LA ESPINA DEL ARGENTINO
EL ABUSO
El contencioso con el
Ayuntamiento de Lleida me reenvía, por asociación de ideas, a mi enfado con el
argentino. Aunque en este caso la palabra que casa mejor no sería contencioso
sino espina. El argentino es una espina interiorizada.
No es de recibo lo que hizo, él
lo sabe, y su consciencia también. No le costaba nada hacer un poco bien las
cosas, sobre todo cuando hacerlas bien resultaba más fácil y más satisfactorio
que hacerlas mal. Pero el argentino, recurriendo a Santa TERESA de Ávila, pensó
aquello de “TODO SE PASA”, como dando a entender que no valía la pena
preocuparse por algo de lo cual pronto ni se acordaría.
En el caso del argentino hay dos
consideraciones a hacer:
1.- El argentino estaba en su
derecho de considerar que:
1.1 Yo
“no era un hombre como los demás”,
1.2 Yo
no le daba suficiente afecto
1.3 Yo
no me abría a él.
1.4 Yo
no le reconocía sus méritos.
1.5 Yo
era “un muerto viviente”.
1.6 Yo
no tenía experiencia
1.7 Yo
vivía a pesar de mi edad con mis padres y eso para el argentino, que se fue tan
pronto de su casa (aunque todos sus hermanos también se fueron muy pronto a
causa del mal ambiente familiar, así lo afirma su hermano en su biografía)
resultaba insoportable.
1.8 Yo estaba en el armario, y eso para
alguien como él, que se había partido los huevos defendiendo sus derechos
resultaba inadmisible.
1.9 Yo no “sabía convivir”.
1.10
Yo era introvertido.
1.11
Yo era muy diferente a él, y sin embargo no era
nada complementario( lo cual es una
contradicción)
1.12
Yo no era simpático.
1.13
Yo no era limpio.
1.14
Yo no sabía cocinar.
1.15
Yo no merecía que él me diera nada.
1.16
Yo no merecía sus elogios.
1.17
Yo merecía sus críticas.
1.18
Yo merecía que él no me hiciera caso.
1.19
Yo me quería aprovechar de él.
1.20
Yo no estaba a su altura.
1.21
Yo era excesivamente solitario.
1.22
Yo prefería escribir a ir a una discoteca.
1.23
Etc.
Todo lo anterior, y mucho más, podría
aceptarlo y hasta cierto punto estaría dentro de las reglas de juego, y aunque
no me gustara, me tendría que aguantar, porque cuando uno convive con otro corre
el riesgo de que éste exprese su opinión acerca de él. Aunque teniendo en cuenta que lo alojaba por "caridad" podía haber sido más conciliador y menos susceptible)
2. De la misma manera yo podría considerar
lo siguiente respecto al argentino.
2.1 Me mintió al escribir que
estaba muy deprimido o “con los ánimos destruidos”. A lo sumo estaba triste.
Aclaración sobre el punto
anterior: el argentino tenía a su disposición un billete de vuelta a la argentina
pagado por su hermano, que, por orgullo y porque no quería irse de España, no
aceptó. Por lo tanto, que aquí no tuviera trabajo o casa, no era un problema
porque lo podía tener en Argentina, de la cual no se fue por problemas
económicos.
Fue porque él me dijo que tenía
los ánimos destruidos y que estaba muy deprimido, que algo en mí sintió la
necesidad de ofrecerle la caridad, sobre todo porque mi padre ha pasado por
muchas depresiones, y sé lo terrible que eso es. Sé, por lo tanto, lo que
significa tener los ánimos destruidos. Porque en mi mente se asociaron la
imagen del argentino con la de mi padre, le ofrecí en gran parte la ayuda.
2.2 No obraba como un cristiano, a pesar de
afirmar que lo era. Al menos conmigo no fue nada caritativo. (En mi ingenuidad creí que el ideal cristiano facilitaría
las cosas entre los dos, pero como eso era UN "ROLLO" MÁS DE LOS SUYOS, no facilitó nada)
2.3 No era nada empático.
2.4 Me discriminaba respecto a los demás.
2.5 Me reñía con facilidad
2.6 No soportaba la menor crítica.
2.7 Se creía mejor que yo.
2.8 Se iba
por ahí en busca de cuerpos, a pesar de su “depresión”.
“El tema del sexo es importante
porque en mi ingenuidad consideré que me
serviría para saber si el argentino había o no recuperado la salud anímica. En
el momento en que empezara a tener sexo significaría de que ya estaba con ánimos, es decir, ya se encontraba bien, y
por lo tanto, ya no necesitaba de mi caridad. Nuestra convivencia ya no podría
venir determinada por la caridad, sino por otra cosa, y si esto último no era
posible, pues debería darse por concluida.
Para mi sorpresa, el argentino
tuvo sexo DESDE EL PRINCIPIO. Él se defendió diciendo que ya me lo había
advertido al comunicarme que “ A mi
pareja le ponía los CUERNOS”. Pero que se peleara con su pareja no me
impresionó nada. Eso es muy habitual y son muchas las parejas que se pelean. Lo
que realmente me llegó al corazón es que el argentino tuviera que dormir en
plena calle o alimentarse de restos de comida. Esa caída en la indigencia fue,
en mi opinión, lo que le destruyó los ánimos y le causó una gran depresión y lo
que, en último término, le hacia no tener ánimos para DAR( Hoy, por supuesto, reconozco que me equivoqué al pensar así. De hecho, no sé si lo de dormir en la calle fue verdad o no). Así que la enemistad
con su pareja me parecía muy irrelevante en comparación con lo otro, aunque ahora sé que para los hijos de
Narciso esas disputas representan una estremecedora
caída en los abismos.
