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domingo, 21 de febrero de 2016

LA CATARSIS DE CARLES Y DAVID



La catarsis de david y Carles

Ayer fue un día que bien merece ser recordado. Yo y David lloramos abrazados, mientras un sentimiento de tristeza sobrecogedora se apoderaba de nosotros. Por decirlo a la manera de los griegos, entramos en catarsis, es decir, a través del llanto purgamos las más turbadoras angustias que anidan en lo más hondo de nuestra alma. Fueron unos pocos minutos, pero de tanta intensidad que uno tenía la sensación de estar viviendo una vida entera, todo ella concentrada en esos pocos instantes. Se unieron los cuerpos, pero también se unieron las almas forjando una especie de alianza sacra destinada a durar para toda la eternidad. Al menos así fue vivido por los dos, lo cual no es óbice para que el futuro nos depare nuevas adversidades que la resquebrajen. Ayer, sin embargo, nuestras almas formaron una especie de aleación espiritual capaz de sobreponerse a los más duros golpes de la vida. Nos unimos más allá de la carne, y esa unión, esa asociación, esa amalgama, esa cohesión, esa fraternidad entre los dos, iba, así lo sentí yo, segregando en el interior de nuestros corazones una especie de alegría que, de alguna manera, disolvía la tristeza que brotaba de nuestros pensamientos, arrastrándonos hacia una extraña e insólita felicidad. Así que llorábamos, pero a la vez estábamos, por decirlo de alguna forma, felices. Por eso, esta mañana al recordar lo vivido me sentía más feliz que triste. Una felicidad teñida de desasosiego, porque me resulta muy fácil ponerme en el lugar de David, aunque a él le cueste entenderlo. Como bien decía Wiliam Shakespeare: “no amo menos porque parezca que ame menos”.