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miércoles, 15 de junio de 2011

NORBERTO ES MARTA, Y CARLES ES MARÍA




NORBERTO  ES MARTA, Y CAR LES SOLER, MARIA

En el Evangelio de San Lucas leemos la siguiente parábola:

“En aquel tiempo entró Jesús en un poblado, y una mujer llamada Marta, lo recibió en su casa. Ella tenía una hermana llamada María, la cual se sentó a los pies de Jesús y se puso a escuchar su palabra. Marta, entre tanto, se afanaba en diversos quehaceres, hasta que, acercándose a Jesús, le dijo: “Señor, ¿no te has dado cuenta de que mi hermana me ha dejado sola con todos los quehaceres? Dile que me ayude”. El Señor le respondió: Marta, Marta, muchas cosas te preocupan y te inquietan, siendo así que una sola es necesaria. María escogió la mejor parte y nadie se la quitará.

En una web religiosa, Norberto escribió lo siguiente:

“Hoy la muerte del amigo, que destacaba por sus cualidades humanas, me enseña que lo mas importante que aprenderé en esta vida es a amar y ser amado, y lo único que permanecerá sera la luz que esos actos de amor dejaran grabada en mi espíritu. Gracias, amigo, por recordarme lo único importante. Dios me otorga la gracia de escoger siempre la mejor parte, esa que no me sera quitada en la vida ni en la muerte!

Es domingo 12 de junio, y tras despedirme de David en la estació de França de Barcelona, me dispongo a ocupar mi asiento. Para amenizar el largo viaje que me aguarda hasta Lleida, he elegido un libro d’Etienne Gilson titulado, Dante y la filosofía. En él se describen, con mano maestra, las influencias filosóficas que se pueden rastrear en las principales obras del genio italiano, sin lugar a dudas, uno de los mayores titanes de la literatura universal. Su insuperable Divina Comedia representa la coronación de toda la Edad Media, pues la compendia y la retrata con sublime perfección. Cualquier amante de la buena literatura comprenderá la fruición con que leía cada una de las líneas de ese libro.
De repente, unas palabras me arrancaron de mi estado de total embelesamiento. Las leí unas cuantas veces, intentando adivinar por qué ejercían tanta atracción sobre mí. Al fin, algo se iluminó vagamente en mi memoria. Aunque al principio no supe descifrar qué era ese algo, tras espolear a mi cerebro para que se afanase a darme alguna respuesta, surgió en mí, con un vigor inquietante, el nombre de Norberto. Claro que sí, esas palabras me recordaban a unas que había escrito el argentino en Internet. Especialmente familiar me resultaba la frase: la mejor parte, la que no me será quitada. Naturalmente que la reconocía, pues era la misma que había usado Norberto en su escrito. No me cabía la menor duda de que tal similitud no se debía a una simple coincidencia. Norberto conocía bien esas palabras, pues las había leído en el Evangelio de San Lucas, y yo, por mi parte, recordaba muy bien el texto de Norberto, porque al leerlo experimenté un sentimiento de admiración en lo más profundo de mi ser. Gracias al cual tendí más adelante, y de forma temeraria, mi mano a Norberto, cuando éste no pasaba por sus mejores momentos en Barcelona, o al menos eso me confesó él. Algo que representó casi una conmoción en mi forma, hasta entonces tan prudente, de obrar. Sin embargo, lo que más me asombró de todo es que tanto Dante como Etienne Gilson daban a esas palabras de Jesús una significación diametralmente opuesta a la aportada por Norberto. Lo cual me agradó en gran manera, porque desde la primera vez que leí el escrito del argentino lo encontré incoherente, fascinantemente incoherente.
A continuación, para justificar la anterior afirmación, voy a ceder la palabra al mismo Gilson, quien en la página 126 de su libro escribe: En fin, el mismo Jesucristo enseña, en el Evangelio de San Lucas, que no es Marta, símbolo de la vida activa, sino María, símbolo de la vida contemplativa, quien ha elegido la mejor parte… “. La exposición de Gilson, el mayor filósofo cristiano del siglo XX, resulta clarividente. Aún así, voy a complementarla agregándole la siguiente glosa, extraída de una web católica:

