STATCOUNTER


miércoles, 2 de marzo de 2011

El DESAMOR deL ARGENTINO según Víctor FRANKL

El DESAMOR deL ARGENTINO según Víctor FRANKL

Hace una semana leí el libro de Viktor Frankl, El hombre en busca de sentido ( en él, y para mi sorpresa, encontré las claves para entender muchos de los comportamientos de Norberto que hasta ahora me parecían incomprensibles). En él se narran, en un estilo a la vez descarnado, conciso y emotivo, las terribles experiencias que el autor padeció en un campo de concentración nazi. Tras leer el siguiente fragmento, mi alma se sintió sobrecogida:

Por extraño que parezca, un golpe que incluso no acierte a dar, puede, bajo ciertas circunstancias, herirnos más que uno que atine en el blanco. Una vez estaba de pie junto a la vía del ferrocarril bajo una tormenta de nieve. A pesar del temporal nuestra cuadrilla tenía que seguir trabajando. Trabajé con bastante ahínco, repasando la vía con grava, ya que era la única forma de entrar en calor. Durante unos breves instantes hice una pausa para tomar aliento y apoyarme sobre la pala. Por desgracia, el guardia se dio entonces media vuelta y pensó que yo estaba holgazaneando. El dolor que me causó no fue por sus insultos o sus golpes. El guardia decidió que no valía la pena gastar su tiempo en decir ni una palabra, ni lanzar un juramento contra aquel cuerpo andrajoso y demacrado que tenía delante de él y que, probablemente, apenas le recordaba al de una figura humana. En vez de ello, cogió una piedra alegremente y la lanzó contra mí. A mí, aquello me pareció una forma de atraer la atención de una bestia, de inducir a un animal doméstico a que realice su trabajo, una criatura con la que se tiene tan poco en común que ni siquiera hay que molestarse en castigarla.

Quedé totalmente estremecido porque este fragmento describe, con una admirable exactitud, el sentimiento de humillación que se apoderó de mí cuando Norberto se fue sin darme las gracias, sin decirme ni siquiera adiós y negando la palabra a quien más le ayudó.
Tras enviar un SMS a Norberto para preguntarle si podía hablar con él y no recibir ninguna respuesta por su parte, experimenté el mismo dolor que Viktor Frankl sintió ante el DESPRECIO INHUMANO del guardián. Un desprecio que llega a lo más hondo del corazón para quedarse allí para siempre.
Entre Frankl y el guardián sólo fluía el desamor más absoluto. La total falta de afecto hacia el prójimo. El VACÍO más desalmado.
Al igual que ese guardián, Norberto consideró que no valía la pena gastar saliva para decirme ADIÓS. Una cantidad infinitesimal de saliva le hubiese bastado para pronunciar esa palabra, pero aún esa migaja de saliva le pareció excesiva, porque según él yo no me merecía NADA.
Norberto creía firmemente, como el guardián, que entre él y yo no había nada en común, absolutamente nada. Éramos como dos individuos pertenecientes a dos especies de reinos distintos. Como si yo perteneciese al reino vegetal y él, al reino animal. Incluso un insecto y un mamífero compartirían más caracteres que nosotros dos. También un hierbajo y un rinoceronte se parecerían más. Hasta me atrevería a afirmar que un fósil y un elefante serían más similares que nosotros dos. Existiendo, pues, un abismo taxonómico de tal calibre entre nuestras dos naturalezas: qué sentido tendría que una de ellas se despidiera de la otra? Acaso a un gato le importa lo que le acontezca a una mosca? Evidentemente no, pues con más razón aún a Norberto le traía al pairo todo lo relativo a mis necesidades o mis sueños. Hubiese sido una extravagancia imperdonable por su parte que hubiese malgastado su valioso tiempo en agradecerme la ayuda que le presté o en decirme algo por insignificante que ese algo hubiera sido. Sobretodo teniendo en cuenta las importantes ocupaciones a las cuales Norberto debía hacer frente. Cómo diablos se iba a preocupar de un ser que para él no tenía ningún valor, más aún cuando para él ese mismo ser no estaba ni siquiera vivo. Era un muerto. UN MUERTO VIVIENTE. Cómo diablos iba a derrochar su saliva hablando con un muerto, él, que presumía de derramar VIDA por cada poro de su alma? Tal derroche hubiese sido, a todas luces, un gesto rotundamente inútil e idiota.
Su indiferencia me hizo sentir una nulidad, pero a pesar de ese ninguneo atroz, y aunque afirmase cien noches seguidas que no soy Nada o que no tengo NADA en común con él. su consciencia sabe perfectamente que soy su PRÓJIMO, que los dos hemos sido creados a semejanza de DIOS, y que por lo tanto tenemos una convergencia de destinos, de necesidades, incluso de sueños. Para negar una verdad semejante hay que negar al mismísimo DIOS. E incluso si uno es ateo, para refutar la anterior verdad, debe negar todos los avances de la genética, que con tanta elocuencia proclaman las semejanzas de ADN entre los distintos individuos humanos.
Hay, sin embargo, una diferencia fundamental entre el dolor de Frankl y el mío. En el caso del psiquiatra vienés no había ningún tipo de relación, más allá de la de recluso y carcelero, entre él y el guardián. En mi caso, había una relación de caridad con Norberto. Le presté mi ayuda en unos momentos difíciles para él. Esa ayuda hubiese bastado para que Norberto sintiera la necesidad íntima de decirme al menos adiós, al menos eso. Incluso me hubiese resignado si no me hubiese dado las gracias, pero negarme hasta el ADIÓS, como si yo no hubiese dejado el menor rastro en su memoria, me llenó de horror. Cómo es posible no sentir en lo más profundo de la consciencia el deseo de decir adiós a la persona que te tendió una mano? Cualquier individuo mínimamente digno sentiría ese deseo como si fuese una necesidad fisiológica. En determinadas circunstancias decir adió o dar las gracias puede ser tan necesario y apremiante como defecar o beber. No se puede vivir físicamente sin beber o dormir, tampoco se puede vivir espiritualmente sin dar las gracias a quien te ayuda, sin decir adiós a quien te habla por caridad o sin devolver la palabra a quien te ha dado consuelo. Hay que tener un alma de piedra para exterminar el deseo de gratitud que nace de forma espontánea de lo más profundo del alma. No es posible fundar ningún género de felicidad sobre unos cimientos tan poco sólidos y acogedores como ésos. No es humanamente posible¡¡¡

