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martes, 19 de junio de 2012

LA ESPINA DEL ARGENTINO

EL ABUSO

 El contencioso con el Ayuntamiento de Lleida me reenvía, por asociación de ideas, a mi enfado con el argentino. Aunque en este caso la palabra que casa mejor no sería contencioso sino espina. El argentino es una espina interiorizada.


No es de recibo lo que hizo, él lo sabe, y su consciencia también. No le costaba nada hacer un poco bien las cosas, sobre todo cuando hacerlas bien resultaba más fácil y más satisfactorio que hacerlas mal. Pero el argentino, recurriendo a Santa TERESA de Ávila, pensó aquello de “TODO SE PASA”, como dando a entender que no valía la pena preocuparse por algo de lo cual pronto ni se acordaría.   


 En el caso del argentino hay dos consideraciones a hacer:


 1.- El argentino estaba en su derecho de considerar que:


 1.1  Yo “no era un hombre como los demás”,

1.2  Yo no le daba suficiente afecto

1.3  Yo no me abría a él.

1.4  Yo no le reconocía sus méritos.

1.5  Yo era “un muerto viviente”.

1.6  Yo no tenía experiencia

1.7  Yo vivía a pesar de mi edad con mis padres y eso para el argentino, que se fue tan pronto de su casa (aunque todos sus hermanos también se fueron muy pronto a causa del mal ambiente familiar, así lo afirma su hermano en su biografía) resultaba insoportable.


1.8        Yo estaba en el armario, y eso para alguien como él, que se había partido los huevos defendiendo sus derechos resultaba inadmisible.


1.9        Yo no “sabía convivir”.

1.10          Yo era introvertido.

1.11          Yo era muy diferente a él, y sin embargo no era nada complementario( lo cual es una  contradicción)

1.12          Yo no era simpático.

1.13          Yo no era limpio.

1.14          Yo no sabía cocinar.

1.15          Yo no merecía que él me diera nada.

1.16          Yo no merecía sus elogios.

1.17          Yo merecía sus críticas.

1.18          Yo merecía que él no me hiciera caso.

1.19          Yo me quería aprovechar de él.

1.20          Yo no estaba a su altura.

1.21          Yo era excesivamente solitario.

1.22          Yo prefería escribir a ir a una discoteca.

1.23          Etc.


Todo lo anterior, y mucho más, podría aceptarlo y hasta cierto punto estaría dentro de las reglas de juego, y aunque no me gustara, me tendría que aguantar, porque cuando uno convive con otro corre el riesgo de que éste exprese su opinión acerca de él. Aunque teniendo en cuenta que lo alojaba por "caridad" podía haber sido más conciliador y menos susceptible)


 2. De la misma manera yo podría considerar lo siguiente respecto al argentino.


 2.1 Me mintió al escribir que estaba muy deprimido o “con los ánimos destruidos”. A lo sumo estaba triste.


 Aclaración sobre el punto anterior: el argentino tenía a su disposición un billete de vuelta a la argentina pagado por su hermano, que, por orgullo y porque no quería irse de España, no aceptó. Por lo tanto, que aquí no tuviera trabajo o casa, no era un problema porque lo podía tener en Argentina, de la cual no se fue por problemas económicos.

Fue porque él me dijo que tenía los ánimos destruidos y que estaba muy deprimido, que algo en mí sintió la necesidad de ofrecerle la caridad, sobre todo porque mi padre ha pasado por muchas depresiones, y sé lo terrible que eso es. Sé, por lo tanto, lo que significa tener los ánimos destruidos. Porque en mi mente se asociaron la imagen del argentino con la de mi padre, le ofrecí en gran parte la ayuda.


 2.2  No obraba como un cristiano, a pesar de afirmar que lo era. Al menos conmigo no fue nada caritativo.  (En mi ingenuidad creí que el ideal cristiano facilitaría las cosas entre los dos, pero como eso era UN  "ROLLO" MÁS DE LOS SUYOS, no facilitó nada)


2.3  No era nada empático.

2.4  Me discriminaba respecto a los demás.

2.5  Me reñía con facilidad

2.6   No soportaba la menor crítica.

2.7   Se creía mejor que yo.

2.8   Se iba  por ahí en busca de cuerpos, a pesar de su “depresión”.


 El tema del sexo es importante porque en mi ingenuidad consideré  que me serviría para saber si el argentino había o no recuperado la salud anímica. En el momento en que empezara a tener sexo significaría de que ya estaba con  ánimos, es decir, ya se encontraba bien, y por lo tanto, ya no necesitaba de mi caridad. Nuestra convivencia ya no podría venir determinada por la caridad, sino por otra cosa, y si esto último no era posible, pues debería darse por concluida.


Para mi sorpresa, el argentino tuvo sexo DESDE EL PRINCIPIO. Él se defendió diciendo que ya me lo había advertido al comunicarme que “ A mi pareja le ponía los CUERNOS”. Pero que se peleara con su pareja no me impresionó nada. Eso es muy habitual y son muchas las parejas que se pelean. Lo que realmente me llegó al corazón es que el argentino tuviera que dormir en plena calle o alimentarse de restos de comida. Esa caída en la indigencia fue, en mi opinión, lo que le destruyó los ánimos y le causó una gran depresión y lo que, en último término, le hacia no tener ánimos para DAR( Hoy, por supuesto, reconozco que me equivoqué al pensar así. De hecho, no sé si lo de dormir en la calle fue verdad o no). Así que la enemistad con su pareja me parecía muy irrelevante en comparación con lo otro, aunque ahora sé que para los hijos de Narciso esas disputas representan una  estremecedora caída en los abismos.