Para entender este texto es importante lo que se dice en la parábola del buen samaritano (cfr. Lc 10,25-37).lo único para alcanzar la vida eterna es amar a Dios y amar al prójimo, alguien pensaría que lo más importante sería volcarse en obras de caridad; justamente para corregir esa falsa impresión es la breve historia de Martha y María escrita por Lucas, la cual ocupa el lugar de una parábola. Marta, impulsada por el amor al prójimo se afana hasta perder la paz, olvidando la razón de su afán y de su entrega.
. Marta administra su casa y recibe a Jesús en ella, algo impensable para el ámbito judío. También María escucha al Señor sentada a sus pies, lugar reservado a un discípulo varón, nunca a una mujer. Marta expone su queja a Jesús, pues no entiende el significado de la actitud de María. Como reproche cariñoso, Jesús repite el nombre de Marta y la invita a reflexionar; nunca le reprocha su actitud, pero sí su activismo. Jesús no critica su servicio, pero sí que se deje abrumar por los servicios domésticos y le invita a mirar la actitud de su hermana.
Jesús proclama que María ha elegido la mejor “parte”, aludiendo a una palabra utilizada en el Antiguo Testamento que se refiere a la porción de herencia distribuida entre las tribus. La parte más hermosa de la heredad es el Señor; María eligió poner en su vida como principio fundamental a Jesús y consecuentemente se sienta a sus pies.

Ambos textos se complementan admirablemente. Más aún, se refuerzan con poderosa sinergia. Y de su lectura se sigue nítidamente que María ha elegido la mejor parte porque ha elegido, por encima de todas las cosas, amar a Dios. Y ese amor nunca le será quitado, ni en la vida ni en la muerte, porque cuando ascienda a los cielos, y se convierta en una bienaventurada, seguirá disfrutando de él, incluso con una fruición inmensamente superior a la que sentía en la tierra, pues estará, cara a cara, ante Dios, el objeto de su amor. Entonces reposará en él, y ese reposo será la gloria para ella. Todo esto puede ser así porque Dios es, por su propia esencia, todopoderoso y eterno, entre otras perfecciones que sólo él posee en grado sumo, y sólo en virtud de ellas puede otorgar a María la inmortalidad de su alma, permitiendo prolongar su amor más allá de la vida terrenal.