2.9 Que a
pesar de estar muy bien de salud, quisiera estar en mi piso a cambio de nada.
2.10 Que no entendiera que la convivencia como
él la quería era absurda y antinatural.
2.11 Que las condiciones que él impuso para
aceptar la convivencia condujeran al colapso de ésta.
2.12 Que me usara para conseguir sus fines.
2.13 Que
se riera de mi forma de ser.
2.14 Que
hablara mal de los catalanes en general, cuando de hecho había conocido a muy
pocos.
2.15 Que no me enseñara nada.
2.16 Que me regalara lo que no le servía. ( O que me regalara cosas para usarlas él)
2.17 Que no
me diera consejos.
2.18 Que no
me dijera cosas bonitas.
2.20 Que me hiciera dormir con una mujer extraña.
2. 21 Que explicara cosas feas de mí a los
chilenos.
2.22 Que no le contara a la minusválida la verdad
de porque lo había acogido en mi piso.
Etc.
Sobre todas las acusaciones
acabadas de exponer, que por cierto no nos dejan demasiado en buen lugar a
ninguno de los dos, lo mejor que se puede hacer es olvidarlas. Pero debe
entender el argentino que con todos los anteriores reproches no se puede fundar
una convivencia sana, y que una vez han surgido todas esas enemistades la
convivencia debe, por el bien de los dos, acabar o refundarse. Por eso, mi
insistencia, (que tanto le agobiaba a él), de sugerirle de forma indirecta que
nuestra convivencia debía de acabar o cambiar, estaba de lo más justificada. Si
continuaba, solo serviría para que nos hiciéramos daño mutuamente, lo cual en
mi caso es lo último que deseaba. Precisamente, porque apreciaba al argentino
le escribí aquello del tango FUIMOS, fuimos el viajero que no llora… que se
echó a morir. El significado del tango es muy claro, aunque algo paradójico: “a veces, debemos separarnos de otra
persona, no porque la odiemos, sino porque la apreciamos”.
Dicho lo cual, debe también
entender el argentino que a pesar de que yo tenga que asumir todas las
críticas, eso no quita para que no pueda expresar mi desencanto con esa
convivencia. Una cosa no excluye la otra. Porque bien consciente era de que la
convivencia podía salir bien o mal. Es evidente que no salió bien, pero este
fracaso nunca debería haber sido un obstáculo para que acabara de forma
civilizada y no de una manera tan incívica y tan poco cristiana. Con lo fácil
que es despedirse. Yo le indiqué al argentino algunas maneras de que esa
despedida dejara un buen recuerdo (un viaje, unos regalitos, etc.). Pero,
claro, al argentino eso le sentó como “un balde de agua fría en invierno). Los baldes que él
me había echado encima, esos, obviamente, no tenían la menor importancia para
él. (Porque seguramente son
otra exageración mía, pues ya se sabe que yo exagero a MIL las cosas).
Debe entender que esa
convivencia, tal como él la concibió, sólo tenía sentido si él se encontraba
con los ánimos destruidos, porque de lo contrario me hacía aparecer ante los
demás, (y ante mí mismo) como un “tonto”, como un “cándido”. Todo el mundo
consideraría que estaba dejando que se aprovechasen de mí, que abusaran de mi
buena fe. Porque si el argentino y yo hubiéramos sido amigos, yo podría esperar
en el futuro un gesto equivalente al mío, pero apenas nos conocíamos. Además,
el argentino sólo miraba por él, obsesionado con la idea de que yo no me
aprovechara de él. Eso de la “caridad”, entendida en los términos franciscanos
en que la entendía el argentino, es otro de sus delirios. Estoy convencido de
que en toda Catalunya no existía otra convivencia parecida a la nuestra. ¿Cómo
diablos voy a tener en mi casa a alguien que está bien de salud y que tiene
medios para subsistir, aquí o en la argentina, a cambio de nada? Es evidente
que la inexperiencia jugó en contra de mí y que el argentino se creyó señalado
por el dedo de la Providencia. Pero yo soy, ante todo, un ser humano, y no un
simple instrumento de Dios para proveer al argentino.
En fin, el argentino podía
criticarme, reñirme, despreciarme, pero lo que no podía hacer, porque violaba
las más elementales normas de sociabilidad era irse sin decir adiós, sin dar
las gracias, negando la palabra. Eso no lo podía hacer, porque haciéndolo me
reducía a la categoría de objeto. A veces hay que vencer el orgullo para no
aparecer ante la propia consciencia como un ser humano sin humanidad. Pero
sobre todo, porque no le costaba nada despedirse, dar las gracias y tener unas
pocas palabras conmigo. Precisamente porque no le hubiera costado nada, su
desconsideración resulta tan horrorosa. Y en todo caso, es libre de no hacer
nada de eso, pero debe entender que yo soy también libre de criticarle algo que
me parece incomprensible. Sabe muy bien que su actitud no tiene defensa
posible. Que por mucho que haga “recitalitos de poesía” para obtener el
reconocimiento de los demás, no va a disminuir la inmoralidad de su acción
respecto a mí. Una cosa no tiene nada que ver con la otra. De la misma forma,
que me llame psicópata, tampoco va a servir para que su propia consciencia se
sienta menos culpable, porque la verdad de los hechos siempre se acaba
imponiendo. Y es un hecho verdadero que el argentino se fue sin decir adiós a
la persona que lo había ayudado a cambio de nada.