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sábado, 6 de abril de 2013

GLORIOSA SIGUENZA 31 DE MARÇ DE 2013












MADRID, MADRID, MADRID, 24 DE MARÇ DE 2013









LA DOBLE CARA DEL NORBERTO


LA DOBLE CARA DEL NORBERTO

Aunque en estos mismos momentos el argentino se halle en plena campaña de autoanálisis, intentando desentrañar cuál es su sentido en este mundo, eso no quita que unos años atrás, cuando estaba, por decirlo de alguna manera, más desorientado,  se comportara mucho más despreocupadamente, sin reflexionar  sobre la moralidad de sus actos. Sea como sea, la actual terapia  de introspección a la que  somete  su consciencia no me parece muy honesta, porque llega a la conclusión a la que previamente  quería llegar, es decir, amaña los resultados para poderse sentir  así orgulloso de sí mismo.
Cuando yo le conocí su característica principal era la ambigüedad, me explico, parecía una cosa, pero era otra.  Como entiendo que mi punto de vista no se vea muy claro, lo ilustraré con un ejemplo.
Norberto venía a mi piso los martes por la mañana, y regresaba a Barcelona, los viernes. Como no tenía las llaves, necesitaba encontrarse  previamente conmigo para que se las entregara. Elegimos un sitio cerca de mi puesto de Trabajo para que yo se las pudiera dar. Él mismo lo propuso, pues me dijo que como tenía que pasear el perro de la señora para la que trabajaba, le venía de camino.
Norberto debía cruzar una pasarela que estaba sobre las vías del tren antes de poder acceder al lugar en que yo le esperaba con las llaves. Desde donde yo había aparcado el coche me resultaba muy fácil verle moverse sobre la pasarela, al igual que a él le resultaba muy cómodo divisar mi coche. Una vez que me descubría a lo lejos, empezaba a agitar los brazos aparatosamente, mientras sonreía expresivamente. Daba la impresión que estaba muy contento de verme, quizás excesivamente contento. Para mis adentros siempre sospeché que semejante alegría era impostada, una pose con la que quería demostrarme algo que en el fondo no sentía, un engaño piadoso. Me parecía todo muy exagerado, pero como el argentino siempre difundía de sí mismo la imagen de que era una especie de comediante, un piantao, pues acepté que esa era su manera de ser. Aun así, siempre se agitó en mi pensamiento la inquietante posibilidad de que todas esas alharacas del argentino no fueran sino   una tremenda farsa por su parte. Una simulación inmoral con la que pretendía tenerme engatusado para poder así ganarse mi confianza. Sin embargo, como mi recelo no se basaba en  ningún fundamento sólido, lo  desestimé, prefiriendo conceder al argentino el beneficio de la duda. Al fin y al cabo, era más lógico suponer que Norberto estuviera alegre por la felicidad que le causaba el haber encontrado a alguien que le tendía la mano en circunstancias muy espinosas para él que no lo contrario.
Consideré que nunca podría averiguar si las muestras de afecto con las que el argentino me obsequiaba desde la pasarela eran sinceras o no. Estaba totalmente equivocado, porque ocurrió un suceso que me permitió determinar con toda certeza la verdad o falsedad de los gestos de Norberto.
Una vez que discutimos sobre nuestra convivencia, el argentino empezó a enumerar actitudes mías que le desagradaban. Al calor de la discusión se le escapó la siguiente frase:

“ Lo de tener que ir a buscar las llaves es otra cosa que no entendí, me decía a mi mismo: pero carajo, porque ese tío no me da las llaves, porque me hace ir a buscarlas, pero es lógico tener que andar una hora con el dichoso perro para ir a buscar unas llaves, con lo fácil que sería dármelas desde el principio…”
Parecía como si una lógica inexpugnable le amparase. Nada más lejos de la realidad. Antes de pasar a rebatir su exposición, explicaré lo que sentí al oír dichas palabras expresadas en un tono poco amistoso. Lo primero que se me pasó por la cabeza es que las muestras de afecto del argentino eran rotundamente falsas, fingidas, artificiales. Estaba representando un papel, un lamentable papel. En honor a la verdad, mientras agitaba animadamente sus brazos y sonreía con gran elocuencia desde la pasarela, lo que en realidad estaba pensando  era: “ hijo puta de catalán, me hace andar una hora por unas llaves de mierda, la concha de la madre que lo parió, si no fuera porque estoy jodido económicamente, se las metía por el culo¡¡¡”. Me quedó absolutamente claro que el argentino era un farsante, que tenía dos caras, que te decía una cosa, pero pensaba la contraria, que la sinceridad no era, ni de lejos, su virtud.
Vamos a ver, fue Norberto quien me dijo que vendría a buscar las llaves. Como yo conducía mi coche, le propuse quedar en otro lugar para que no tuviera que caminar tanto, pero él me dijo que prefería quedar en la pasarela, pues ya que tenía que pasear al perro le venía bien, y así no me importunaba tanto.
Sólo tenía que venir a buscar las llaves una vez a la semana, sólo una.
No tengo la menor duda que lo que en verdad molestaba al argentino no era tener que andar una hora, que la tenía que andar igualmente, sino que yo no confiara lo suficiente en él como para darle las llaves. Para decirlo, claramente, no se sintió querido por mí, y esa supuesta falta de afecto por mi parte le revolvía las tripas. No se puede ser más injusto ni más egoísta.
Pero como el movimiento se demuestra andando, voy a recordarle lo que yo le daba. Gracias a mi caridad, Norberto podía alojarse gratis total n mi piso, podía comer gratis total de mi comida, podía usar gratis total mi agua y mi calefacción… Pero por lo que se ve eso le parecía poco, porque como él DABA TANTO. Pues, en honor a la verdad, NO DABA NADA. Y ahora va por los sitios proclamando que su sentido en este mundo es servir y amar: MANDA HUEVOS¡¡¡
Hombre de DIOS, sabiendo que no dabas nada, ni un poco de afecto, que diablos te costaba andar un poco para recoger las llaves? Era pedirte demasiado, acaso? Tenías miedo de lastimarte los pies? Te parecía injusto?
Le recuerdo al argentino que lo acogí en el piso por CARIDAD, porque él me dijo que NO tenía ánimos para dar NADA, ya que si hubiera tenido ánimos para dar algo no lo hubiera acogido por CARIDAD.
Sin embargo, y ahí está el verdadero quid de la cuestión, Norberto consideraba que él recibía mi CARIDAD a cambio de su PRESENCIA, porque según él valía tanto una cosa como la otra, sino más. Por increíble que pueda parecer, el hombre que ahora afirma que su destino es servir y amar, cuando convivió conmigo consideraba que con que él estuviera presente junto a mí, ya bastaba, no hacía falta nada más. Yo tenía que acogerle gratuitamente en el piso, mientras que él se debía limitar a respirar, a ocupar un espacio, a comer y a cagar, y con esto daba más de lo que recibía. Tanto era así que no tenía el menor escrúpulo en exigir más cosas.
Como soy un tonto sin solución, y eso bien lo sabía el argentino, al final acabé entregándole las llaves, de manera que Norberto ya no tuvo que andar más sobre la pasarela para venir a buscarlas. La verdad sea dicha, y como se dice en Castilla, si nazco más tonto, nazco oveja, pero cómo se podrá ser tan gilipollas como yo¡¡¡¡¡