 2.9    Que a pesar de estar muy bien de salud, quisiera estar en mi piso a cambio de nada.

2.10     Que no entendiera que la convivencia como él la quería era absurda y antinatural.

2.11   Que las condiciones que él impuso para aceptar la convivencia condujeran al colapso de ésta.

2.12    Que me usara para conseguir sus fines.

2.13    Que se riera de mi forma de ser.

2.14   Que hablara mal de los catalanes en general, cuando de hecho había conocido a muy pocos.

2.15   Que no me enseñara nada.

2.16   Que me regalara lo que no le servía. ( O que me regalara cosas para usarlas él)

2.17   Que no me diera consejos.

2.18   Que no me dijera cosas bonitas.

2.20   Que me hiciera dormir con una mujer extraña.

2. 21  Que explicara cosas feas de mí a los chilenos.

2.22   Que no le contara a la minusválida la verdad de porque lo había acogido en mi piso.


Etc.


 Sobre todas las acusaciones acabadas de exponer, que por cierto no nos dejan demasiado en buen lugar a ninguno de los dos, lo mejor que se puede hacer es olvidarlas. Pero debe entender el argentino que con todos los anteriores reproches no se puede fundar una convivencia sana, y que una vez han surgido todas esas enemistades la convivencia debe, por el bien de los dos, acabar o refundarse. Por eso, mi insistencia, (que tanto le agobiaba a él), de sugerirle de forma indirecta que nuestra convivencia debía de acabar o cambiar, estaba de lo más justificada. Si continuaba, solo serviría para que nos hiciéramos daño mutuamente, lo cual en mi caso es lo último que deseaba. Precisamente, porque apreciaba al argentino le escribí aquello del tango FUIMOS, fuimos el viajero que no llora… que se echó a morir. El significado del tango es muy claro, aunque algo paradójico: “a veces, debemos separarnos de otra persona, no porque la odiemos, sino porque la apreciamos”.


 Dicho lo cual, debe también entender el argentino que a pesar de que yo tenga que asumir todas las críticas, eso no quita para que no pueda expresar mi desencanto con esa convivencia. Una cosa no excluye la otra. Porque bien consciente era de que la convivencia podía salir bien o mal. Es evidente que no salió bien, pero este fracaso nunca debería haber sido un obstáculo para que acabara de forma civilizada y no de una manera tan incívica y tan poco cristiana. Con lo fácil que es despedirse. Yo le indiqué al argentino algunas maneras de que esa despedida dejara un buen recuerdo (un viaje, unos regalitos, etc.). Pero, claro, al argentino eso le sentó como “un balde de agua fría en invierno). Los baldes que él me había echado encima, esos, obviamente, no tenían la menor importancia para él.  (Porque seguramente son otra exageración mía, pues ya se sabe que yo exagero a MIL las cosas).

 Debe entender que esa convivencia, tal como él la concibió, sólo tenía sentido si él se encontraba con los ánimos destruidos, porque de lo contrario me hacía aparecer ante los demás, (y ante mí mismo) como un “tonto”, como un “cándido”. Todo el mundo consideraría que estaba dejando que se aprovechasen de mí, que abusaran de mi buena fe. Porque si el argentino y yo hubiéramos sido amigos, yo podría esperar en el futuro un gesto equivalente al mío, pero apenas nos conocíamos. Además, el argentino sólo miraba por él, obsesionado con la idea de que yo no me aprovechara de él. Eso de la “caridad”, entendida en los términos franciscanos en que la entendía el argentino, es otro de sus delirios. Estoy convencido de que en toda Catalunya no existía otra convivencia parecida a la nuestra. ¿Cómo diablos voy a tener en mi casa a alguien que está bien de salud y que tiene medios para subsistir, aquí o en la argentina, a cambio de nada? Es evidente que la inexperiencia jugó en contra de mí y que el argentino se creyó señalado por el dedo de la Providencia. Pero yo soy, ante todo, un ser humano, y no un simple instrumento de Dios para proveer al argentino.


 En fin, el argentino podía criticarme, reñirme, despreciarme, pero lo que no podía hacer, porque violaba las más elementales normas de sociabilidad era irse sin decir adiós, sin dar las gracias, negando la palabra. Eso no lo podía hacer, porque haciéndolo me reducía a la categoría de objeto. A veces hay que vencer el orgullo para no aparecer ante la propia consciencia como un ser humano sin humanidad. Pero sobre todo, porque no le costaba nada despedirse, dar las gracias y tener unas pocas palabras conmigo. Precisamente porque no le hubiera costado nada, su desconsideración resulta tan horrorosa. Y en todo caso, es libre de no hacer nada de eso, pero debe entender que yo soy también libre de criticarle algo que me parece incomprensible. Sabe muy bien que su actitud no tiene defensa posible. Que por mucho que haga “recitalitos de poesía” para obtener el reconocimiento de los demás, no va a disminuir la inmoralidad de su acción respecto a mí. Una cosa no tiene nada que ver con la otra. De la misma forma, que me llame psicópata, tampoco va a servir para que su propia consciencia se sienta menos culpable, porque la verdad de los hechos siempre se acaba imponiendo. Y es un hecho verdadero que el argentino se fue sin decir adiós a la persona que lo había ayudado a cambio de nada.