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domingo, 27 de noviembre de 2011

HORBERTO Y LA ABERRACIÓN SEXUAL Y SU ESTRATEGIA


No me cabe la menor duda de que Norberto se sirve, cuando emplea la expresión “psicópata catalán”, de las mismas mistificaciones, engaños y tergiversaciones interesadas, que las empleadas por aquellos psicólogos de finales del siglo XIX quienes, guiándose solo por apriorismos morales, consideraban a la homosexualidad una aberración sexual. Es decir, confundían interesadamente ciencia y moral, saltaban, ilegítimamente de la una a la otra. Igualmente, el argentino comete un dislate similar, evidenciando un tendencioso y muy sesgado uso de los conocimientos que aprendió en la Universidad, caso de que los aprendiera.

Por más que se esconda la verdad a sí mismo. Norberto sabe, como lo saben muchos más, que no es normal irse sin decir adiós, sin dar las gracias y negando la palabra a quien te ha tendido, con toda la buena fe, su mano. Siendo ello así, que lo es, no debe extrañar a nadie que un comportamiento que no es normal dé lugar a una reacción que tampoco es normal, es decir, que no es la habitual. Lo normal llama a lo normal, y al revés. En relación a la convivencia, no la cualifico ni de normal ni de no normal, sencillamente opino que no fue satisfactoria. Asumo la principal responsabilidad de que no funcionara, mi inexperiencia, mi timidez pudieron no ser idóneas para llevarla a buen puerto. Pero una vez que me di cuenta de que convivir con el argentino no me aportaba nada bello ni hermoso, de que estando con él me sentía peor que estando solo, decidí que no podía seguir así. A pesar de todo, me hice el propósito de acabarla bien, porque así al menos tendría la impresión de que en el fondo Norberto sentía respeto por mí. Si en cambio se iba, como un extraño, me resultaría obvio de que me había usado como a un objeto. Sentiría, pues, y muy legítimamente, toda nuestra convivencia como una estafa, como un timo, como un engaño despreciable. Le hubiese bastado una infinitesimal porción de empatía para decirme adiós. Una migaja de empatía. Pero por lo que se ve la empatía casa mal con el orgullo o, al menos con “el poder de decisión”, tan elogiado por el argentino. Por cierto, la falta de empatía es uno de los principales rasgos de los psicópatas. A ver si ahora va a resultar que… pero no, no fue, el argentino nada empático conmigo.

De todas maneras, y a pesar de todo lo anterior, no me ha ofendido que el ingrato argentino me falte al respeto. Es verdad que la primera vez que leí lo de “psicópata catalán” me indigné, pero, tras meditarlo un poco me dije: “pero Carles, no te das cuenta de que quien dice eso es EL ARGENTINO. A estas alturas de la película aún no lo conoces? Pero si se fue sin ni decirte adiós, qué valor moral, y mucho menos ético, pueden tener las palabras de un tipo así? Quién, en un juicio, se lo tomaría en serio? El mismo tipo que te dijo que estaba “muy deprimido” y que, incumpliendo su propia palabra, luego se iba por ahí a pasárselo bien con hombres desconocidos. Te engañó y mucho, no hay duda de ello. Fuiste un crédulo y un infeliz, pero eso ahora ya no se puede remediar. Ahora bien, no lo vuelvas a ser más. Sobre todo hoy, que conoces bien sus luces y sus sombras, y sabes muy bien, porque conoces su infancia, que tras el comportamiento del argentino hay mucha más torpeza que no maldad, mucha más desorientación que no voluntad de humillar, mucha más inseguridad que no arrogancia, mucho más temor que no temeridad, etc. En fin, hay en él una bestial ansia de ser amado a toda costa, y esa ansia es el único criterio que usa para juzgar a los demás. Aquellos que la sacian, son sus amigos; los otros, sus enemigos. Ciertamente lo anterior no disculpa su inmoral comportamiento, pero al menos lo confina a su verdadera dimensión, la de ser, como él mismo dice de si mismo: “alguien que sólo trata de vivir”. Desgraciadamente el pobre Norberto nunca entendió, o no quiso entenderlo, que los seres seguros de sí mismos, orgullosos de sus costumbres y de sus actos, incapaces de reconocer sus defectos, tan envarados que miran al prójimo por encima del hombro, siempre dispuestos a despreciarlo, a ridiculizarlo, etc. nunca han merecido mi admiración, a lo sumo mi piedad, y frecuentemente mi desprecio, en cambio, los seres desvalidos, imperfectos o sin mucha fe en ellos mismos, siempre han alimentado mi amor.

