STATCOUNTER


jueves, 1 de septiembre de 2011

SINDROME DEL HOMBRE SIN AFECTO

SINDROME DEL HOMBRE SIN AFECTO.

Imagínense un muchacho criado en una familia de la cual no recibe ningún afecto. Ese individuo, a pesar de estar rodeado de hermanos y de padres, no se siente querido por nadie. Tal incomunicación afectiva le induce a encerrarse en sí mismo, a aislarse de los demás y del mundo. No se comunica. No se relaciona. No conoce en carne propia lo que es el afecto ni el amor del prójimo. Sin embargo, y por lo que ha leído o le han contado, sabe que existe y lo anhela con todo su corazón.
Ese muchacho abandona el domicilio familiar, pues ningún afecto le ata a él. Al contrario, se siente expulsado. Se va (o quizás lo echan) con toda la ilusión del mundo en busca del afecto.
El muchacho crece y se convierte en un hombre corpulento y atractivo. Entonces, movido por los instintos sexuales, busca otros cuerpos y los encuentra. Cada noche se acuesta con un cuerpo distinto, y se siente querido por él. Siente el afecto de las caricias y de los besos. Siente, cómo no, el placer salvaje de la penetración. Por vez primera siente el “afecto” del prójimo, y como éste se manifiesta a través de los cuerpos desnudos, siente el “afecto” de la carne. Se muestra infinitamente agradecido a esa carne que le da todo el cariño que no le habían dado los suyos.
Cada noche sale a la caza de cuerpos, los busca y los encuentra. Los seduce y los posee. Los domina y los monta. Se siente, conquistándolos, el hombre más feliz del mundo. Y, cuando esos cuerpos, saciados, se inclinan y lo adoran, alcanza la “bienaventuranza”. Les habla y le hablan. Los mima y le miman. Su ego, durante tanto tiempo despreciado, se siente entonces un pequeño dios idolatrado por esos cuerpos. Su ego, pues, se crece, y como quiere crecer más le incita a buscar más cuerpos. Los busca y los encuentra. Los quiere y le quieren. Los toma y le toman. Se siente, pues, querido y correspondido. Se siente “amado”. Y, movido por su envanecida autoestima, no se avergüenza de confesar que ese “amor” lo hace inmensamente feliz, hasta el punto de declararlo su única felicidad y por ello le otorga el primer escalafón de su escala de valores. Por él todo lo sacrifica y en él ve su único criterio de verdad y de bondad.
El tiempo lo convierte en un experto cazador de cuerpos. Los huele en la lejanía. Los acecha y, en el momento propicio, se lanza sobre ellos, los agarra, los acorrala. Pocos se le escapan. A los débiles los somete sin piedad. A los fuertes los seduce con simpatía. Los busca y los encuentra, los caza y los toma, los estira y los doblega, se deja querer por ellos, les incita para que se entreguen sin condiciones, para que se rindan a él, para que lo acaricien con dulzura infinita, entonces, él, sumido en un delirio fabuloso, se siente el ser más adorado del mundo y se cree que nadie goza de un “amor” más inmenso que el suyo. El “amor” que enseña la carne.

Y a pesar de las durísimas palabras que San Pablo dedicaría a una persona como la descrita y que más abajo cito, sentimos una compasión sincera por la debilidad humana de ese hombre sin afecto y le bendecimos para que al final se libere del lastre de la carne.

Gálatas 5:16
Digo pues: Andad en el Espíritu, y no satisfagáis la concupiscencia de la carne.


18 Huid de la fornicación. Cualquier otro pecado que el hombre cometa, está fuera del cuerpo; mas el que fornica, contra su propio cuerpo peca. I COR 6, 18

que os apartéis de la fornicación; 4 que cada uno de vosotros sepa tener su propia esposa en santidad y honor; 5 no en pasión de concupiscencia, como los gentiles que no conocen a Dios; 6 que ninguno agravie ni engañe en nada a su hermano; porque el Señor es vengador de todo esto, como ya os hemos dicho y testificado. 7 Pues no nos ha llamado Dios a inmundicia, sino a santificación. 8 Así que, el que desecha esto, no desecha a hombre, sino a Dios, que también nos dio su Espíritu Santo. I TES 4, 4-7