DAVID, EL CANGREJO ERMITAÑO
No sé por qué David siempre me recuerda a esa criatura que anda por el
fondo de los mares, con su caparazón a cuestas. La mayoría de animales
construyen su casa por medio de sus propios medios. Los pájaros hacen los
nidos, los conejos, sus madrigueras y las abejas, sus colmenas. El cangrejo
ermitaño, en cambio, elige una casa que ya está hecha y no la abandona nunca,
de hecho, él y su hogar forman una unidad perfecta: son, por decirlo de alguna
manera, la misma cosa. Sin lugar a dudas, el cangrejo ermitaño es un animal muy
casero. Su costumbre de no hacerse con sus propias patas su residencia puede
deberse a una especie de pereza endémica. Así que además de casero es bastante
perezoso. Pero lo que tiene de pereza lo tiene de bondadoso, porque no suele
atacar a otros animales para sobrevivir. Más aún, él es el benefactor indirecto
de otras especies, pues bien sabido es que en su caparazón habitan algunas
anémonas, las cuales gracias al desplazamiento del cangrejo pueden alimentarse.
La colaboración entre ambos animales es recíproca, pues gracias a los tentáculos
venenosos de las anémonas el cangrejo ermitaño está a salvo de muchos depredadores.
De alguna manera, David y yo formamos una especie de asociación parecida a la de
las anémonas y los cangrejos ermitaños. Si David tuviera algún problema serio: ¿a
quién recurriría sino probablemente a mí?