El apelativo de “psicópata catalán” muestra bien a las claras cual ha sido la estrategia de Norberto en estos últimos meses. En mi opinión ha recurrido a la FALACIA INDUCTIVA, que podría enunciarse de la siguiente manera:


Me porto bien con Diego, me porto bien con Maria Amalia, me porto bien con X, me porto bien con Z, etc., luego me porté bien con Carles, pero como éste es un psicópata no supo reconocerlo.


No hay duda de que la finalidad de tal falacia es la de eludir las propias responsabilidades y traspasarlas a otro, en este caso, a mí. Así, si yo afirmara que la convivencia con Norberto me entristeció, esa tristeza no valdría nada, porque es la tristeza de un psicópata, y como los psicópatas son seres despreciables, sus sentimientos, también lo son. Además, del hecho que uno esté triste, el catalán, y el otro, el argentino, muy feliz, se demuestra, según la lógica peregrina del Norberto, que quien obró mal es el primero y no el segundo, por ello el argentino no siente ningún remordimiento, y si el otro los siente, es porque está “tarado”.

Pero, en mi defensa, argumentaré que nunca he sostenido ningún tipo de razonamiento reduccionista del tenor siguiente:

Norberto se portó mal conmigo, luego Norberto se porta mal con todo el mundo.

Y todavía menos el siguiente:

Norberto no me dijo adiós ni me dio las gracias y me negó la palabra.
Las malas personas no dicen adiós, no dan las gracias y niegan la palabra,

Luego Norberto es una mala persona.

Lo único que afirmo es que Norberto no se portó bien conmigo. Aunque el argentino me presentara un millón de personas con las cuales se ha portado bien, eso no invalidaría la anterior afirmación. Antes al contrario la agravaría, precisamente porque Norberto es capaz de portarse bien con los demás, duele más que conmigo no se comportara igual, cuando por las circunstancias especiales de nuestra convivencia, debía de haberse esmerado más.


Es más, nunca afirmo que con los demás no sea sincero, atento, comprensivo, generoso, lo único que afirmo es que conmigo no lo fue. No hago ninguna extrapolación tramposa. Delimito con la máxima honestidad el alcance de mi afirmación.

“No sabes convivir”, “no sabes dormir”, “no sabes limpiar”, etc. Con estas expresiones, que Norberto me dirigía con cierta frecuencia, intentaba, exactamente, lo mismo que con el uso de la palabra “psicópata”, eludir todas sus responsabilidades. La convivencia no iba bien por mi culpa, porque era “raro”, “frío”, “sin corazón”, etc. Él, no, pero yo sí. Porque si no se convivir con nadie, es lógico que mi convivencia con el argentino no funcionara. Estoy, pues, condenado a estar solo. Otra vez usa la falacia inductiva. Lo honesto hubiera sido decir que no sabíamos convivir el uno con el otro, pero el orgullo del argentino le impedía aceptar su parte de responsabilidad.

Él es el que hace extrapolaciones incorrectas, al intentar convencerse de que su buena relación con sus nuevos compañeros o conocidos, de que su actual felicidad son una prueba incuestionable de que fui yo y no él quien hizo mal las cosas. Por mi parte no lo creo así, ni ahora ni antes, y prueba de ello es que usé el tango “ Fuimos”, para expresar esa corresponsabilidad de los dos. Fuimos, pues, ambos responsables.

Peor aún, si con su actual felicidad o su supuesto éxito social me quiere demostrar cuán equivocado estaba yo al pretender hacer creer a todo el mundo que él es una “persona indeseable”. Se equivoca mil veces más, pues nunca he sostenido nada similar.

Cómo diablos voy a sostener, de una persona, y menos de él, que en tanto que persona es un indeseable. Qué locura es esa¡¡

Norberto vale tanto o más que yo¡¡ nunca he afirmado lo contrario, por muy psicópata que me considere.

Lo único que afirmo es que nuestra convivencia estaba muy mal planteada y que, para mí, era una fuente de tristezas, pero eso no quiere decir que Norberto no sea capaz de convivir con otros y de hacerlos feliz.

Me disgusta profundamente el camino que ha emprendido para afirmarse a sí mismo, porque, a mi manera de ver las cosas, es profundamente inmoral. En lugar de asumir alguna responsabilidad por lo ocurrido, se sacude de encima todo sentimiento de culpa.

Que ahora se lleve bien con muchas personas, que ahora le vayan bien las cosas, le sirve para demostrarse que si conmigo no fueron bien, ello se debe exclusivamente a mi forma de ser. No sería más normal que en lugar de absolverse de toda culpa, intentara asumir su parte de responsabilidad. No sería mucho mejor que en lugar de recurrir a su “ poder de decisión”, recurriera al sentido común. No se da cuenta que todos sus actos en relación conmigo no me demuestran su “poder de decisión”, sino el PODER DE SU ORGULLO.