Desgraciadamente, Norberto no ha entendido el sentido profundo de la parábola de Cristo, como bien se demuestra leyendo su escrito. Aunque en él hay un emocionado canto al amor, los anhelos que lo animan son de todo punto inconsistentes tanto desde el punto de vista metafísico como lógico. Si bien amar al prójimo es algo alentado por Jesús mismo, esa clase de amor no puede considerarse, al menos si se quiere ser fiel al mensaje de Cristo, como la mejor parte que uno pueda elegir. La demostración de ello es muy sencilla. La pretensión de Norberto de querer ser, tras la muerte, un espíritu sembrado de tantos puntos de luz como actos de amor hubiere en su vida, aunque resulte muy romántica o muy apetecible, es de una incoherencia pueril. Para demostrarlo imaginemos el amor de Diego hacia Norberto, en base de qué principio físico o metafísico semejante amor puede perpetuarse como punto de luz en la eternidad. Aunque Diego deseara que el espíritu de Norberto se hiciera inmortal, y estoy seguro de que lo desearía, y asimismo deseara permanecer en ese espíritu como punto de luz, cómo demonios lo podría lograr, él que por su naturaleza es un ser finito y corruptible, sin ninguna clase de poder sobrenatural. Aunque quisiera no podría, porque ello implicaría violar uno de los principios básicos de la metafísica, en concreto, aquél que afirma que el efecto no puede superar en nada a la causa que lo engendra. Así del fuego saldrá calor, pero difícilmente frío, u otra cosa que no esté contenida en la esencia del fuego. Lo mortal, pues, no puede engendrar lo inmortal.
Desde el punto de vista teológico el texto del argentino, sale aún más malparado, por decirlo cariñosamente. Norberto, en su escrito, insinúa que lo mejor que se puede hacer en este mundo es amar y ser amado por el prójimo y que sólo esos actos de amor permanecerán en su espíritu cuando fallezca. Aparentemente, obrando así se podría considerar que Norberto observa las enseñanzas de Jesús, pues no se preocupa ni de las riquezas, ni del deseo de poder, ni de otras vanidades del mundo, sino que, siguiendo al Mesías, sitúa el amor al prójimo en la cúspide de su escala de valores. Pero basta con leer detenidamente sus palabras, para darse cuenta del fatal descuido que anida en ellas. Cualquiera que lea el escrito al completo percibirá que en él sólo se elogia el amor hacia otros hombres o hacia otras mujeres, sólo se consideran los actos de amor engendrados en los más variados lugares del mundo (la dark room, la panadería, las oficinas…) sin embargo, Norberto se ha olvidado del amor a Dios ¿Por qué omite a quien, como cristiano, más debería tener presente? Para ser justos no lo olvida, hace algo peor, lo degrada a la función de ser el mediador que posibilita y fomenta los actos de amor hacia el prójimo. Es decir, Norberto podría elegir las riquezas, el poder, pero no lo hace gracias a la benéfica intercesión de Dios, quien le permite elegir la mejor parte, que según el argentino es amar al prójimo. Más aún, para que amemos al prójimo y no a las vanidades del mundo, Dios nos da la gracia, la cual fortalecerá nuestra voluntad para que elijamos siempre lo mejor. No, no y no. La gracia no sirve para eso. Para demostrarlo, definamos qué es. En palabras de Jesús García, la gracia consiste en una participación en la vida misma de Dios, por la cual el hombre es constituido en hijo de Dios por adopción y heredero de los bienes eternos, o sea, de la gloria celeste. La culminación de la gracia se realiza en la otra vida con la visión facial de Dios y el gozo de la bienaventuranza.
De lo anterior se desprende, con una claridad deslumbrante, que el Señor da la gracia al hombre para que éste se desentienda del mundo y se centre en Dios para amarlo por encima de todas las cosas. Esa es la mejor parte. La que nos llevará, por el poder de la gracia, a la visión, cara a cara, de Dios, para amarlo eternamente, porque en eso consiste la bienaventuranza.
Norberto comete un error garrafal al afirmar que Dios da la gracia al hombre para que éste ame, o se deje amar, por el prójimo, y no contento con lo anterior, el argentino agrava su error, hasta límites insospechados, al “sugerir” que la bienaventuranza consistirá en recordar, eternamente, los actos de amor vividos junto a otras personas, transformados en puntos de luz del espíritu verdadero.
Aunque lo anterior sea muy bello, románticamente bello, y esté dotado de una innegable fuerza poética que me impresionó vivamente, hay que reconocer que carece de toda consistencia teológica. A los ojos de todo buen cristiano, los anhelos de Norberto no dejan de ser una banalidad sentimentaloide, un delirio ególatra, porque lo único importante, la mejor parte, es Dios y a él hay que subordinar todos los actos humanos. Naturalmente que se debe amar al prójimo, pero siempre en relación a Dios, quien debe ser el fin absoluto. Si no fuera así, que absurdo y qué vano sería el obrar de Dios, el cual si ha dado la vida al hombre, será para algo. Pues es bien sabido que todo agente obra por un fin. Pero para qué? La respuesta es evidente, para ser amado por él. Dios es amor infinito y desea amar y ser amado. Sería de una ingratitud colosal que el hombre no devolviera NADA a Dios, a pesar de que lo ha recibido TODO de él. Seria de una indecencia monstruosa. Y qué le puede dar a cambio, amor. Eso basta a DIOS ¿Por qué, si Dios no quiere amar al hombre ni ser amado por él, le va a otorgar la vida eterna, más aún, para qué lo va a crear de la nada? ¿Para qué le va a dar la vida? ¿A cambio de NADA, quizás? Eso sería horrorosamente feo.
Para concluir, Marta se desvive por el prójimo porque lo ama, y por eso se afana por ayudarlo, y se mueve, y trabaja, y se inquieta, pero se olvida de Dios. María, en cambio, se centra en Cristo, se queda inmóvil, sentada a los pies de Jesús, está como ausente del mundo, parece más muerta que viva, en palabras de NORBERTO sería una MUERTA VIVIENTE, escucha atentamente a Cristo, lo contempla extasiada, no vive por fuera, vive por dentro, no a través del cuerpo, sino a través del alma, amando a Dios, y como su alma está destinada a la bienaventuranza, es decir, a amar a Dios eternamente, por eso ha elegido la mejor parte, la que no le será quitada nunca, ni en la vida ni en la muerte.