Thomas Hobbes, uno de los mayores pensadores políticos de todos los
tiempos, pasó a la historia al demostrar que las formas de gobierno de que se
dotan las sociedades no son una imposición de Dios, sino que
se deben a un acuerdo más o menos libre entre los ciudadanos. Son los humanos,
y no ninguna divinidad, los únicos responsables de su manera de gobernarse. Por
lo tanto, a partir de Hobbes, los reyes dejaron de ser reyes por la gracia de
Dios, como bien quedó demostrado en la
revolución francesa, y lo fueron por el
consentimiento de sus súbditos.
Thomas Hobbes estableció que toda sociedad perfecta debía regirse según la
razón, respetando las 19 leyes naturales que ésta establece para el buen
gobierno de los humanos.
Norberto Ciciaro sería condenado en una sociedad regida según estas leyes
racionales por incumplir la ley número 4 que se llama de la gratitud y que establece:
Que
un hombre que reciba beneficio de otro por mera gracia se esfuerce para que
aquel que lo haya dado no tenga causa razonable para arrepentirse de su buena
voluntad.
Es indudable que incumplió dicha ley, porque a día de hoy me arrepiento de haber
ayudado a una persona tan orgullosa y tan ingrata como el argentino.
Por supuesto, el argentino también incumpliría la ley número 9, la del
orgullo, que proclama: Que todo hombre reconozca a los demás como sus iguales
por naturaleza.
Norberto Ciciaro siempre me miró por encima del hombro, como a un ser
inferior, porque él se creía que valía mucho más que yo, puesto que él seguía las
reglas de la psicología, las que se pueden encontrar en los manuales de
autoayuda para ser más simpático, más sociable, menos tímido, etc.
Es obvio que la ingratitud repugna a toda persona que obra según la razón. Además, y tal como afirmó Hobbes, dichas leyes naturales tienen como finalidad conservar la paz de toda nación. Cuando son incumplidas, nacen en el seno de toda comunidad impulsos destructivos que tienden a generar la discordia entre las gentes, llevando a dicha comunidad a su propia e irreversible decadencia.
En fin, que Norberto no obró según la razón, sinó que guiando a su libre albedrío por caminos supersticiosos, generó una negatividad que llega hasta hoy.
En fin, que Norberto no obró según la razón, sinó que guiando a su libre albedrío por caminos supersticiosos, generó una negatividad que llega hasta hoy.