO LA SOPA de NONELL |
Pues bien, este viernes quedé con
un señor para comprar un libro sobre las ciudades de Úbeda y Baeza. Quedamos frente
a la estación de metro de Joanic. Más o menos un poco más arriba del Passeig de
Sant Joan. Pues bien, me di cuenta de que podía llegar allí desde donde me dejaba el tren, si pasaba por la
calle donde estaba el restaurante hindú, porque justo al final de esa calle,
que va cambiando de nombre a lo largo de su recorrido, se localiza la estación
de metro Joanic.
Como hace casi más de dos años
que no merodeaba por el barrio de Gracia, por los mismos rincones que frecuenté tantas veces durante mi juventud, me pareció
una oportunidad de oro ir andando hasta la parada de Joanic. Una oportunidad
que no debía desaprovechar. Quería volver a pasar por esos mismos sitios; quería dejarme embriagar por las sensaciones que esos mismos sitios me evocaran. Así que volví a pasear por la Calle Verdi, por la casa del pintor
Nonell, por la calle donde estaba el restaurante del argentino, etc.
La vida actual del argentino
UNA GITANA DE NONELL |
Aunque no puedo entrar en
detalles, porque no tienen ninguna relevancia para lo que quiero contar, sólo diré que en estos momentos su situación es muy parecida a la que tenía
cuando le envié el mail para felicitarlo por su cumpleaños.
MIS SENSACIONES AL PASAR POR
DELANTE DEL RESTAURANTE HINDÚ
Si las primeras veces que pasé
por delante de ese restaurante sentí una cierta excitación, ahora, muchos meses
después, sentí una indiferencia decepcionante, como si pasara por delante de un
montón de hojas muertas o de bichos espachurrados sobre el pavimento. Hasta podría
decir que no sentí NADA.
NADA
NADA…