EL TESTIGO DE JEHOVA Y LOS DIAMANTES FALSOS
Cuando el estudiante de inglés supo que el testigo de Jehová no lo acogería
en su casa, tuvo uno de los mayores disgustos de su vida, porque no entendió
cómo aquél a quién había abierto las puertas de su casa en momentos muy difíciles se negaba a
corresponder con la misma moneda. No solo el testigo de Jehová no fue
hospitalario, sino que incluso ignoró la presencia del estudiante de inglés en
su ciudad: ni un solo mensaje, ni una sola llamada, ni siquiera un quedar para tomar algo. Nada,
pasó olímpicamente del otro.
La sensación que le quedó al estudiante de inglés respecto al testigo de Jehová fue comparable a la que siente alguien al enterarse que el diamante que él consideraba verdadero es en realidad falso.
Es un trozo de vidrio que no tiene ninguna de las características que hacen tan
preciados a los diamantes. Un trasto que no vale nada y que no merece ser
guardado en un sitio especial, en una caja fuerte o en el interior de un
joyero. Es un incordio que probablemente será echado a la basura. Tras conocer
semejante timo, el estudiante de inglés se preguntó: ¿merece la pena una
persona así? Alguien en quien no se puede confiar para nada, porque de la misma
manera que niega la hospitalidad, negará cualquier otra cosa que le obligue a
dar algo a los demás, imposibilitando toda comunicación.
Nunca se le hubiera pasado por la cabeza al estudiante de inglés que el
testigo de Jehová se hiciera un fanático de la religión. No tanto porque
considere que la religión es algo nocivo para el ser humano, pues bien sabido
es que hay muchas personas que gracias a Dios encuentran un sentido a la vida,
sino porque habiendo ya pasado el testigo de Jehová por una experiencia de fanatismo, debiera haber
aprendido la lección.
A propósito del fanatismo, nunca vienen mal recordar las palabras del gran Immanuel Kant: “Excepto una buena conducta, todo lo que los hombres creen que pueden hacer para tener a Dios propicio es pura ilusión religiosa y un falso culto. Sustraerse a la razón significa caer en el fanatismo y el fanatismo es la negación de toda libertad.”
A propósito del fanatismo, nunca vienen mal recordar las palabras del gran Immanuel Kant: “Excepto una buena conducta, todo lo que los hombres creen que pueden hacer para tener a Dios propicio es pura ilusión religiosa y un falso culto. Sustraerse a la razón significa caer en el fanatismo y el fanatismo es la negación de toda libertad.”
Curiosamente, el estudiante de inglés está leyendo actualmente la Regenta,
una novela de más de mil páginas, cuya protagonista al igual que el testigo de
Jehová cayó en el fanatismo, lo que le provocó serias crisis neuróticas.
Para ver las similitudes entre un caso y el otro, transcribiré algunos
pasajes:
“A veces tenía miedo de volverse loca. La piedad huía
de repente, y la dominaba una pereza invencible de buscar el remedio para
aquella sequedad del alma en la oración o en las lecturas piadosas. Ya meditaba
pocas veces. Si se paraba a evocar pensamientos religiosos, a contemplar
abstracciones sagradas, en vez de Dios se le presentaba Mesía.
Ana se vio en su
tocador en una soledad que la asustaba y daba frío.... ¡Un hijo, un hijo
hubiera puesto fin a tanta angustia, en todas aquellas luchas de su espíritu
ocioso, que buscaba fuera del centro natural de la vida, fuera del hogar,
pábulo para el afán de amor, objeto para la sed de sacrificios!...”
“Una tarde de color de plomo, más triste por ser de
primavera y parecer de invierno, la Regenta, se sentía sola... ; sin fe en el médico,
creyendo en no sabía qué mal incurable que no comprendían los doctores de
Vetusta, tuvo de repente, como un amargor del cerebro, esta idea: «Estoy sola
en el mundo». Y el mundo era plomizo, amarillento o negro; el mundo era un
rumor triste, lejano, apagado... y esto eran los días; nada. «Nadie amaba a nadie. Así era el mundo y ella
estaba sola». Miró a su cuerpo y le pareció tierra.
La Regenta no
tomaba con gran calor aquellas diversiones, pero las prefería a su estéril
soledad, en que buscando ideas religiosas encontraba tristezas, un hastío hondo y
el rencoroso espíritu de protesta de la carne pisoteada, que bramaba en cuanto
podía.”