¿Qué clase de amor, NORBERTO, puedes predicar a los demás cuando, por egoísmo, negaste el pan y la sal a ése mismo que te dio, cuando te hacía falta, el pan y la sal?

Decía San Francisco de Asís: “ Quiero ser como la alondra a la cual le bastan unas pocas fresas y un sorbo de agua para elevarse a los cielos”.

Maravillosas palabras que están infinitamente alejadas de las que dijo Norberto a su sobrino: Sólo se trata de vivir.

No basta con comer, beber o dormir. El ser humano necesita algo más. Si bastase con eso, qué sentido tendría la fe? Sería vana y absurda. Si bastara sólo con vivir, qué sentido tendría la consciencia de uno mismo? Más aún, qué sentido tendría Dios? Acaso Norberto siente que tiene más en común con una hierba de los arrabales que con una persona? A las hierbas les basta con vivir, claro que sí, pues ellas no piensan y por lo tanto no necesitan inquietarse por nada. La muerte no significa nada para ellas. Ni la muerte ni el amor¡ es lógico, pues, que no aspiren a nada más que a subsistir. Es posible que muchos aleguen que el destino de una persona sea casi igual al de una planta, y que por mucho que se haya sentido, amado u orado en la vida, al final toda esa carne que tanto amó u oró se reducirá a un polvo que en nada se diferenciará del que se obtiene de los rastrojos. Eso podría ser así, y sin embargo, la mayoría de personas se han desvivido ( y se desviven) por amar o por orar, aún cuando hubiesen podido limitarse a vivir, a sólo vivir, tal como aconseja Norberto. Naturalmente que no se han resignado a sólo vivir¡ Incluso en el caso de que su vida haya sido un cúmulo de sinsabores, el AMOR les ha enseñado a tener esperanza en algo más de lo que esperan las plantas, y esa ESPERANZA es la prueba de que vivir da para mucho más que para sólo vivir. Vivir, como afirmaba maravillosamente San Francisco de Asís, debería ser el pretexto PARA elevarse hacia los cielos. Ese “ PARA”, que transciende lo puramente biológico, es lo que da sentido a la vida, y sin él, ninguna vida no merecería ser vivida.

PARA qué vives tu vida, Norberto? Sólo para beber, comer, dormir, reír y hacer el amor? Sólo para eso? Y TÚ eras el que me llamabas MUERTO VIVIENTE? Que ridículo me parece ahora tu desprecio¡¡¡ Igual de ridículo que todo AMOR no basado “en querer a un objeto por él mismo, en gozar de su belleza o bondad por sí mismas, sin relacionarlas con nada que no sea él”.

En contraposición a lo anterior, El DESAMOR es amarse a uno mismo. “El amor no debe confundirse con el deseo, pues resulta de lo más obvio que todos los deseos son interesados, y por lo tanto, es erróneo afirmar que se ama una cosa cuando se la desea para sí mismo, y lo demás no se QUIERE SINO PARA SÍ".